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domingo, 6 de agosto de 2017

Economía en Estados Unidos: quinta desde acá



José Antonio Rojas Nieto
Boston, Massachusetts.
La polémica sobre el Obama Health Care se resolvió en contra de Trump. ¿Sorprendente? No del todo. Resistencia demócrata. Y la discusión entre republicanos no anuló la oposición interna. Así, el martes 26 de julio, en primera votación nueve republicanos se opusieron. El miércoles 27 de julio ya sólo cinco. Y el viernes 29 sólo tres. Número suficiente para una votación final de 51 en contra y 49 a favor de suprimir el programa de salud de Obama. Se valoran muchísimo esos tres votos. Dos de las tres senadoras que mencioné hace quince días. Susan Collins de Maine y Lisa Murkowsky de Alaska. Y uno de John McCain de Arizona, cuya entereza sorprende por su recientemente detectado cáncer de cerebro, y a quien se le reconoce el voto decisorio.
Trump aseguró que seguirá buscando frenar, cambiar y sabotear el Obama Health Care. Lo veremos. ¿Otro elemento que sorprende y se discute a diario? La energía en Estados Unidos. Y la energía en el mundo. Sí como la oposición de Trump a los Acuerdos de París. La conferencia anual 2017 de la Agencia de Información del Departamento de Energía (EIA por sus siglas en inglés) celebrada en Washington hace unas semanas da leve razón de ello. En ella, por cierto, el director del Centro Nacional de Control de Gas Natural (Cenegas) de México, David Madero Suárez, hizo breve presentación de la infraestructura de transporte y almacenamiento de gas natural en México. La comentaremos. Fundamental para analizar el nuevo ambiente competitivo del gas natural en nuestro país.
En ese ambiente, por cierto, la filial de la Comisión Federal de Electricidad (CFE-Energía) juega un papel fundamental. ¿Y Pemex? Sin duda. Regresemos al mundo. A pesar de todos los esfuerzos, los fósiles contaminantes dominan. Emisiones anuales de poco más de 33 mil millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2). Y es que 85 por ciento de la energía primaria necesaria en el mundo proviene de fósiles. Del petróleo 33 por ciento. Del gas natural 24. Y del carbón el 28 por ciento. Energías limpias (sin emisiones, directas al menos) 15 por ciento. Nuclear un cinco por ciento. Y renovables (hidro, solar, eólica, algo de geotérmica y biomasa fundamentalmente) otro 10 por ciento.
¿Una cuenta más o menos sencilla? Consideremos los factores de emisiones por combustión de los fósiles del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). Nos conduce al volumen de emisiones que señalé. El petróleo y sus derivados responsables de 39 por ciento de emisiones de CO2. El gas natural 20 por ciento. El carbón 40 restante. De nuevo, un simple juego de números para comprender el vínculo energía-emisiones. El petróleo con 39 por ciento de energía primaria fósil necesaria y 39 por ciento de emisiones. El gas natural con 28 de energía y 20 por ciento de emisiones. Finalmente, el carbón con 33 y 41 respectivamente.
Estas relaciones en los fósiles conducen a una defensa exagerada del gas natural. Ha conducido –todavía conduce– a alentar la expansión de exportaciones de gas natural licuado. Cerca de 15 mil millones de pies cúbicos al día en el año 2000. Poco más de 30 mil millones en 2016. Y una previsión de 60 mil millones de pies cúbicos al día en 2030. (México consume cerca de 6 mil millones de pies cúbicos al día. Estados Unidos cerca de 75 mil).
Finalmente, la defensa adecuada –en ocasiones parcial– de las renovables también conduce a una mala comprensión de su papel en el balance energético mundial. Generan electricidad en un mundo en el que el petróleo se orienta satisfacer al transporte (más de 90 por ciento del petróleo va a transporte). Sin cambio tecnológico drástico así seguirá. El gas natural juega en apoyo al transporte, la industria y de manera creciente la generación más eficiente de electricidad. El carbón por su parte, se dirige a la industria y a la generación de electricidad. Y ahí, justo ahí, las renovables ingresan a la escena. Sin emisiones directas y bajos costos de operación muestran sus ventajas. También sus principales limitaciones.
La limitación permanente, vinculada a su intermitencia, sólo se superará cuando se resuelva el problema del almacenamiento de electricidad, hoy vinculado a nuevas baterías y rebombeo de agua. Y las limitaciones temporales –en teoría se deberán resolver pronto– derivadas de altos costos de equipos. Asimismo, de desequilibrios que generan su excesiva dispersión en la red eléctrica. Y de sus efectos ambientales indirectos, como el manejo riesgoso de algunos materiales en la fabricación de baterías. Y, finalmente, algo más que, en realidad, comparten con las fósiles. Generan electricidad. ¿Por qué limitación? Porque, a pesar de todo, la electricidad sólo representa cerca de la quinta parte de la energía final necesaria en el mundo. En algunos países más, en otros menos.
Pues bien, hay varios procesos virtuosos que se impulsan en el mundo para resolver el delicadísimo problema del calentamiento global. La creciente participación de renovables en la generación de electricidad es uno de ellos. La también creciente electrificación del transporte otro, aunque la sustitución masiva de los motores a combustión interna tomará más tiempo. La mayor eficiencia en los procesos de producción, transformación, transporte y consumo de energía es otro.
Finalmente, la creciente instalación de equipos de secuestro y captura de CO2, aún muy costosos. Y, sin embargo, no hay soluciones claras y definitivas aún, en un mundo en el que –también simplificando un poco– China emite el 27 por ciento del CO2 en el mundo. América del Norte 20 por ciento. Europa –incluida Rusia y demás países de la vieja Unión de Repúblicas Soviéticas– 19 por ciento. Y en este contexto se discute qué crece más rápido. ¿La economía o la energía? Asunto que veremos en otro momento. Sin duda.

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