Guatemala
Nunca fue más evidente la incapacidad política, la bajeza humana y la pérdida de valores.
Mientras un ex presidente recluido en prisión por haber creado una de
las organizaciones más sofisticadas para defraudar al Estado exige
“trato humanitario” en sus esfuerzos por convencer al juez de concederle
arresto domiciliario, miles de guatemaltecos sufren toda clase de
carencias por el saqueo de la riqueza nacional durante su mandato y
viven en la más profunda miseria por falta de oportunidades.
¿Hubo para ellos “trato humanitario”? No debía haberlo. Lo pertinente
debió ser un modelo justo y equilibrado de administración del poder
desde una visión de nación, cuyos objetivos primordiales fueran el
desarrollo de todos, para todos.
Sin embargo, no fueron solo la
pareja gobernante de la anterior administración –junto con su círculo
cercano de depredadores- los únicos responsables de la situación caótica
e irremediablemente perversa en la cual se debate la población. Antes y
después el cuadro permanece inalterable con sus vacíos, sus
deficiencias y sus hábiles estratagemas para mantener un estatus
imposible de transformar sin el concurso de quienes se benefician de él.
Lo cual, por deducción lógica, es casi imposible de lograr por las vías
del diálogo y el consenso, ambas herramientas condenadas al desuso no
solo en los círculos políticos, también en los centros de decisión
económica cuya palabra es decisiva y no deja espacio a disenso alguno.
En este escenario, por lo tanto, hay grandes sectores de la ciudadanía
cuya existencia solo es tomada en cuenta por los círculos de poder
cuando el tema se trata de violencia, racismo, criminalidad o pobreza
extrema. Es decir, cuando el dedo acusador apunta a los menos
favorecidos tal cual fueran ellos los culpables de todos los males del
país. Criminalidad, prostitución, hambre, vienen siendo sinónimos de una
Guatemala dolorosa para quienes pretenden conservar una imagen más
pulida de su país. Es entonces cuando se inicia la frenética búsqueda de
excusas para justificar una realidad inaceptable, pero sostenida a la
fuerza por un sistema al cual las clases más privilegiadas se han
adherido como lapas a la roca.
La ciudadanía no quiere entrar
en razones. No se ha apropiado del ejercicio ciudadano para actuar, pero
ni siquiera lo ha hecho para pedir explicaciones a sus representantes
políticos. Por un lado, quizá ignoran su poder porque nunca leyeron la
Carta fundamental en donde figuran sus derechos. Pero también porque es
muy cómodo esperar la intervención de otros para resolver los problemas
que les afectan de manera directa. Con esa actitud respaldan de manera
tácita los abusos cometidos en su contra y en contra de la integridad de
la nación.
Guatemala vive en una mentira constante. Vive la
mentira de una democracia que no existe en plenitud porque un puñado de
adictos al poder ha tomado el control absoluto de las decisiones más
importantes para su presente y su futuro. Vive también la mentira de un
equilibrio económico sostenido por uno de los sectores más maltratados
de todos: los migrantes. Estos guatemaltecos, cuya vida consiste en
trabajar duro para enviar remesas, son quienes en realidad sostienen a
un país que los desprecia y cuyas autoridades ni siquiera intentan
protegerlos de la marginalidad y las deportaciones. Entre ellos, muchas
niñas, niños y jóvenes obligados a emigrar por causa de la violencia y
la miseria, ambas lacras provocadas por la codicia y el latrocinio de
sus gobernantes.
Guatemala no puede desarrollarse bajo la
sombra de la mentira, para alcanzar el desarrollo y la paz debe iniciar
un proceso de cambios profundos contra toda oposición.
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