Emir Sader
Cuando se vio
totalmente aislado políticamente, con los principales partidos
–incluidos los de oposición– pidiendo su renuncia a la presidencia de la
Cámara de Diputados, y cuando se esbozaba claramente su condena en la
Comisión de Ética de la cámara –con los votos en contra también del PT–,
Eduardo Cunha echó mano de su última arma: aceptó una de las demandas
de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff. Esto parece más bien la escena final de una película de far west de tercera categoría, cuando el bandido, en situación desesperada, intenta lanzar su granada para destruir todo lo que pueda.
Ello no implica que no cause daños. La simple aceptación de la tramitación de la solicitud de impeachment
–aún sin ningún fundamento mínimamente razonable– invade la agenda
política, atropella todos los otros temas pendientes y se presta para
que la oposición y los medios se valgan para desgastar la imagen de
Rousseff, justo en el momento en que el gobierno tuvo victorias
importantes en el Congreso que le permiten salir de la agenda defensiva
del ajuste y retomar temas de combate a la recesión.
En condiciones miserables moralmente, Eduardo Cunha puede ser útil a
la derecha, aun cuando se distanció completamente de él. Ese intento de
Cunha le puede servir para recuperar apoyos de la derecha, en la medida
en que se muestre útil a ella. Pero la misma derecha ya se había
pronunciado por que la destitución de Cunha, con la acumulación de
pruebas fehacientes de corrupción, desmoralizaría una solicitud de impeachment. Era la derecha la que más se empeñaba en sacarlo, después de haberlo utilizado en contra del gobierno.
¿Qué debe pasar ahora? La solicitud va a una comisión de la
cámara, donde hay posibilidades mínimas de que sea aprobada. El mismo
líder del PMDB, el partido de Cunha, ya se ha pronunciado en contra del impeachment.
Si el caso es rechazado, se termina la tramitación. Si no, iría al
pleno de la cámara, donde tendría que obtener la imposible cifra de dos
tercios de los votos.
Pero el tema está puesto, la medios y los partidos de derecha se van a
valer del debate. En compensación, se juegan, con un mal parlamentario,
su cerrada carta –el impeachment. Por ello querían sacar a
Cunha. Ahora es todo o nada para la oposición. Y la posibilidad
definitiva del gobierno de volver la página, aun antes de que termine
este interminable 2015, derrotando una mala propuesta
–por el contenido y la mano sucia de Cunha– de una buena vez.
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