El
entusiasmo que ha generado la posibilidad de que Cuba y EE. UU.
reanuden relaciones diplomáticas podría ser visto como el fin de la
guerra fría en el continente americano. Sin embargo, y aceptando el
enorme significado del acercamiento, los conflictos enmarcados en el
proceso de mantenimiento de la hegemonía yanqui al sur del Río Bravo no
han desaparecido. El acoso permanente ejercido en los últimos años
contra países como Venezuela o Argentina, o los golpes de estado
'democráticos' como el sufrido en Honduras el 2009 demuestran que la
guerra fría sigue viva, y tal vez más fuerte que nunca.
Las
mas de cinco décadas de enfrentamientos entre Cuba y EE. UU
configuraron paradigmáticamente el desarrollo de la guerra fría en la
región, aunque no es el único ejemplo de las consecuencias del reparto
del mundo después de la segunda guerra mundial. Los golpes militares en
Guatemala, Bolivia, Brasil, Argentina y Chile así como las dictaduras
en países como Nicaragua, Haití y Cuba dejaron claro que la doctrina
Monroe cobró realidad sobre todo en el siglo XX... y en el XXI.
Las diferencias entre la guerra fría del siglo pasado y la del presente
tienen que ver principalmente con la coyuntura internacional,
caracterizada hoy por el debilitamiento de la rivalidad entre dos
bloques hegemónicos -aunque los acontecimientos actuales en Ucrania
parecen actualizar el viejo conflicto- y la histeria belicista de los
que aún hoy creen ser los legítimos dueños del mundo. Yes we can
fue el slogan de Obama, que básicamente codificó la idea de que los EE.
UU. podían y debían recuperar la supremacía mundial, justo cuando ya la
habían perdido. Poco después, ya como presidente recibió el premio
Nóbel de la Paz y en su discurso no tuvo empacho en asumir la idea de
la guerra justa... para imponer su dominación y salvar a la democracia
occidental, por supuesto.
El reciente intento de golpe de
estado en Venezuela no deja lugar a dudas de que la lógica imperialista
y golpista vive en Latinoamérica, enmarcada en la certeza de que la
región es un espacio no negociable, permanente patio trasero de los EE.
UU., y que toda acción encaminada a romper dicha lógica deberá
enfrentar la oposición abierta o velada del estado yanqui. No importa
si el gobierno non grato ganó elecciones ejemplares o mantiene
relaciones comerciales rentables con Exxon o Coca Cola. El desafío es
intolerable por la sencilla razón de que expresa precisamente la
debilidad que desean invisibilizar, la nueva dinámica del sistema
interestatal que expone el fin de una época, el agotamiento de un
proceso que, como se mencionó antes, está representado sobre todo por
el bloqueo económico contra Cuba y el continuo hostigamiento que sin
recato alguno ejerció por décadas contra sus habitantes.
Por
otro lado, así como se mantiene la lógica de la guerra fría impulsada
desde Washington también se mantiene entre las oligarquías
latinoamericanas la idea de que solo hay un camino para ubicarse en el
mundo contemporáneo: el sometimiento económico, político y cultural
para con los intereses del tío Sam. Tradicionalmente aliadas a las
potencias mundiales (España, Inglaterra y EE. UU) para mantener sus
privilegios, consideran peligroso modificar sus lealtades y desde
adentro han cumplido con el papel de quinta columna, tan útil para
impedir cualquier cambio significativo en sus países.
Loas
gobiernos de Argentina y Venezuela han vivido y viven con las viejas
artimañas utilizadas el siglo pasado, esa perversa combinación de
estrangulamiento económico y propaganda negativa sistemática, para
hacerle la vida imposible a los habitantes y obligarlos a acabar con
los gobiernos que ellos mismos elevaron al poder. En el caso de
Venezuela, el ocultamiento de víveres y las presiones sobre su moneda y
sobre el precio del petróleo, sostén básico de su economía; en el caso
de Argentina con los bonos basura y ahora con el affaire
Nissman. Ambos procesos, -orquestados por el gobierno “progresista” del
Tío Tom-Obama quien, para evitar suspicacias sobre su vocación liberal,
abre la mano para negociar el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas pero con enormes limitaciones como el tema de la
devolución de Guantánamo o la negativa a retirar a Cuba de la lista de
países que financian el terrorismo- obeceden al mismo objetivo:
mantener la influencia yanqui en su espacio tradicional de dominación y
dejar en claro que aquellos que se opongan sufrirán las consecuencias.
El mantenimiento de la Guerra Fría en Latinoamérica confirma que, a
pesar del fin del mundo bipolar, la lógica capitalista pervive en la
máxima: si no estás conmigo estas contra mí. Latinoamérica ha ganado
enormes batallas en la materialización del sueño bolivariano, relegando
al baúl de la historia a la Organización de los Estados Americanos
(OEA) que caracterizaba el viejo modelo del orden mundial, para darle
vida al Mercosur pero sobre todo a la Alianza Bolivariana de los
Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos
(ALBA-TCP). Y es precisamente este desafío el que ha exhacerbado el
intervencionismo yanqui, el que ha mantenido viva la guerra fría y los
métodos de sometimiento de regiones y pueblos enteros. Combinado con el
debilitamiento de la hegemonía estadounidense aparece entonces una
coyuntura inmejorable para consolidar una nueva era en la región,
encabezada por los pueblos que han decidido romper con el yugo que
hemos cargado por décadas, como el venezolano y argentino pero también
del boliviano o el ecuatoriano. En este sentido es fundamental para la
región y sus habitantes proseguir con el desafío ya que con ello no
sólo estaremos fortaleciendo un nuevo proyecto histórico
latinoamericano y mundial, con todas la limitaciones que pueda tener,
sino también cavando la tumba del imperialismo yanqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario