A propósito de democracia y pluralismo a la colombiana
“A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”.
Miguel de Unamuno, Universidad de Salamanca, 12 de octubre de 1936.
Después
de leer la “relatoría” presentada por Eduardo Pizarro en la Mesa de
Diálogos de La Habana he constatado con indignación que es
prácticamente igual al borrador que fue entregado el 18 de enero a los
comisionados. Esto no tendría ningún problema si quienes leímos esa
versión hubiéramos estado completamente de acuerdo y no hubiéramos
enviado notas y sugerencias, para ser incorporadas a la versión final,
como le corresponde a un relator. Seguramente algunos comisionados no
hicieron comentarios al texto, pero ese no fue mi caso, porque el
domingo 25 de enero envié un documento de 16 páginas con comentarios a
los dos borradores de “relatoría”. Mientras que mis sugerencias fueron
aceptadas e incorporadas en el documento de Moncayo, ninguna de ellas
fue incluida en el documento de Pizarro. (Ver texto de mi autoría: Observaciones sobre relatorias.pdf).
Eduardo
Pizarro desconoció mis apreciaciones, que suponían hacerle
modificaciones a su escrito y solicitarle con argumentos que
incorporara los resultados de mi indagación sobre el rol que ha
desempeñado Estados Unidos en el conflicto colombiano. Pizarro
desconoció las pocas reglas de juego que habíamos fijado por unanimidad
los miembros de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus
Víctimas (CHCAV), en las reuniones del 27 de agosto y del 30 de
septiembre en la Sede Episcopal, cuando se estableció un calendario de
trabajo. En ese cronograma se acordó lo siguiente: entrega de los
informes individuales el 21 de noviembre; luego, los relatores
presentarían su propuesta de relatoría el 5 diciembre; después, los
relatores devolverían el texto a los comisionados que tendrían un plazo
de siete días para comunicar sus opiniones por escrito; y, por último,
entre el 12 y el 15 de diciembre se harían las correcciones finales a
las relatorías y se efectuaría una reunión de cierre para intercambiar
comentarios sobre los textos definitivos.
La suspensión de las
conversaciones de La Habana por parte del gobierno colombiano, así como
problemas de tiempo de los relatores, hicieron que se modificara este
calendario interno de trabajo, aunque se mantuvo la fecha de entrega
del informe individual, para el 21 de noviembre. No obstante, esto no
significó que se cambiaran las reglas de juego que habíamos
establecido. Las propuestas de relatorías llegaron a mi correo
electrónico el 18 de enero, acompañadas de una nota en la cual se
informaba que había plazo hasta el lunes 26 de enero para que cada
miembro de la CHCAV hiciera sus respectivos comentarios. En su mensaje
Víctor Manuel Moncayo dice de manera textual: “Apreciados colegas:
hemos convenido con Eduardo Pizarro remitirles el proyecto de borrador que cada uno ha preparado. […] La idea es recibir sus comentarios y observaciones a más tardar el 26 de enero de 2015. Posteriormente hemos programado una reunión de todos los integrantes de la CHCV el 31 de enero a las 8.am
en la sede de la conferencia episcopal, para intercambiar ideas sobre
las relatorías y las observaciones que se hayan formulado”. (Correo electrónico, enero 18 de 2015, énfasis mío).
En
forma cumplida remití mis comentarios a los dos relatores el domingo 25
de enero y las primeras reacciones me hicieron pensar que serían
tenidos en cuenta, pues Eduardo Pizarro en un correo electrónico del 26
de enero habla de “los comentarios que me envía Renán Vega, que voy a
estudiar con responsabilidad […]”. Esto me hizo suponer en forma
cándida, que eso se iba a hacer, y, en consecuencia, se modificaría el
borrador de “relatoría” y se incluirían mis sugerencias, o por lo menos
una parte de ellas. No sabemos si las estudió o no, porque al final
primó la irresponsabilidad intelectual.
Como era previsible,
el sábado 31 de enero Eduardo Pizarro no asistió a la reunión final de
la CHCAV y por lo tanto no existió la posibilidad física de discutir su
propuesta de relatoría. Porque esa era la finalidad: no dar la cara
para no debatir y dejar el borrador tal cual, como efectivamente
sucedió.
En esas condiciones, como hecho cumplido, entregó a la
Mesa de Conversaciones de Paz de la Habana el mismo texto de su
propuesta inicial, desconociendo en forma arrogante mis críticas y
aportes.
Para mí, éste es un hecho inaceptable, nada
democrático, escasamente transparente, sin la menor muestra de
pluralismo y de una muy cuestionable actitud ética, no solo respecto a
la Comisión y uno de sus miembros, sino de irrespeto ante la sociedad
colombiana, por burlar los acuerdos establecidos y silenciar
voluntariamente el mensaje de uno de los comisionados. Para qué hablar
tanto de democracia y pluralismo, si cuando se necesitó
ponerlos en práctica, para incorporar conceptos que no comparte el
relator, sencillamente se desconocieron, como si nunca hubieran
existido. No sobra recordar que la democracia supone admitir los
juicios de quienes piensan distinto y no solo de quienes están de
acuerdo. Por eso, resulta tragicómico que al texto de Pizarro se le
titule “Una lectura múltiple y pluralista (sic) de la historia”, cuando
en realidad no tiene nada de pluralista.
Por todas estas
razones, manifiesto mi más enérgico rechazo a la actitud de Eduardo
Pizarro por su falta de seriedad, ponderación, equilibrio y rigor en la
labor que le encomendó la Mesa de Diálogos de La Habana. Su
comportamiento es poco respetuoso del trabajo intelectual, y termina
siendo una forma disimulada de censura.
Esto se evidencia en
algunas de las declaraciones de prensa del señor Pizarro con
posterioridad a la entrega del Informe, entre los cuales podemos citar
la siguiente: “las Farc pensaron que el relato histórico de esta
comisión iba a favorecer su mirada, de una guerrilla víctima del
terrorismo de Estado, que los había obligado a empuñar las armas para
resistir y que, por tanto, su levantamiento era legítimo. Pero las Farc
fueron sorprendidas porque algunos de los ensayistas controvirtieron
ese relato histórico”. (Citado en Hernán González Rodríguez, “Causas y
orígenes del conflicto”, El Espectador, 26 de febrero de 2015, disponible en http://www.elespectador.com/opinion/causas-y-origenes-del-conflicto-columna-546504).
Esta afirmación poco ponderada genera la impresión que la visión
dominante sobre la historia contemporánea de Colombia es la de la
insurgencia y no la del Estado y las clases dominantes y por eso se
presenta como un éxito que algunos de los ensayistas reprodujeran la
versión oficial, que niega el terrorismo de Estado. Pero lo que oculta
conscientemente el señor Pizarro en su falsa relatoría es que mi
postura –en contravía de las versiones dominantes de académicos y
violentologos ligados al Estado y a las clases dominantes– se centra en
analizar la contrainsurgencia y el Terrorismo de Estado predominante en
Colombia, como elemento sustancial del comportamiento del bloque de
poder contrainsurgente. En este sentido, el Estado, las clases
dominantes y sus violentologos fueron sorprendidos con otra visión
sobre los orígenes, causas y factores que explican el conflicto armado
en Colombia, en la que precisamente el Estado colombiano, sus Fuerzas
Armados y los Estados Unidos no salen bien parados. Entre otras cosas,
eso explica el silenciamiento por los medios periodísticos y sus
columnistas de cabecera de esa visión crítica y alternativa a las
miradas convencionales sobre la historia reciente de Colombia.
Finalmente,
en la actitud de Eduardo Pizarro de desconocer los aportes que yo hice
a su propuesta de “relatoría” encuentro que se manifiestan dos
elementos propios de la antidemocracia colombiana, como son la arrogancia de los poderosos y el desconocimiento de la palabra empeñada.
Arrogancia de los poderosos porque aparte de que este personaje hacia
ostentación continua de su carácter de Embajador ante los Países Bajos
(Holanda), a la larga actuó de la misma forma que lo hacen todos
aquellos que tienen una pequeña cuota de poder (un micropoder) en
Colombia y que consiste en no escuchar a los que carecen de poder y
pisotear sus apreciaciones, como si no tuvieran el más mínimo valor.
Desconocimiento de la palabra empeñada, puesto que igual que el
Presidente de la República cuando le conviene echa por la borda los
pactos existentes, convierte su palabra en papel mojado y suspende en
forma inconsulta y unilateral los diálogos de La Habana, lo mismo hace
su subalterno Eduardo Pizarro al no respetar los acuerdos establecidos.
Resultan
insoportables los medios antidemocráticos y poco pluralistas del señor
Pizarro, quien, con una gran dosis de cinismo, en los medios de
comunicación del poder (RCN, Caracol, El Tiempo, Semana)
figura como el campeón de la democracia y el pluralismo, así como el
portaestandarte de una supuesta responsabilidad moral, política e
intelectual. ¿Será que tenemos que aceptar, de la misma forma que lo
hace el gobierno -cuándo a su acomodo y en forma arbitraria deja de
cumplir su palabra y suspende las conversaciones de paz- que uno de los
relatores no respete la palabra empeñada? ¿Eso es lo que nos espera en
el futuro, un absoluto irrespeto de los acuerdos firmados?
Renán Vega Cantor. Miembro de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas
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