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jueves, 17 de marzo de 2011

Estampas de la revolución árabe



Ángel Guerra Cabrera

Los jóvenes revolucionarios de Egipto continúan enviando al mundo su mensaje de independencia y dignidad. Así lo subraya el rechazo de la coalición de jóvenes de la revolución del 25 de febrero a reunirse con la secretaria de Estado Hillary Clinton durante su visita a El Cairo. La agrupación reúne a las seis organizaciones juveniles que lideraron las protestas en la plaza Tahrir, varias de las cuales, cabe recordarlo, surgieron en solidaridad con las huelgas en el delta del Nilo y otras en solidaridad con las intifadas palestinas de 2000 y 2003 y en las protestas contra la agresión de Estados Unidos a Irak.

Su negativa a reunirse con Clinton, explicaron los jóvenes, se debe a que la administración estadunidense fue un apoyo vital al régimen de Mubarak. Añadieron que no le daban la bienvenida a la visita de la jefa de la diplomacia estadunidense y exigieron a la administración de la potencia pedir perdón al pueblo de Egipto por su política exterior hacia este país en las pasadas décadas. Enfatizaron que el pueblo de Egipto es el dueño de su país y de su destino y sólo aceptará relaciones mutuas de amistad y respeto entre los pueblos de Egipto y Estados Unidos. El gobierno de Estados Unidos, alegaron, tomó a la ligera la revolución en Egipto y continuó apoyando al régimen de Mubarak cuando la sangre egipcia estaba siendo derramada.

La coalición juvenil también se ha pronunciado en contra de las enmiendas constitucionales que la junta militar y el gobierno provisional llevarán a referendo el 19 de marzo porque no satisfacen las demandas de la revolución, y anunció que la mayoría de las organizaciones que la forman –todas excepto la Hermandad Musulmana– votarán en contra. Argumentan que en lugar de reformar la vieja Constitución se debe adoptar una transitoria por la que se rija el gobierno provisional. Proponen una Ejecutivo provisional de tres personas, entre ellas una figura militar, en lugar del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, para supervisar el periodo de transición hacia elecciones presidenciales y parlamentarias justas. También exigen la formación de una asamblea constituyente que redacte la Constitución definitiva y una reformulación de las leyes que rigen la formación de partidos y el ejercicio de los derechos políticos. En esta postura coinciden destacados magistrados y juristas, numerosos intelectuales y artistas y figuras políticas, quienes señalan, además, que los militares no han cumplido su promesa de tomar en cuenta las observaciones de la sociedad sobre las enmiendas ni de abrir un debate sobre ellas antes del referendo, de modo que los votantes ni siquiera las conocen. Es casi unánime entre ellos el criterio de que los militares deberían posponer la realización del referendo y de las elecciones de septiembre pues de no hacerlo el tiempo no alcanzaría para organizar otros partidos políticos y el nuevo Parlamento sería copado por la Hermandad Musulmana y el Partido Nacional Democrático (mubarakista), los únicos que apoyan las enmiendas.

Mientras tanto, en Libia, la arrolladora contraofensiva de Muammar Kadafi pone en tela de juicio las insistentes versiones mediáticas otanianas que anunciaban una masiva explosión social contra el coronel y su inminente caída.

Más al este, en el estado isleño de Bahrein, en medio de un escalamiento imparable de las protestas populares que ya duran varias semanas, se producía la intervención de tropas sauditas bajo bandera del Consejo de Cooperación del Golfo. A la vez, el gobierno de Manama decretaba el estado de emergencia por tres meses y las fuerzas de seguridad recrudecían brutalmente la represión. Esta movida saudita es un error político tan grave que únicamente se explica en virtud del pánico a que llegue al reino de Saud el tsunami revolucionario que toca a las puertas de la península arábiga, donde ya inunda Yemen y alcanza Omán. El ingreso de esas tropas en Bahrein rompe el delicado equilibrio de fuerzas en la zona, nada menos que en el país sede de la Quinta Flota estadunidense. No puede dejar de verse como una provocación contra el vecino Irán, ya que la gran mayoría de los bahreníes abraza la vertiente chiíta del Islam a diferencia de sus gobernantes y de los sauditas, de fe sunita. La zona petrolera saudita, por otro lado, es de población mayoritariamente chiíta, que tiene los ojos puestos en la lucha de sus correligionarios en Bahrein por los derechos políticos y contra la discriminación que sufren por motivos religiosos.

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