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martes, 12 de octubre de 2010

La NED, vitrina legal de la CIA

Estructuras para el control y dominación
por Thierry Meyssan*

Desde hace 30 años, la National Endowment for Democracy (NED) se encarga de la parte legal de las operaciones ilegales de la CIA. Sin despertar sospechas, ha venido creando una extensa red mundial de corrupción, comprando sindicatos –tanto obreros como patronales– así como partidos políticos de izquierda y de derecha para que defiendan los intereses de Estados Unidos en vez de los intereses de sus propios miembros. Thierry Meyssan describe en este trabajo la envergadura de ese dispositivo

En 2006, el Kremlin denunciaba la proliferación en Rusia de asociaciones extranjeras, algunas de las cuales parecían estar participando en un plan tendiente a desestabilizar el país, plan orquestado por la estadounidense Fundación Nacional por la Democracia (National Endowment for Democracy – NED). En previsión de una «revolución de color», Vladislav Surkov elaboraba entonces una estricta reglamentación para esas «organizaciones no gubernamentales (ONG)». En Occidente, aquella reglamentación de orden administrativo fue descrita como un nuevo ataque del «dictador» Putin y de su consejero en contra de la libertad de asociación.
(Ver nuestra primera publicación respecto a la NED)

Otros Estados que también siguieron una política similar han sido igualmente calificados por la prensa internacional como «dictaduras».

El gobierno de Estados Unidos dice trabajar a favor de «la promoción de la democracia a través del mundo». Su posición es que el Congreso estadounidense puede subvencionar la NED y que la NED puede a su vez, de manera independiente, ayudar directa o indirectamente a asociaciones, partidos políticos o sindicatos en cualquier país del mundo. Al ser, como su nombre lo indica, «no gubernamentales», las ONGs pueden emprender iniciativas políticas que las embajadas no pueden asumir sin violar la soberanía de los Estados que las acogen. Esa es precisamente la cuestión.

¿La NED y la red de ONGs financiadas a través de ese órgano son acaso iniciativas de la sociedad civil injustamente reprimidas por el Kremlin o son en realidad pantallas de los servicios de inteligencia estadounidenses, sorprendidos en flagrante delito de injerencia?

Para responder esa interrogante nos remontaremos al origen de la National Endowment for Democracy y escrutaremos su funcionamiento. Para ello debemos analizar, primero que todo, lo que significa el proyecto oficial estadounidense de «exportación de la democracia».

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Los puritanos que fundaron Estados Unidos querían construir una «ciudad radiante» que alumbraría el mundo. Se veían a sí mismos como misionarios de un modelo político.

¿Qué tipo de democracia?

Como pueblo, los estadounidenses asumen la ideología de sus padres fundadores. Se ven a sí mismos como una colonia llegada de Europa para fundar una ciudad que obedece a Dios. Ven a su propio país como «una luz encima de la montaña», según la expresión de San Mateo que la mayoría de los presidentes estadounidenses han retomado en sus discursos políticos a lo largo de dos siglos. Por lo tanto, Estados Unidos sería una nación modelo, que brilla en lo alto de una colina, iluminando el mundo. Y todos los demás pueblos de la Tierra deberían abrigar la esperanza de poder copiar ese modelo para alcanzar su propia salvación.

Para los estadounidenses, esa ingenua creencia implica –como una verdad que no necesita demostración– que su país es una democracia ejemplar y que ellos tienen el deber mesiánico de extenderla al resto del mundo. San Mateo predicaba que la propagación de la fe debía lograrse sólo mediante el ejemplo de una vida honesta, pero los padres fundadores de Estados Unidos veían el acto de encender su fuego y de propagarlo como un cambio de régimen. Los puritanos ingleses decapitaron a Carlos I de Inglaterra antes de huir hacia Holanda y América. Posteriormente, los patriotas del Nuevo Mundo rechazaron la autoridad del rey Jorge III de Inglaterra y proclamaron la independencia de los Estados Unidos.

Imbuidos de esa mitología nacional, los estadounidense no ven la política exterior de su propio gobierno como un imperialismo. Consideran que derrocar un gobierno es perfectamente válido si ese gobierno ambiciona encarnar un modelo diferente del estadounidense, lo cual lo convierte en un gobierno maléfico. Al mismo tiempo, están convencidos de que, debido a la misión mesiánica de la que están investidos, han logrado imponer la democracia por la fuerza en los países que han ocupado.

En las escuelas de Estados Unidos se enseña que los soldados estadounidenses llevaron la democracia a Alemania. Ignoran que los hechos históricos demuestran exactamente lo contrario: el gobierno estadounidense ayudó a Hitler a derrocar la República de Weimar y a instaurar un régimen militar para acabar con la Unión Soviética.

Esa ideología irracional les impide cuestionar la naturaleza de sus propias instituciones y lo absurdo del concepto mismo de «democracia forzosa». Sin embargo, según la fórmula del presidente Abraham Lincoln, «la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».

Visto desde ese punto de vista, Estados Unidos no es una democracia sino un sistema híbrido en el que el poder ejecutivo está en manos de una oligarquía mientras que el pueblo limita la arbitrariedad [de esa oligarquía] a través de los contrapoderes legislativo y judicial.

En efecto, el pueblo elige a los miembros del Congreso y a algunos jueces pero son los Estados miembros de la federación los que eligen el poder ejecutivo, que a su vez designa a los altos magistrados. Si bien los ciudadanos están llamados a pronunciarse sobre la elección del presidente, el voto de la ciudadanía no es más que una consulta, como hubo de recordarlo la Corte Suprema a raíz de la elección presidencial del año 2000, al pronunciarse sobre el caso Gore vs. Bush. La Constitución de los Estados Unidos no reconoce la soberanía del pueblo ya que el poder se comparte entre el pueblo y los Estados que componen la federación, o sea los notables locales.

Es importante observar aquí, dicho sea de paso, que la Constitución de la Federación Rusa sí tiene un carácter democrático –por lo menos en el papel– ya que estipula: «El depositario de la soberanía y única fuente del poder en la Federación Rusa es su pueblo multinacional» (Título I, Capítulo 1, artículo 3). En base a ese contexto intelectual, los estadounidenses apoyan a su gobierno en su afirmación de que quiere «exportar la democracia» cuando su propio país no es una democracia, ni siquiera a la luz de su propia Constitución. Resulta difícil entender cómo podrían exportar lo que no tienen ni quieren tener en su propio país.

Durante los 30 últimos años, la NED ha sido portadora de esa contradicción, que se ha concretado en la desestabilización de numerosos Estados. Miles de crédulos militantes de ONGs han violado la soberanía de los pueblos con la beatífica sonrisa de quien tiene la conciencia tranquila.

Una Fundación pluralista e independiente

En su célebre discurso del 8 de junio de 1982 ante el parlamento británico, el presidente Reagan denunció la Unión Soviética como el «Imperio del Mal» y propuso prestar ayuda a los disidentes, en la URSS y en otras partes. «Se trata de ayudar a crear la infraestructura necesaria para la democracia: libertad de prensa, sindicatos, partidos políticos, universidades. Los pueblos serán así libres de escoger el camino que les convenga para desarrollar su cultura y resolver sus diferencias por medios pacíficos», declaró.

Basándose en ese consenso de lucha contra la tiranía, una comisión bipartidista de reflexión aconsejó a Washington la creación de la Fundación Nacional para la Democracia (NED), que sería instituida por el Congreso estadounidense en noviembre de 1983 y de inmediato recibiría financiamiento.

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