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domingo, 3 de octubre de 2010

China: ¿superpotencia energética del siglo XXI?


Alfredo Jalife-Rahme

Michael Klare, académico de varios centros universitarios en Estados Unidos y uno de los óptimos geopolitólogos de la energía a escala planetaria, aborda la emergencia de China como la “superpotencia energética del siglo XXI” (www.tomdispatch.com, 19 de septiembre de 2010).
Klare prolonga, en su importante artículo, las conocidas tesis de sus 13 libros anteriores, en particular la de su más reciente libro Potencias en ascenso, planeta encogido: la nueva geopolítica de la energía, que versa sobre las consecuencias geopolíticas de la escasez de recursos primarios, primordialmente los vitales cuan finitos hidrocarburos por los cuales compiten las máximas superpotencias planetarias, tanto del lado de la oferta como de la demanda: Estados Unidos, Europa y el BRIC (sigla de Brasil, Rusia, India y China).
Proferido en forma menos economicista, solamente Rusia y Brasil (gracias a los hallazgos recientes en las aguas profundas del Atlántico Sur) son autosuficientes, mientras que Estados Unidos, Europa, China e India serán cada vez más dependientes de los hidrocarburos por los que luchan en cada tramo del planeta.
En síntesis, Klare comenta que hay que seguir los movimientos energéticos de China para conocer el futuro de la energía, así como el futuro de la geopolítica de las grandes potencias, mientras que “Estados Unidos vigila con ansiedad”.
En su libro Potencias en ascenso, planeta encogido: la nueva geopolítica de la energía, Klare expone el milagroso resurgimiento de Rusia gracias al manejo de sus “colosales recursos energéticos” de los que dependen Europa y ahora China, quien en la década pasada consumía sólo 8 por ciento de la energía global frente a 24 por ciento de Estados Unidos y 20 por ciento de Europa. Ya en 2006 China había duplicado su consumo a 16 por ciento del total mundial.
En su reciente artículo, obviamente más actualizado, Klare le da vuelo al anuncio hecho en The Wall Street Journal por Fatih Birol, jefe de economistas de la polémica Agencia Internacional de Energía, con sede en París, de que China se había colado, por encima de Estados Unidos, como el primer consumidor global de energía.
Este anuncio no le complació mucho a China porque no desea ser colocada en la palestra en temas candentes que conllevan a situaciones delicadas en cuanto a la emisión del bióxido de carbono se refiere.
A juicio de Klare, “China, al haberse convertido en el primer consumidor global de energía, se coloca como un actor internacional cada vez más dominante que marca el paso en configurar nuestro futuro global”. Así, China no solamente determinará los precios de “los combustibles críticos”, sino también “el tipo” de energía en boga: “Las decisiones de China en cuanto a sus preferencias de energía determinarán si China y Estados Unidos pueden evitar enfrascarse en una batalla global sobre la importación del petróleo y si el mundo escapará al catastrófico (sic) cambio climático”.
Para empezar, hace mucho que inició la guerra por los recursos energéticos entre China y Estados Unidos, desde el Estrecho de Malaca (en el Sureste asiático), pasando por el Estrecho de Ormuz (en el Golfo Pérsico), hasta el Estrecho de Bab-El-Mandab (en el Mar Rojo), con la dedicatoria “terrorista” de asfixiar el transporte marítimo del petróleo a China.
Luego, el polémico tema del “catastrófico” cambio climático no solamente le importa un comino a Calderón (quien está más preocupado en forjar una alianza Partido Acción Nacional-Partido de la Revolución Democrática para la elección presidencial de 2012, que en impulsar la cercana Cumbre de Cancún, prolongación de la abortada Cumbre de Copenhague, y que desde ahora se vaticina será un fracaso estruendoso), sino que, peor aún, su polémica temática puede desaparecer del radar global con el ascenso del Partido del Té (una excrecencia del Partido Republicano) en Estados Unidos.
La sinopsis que realiza Klare sobre “el ascenso de Estados Unidos a la prominencia global” –gracias al descubrimiento del petróleo en Pennsylvania en 1859 que lo llevó a ser el primer productor mundial durante la primera y la segunda guerras mundiales, además del papel determinante que jugó el “oro negro” a favor del Noreste industrial durante la guerra civil– es sencillamente fascinante.
El control mundial de la producción petrolera por Estados Unidos a partir de la segunda mitad del siglo XIX cristalizó su asombrosa industrialización y “nutrió a sus gigantescas trasnacionales” durante la primera mitad del siglo XX.
Aduce, en forma, persuasiva que Estados Unidos “creó un establishment económico y militar basado en el petróleo”, pero después de la Segunda Guerra Mundial, cuando su producción empezó a declinar, “una sucesión de presidentes forjaron una estrategia global fincada en asegurar su acceso al petróleo foráneo”, por lo que concretó su gran alianza con Arabia Saudita.
El ascenso de China como primer consumidor global de energía obliga a Estados Unidos a reajustar en forma dramática su estrategia de captura global del petróleo ajeno cada vez más competido.
Klare extrapola a China la previa experiencia histórica de Estados Unidos, lo cual ya empieza a ser calurosamente discutido.
También conjetura que los líderes chinos visualizan al petróleo quizá como “su máxima preocupación”, por lo que “se han consagrado a planificar la procuración de su adecuado abastecimiento futuro”, donde resaltan “dos desafíos fundamentales: asegurar energía suficiente para suplir su cada vez más creciente demanda y decidir a qué combustibles recurrir”, lo cual tendrá “asombrosas implicaciones globales”.
Klare destaca la vulnerabilidad del abastecimiento primordialmente por la vía marítima de China, que puede sucumbir fácilmente ante un bloqueo naval o durante un conflicto prolongado por la posesión de Taiwán.
Por el momento, descartamos un “conflicto prolongado” por Taiwán, que está siendo absorbida por la vía geoeconómica de su gigante continental. El bloqueo naval es el talón de Aquiles de China, que ha sido detectado desde el siglo XIX por la piratería británica y a cuya degustación en el siglo XX acaba generosamente de invitar Estados Unidos mediante sus tres provocativos ejercicios militares, casi simultáneos con sus aliados regionales, muy probablemente para pulsar la resistencia marítima de China desde el Mar de Sur de China hasta el Mar Amarillo.
Klare plantea que el ideal del suministro chino sería el doméstico, postura que favorecen sus estrategas militares.
China posee carbón en abundancia y el Departamento de Energía estadunidense proyecta que en 2035 constituirá el 62 por ciento de sus suministro energético neto. El problema radica en que tal dependencia exacerbaría sus problemas ambientales, lo que afectaría su economía con los incrementos en los costos médicos, además que dejaría hueca la retórica del cambio climático.
Uno de los énfasis del gobierno chino se ha trasladado al desarrollo de la energía renovable, específicamente la eólica y la solar. Por lo pronto, China se ha convertido en líder de turbinas eólicas y de paneles solares, al grado tal que ya exporta su tecnología a Estados Unidos. Klare comenta que China puede encabezar una revolución tecnológica en tales ámbitos innovativos.
En cuanto al petróleo y la enorme dependencia de China a su importación, esa nación puede involucrarse en las regiones productoras que “Estados Unidos considera desde hace mucho como su reserva privada”, lo cual presagia una colisión de trenes.

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