“Maté en respuesta a la invasión hispana. Matar tantos mexicanos como fuera posible”
(Patrick Crusius, asesino de El Paso, Texas)
Estados Unidos, autoproclamado campeón de la libertad y de la
democracia, lo que menos tiene es, justamente, libertad y democracia. El
espinoso tema de los migrantes indocumentados lo deja ver con palmaria
evidencia.
No es ninguna novedad que
Latinoamérica representa su “patio trasero”, su supuestamente natural
resguardo geoestratégico, proveedor de materias primas a precios
regalados y obligado cliente para sus productos. Pero además de todo
ello: fuente inagotable de mano de obra barata. Muchos de los trabajos
realizados en Estados Unidos son efecto de los millones de
latinoamericanos que residen en su territorio, en muy buena medida, en
calidad irregular en términos migratorios.
La
economía del imperio conoce a la perfección ese carácter “ilegal” (en
términos administrativos) de buena parte de la masa trabajadora, y se
aprovecha. Siempre ha habido persecución de los inmigrantes irregulares,
con lo que se consuma un descarado chantaje: esos trabajadores, huyendo
de sus países de origen por la precarias condiciones socio-económicas
en que sobreviven, son aprovechados por el capital norteamericano para,
chantaje mediante, pagarle sueldos muy bajos en relación a la media
estadounidense. Pero pese a que esos ingresos son bajos en términos
comparativos, para los latinoamericanos llegados a aquel país, tales
salarios representan una “salvación”. Aun viviendo en condiciones
indignas, se permiten ahorrar y enviar remesas a sus familiares en
América Latina y el Caribe, con lo que se atenúa un poco la grave
situación en los países expulsores.
Todo
el mundo sabe esto: autoridades estadounidenses y latinoamericanas. Pero
estas últimas prefieren ignorar las condiciones paupérrimas y de
sobreexplotación de esa masa de gente, y más aún, el calvario que deben
atravesar para llegar a suelo norteamericano, por cuanto esos dólares
enviados a su territorio ayudan a soportar mejor la pobreza local. De
hecho, en muchos países de la región, las remesas representan entre un
15 a 20% del PIB, llegando en algunos casos hasta un tercio de su
economía global. Sin dudas, ningún gobierno de la zona desea perder esa
suerte de subsidio; de ahí su silencio cómplice con la desdicha de sus
conciudadanos.
Por otro lado, los
capitales estadounidenses sacan provecho de esa enorme masa de
inmigrantes indocumentados. En una nota del The New York Times firmada
por Eduardo Porter, se afirma sin vergüenza que “mientras más
trabajadores crucen la frontera, inevitablemente se reducirá el costo
del trabajo. Su mano de obra barata aumenta la producción económica y
reduce los costos.” (…) “Ocho de los quince empleos que tendrán el
crecimiento más rápido entre 2014 y 2024 -asistentes para cuidar a
enfermos en el hogar, preparadores de comida, conserjes en edificios
comerciales y otros trabajos similares- no requieren de ninguna
preparación”, por lo que el aprovechamiento (explotación despiadada) de
inmigrantes hispanos está asegurado.
¿Por qué ahora, desde la llegada a la Casa Blanca del presidente Donald
Trump, se da esta lucha frontal contra los inmigrantes irregulares?
Hay
en todo ello un inmoral y despreciable doble rasero: se dice una cosa, y
se hace exactamente lo contrario. Ello se evidencia en varios aspectos.
Por ejemplo: son denigrados y detenidos/deportados inmigrantes
mexicanos y centroamericanos, pero se pone el grito en el cielo -golpes
de pecho incluidos- con la población que sale de la “narco-dictadura
sangrienta” de Venezuela. Habría inmigrantes “buenos” y “malos”
entonces.
Como mínimo, se podrían apuntar
tres causas para comprender este endurecimiento de la actual política
migratoria del presidente Trump y de su equipo ultra conservador y de
derecha radical.
1. Tiene un carácter
electoral. Dada la gradual pérdida de pujanza de la economía
estadounidense (luego de la Segunda Guerra Mundial aportaba el 52% del
producto mundial, ahora no llega al 20%; la pobreza crece entre sus
ciudadanos), el mensaje proselitista de Trump buscó encender pasiones en
la clase trabajadora de su país, buscando una explicación sencilla,
mecánica, efectista. La apelación a un chivo expiatorio como los
“migrantes que roban puestos de trabajo” es un buen expediente. Ante una
situación de crisis que no cesa, la masa ciudadana estadounidense puede
“dejarse” convencer con facilidad con esa pseudo-explicación. De hecho,
evidentemente, pudo votar a favor de ese discurso xenófobo, y no sería
improbable que pueda volver a hacerlo en las próximas elecciones. De
todos modos, la causa de la pérdida de dinamismo de esa economía no son
los extranjeros indocumentados: es la crisis general del capitalismo y
la recomposición a nivel global del sistema, con nuevos polos que
empiezan a destronar a Estados Unidos.
2.
Racismo y xenofobia extremos. El llamado a levantar muros inexpugnables
se fundamenta en un racismo visceral que atraviesa buena parte de la
cultura media estadounidense (ver video inicial), de la cual Donald
Trump es un claro exponente. En algunos de sus ya famosos mensajes por
redes sociales, en el 2018 dijo que los migrantes latinoamericanos son
“muy malos”, y no son personas, sino animales; y los lugares de donde
provienen son “países de mierda”. De ahí la necesidad de defenderse a
muerte de esa “invasión”. Como lo dicen Lajtman y Romano, en esa lucha
contra los presuntos “invasores” “Algunas medidas concretas son la
instalación de brigadas de seguridad privada, drones, sistemas de
geolocalización, cámaras de vigilancia en los trenes y puntos
estratégicos; construcción de bardas y equipos de alarma y movimiento
alrededor de las vías.” Por lo pronto el gobierno federal tolera grupos
civiles armados (no autorizados legalmente) que se constituyen en
“cazadores” de inmigrantes que cruzan la frontera, matándolos a sangre
fría. Todo ello es el telón de fondo que permitió/incitó a un asesino
como el citado en el epígrafe a aniquilar “invasores hispanos”. Aunque
luego de esa matanza Washington se vio obligado a “condenar el racismo,
la intolerancia y la supremacía blanca (…) pues “el odio no tiene lugar
en Estados Unidos”, el verdadero mensaje lanzado por el presidente, y
aceptado por buena parte de la población, es de chovinismo extremo. De
ahí estos grupos supremacistas blancos de “cacería de mojados”. Así
nació el nazismo en los años 30 del pasado siglo en Alemania. Lo que se
está viviendo en el Estados Unidos actual, azuzado por un presidente
blanco supremacista que ve con buenos ojos al Ku Klux Klan, no es muy
distinto.
3. El chantaje económico que
persiste. Es absolutamente mentira que los latinoamericanos y caribeños
que llegan en condiciones paupérrimas al “sueño americano” disputan
puestos de trabajo con ciudadanos estadounidenses. Eso es una
ignominiosa falacia. El endurecimiento de las condiciones migratorias,
además de los motivos antes señalados, sigue siendo un buen mecanismo
para el capital, a modo de mantener en su nivel más bajo posible los
salarios. Se podría decir: “ejército de reserva industrial” a nivel
global. Una buena masa de desocupados/desesperados proveniente de países
empobrecidos sirve para ser chantajeada ya en suelo norteamericano,
azuzándola con el fantasma de la “Migra” y las posibles deportaciones.
Es decir: se le fuerza a trabajar en las peores y más insanas
condiciones, so pretexto de ser deportada. ¿Dónde quedan las tan
cacareadas libertad y democracia entonces?
Definitivamente
el acuciante problema de las migraciones irregulares cada vez más
masivas, que se dan tanto hacia Estados Unidos (provenientes de América
Latina) como en Europa (proveniente de África y de Medio Oriente), es
una muestra evidente del agotamiento del sistema capitalista.
La
solución no puede ser nunca levantar muros o impulsar políticas y
sentimientos xenofóbicos; la única solución es atacar de raíz las causas
por las que 1,000 personas diarias llegan huyendo de la pobreza a estas
supuestas islas de salvación. Y está visto que el capitalismo no quiere
ni puede ofrecer esas soluciones.
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