La Jornada
La guerra comercial entre
China y Estados Unidos ha desbordado el terreno monetario y las
perspectivas desfavorables para la economía mundial se han
intensificado. Donald Trump anunció un nuevo arancel sobre importaciones
chinas y una semana después Pekín dejó caer su moneda hasta el nivel
simbólico de siete renminbi por dólar y se ha convertido (para
Washington) en manipulador de su divisa. China también anunció que
dejará de importar productos agrícolas de Estados Unidos, medida que
afecta directamente a las bases de Trump.
Frente a este conflicto, los signos de alarma se han multiplicado. La señal más importante es la inversión de la llamada
curva de rendimientos, uno de los indicadores más interesantes para una economía capitalista.
¿En qué consiste esta famosa curva de rendimientos? Como se sabe, los
inversionistas reciben una recompensa por su inversión (digamos, un
bono). Esta recompensa está en función de la fecha de vencimiento o de
maduración de la inversión. La lógica aquí es que a mayor plazo, mayor
rendimiento para compensar por el riesgo. Por ejemplo, si usamos el
ejemplo de los bonos de un gobierno, podemos observar que los bonos con
vencimiento a 10 años tendrán asociada una mayor recompensa que los de
dos años.
La relación entre rendimientos y plazos de vencimiento puede
representarse como una curva que tiene pendiente positiva: a mayor plazo
de maduración, mayor recompensa para compensar el riesgo. Esa es la
relación normal, pero en los últimos meses y en muchos países la curva
de rendimientos ha adoptado la forma de una curva más aplanada y hasta
ha llegado a tener una pendiente negativa, es decir, los rendimientos de
corto plazo son casi iguales o incluso superiores a los de largo plazo.
La inversión de la curva de rendimientos es una mala señal. A lo
largo de los últimos 50 años todas las recesiones de la economía
estadunidense han estado precedidas de este signo inquietante. Esta
semana la inversión se hizo más pronunciada desde que en 2008 estalló la
crisis financiera. La diferencia negativa entre el rendimiento de los
bonos a 10 años y el de los bonos a tres meses se ha ampliado en más de
32 puntos base. El miedo a una escalada en esta guerra comercial ha
llevado a los inversionistas del mundo a buscar refugio en los bonos
soberanos de mayor plazo, lo que ha provocado el aumento en el precio de
esos bonos y la caída de sus rendimientos. El rendimiento de los bonos
del Tesoro estadunidense a 10 años cayó a su nivel más bajo desde 2016, y
en Alemania el rendimiento de los bonos a 30 años cayó a menos 0.07 por
ciento.
En México, la curva de rendimientos también ha sufrido una
transformación. Un estudio de UFM Market Trends revela que en años
recientes dicha curva se ha ido aplanando. En 2015 la diferencia ( spread)
entre la tasa de referencia y el rendimiento de los bonos a 30 años era
de tres puntos porcentuales, pero para 2018 esa diferencia ya fue
marginal.
Hasta ahora la economía estadunidense mantuvo tasas de crecimiento
que si bien no eran espectaculares, sí daban la impresión de algo de
prosperidad en un mundo enfermo. Hoy eso está cambiando, quizás por el
peso que van a tener los aranceles sobre los consumidores (la mayor
parte del crecimiento de esa economía se explica por el consumo). La
última vez que la curva de rendimientos en Estados Unidos estuvo
invertida fue en 2007, justo antes de la gran crisis financiera, y eso
no es un buen presagio.
Aquí está lo interesante de este indicador. En síntesis, si la curva
de rendimientos tiende a aplanarse, la diferencia entre la recompensa de
corto y la de largo plazos se reduce (puede hasta desaparecer o incluso
hacerse negativa si los rendimientos de corto plazo son superiores).
Esta deformación de la curva de rendimientos es consecuencia de que los
inversionistas busquen refugio en bonos (inversiones) de largo plazo
aunque los rendimientos sean parecidos a los de las inversiones de corto
plazo. Y ese comportamiento está provocado por una razón fundamental:
los inversionistas estarían percibiendo un peligro más grave que el
riesgo que convencionalmente se le atribuye a esas inversiones.
Aunque los contornos de ese peligro no pueden percibirse nítidamente
en la penumbra de la incertidumbre, los inversionistas sí advierten su
gravedad. Y si el capitalismo es intrínsecamente inestable, también lo
son las expectativas de los inversionistas. Los efectos de las malas
noticias, incluso de los rumores, se amplifican como ondas sísmicas y
repercuten con mayor violencia en los mercados financieros. Hoy, sin
duda, existen razones objetivas para abrigar expectativas desfavorables.
Además de las guerras comerciales y de divisas, la caída en la tasa de
ganancia asociada a todo tipo de inversiones productivas es
probablemente la peor pesadilla del capitalismo y de esos inversionistas
que buscan refugio en bonos de largo plazo aunque tengan rendimientos
parecidos a los de corto plazo.
Twitter: @anadaloficial
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