Willivaldo Delgadillo*
El autor del tiroteo
masivo en El Paso, Texas viajó más de 10 horas desde la residencia de
sus padres en Allen, Texas, para cumplir un objetivo bien planeado:
asesinar a la mayor cantidad de mexicanos que pudiera hallar congregados
en Walmart un sábado por la mañana. Patrick Crusius conocía sus
motivaciones. En un breve documento titulado
Una verdad inconvenientelas delineó: ante la destrucción del país perpetrado por las corporaciones, los demócratas y los inmigrantes es necesario tomar acciones drásticas. Comparó sus procedimientos con los de una guerra y cuestionó que las acciones violentas sancionadas por el Estado tuviesen mayor legitimidad que la de ciudadanos patriotas, como él. No puede descartarse que el joven de 21 años padezca algún trastorno mental, pero eso no quita que ese acto de terror encuadre en una racionalidad miliciana, antes considerada extrema, y que ahora ha encontrado acomodo en el mainstream de la política y la sociedad estadunidenses. En esta perspectiva, promovida por Donald Trump desde la Casa Blanca, la populosa metrópoli fronteriza de 3 millones de habitantes compuesta por Juárez, El Paso y Sunland Park es una zona crítica donde se juega el destino de su país.
En un reportaje aparecido en mayo en The Intercept, Debbie
Nathan detalló cómo opera un grupo de milicianos agrupados en la
organización denominada United Constitutional Patriots (UCP). Una célula
de esta organización acampó durante semanas afuera de Sundland Park, al
pie del emblemático cerro de Cristo Rey. En ese lapso se dedicó a
hostigar y a detener a los inmigrantes que intentaban cruzar la
frontera. Equipados con uniformes, armas reales y placas falsas, sus
miembros actuaban impune y concertadamente con la Patrulla Fronteriza.
Sus videos circulan en redes sociales y pueden consultarse en YouTube
bajo títulos que instan a otros
patriotasa desplazarse a la frontera. El objetivo del UCP era documentar una supuesta crisis y detener la inminente invasión extranjera. Su presencia se dio apenas unos días después de que Trump estuvo en El Paso en un acto de campaña ante 7 mil simpatizantes bajo el lema
Finish the wall. Muchos vinieron de Texas y de Arizona, pero parte sustancial de los asistentes era de El Paso. No debe extrañar. El Paso es una ciudad abrumadoramente latina con una importante corriente de solidaridad con los inmigrantes que se expresa en organizaciones históricas, como la Casa Anunciación y el Border Network for Human Rights. Sin embargo, también es sede del Fort Bliss y en ciertos sectores se ha cultivado una mentalidad de guerra contra mexicanos y centroamericanos. La Patrulla Fronteriza es una importante fuente de empleo en la región. Esto explica la existencia de patrioteros y protofascistas a los que apela el trumpismo.
Tras la detención del comandante de la UCP, Larry Mitchel
Hopkins, por haber confiado a varios testigos que su grupo planeaba
matar a Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros, el campamento fue
evacuado de donde estaba instalado. Algunos milicianos abandonaron la
frontera y el grupo cambió de nombre a Guardian Patriots. Desde entonces
combinaron su estrategia de aterrorizar a los inmigrantes con labores
de proselitismo cuyo objetivo era capitalizar el resentimiento local.
Jim Benvie surgió como nuevo el líder y reclutó a Anthony Aguero, del
Partido Republicano en El Paso: un latino con antecedentes criminales
por violencia de género que se hace pasar por periodista. Aguero viste
como fotorreportero y carga un tripié donde monta su celular. Con ese
equipo, ha producido algunos de los videos más horripilantes del grupo.
Benvie y Aguero también organizan actos sociales en restaurantes y
caravanas patrióticasa la frontera para demostrar la vulnerabilidad de las líneas nacionales y justificar el muro de Trump.
Estas acciones ocurren dentro de una maquinaria bien financiada. En
mayo pasado se erigió un muro en una tierra privada a unos metros de la
frontera, en Sunland Park donde habían estado acechando Benvie y sus
seguidores. Son terrenos de una ladrillera, propiedad de George Cudahy y
Jeff Allen, personajes de cierta influencia en la comarca. El proyecto
fue financiado por donantes de todo el país a través de la compañía We
Build the Wall, fundada por Ken Kolfrage y un consejo de administración
donde figura Steve Bannon, artífice de la ideología que llevó a Trump a
la Casa Blanca. Según Debbie Nathan, el paramilitar Benvie fue el
intermediario entre Kolfrage y los terratenientes locales.
We build the wall recaudó 22 millones de dólares vía GoFoundMe. Así
pagaron a la constructora Fisher Enterprises. Tras finalizar la obra,
organizaron un simposio al que asistió Bannon. Explicaron con orgullo la
construcción. El tono de sus palabras es siniestramente parecido al de
Crusius en el apartado de su manifiesto dedicado a discutir las
características y limitaciones del armamento que decidió usar en la
masacre que estaba a punto de perpetrar. Durante el simposio, Tommy
Fishher describió a su maquinaria y mano de obra como un operativo
militar. Lo calificó como
nuestro mini Día D. Otro individuo solamente identificado como Foreman Mike fue más claro: “Esta gente no viene aquí a besar a tu hermana, sino a hacer daño, a robar tu dinero. Esto debe parar. Ustedes, los patriotas americanos, son los que están al frente de este ataque”. Se refería a Benvie y Aguero, y algunos otros seguidores que los escuchaban en una carpa instalada al lado del trecho de muro recién construido, pero también a miles de personas que los seguían por videostreaming. Remató:
Esto es solamente el primer disparo.
Lo ocurrido en El Paso es consecuencia lógica de un elaborado
esfuerzo por expresar, en un sentido pleno, un discurso de odio. Cruisus
tal vez haya sido un tirador solitario, pero sabía que actuaba a nombre
de una misión compartida. El peso de la ley caerá sobre su cabeza en un
estado bárbaro donde aún existe la pena capital, pero debe quedar claro
que no fue él quien detonó el primer tiro.
* Profesor de la Universidad de Texas en El Paso. Novelista,
ensayista y traductor. Es autor de La virgen del barrio árabe (Plaza
& Janés, 1997) y La muerte de la tatuadora (Samsara, 2013). Premio
Chihuahua 95.
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