Jan Jarab*
La Jornada
Hoy, 9 de agosto, se celebra
el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, retomando aquel día de
hace 37 años en el que se dio en Ginebra la primera reunión del Grupo de
Trabajo de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas. Sin
embargo, la atención de las Naciones Unidas hacia la situación y
necesidades específicas de los pueblos indígenas había ya empezado en
1970, cuando la Comisión de Derechos Humanos encomendó a José Martínez
Cobo un estudio general del problema de la discriminación contra las
poblaciones indígenas. Sus conclusiones fueron la semilla de la cual
brotaron, uno tras otros, los varios mecanismos de la ONU para abordar
la situación específica de los pueblos: entre otros, el foro permanente,
la relatoría especial, el mecanismo de expertos. En estos, la
participación de los pueblos indígenas ha sido el elemento más
importante, lo que ha dado solidez y legitimidad a estos mecanismos, así
como a la declaración de los derechos de los pueblos indígenas.
A lo largo de estos años ha sido remarcable la determinación de los
pueblos indígenas en la reivindicación de sus derechos y la capacidad de
articulación que han sabido construir. El camino hacia la realización
de sus derechos ha sido –tanto en México como en el resto del mundo– un
paulatino avanzar, paso tras paso, no exento de obstáculos y a veces de
retrocesos.
En México los pueblos indígenas han sido muy activos; sus luchas han
sabido visibilizar su situación, posicionarse en la agenda pública y
abrir fronteras, recibiendo solidaridad internacional e inspirando a
otros pueblos. Día tras día se oye más fuerte la exigencia de estos
pueblos a la libre determinación y a formas de autonomía que les
permitan vivir y desarrollarse conforme a su cultura y voluntad: desde
la elección de sus propias autoridades, la gestión de la seguridad
mediante policías comunitarias, el manejo comunitario de los recursos
naturales, la asignación del recurso directo a las comunidades, entre
otras. Todo eso está respaldado en la declaración y en parte en la misma
Constitución mexicana.
En este momento se está desarrollando el debate en torno a una amplia
propuesta de reforma constitucional en materia de derechos de los
pueblos indígenas y en el proceso que determinaría su contenido, la
consulta de la misma con los pueblos indígenas. Proceso y contenido: dos
elementos que están profundamente entrelazados cuando hablamos de
pueblos indígenas, siendo el derecho a la consulta y al consentimiento
libre, previo e informado el mecanismo para garantizar muchos más
derechos, empezando por la libre determinación.
Esta reforma tiene una historia. Sus raíces descansan en luchas que
empezaron hace décadas y sus ramas se forjan de las más recientes: desde
el reconocimiento de los pueblos como sujetos de derecho público,
pendiente desde los acuerdos de San Andrés, hasta la modificación del
artículo 115, para el reconocimiento de facultades de los municipios
indígenas y la asignación directa de los recursos públicos, objeto de la
lucha de varias comunidades purépechas de Michoacán.
Sin embargo, esta legitimidad necesita respaldarse en un proceso de
consulta apropiado, es decir, en apego a los principios de libre,
previo, informado, de buena fe y culturalmente adecuado, como marcan los
estándares internacionales en la materia. La realidad es que ante 68
pueblos el desafío de consultar es titánico, pero no imposible.
En su informe de visita a México, la relatora especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas recomendó al Estado mexicano
crear las condiciones para un diálogo sostenido e incluyente con los pueblos indígenasy
crear una nueva relación entre los pueblos indígenas y el Estado basada en la igualdad, el respeto y la no discriminación. Es un reto enorme considerando los siglos de atropellos, despojo y desconfianza, y al mismo tiempo es un objetivo necesario para recobrar la confianza y garantizar la participación y el goce efectivo de los derechos de los pueblos indígenas. Es un reto y un objetivo porque no es algo alcanzable en el corto plazo, pero sí debe ser el horizonte que nos guía, y, para que se cumpla, el Estado debe ir caminando hacia esta dimensión de respeto, diálogo e inclusión.
Si se emprende este camino, consultar a los pueblos conforme a los
estándares será aún difícil e incompleto hoy, pero un hecho mañana. Para
ello necesitamos ser críticos y autocríticos, para que se vaya
construyendo el mecanismo de diálogo en el cual sea efectiva y constante
la participación de los pueblos.
* Representante en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
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