EFE
Tras más de 25 años
trabajando en el ámbito de la prevención de conflictos y la construcción
de la paz, me sigue llamando la atención que la mayoría de mis
interlocutores de "a pie" suelen reaccionar con una aprobación llana,
desprovista de curiosidad sobre lo que implica tal tarea.
Como si
fuera una labor obviamente abocada al éxito; como si la paz, tan
deseable, cayera por su propio peso y llegara al final porque sí. Poco
se difunde sobre lo difícil que es construir paz.
La sabiduría
popular lo dice todo: Más vale prevenir que curar. De la misma manera,
más vale prevenir una guerra que sufrir sus horrendas consecuencias. Es
de lógica. Pero los gobiernos y las sociedades del siglo 21 siguen
invirtiendo muy poco en prevención, aun sabiendo que la alternativa será
afrontar los costes de la violencia, la destrucción, el desplazamiento
masivo y el desarrollo truncado.
Se tarda siglos en crear el
tejido social, remendado e imperfecto, que arropa a comunidades, pueblos
y naciones. Se tarda solo unos días, incluso unas horas de violencia,
humillación y barbarie, en rasgar ese tejido y que la población afectada
sienta que ya nada será como antes. Sabido es que las heridas de la
guerra tardan varias generaciones en cicatrizar, sobre todo en contextos
donde no hay verdad, justicia y reparación y, por lo tanto, persisten
rescoldos de rencor.
Como no podría ser de otra manera, dentro de
Naciones Unidas, creada en 1945 para “preservar a las generaciones
venideras del flagelo de la guerra” se piensa mucho en la materia y se
sistematiza la experiencia reunida. Hace tiempo que se han catalogado
las herramientas que facilitan los acuerdos internacionales o
intra-estatales, así como los mecanismos requeridos después para
construir paz.
No hay más que echarle una hojeada a la página
https://peacemaker.un.org/ para ver que existe una biblioteca virtual de
casi 400 acuerdos de paz, con infinidad de referencias cruzadas, así
como manuales y estudios sobre los mecanismos de diálogo, mediación y
resolución de conflictos.
Sus funcionarios hablan en clave de paz
y trabajan en esa dirección a diario. Existe además un equipo de
mediadores especializados en diferentes aspectos de un conflicto -las
inequidades en el reparto de poder, la lucha por los recursos naturales,
las garantías de seguridad, etc- y dispuestos a volar allí donde puedan
facilitar un proceso.
No es de extrañar que los conflictos
prevenidos sean invisibles. Rara vez salen en los titulares. Pocos
gobiernos desean revelar que han necesitado apoyo de terceros para
evitar un conflicto. Por ello los esfuerzos se hacen en marcos
discretos, usando a menudo lo que en la ONU se llama “los buenos
oficios”.
Por el contrario, las guerras que estallan y sus
terribles consecuencias llenan portadas, hasta que aburren y pasan a
llamarse “conflictos olvidados”. Cuando por fin se establecen las
negociaciones reciben mucha atención mediática; se refleja irritación
por las interminables reuniones que terminan sin progresos visibles, las
conferencias de prensa que revelan poco o nada y las treguas que se
rompen. En definitiva, se refleja la impaciencia social por ponerle
fecha a la paz.
Pero es que los procesos de pacificación son
complejos, arduos y llenos de vaivenes. Hay que hacer que las armas
callen cuanto antes para salvar vidas humanas. Pero de poco sirven los
acuerdos de papel que se quedan en la formalidad.
Una paz “firme y
duradera”, como rezan tantos acuerdos de las últimas décadas, requiere
haber hurgado en las raíces políticas, económicas, sociales y étnicas
del conflicto, haber oído a todos los sectores agraviados y haber
intentado corregir las inequidades, exclusiones e injusticias que
causaron el enfrentamiento, aplicando estándares actuales de derechos
humanos y derecho internacional.
De entrada, los que trabajan por
la paz saben que, así como los conflictos suelen tener actores externos
que alimentan el fuego, también para acabar las guerras tiene que haber
un contexto propicio, una sintonía internacional o regional que
apadrine tal proceso.
Por otro lado, hace falta una voluntad
manifiesta, y ojalá sincera, de las partes enfrentadas por llegar a un
acuerdo. Dos no pelean si uno no quiere. Por esa misma lógica, no se
llegará a la paz, si uno de los contendientes no la quiere en el fondo.
En ese contexto, es fundamental conocer la naturaleza de los “spoilers”,
como se llama en la jerga de la pacificación a las fuerzas saboteadores
u obstruccionistas, a veces encubiertas, que -por razones geopolíticas,
financieras o culturales- se dedican a serruchar el piso a cualquier
acercamiento.
Igualmente clave es conectar con los “enablers”,
los habilitadores que reúnen condiciones especiales para alentar o
incluso presionar a una o a las dos partes hacia el acuerdo. El trabajo
del mediador es identificar todos estos condicionantes, calibrar sus
influencias y ayudar a acordar una agenda común.
¿Cómo avanzan
los procesos? Usualmente en un clima de confidencialidad acordada para
facilitar que las diferencias se resuelvan. Se trasladan las
conversaciones a lugares lejanos, percibidos como neutrales y sin
distracciones. Se crean también espacios para que los enemigos puedan
conocerse mejor y hablar sin testigos. Se avanza poco a poco en la
agenda convenida, cambiando el orden de los factores cuando se llega a
un impasse. Se habla poco o nada en público, se transmiten solo los
logros, y mejor aún en comunicados conjuntos. Se ponen plazos, sabiendo
que rara vez se cumplirán; lo importante es llegar a firmar algo viable
para todos antes de que se pase la etapa política propicia para avanzar.
El
día en que se firma la paz es un día de renovación y esperanza; pero
una vez oídas las fanfarrias, y derramadas las lágrimas de alegría, es
aún más importante el día después, cuando se tiene que poner en marcha
lo pactado para que las víctimas de la guerra sientan que de verdad se
acabó el horror y que empieza un nuevo futuro.
Para ello tienen
que estar listos los procesos de implementación y de verificación,
también complejos, arduos y llenos de vaivenes. Pero esa es otra etapa.
Denise Cook Maude, exfuncionaria de la ONU, trabajó en los procesos de paz de Centroamérica y Colombia
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