Octavio Rodríguez Araujo
Bien señala La Jornada
(01/08/17) que la oposición no presentó candidatos a la elección del
pasado 30 de julio para formar la Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Hubiera sido absurdo que los presentara pues para la oposición la
Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015 no sólo es legal sino
legítima (y no le falta razón): el 6 de diciembre de 2015 votó 73.75 por
ciento de los ciudadanos empadronados (es decir 19 millones 504 mil
106), de los cuales la derecha, aglutinada en la Mesa de Unidad
Democrática (MUD), obtuvo 7 millones 726 mil sufragios (65.27 por
ciento) y el partido oficial 5 millones 622 mil 844 (32.93 por ciento).
Es así que el total de votos en 2015 fue ligeramente superior a los
13 millones, 5.2 millones más que en los comicios para la ANC del
domingo pasado, por lo que es posible deducir que en éstos la abstención
fue mayor que la participación. ¿Por el ambiente de amenazas y de
disturbios? Puede ser, pero los datos duros señalan que la Asamblea
Nacional derivada de 2015 tuvo mayor votación que la elección de la ANC
que atrajo sólo a 41.53 por ciento de los ciudadanos registrados por el
Consejo Nacional Electoral. Con estos datos ¿cuál Asamblea tiene mayor
legitimidad, la votada en 2015 o la nueva que será constituyente?
En la elección de Maduro en 2013 la participación electoral fue de 15
millones, de los cuales el actual presidente obtuvo 50.61 por ciento (La Jornada, ídem).
En aquellos momentos ya se pensaba que el chavismo no las tenía todas
consigo y que Venezuela estaba polarizada, dividida en dos partes casi
iguales (49.12 por ciento en favor de Capriles de la MUD). Si tomamos en
cuenta la abstención del domingo pasado, podemos inferir que dicha
polarización ha aumentado pero no precisamente en favor del chavismo o,
si se prefiere, de Nicolás Maduro.
Cierto es que el gobierno de Maduro ha sido bombardeado por las
derechas internas y externas, particularmente encabezadas por el
gobierno nada confiable de Washington y sus lacayos en América Latina
(México, Brasil, Perú, Colombia, principalmente), pero no menos cierto
es que, a pesar de tales agresiones, la popularidad del presidente
venezolano y su ANC no es menor a la obtenida por Chávez en su ANC de
1999. La nota citada de La Jornada parece decir que la ANC de
1999 se ganó con un porcentaje mayor que la de Maduro, pero es inexacto.
Sí es correcto decir que de la participación habida en 1999 la ANC fue
aprobada por 87.75 por ciento de la participación, pero si se comparan
los votos de aquel referéndum con el número de electores registrados el
resultado es muy distinto: 37.75 por ciento con una abstención de 62.35
por ciento. Las derechas, que han aceptado la Constitución aprobada en
1999, no podrán decir que la constitución que resulte de la ANC de
Maduro tiene menos legitimidad. En la elección de ambas ANC la
abstención ha sido mayor que la participación. Preocupante.
Sin embargo, la división de Venezuela en dos posiciones
partidarias radicalmente opuestas opera cuantitativamente en favor de
las derechas que fueron derrotadas en la elección de constituyentes,
pero no vencidas. Toca esperar si la nueva ANC sustituirá a la Asamblea
Nacional legal y legítima (Poder Legislativo), si tal sustitución será
legal de acuerdo con la Constitución vigente (que lo será hasta que haya
una nueva constitución), si el gobierno permite, como todo régimen
democrático, que la oposición mantenga su espacio sin ser reprimida, que
ésta acepte que está en desventaja en relación con el poder y que
conduzca su lucha por la vía pacífica y civilizada. Esto mismo se espera
del gobierno y también que no haya presos políticos.
Personalmente dudo que la nueva constitución que produzca la recién
elegida ANC sea sometida a la ratificación de un referéndum y que no
salga del sombrero del mago en calidad de madruguete para someter a la
oposición tanto empresarial como política. Si esto ocurre se le darán
armas a las derechas internas y externas (y también a las izquierdas no
maduristas, que obviamente existen) para reprobar las supuestas
intenciones de Maduro de pacificar su país por la vía del diálogo y el
entendimiento unitario en la pluralidad de la que tanto habló Hugo
Chávez.
Aunque no me simpatice Maduro, como lo saben todos mis lectores, no
puedo estar de acuerdo en que otros países, comenzando por Estados
Unidos, se metan en la vida de Venezuela y traten de imponer un régimen
que, bueno o malo, corresponde sólo a la voluntad de los venezolanos.
Ojalá que éstos, los venezolanos, sepan cómo salvar a su país de la
evidente crisis que está viviendo. Mucho está por escribirse sobre el
tema que, dicho sea de paso, no debería verse en blanco y negro sin
tomar en cuenta las distintas tonalidades intermedias que suelen ser
grises.
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