Olvidados e invisibles
Migrantes centroamericanos, niños e invisibles
Como lo han venido señalando desde hace años organizaciones de derechos
humanos y activistas de variado cuño de diversos países, el fenómeno
social de los niños migrantes centroamericanos que se dirigen a Estados
Unidos (EU) no es nuevo y tiene una larga y compleja génesis que hunde
sus raíces en la historia de los países de origen y en la intrincada
geopolítica de los intereses norteamericanos en esa porción de América
latina a lo largo del siglo XX e inicios del XXI. Por años la migración
de niños fue una piedra incomoda en el zapato de varios gobiernos de
las regiones de Centro y Norteamérica, situación de la que se
desentendían casi por completo desviando la mirada y minimizando el
asunto. Mucho antes de que alcanzará las sorprendentes dimensiones que
ahora la hacen “visible” a la sociedad mexicana e internacional, esta
migración ya era un problema que, por sus características y no sólo por
sus proporciones numéricas, era ya estremecedor y suficientemente grave
por sí mismo:
(1) Los niños migran en condiciones de clara precariedad
económica y social.
(2) Los migrantes son niños y adolescentes que no
migran por gusto y voluntad, sin porque se ven obligados a hacerlo y
sin documentos migratorios.
(3) Dadas las características de los
procesos de movilidad espacial durante en su tránsito a EU y sin la
protección de los Estados centroamericanos y de México, los niños y
adolescentes están expuestos a situaciones de excesiva vulnerabilidad y
riesgo de su integridad física y su propia vida, donde las vejaciones y
abusos son constantes.
(4) Es un proceso social que, lejos de
estabilizarse o/y decrecer, se incrementa de forma exponencial de
manera anual.
(5) Y, finalmente y si logran culminar la trayectoria
migratoria hacia el país de destino, los niños migrantes padecerán
condiciones de marginación y criminalización que experimentan en EU por
la falta de documentos migratorios; a estos migrantes, ni en la
frontera de mexicana ni en EU (una vez que son detenidos), se les
reconoce y respeta su condición de niños y ni las prerrogativas a que
tienen derecho, tampoco se les otorga la condición de refugiados a la
que tendrían derechos dadas las situaciones de violencia y riesgo a las
que están expuestos en sus países de procedencia.
Estos niveles de
exclusión que viven los niños migrantes centroamericanos en las
diversas etapas y lugares de su trayectoria y experiencia migratoria
(lugar de origen, desplazamientos por los sitios de tránsito y los
espacios de llegada) han sido documentados y denunciados de manera
profusa y constante por diversos actores, agencias e instituciones
relacionadas al tema de los derechos humanos, la migración y la niñez.
Una pregunta que queda sobre el aire y que, no pocos ya han formulado,
es: si los derechos humanos (y en este caso los de los niños) tiene un
supuesto carácter universal e inalienable, ¿Por qué, en el contexto de
los Estados nacionales de México y EU, se les escatiman y regatean sus
derechos a estos infantes y jóvenes centroamericanos? ¿Por qué no se
les da el trato de niños y refugiados, si a todas luces son ambos?
¿Pasaría lo mismo se si trata de un niño norteamericano o de la Europa
occidental? Entonces ¿La garantía y el ejercicio de los derechos
humanos son un asunto de geopolítica y su cumplimiento depende de los
intereses y poderío económico, político y militar de los países
involucrados?
Dimensiones del fenómeno, magnitud de la indiferencia
Fue hasta que el número de casos y la gravedad de los testimonios
registrados llegaron de manera mucho más frecuente y masiva a las
pantallas de televisión, las primeras planas de los periódicos, las
notas principales de los noticieros, los portales de Internet y las
programaciones de las emisoras de radio que a esta migración se le
“atribuye” una magnitud colosal. En este sentido, lo que ha vuelto a
esta migración un tema “visible” y “apremiante”, más allá de los
profundos niveles de exclusión y violencia, son las dimensiones
sociodemográficas que presenta actualmente y la atención mediática que
se le ha dado al asunto. Y, sin duda, los números son abrumadores, pero
no sólo por su carácter estadístico, sino por las experiencias de dolor
individual y socialmente acumulado en estos procesos de movilidad
geográfica forzada. Según datos de la patrulla fronteriza y del
gobierno norteamericano, en la zona limítrofe internacional entre
México y EU, entre octubre de 2013 y mediados de junio del 2014
intentaron cruzar la frontera más de 52 mil menores, procedentes
principalmente de tres países: Honduras (con 15,027), Guatemala (con
12,670) y El Salvador (con 11,436). La cifra total de niños migrantes
prácticamente se duplicó respecto al año anterior, en el mismo periodo;
a esto habría que agregar el número de niños migrantes mexicanos que
también ronda en miles. En menos de 5 años, esta migración
centroamericana creció exponencialmente. En 2009 se registraron 1,221
menores salvadoreños y para 2014 la cifra se multiplicó aproximadamente
por 10 al llegar a 11,436. Por su parte, Guatemala, en un patrón de
incremento parecido a El Salvador, pasó de 1,115 niños en 2009 a 12,670
en 2014. Y, Honduras, país con el mayor número de niños migrantes y con
el crecimiento migratorio proporcional y neto por año más grande, pasó
de 968 en 2009 a 15,027 en 2014. Se trata, además, de una migración
forzada debido a las condiciones de vida que tienen estos niños en sus
países de origen. Más que sólo migrantes, estos infantes tendrían que
ser reconocidos por EU y México como refugiados y menores de edad.
Migración, saldos y resultados del deterioro
Ahora bien, las causas que propician la salida no voluntaria de estos
niños y adolescentes son diversas y contemplan, entre otros, el
siguiente abanico de procesos: (1) Situaciones de precariedad material
vinculadas a la pobreza rural y urbana, que impelen a salir a buscar
otras alternativas fuera de los lugares de origen. La migración y su
promesa del norte son una de las estrategias a las que, de manera
masiva, se recurre para tratar de mejorar la situación de vida. A
semejanza de lo acontecido en México y resultado de la imposición
internacional de las políticas neoliberales en el agro, el campo y los
sectores rurales agrícolas de estos países sufren de un fuerte y
crónico abandono; después de décadas de una aplicación ciega y rígida
de modelos económicos de libre mercado y desmantelamiento del Estado de
bienestar, los saldos son claros e irrefutables: pobreza y exclusión
social para la gran mayoría. (2) Otra de las motivaciones de esta
migración es huir de los procesos de violencia que padecen las
comunidades rurales y las ciudades de esa región de Centroamérica.
Derivados de una larga historia de conflictos sociales y armados (las
guerras de El Salvador y Guatemala y el golpe de estado de hace unos
años en Honduras) relacionadas a la intervención del gobierno
norteamericano en la región desde hace décadas, estos países,
particularmente El Salvador y Honduras, tienen niveles de criminalidad
y asesinato muy elevados.
En estos contextos históricos y geopolíticos
y a fin de entender la situación de violencia de estos países, no se
puede omitir el papel de asesoría y soporte militar, político y
económico que el ejército y el gobierno de EU proporcionó a los grupos
contra-insurgentes en El Salvador y Guatemala a fines del siglo XX, así
como el apoyo a los golpistas en Honduras a fines de la década del
2000. Tampoco hay que omitir la política norteamericana de control e
intervención económica y social en la región. De acuerdo a datos y
estadísticas de la ONU, El Salvador y Honduras se ubican entre los
países más violentos del mundo y con unos de los mayores índices de
homicidios; en estos países la violencia vinculada al crimen y a la
presencia de pandillas (como Barrio 18 y la Mara en El Salvador) se ha
vuelto una condición extrema que atenta contra la vida y la persona de
los niños, adolescentes y jóvenes de estas naciones. Esta migración de
miles de niños hacia EU es, en buena medida, resultado del papel
intervencionista que EU jugó en la región a fines del siglo pasado y
principios del XXI y que condujo al actual deterioro de la vida y el
tejido social de estos países centroamericanos. Hoy estos niños
migrantes, y sus respectivas historias de marginación y violencia, son
el resultado y reflejo de las medidas, políticas y programas que el
gobierno norteamericano llevo a cabo en la región desde hace décadas.
(3) Junto a lo previamente señalado, otro de los motivos y detonantes
por el que migran los niños es la reunificación familiar con sus padres
ya que están en EU desde hace años. Antes que sus hijos, los padres de
estos niños salieron tiempo atrás de sus hogares y se fueron a EU en
busca de mejorar sus condiciones de vida.
El tránsito, entre la vulnerabilidad y la extorsión
La travesía que llevan a cabo estos niños supone un desplazamiento de
miles de kilómetros y de varios días y semanas, durante los cuales
estos menores tienen que sortear y hacer frente a diversas situaciones
de diversa índole. Este viaje deviene en una situación de riesgo
permanente, donde, a través múltiples de medios de transporte
(autobuses, el tren de carga “la bestia”, el desplazamiento a pie),
tratan de llegar al norte de México y de ahí cruzar la frontera
internacional México-Estados Unidos. Durante el “tránsito” estos niños
están sujetos a diversos niveles de vulnerabilidad en razón de sus
características como migrantes. Así, dada su edad, su condición de
migrantes sin documentos migratorios, su situación de centroamericanos
en tránsito por México y hacia EU, su precariedad material y apremiante
necesidad de trabajo, están sobre expuestos a un mayor número de abusos
y agresiones. La lista de agravios que sufren los migrantes y los niños
migrantes centroamericanos es larga: extorsiones, robos, violencia
física y psíquica, mutilaciones, violaciones, abusos sexuales, tráfico
de personas, forzarlos a la prostitución, secuestros, privación de la
libertad y asesinatos. Estos abusos son perpetrados por una gama de
diversos individuos, grupos, organizaciones e instituciones:
criminales, grupos de la delincuencia organizada y el narcotráfico (los
Zetas), pandillas (la Mara), autoridades mexicanas de nivel municipal,
estatal y federal, la boder-patrol; cada uno de ellos lucran y se
aprovechan de la indefensión de estos migrantes en tránsito. Los niños
y los migrantes adultos se vuelven medios y monedas de cambio mediante
los cuales los sectores y grupos previamente mencionados obtienen
recursos económicos. En este sentido, aunque los marcos jurídicos
internacionales pregonen que para los Estados nacionales la vida humana
(especialmente la de los niños) es invaluable y que se tiene que
conservar y ponderar a toda costa, los hechos previamente señalados
muestran lo contrario.
La otra cara de la moneda, los grupos por respeto y los derechos de los migrantes
No obstante, frente a este fenómeno, hay también individuos, colectivos
y asociaciones de la sociedad civil, de defensa de los derechos
humanos, de religiosas y feligreses que, mediante diversas acciones de
variado carácter (de asistencia social, de beneficencia, de asesoría
jurídica y legal, de difusión de los derechos, de supervisión y
seguimiento de la autoridades), tratan de contribuir a mejorar las
precarias y riesgosas condiciones en que viajan estos migrantes.
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