Notas - Periodismo Popular
Las
elecciones del domingo en Bolivia son un enorme aliciente para los
procesos de cambio en América Latina. Sin embargo, el ballotage del
próximo 26 de octubre en Brasil se cierne como una amenaza mucho más
peligrosa de lo que, hasta ahora, se ha planteado.
La esperanza
Evo
Morales arrasó en las elecciones presidenciales y seguirá al frente de
la revolución boliviana, al menos, hasta el año 2020. Este triunfo
apuntala uno de los procesos de cambio más radicalizados y disruptivos
de nuestro continente y el mundo.
El primer presidente indígena
de la historia está haciendo el mejor gobierno que jamás haya visto
Bolivia. Y no sólo desde una perspectiva de izquierda o progresista si
no, incluso, en términos macroeconómicos de corte liberal. Ha logrado
estabilidad política y económica acompañada de una fuerte mejora en las
condiciones de vida de la población.
Todo esto se ha logrado no
sin enfrentar poderosos enemigos internos y externos, con la Embajada
de Estados Unidos a la cabeza. Vale recordar el intento de
“balcanización” de Bolivia impulsado por el imperialismo que intentó
separar a la “Media Luna” oriental del resto del país.
Pero la revolución logró superar esas etapas que tan bien logró teorizar su más lúcido intelectual, el vicepresidente Álvaro García Linera. Y así se llegó al momento actual que el propio Linera define como de “tensiones creativas”.
En
resumidas cuentas esto supone que ahora la disputa y la dinámica social
se da dentro del proceso revolucionario y las tensiones que se
presentan (manifestadas muchas veces en disputas de los propios
movimientos sociales con el gobierno y el Estado) son en pos de mejorar
el proceso y, a su vez, lo que hace que este avance y mejore.
Concretamente
esto se puede observar en el apoyo brindado por la Central Obrera
Boliviana (COB) a Evo Morales en las últimas elecciones. Poco más de un
año atrás la COB (que tiene un importante peso en la economía debido a
su fuerza entre los mineros) enfrentaba a muerte al gobierno por un
aumento salarial y mejores condiciones laborales. Una clara “tensión
creativa” que se resolvió y la revolución sigue avanzando.
La amenaza
La
contracara de Bolivia es sin dudas Brasil. Con el agregado de que el
peso regional (político y económico) es abismalmente diferente.
El gigante sudamericano se encamina a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el próximo 26 de octubre.
Allí la actual mandataria por el Partido de los Trabajadores (PT),
Dilma Rousseff deberá enfrentar al candidato del Partido
Socialdemócrata, Aecio Neves.
El escenario es completamente
desalentador. El gobierno del PT viene del desgaste lógico de 12 años
de mandato, sumado a que efectivamente no produjo una transformación
estructural de Brasil. Sus políticas, de corte neodesarrollista,
apuntaron a un modelo más parecido al del “capitalismo serio” argentino
que uno de corte revolucionario como el de Venezuela, Bolivia o
Ecuador. Así los clivajes de poder en Brasil siguen en manos de los
mismos sectores de siempre.
Si a eso le sumamos una
conflictividad social no tan lejana, como las enormes movilizaciones de
2013 encabezadas por el Movimiento Passe Livre o las protestas contra
el Mundial, la elección ya venía complicada de antemano.
Neves,
por su parte, es el representante de la Nueva Derecha latinoamericana
(como Capriles en Venezuela, Mauricio Rodas en Ecuador o Scioli, Macri
y Massa en Argentina). Al igual que otros, está apoyado por una
estructura partidaria tradicional pero con un discurso aggiornado a los
nuevos tiempos.
Sus 35 puntos en primera vuelta -a solo cinco de
Dilma- y el apoyo de Marina Silva, que con 21% se ubicó tercera, deja
al candidato socialdemócrata con serias chances de ganar. Su triunfo
implicaría un giro brutal en el equilibrio geopolítico de la región.
Y
aun en caso de resultar vencedora Dilma, el poco margen de votos se va
a traducir indudablemente en poco margen a la hora de gobernar. La
burguesía brasileña no dudará en presionar por menos políticas sociales
y mayores beneficios para su sector tal como ya viene haciendo.
¿El futuro ya llegó?
Desde
los años 60 que se puede observar el desarrollo de Brasil como potencia
“subimperialista” de América del Sur. Es decir, una especie de sargento
del imperialismo mundial que tiene su propia área de influencia. Pero
como tal, también tiene su relativa autonomía.
Así los gobiernos
de Lula y Dilma, de corte progresista y neodesarrollista, hicieron de
punto medio entre los procesos más radicalizados y aquellos que
mantuvieron posiciones conservadoras y/o neoliberales.
De esta
forma, por ejemplo, fue fundamental el reconocimiento de Brasil al
ajustado triunfo de Maduro en Venezuela en las elecciones
presidenciales de 2013 o en la defensa de la integridad territorial de
Bolivia.
Pero también hizo de contrapeso a los proyectos más de
avanzada en lo que a integración regional se refiere. Por ejemplo, el
Banco del Sur, iniciativa que busca romper con la dependencia de
organismos multilaterales de crédito como el Banco Mundial o el Fondo
Monetario Internacional está trabado en el Congreso brasileño.
Este
fino equilibrio que la potencia más importante de la región supo
mantener en la última década puede cambiar abruptamente con un triunfo
de Aecio Neves.
Un acercamiento a los gobiernos de la Alianza del
Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México), la profundización de las
políticas más regresivas a nivel continental como el tratado de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea y el definitivo estancamiento de las políticas de integración regional, serían una realidad.
Si
a eso le sumamos que en Argentina, sin dudas el 2015 encontrará un
gobierno más a la derecha que el actual, el horizonte latinoamericano
se oscurece.
Bolivia, Venezuela, Ecuador y obviamente Cuba,
aparecen como los reductos de esperanza pero también de resistencia
para los próximos años. Efectivamente los gobiernos con proyectos más
transformadores y de izquierda son los que emergen como aquellos
capaces de construir una alternativa.
Mientras tanto, los
gobiernos de corte progresista y neodesarrollista mostraron sus enormes
limitaciones que ahora se aprecian en un avance notorio de la derecha
continental.
El porvenir no parece venturoso, habrá que
prepararse para una nueva etapa en América Latina donde la unidad de
los sectores populares será fundamental para enfrentar la siempre
latente ofensiva imperialista.
El 26 de octubre en Brasil se jugará gran parte de ese futuro.
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