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lunes, 25 de noviembre de 2013

La futilidad testimonialista




Editorial La República

Las correlaciones de fuerzas políticas y las perspectivas de corto y mediano plazo en varios países latinoamericanos, especialmente en los más al sur, comienzan a dirimirse aunque de manera asincrónica y desigual. Argentina viene de celebrar sus elecciones legislativas en las que se advirtió un crecimiento y recomposición de la derecha junto al proporcional debilitamiento del insípido y contradictorio progresismo oficial y una tenue presencia de la izquierda orgánica en la representación, que sin embargo es avizorada como histórica en virtud de que por primera vez logra ingresar 3 diputados nacionales sobre un total de 257 representantes. Este crecimiento de la izquierda radical no compensa en absoluto el drenaje de votos que el kirchnerismo sufrió en beneficio de la derecha, aunque aún conserve quórum propio en ambas cámaras por el carácter parcial de la renovación de escaños. A la vez, el estilo excluyentemente personalista del liderazgo oficial, sumado a la ausencia de organicidad de su estructura y a las prácticas clientelistas, no le concede al país los mejores augurios en materia de cambios, distribución de riquezas o ampliación de derechos, aunque no es poco lo logrado hasta ahora, si consideramos que se partió de una fuerza con antecedentes históricos progresistas bastante escasos y carentes de decisión colectiva alguna.

Chile, por su parte, tuvo su primera vuelta el fin de semana pasado y Honduras celebra sus elecciones hoy mismo. En Brasil, se viene instalando lentamente el debate sobre las alianzas que garanticen la continuidad del progresismo y en Uruguay el Frente Amplio celebra este mismo fin de semana su Congreso Extraordinario en el que se terminará de elaborar el programa para el próximo período de gobierno, además de formalizar las precandidaturas presidenciales. En este Frente (por ser una experiencia inédita en el mundo de convergencia unitaria de amplias fracciones reformistas y revolucionarias y venir detentando el gobierno por casi 8 años con mayorías parlamentarias propias) las deliberaciones, particularmente si se desarrollan con sinceridad y efectiva confrontación fraternal, serán sumamente iluminadoras de los alcances y límites de la experiencia, no sólo para el propio país. En virtud de ello, vine a Montevideo para presenciarlas.

Hipotetizo que en todas estas experiencias, la relación entre progresismos (o si se prefiere reformismos) e izquierdismos, sus distancias, o inversamente sus alianzas, articulaciones y organicidades, constituye una variable decisiva para la transformación de las sociedades en la coyuntura capitalista actual, aunque no pueda deducirse de esta relevancia una receta válida para cualquier momento y lugar. Cada formación social nacional presenta agendas propias muy específicas, y particularmente desiguales en América Latina, que surgen de su historia económica, social y política, de agrupamientos políticos más antiguos o más recientes sobre los que debería poder trazarse una línea ideal de delimitación entre la acumulación de fuerzas políticas capaz de comenzar a efectivizar respuestas a esas agendas y la conservación del statu quo, o peor aún, de la regresión. No por simplista y grosera debe excluirse como muy básica y primigenia desagregación en cada circunstancia, la distinción entre izquierdas y derechas.
Pero para ceñirnos a acontecimientos políticos recientes, la elección chilena parece haber despejado el fantasma aterrador de la continuidad reaccionaria del neopinochetismo encarnado en el actual presidente Sebastián Piñera y su pretendida sucesora Evelyn Matthei.

Un pequeño paso que lejos de anunciar una dirección cierta, abre enormes interrogantes sobre el rumbo futuro tanto nacional como en relación con el mundo y la región. Si bien la tradicional “Concertación” integrada por los cuatro partidos históricos de esa coalición (el Demócrata Cristiano, el Partido por la Democracia, el Partido Socialista y el partido Radical Socialdemócrata) devino hoy el Pacto “Nueva Mayoría” (con la incorporación del Partido Comunista, la Izquierda Ciudadana y algunos otros grupos menores) no debería deducirse de la expansión de la alianza un crecimiento de la politización. Quizás como nunca antes, la batalla principal fue librada contra la indiferencia ciudadana, cosa que no debe atribuirse, al menos con exclusividad, a la modificación de la ley electoral que estableció el carácter voluntario del voto.
De entre los 9 candidatos presidenciales, el triunfo de Michelle Bachelet con casi el 47% de los votantes, contra el 25% de su inmediata perseguidora, le otorga una victoria prácticamente irreversible para la segunda vuelta, lo que lleva a asegurar un próximo escenario de gobierno de la “Nueva Mayoría”. De este modo, se logró además garantizar las mayorías parlamentarias en ambas cámaras, lo que resulta indispensable para realizar cambios importantes, cualquiera sean las expectativas que se tengan respecto a tales cambios a partir del balance de las gestiones de la Concertación.

Entre los restantes, la izquierda no ha superado un umbral de escasísima relevancia. ¿Faltarán acaso luchas sociales y nuevas demandas de derechos que la impulsen a un mayor protagonismo y visibilidad? Todo lo contrario. No sólo en Chile sino también en la mayor parte de América Latina, se desarrolla una escalada de luchas reivindicativas diversas en las que las izquierdas tienen un importante protagonismo que sin embargo, en varios países puntuales, no se traducen en un reconocimiento electoral. Para referirlo a dos de los países mencionados, no es muy diferente el caso chileno respecto al argentino. Algo que en un artículo publicado en la página rebelión.org, Marco Álvarez Vergara llama “crisis electoral testimonial”. Sostiene que en verdad el pobre desempeño de la izquierda no es un producto exclusivo de esta coyuntura histórica en particular, sino que se ha perpetuado de forma constante, incluso con regularidades cuantitativas a lo largo de las dos últimas décadas. La izquierda chilena no logra despegar. La particularidad en este caso es la división en tres ofertas electorales competitivas entre sí, excluyendo ahora al Partido Comunista que se incluyó en la coalición triunfante.

Independientemente de que la cosecha electoral haya resultado beneficiosa para este partido, lo cierto es que algunos representantes de las luchas sociales, de la estudiantil (y educativa) en particular, lograron obtener bancas precisamente de la mano de la Nueva Mayoría. Las dirigentes estudiantiles (hoy ya graduadas) Camila Vallejo y Karol Cariola, conocidas protagonistas en las históricas protestas y movilizaciones por una educación gratuita, son hoy parlamentarias a las que se suman a otros dos líderes que llegan por caminos más previsibles desde la propia izquierda. No llamaría la atención, sin embargo, que el Partido Comunista reciba críticas por oportunismo desde los partidos de izquierda. Y más precisamente a Vallejo, quién hace apenas un año afirmó en un reportaje en el diario “El País” de Madrid que “j amás estaría dispuesta a hacer campaña por Bachelet ni a llamar a los jóvenes a votar por ella. Nadie me asegura que su programa sea representativo de las ideas que el movimiento estudiantil ha planteado”. Considero que la problemática del oportunismo no es independiente de la delimitación de la estrategia y la identificación del enemigo, y que la representatividad sobre las demandas sociales no depende tan directamente de la personalidad o de la historia de candidatos o partidos, sino de la incorporación de protagonistas tanto en los cargos cuanto en la elaboración programática. Posiblemente tuviera razón Vallejo cuando afirmaba que Bachelet no pergeñaba representar o acompañar las demandas estudiantiles. Pero nadie puede pasar por la conformación de una alianza y menos aún de una coalición amplia o un frente, sin sufrir alteraciones programáticas y estratégicas. Si el objetivo es la pureza absoluta, entonces no habrá mejor camino que la soledad, ni otra desembocadura que la impotencia política.

¿No debiera celebrarse que la antigua Concertación hoy devenida Nueva Mayoría, que en 20 años de gobierno no modificó un ápice el elitista sistema educativo heredado de la dictadura, se proponga hoy una transición hacia la gratuidad? ¿Y no es un paso adelante que por fin se ponga en cuestión y se intente sustituir la constitución de Pinochet? ¿No se abre una oportunidad de reforma más amplia y profunda de la arquitectura tributaria que aquella que inevitablemente exige el cambio de modelo educativo?

El carácter más o menos reformista o revolucionario de los objetivos no están dados en un catálogo universal de medidas sino por un conjunto de factores históricos, objetivos y subjetivos de cada país en cada momento, que determinan no sólo su alcance hipotético sino fundamentalmente su factibilidad y sus riesgos. Pensar la estrategia de transformaciones desde la realidad y la factibilidad no debería conspirar contra la pedagogía política y la narrativa testimonial. Pero lo que intento subrayar es que el dar testimonio no puede sustituir el fin último de todas las izquierdas y también de los progresismos que consiste en la transformación de las sociedades en la dirección de nuevas conquistas materiales y simbólicas.

De lo contrario, será la derecha la que aproveche la impotencia testimonialista para liquidarlas.


Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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