Hoy hace 50 años el
dirigente social Martin Luther King fue asesinado en Memphis, Tenesí,
adonde había acudido para dar su apoyo a trabajadores del servicio local
de limpia, quienes realizaban una huelga. Tras su muerte, ese pastor de
la Iglesia bautista, nacido en Atlanta, en 1929, ha sido reconocido en
Estados Unidos y en el mundo como una figura universal de los derechos
civiles, la lucha social pacífica y el combate a la discriminación
racial.
Su participación fue decisiva en la conquista del derecho al voto y
el término formal de la segregación racial, marcado por las leyes de
derechos civiles (1964) y de derecho de voto (1965), con las cuales
Estados Unidos dejó de ser, de manera oficial, un Estado racista aunque,
en los hechos, este problema persista en ese país en formas flagrantes.
Por esa vertiente de su lucha el dirigente negro ganó el Premio Nobel
de la Paz en 1964, cuando apenas tenía 35 años.
Con palabras que conservan una vigencia estremecedora a seis décadas
de pronunciadas, King denunció, tras un ataque con arma blanca que
estuvo a punto de costarle la vida, en 1958,
el clima de odio y amargura que impregna a nuestra nación. Años más tarde, en otra frase que resulta de plena actualidad, el luchador social se refirió al gobierno de su país como
el mayor proveedor de violencia en el mundo. El recurso a la desobediencia civil pacífica le valió al dirigente pacifista ser víctima de espionaje, represión y cárcel en varias ocasiones, así como de varios atentados por parte organizaciones supremacistas blancas.
Por otra parte, lo enorme conseguido por King y su movimiento en
materia de no discriminación no debe opacar su legado como líder
antibélico, en concreto su papel en las movilizaciones contra la guerra
de Vietnam, ni su determinación de hacer frente a las severas
desigualdades socieconómicas que persisten, a la fecha, en la mayor
potencia del planeta. Se olvida, con frecuencia, que King criticó las
tradicionales alianzas de Washington con las oligarquías
latinoamericanas y de los países periféricos en general, y en los
últimos años de su vida orientó sus acciones hacia la lucha contra la
pobreza generada por
el capitalismo tradicional, que afectaba a los negros, pero también
a los amerindios, los puertorriqueños, los mexicanos y a los blancos pobres.
Fue asesinado cuando preparaba una gran movilización de los
necesitados que habría de dirigirse a la capital de Estados Unidos para
reclamar al Congreso una
declaración de los derechos humanos de los pobres, y queda en el aire la pregunta de si tras su eliminación física hubo un designio criminal de detener esa marcha. Lo que no ha podido ser eliminado, en todo caso, es la vigencia del pensamiento de Martin Luther King, hoy más necesario que nunca, y no sólo dentro de las fronteras estadunidenses.
En reacción a la caravana denominada Viacrucis del
migrante, en la que participaron cientos de centroamericanos –algunos de
los cuales pretendían llegar a la frontera norte de nuestro país–
quienes quedaron varados en Matías Romero, Oaxaca, el presidente de
Estados Unidos, Donald Trump, amenazó ayer con emplazar efectivos
militares en la frontera sur de su país, cancelar su participación en la
renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) y suspender la ayuda monetaria de Washington a Honduras.
Cuando quedó claro que la marcha de los migrantes no podría continuar
y se había dispersado a petición del gobierno mexicano, éste, por medio
del embajador Gerónimo Gutiérrez, pidió formalmente al Departamento de
Estado una explicación sobre el despliegue de tropas y calificó ese acto
como
no bienvenido. Horas más tarde, el canciller Luis Videgaray aseguró en Twitter que la política migratoria mexicana se ejerce de manera soberana y conforme a derecho y
no a partir de presiones o amenazas externasy aseguró que la caravana se dispersó
por decisión de sus participantes. Una parte de ellos decidió continuar su viaje hacia Estados Unidos en pequeños grupos, en tanto que otros expresaron su deseo de permanecer en México.
El mandatario del país vecino no desaprovechó la oportunidad para
fabricarse una victoria y colocar al gobierno mexicano en una situación
embarazosa, al asegurar que éste acató la demanda de disolver al grupo
de migrantes;
lo hizo porque les dije que tendrían que hacerlo, sostuvo el magnate republicano, quien en días previos dibujó un panorama grotescamente distorsionado del grupo de migrantes, a los que describió prácticamente como una horda que se acercaba a territorio de Estados Unidos para internarse en él, aprovechándose de las
débilesleyes migratorias de ese país. Tal panorama resultaba tan falso como eficaz para agitar la histeria xenofóbica de importantes sectores de la sociedad estadunidense, a la que el propio Trump debe, en parte, su triunfo electoral del año antepasado.
Con la escenografía de una nación a punto de ser tomada por asalto
por bárbaros procedentes del sur, el mandatario completó el montaje con
un alarde de hostilidad y prepotencia militar por demás innecesaria,
capacidad sancionadora en lo económico y amenazas de suspender el TLCAN.
Así, se exhibió como un hombre fuerte y determinado a defender a su
país, por más que el
enemigoera un conjunto de víctimas de la violencia y la desesperanza económica, muchas de ellas agrupadas en familias, que pretendían acudir a Estados Unidos en busca de asilo. Adicionalmente, el inquilino de la Casa Blanca aprovechó la circunstancia para presentar al gobierno mexicano como sumiso y obsecuente. Fue, en suma, un montaje para pavonearse ante su electorado y distraer a la opinión pública de su país de las dificultades que enfrenta su administración en el ámbito doméstico.
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