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viernes, 24 de noviembre de 2017

Brasil, reserva regional de conservadurismo



Raúl Zibechi


El miedo provoca reacciones defensivas irracionales. Todos hemos observado que cuando un avión se menea más de la cuenta, o un autobús amenaza salirse del camino, los pasajeros se persignan, aunque no sean creyentes, o se aferran a algún objeto, incluso a personas cercanas con las que nunca tendrían contacto físico. En efecto, el miedo nos lleva hacia actitudes extremas.

Días atrás en la ciudad de Brasilia escuché, en diferentes espacios, un relato que me dejó perplejo. Una madre salía del cine abrazada a su hija, en un shopping lujoso de clase alta. Fueron golpeadas porque las confundieron con lesbianas.

Días después, la feminista Judith Butler fue acosada y violentada en un aeropuerto de Sao Paulo por su ideología de género. Se realizó una manifestación en su contra, y otra en favor, se juntaron más de 300 mil firmas para impedir su conferencia y se sucedieron varias acciones agresivas.

Cuando se escuchan los argumentos de los detractores, aparece el miedo en primer plano. El sueño de Judith Butler: destruir la identidad sexual de nuestros hijos, podía leerse en uno de los carteles. Hombre es hombre, mujer es mujer. No aceptamos que se difunda la idea de que un niño puede ser una niña. Y viceversa. Porque biológicamente es imposible, dice un texto difundido por WhatsApp.

Los conservadores, agrupados en el Movimiento Brasil Libre (MBL) y en la Escuela Sin Partido, consiguieron que se retirara un anuncio de jabón en la televisión, que decía: Vamos a reflexionar. Jugar a las casitas es cosa de niñas. Montar en patineta es cosa de niños. Esas reglas parecen cosa del pasado, ¿verdad? Deje a su hijo saltar y explorar con libertad (goo.gl/qqFrSm).

El vocablo fascista viene rápidamente a la mente para dar cuenta de semejante intransigencia, sumada a una ignorancia rayana en la estupidez. Sin embargo, tiene escasa utilidad para comprender a esOs señores y esos jóvenes que realmente sienten miedo, y asco, ante la posibilidad de que sus hijas sean lesbianas o sus hijos gays. O que opten por sexualidades que, sencillamente, no comprenden como transgénero, transexual o intersexual, que van más allá del binarismo homo/hetero.

No conozco a nadie que tenga hijos e hijas, que nunca haya sentido preocupación ante la posible opción sexual heterodoxa de sus hijos-hijas, aunque esté predispuesto a apoyarlos. Aceptarlos supone un trabajo interior que muchas personas no están dispuestas a realizar, porque implica desprenderse de valores, juicios y sobre todo prejuicios. Lo que quiero reflexionar es porqué personas comunes adoptan esas actitudes, más allá de las usinas ideológicas que las difunden.

Me parece importante, además, intentar comprender porqué Brasil se ha convertido, aquí y ahora, en un reservorio de conservadurismo que puede ser tan intenso como para influir en toda la región sudamericana, con la misma fuerza que una década atrás influyeron las propuestas de integración regional y el proyecto de convertir a Brasil en potencia global.

Encuentro tres problemas a debatir.

Uno, la enorme desigualdad existente en Brasil, el país más desigual del mundo. El 1 por ciento acumula entre 25 y 30 por ciento de la renta, y eso se ha mantenido sin cambios a lo largo del tiempo, de modo que la desigualdad se ha naturalizado en una sociedad donde, además, el ascenso social históricamente ha estado reservado a los ricos, blancos y varones con formación académica.

Dos, el colonialismo y el racismo, que son el núcleo duro de la desigualdad. Algo más de la mitad de población, 100 millones de personas, se consideran negros y negras. Ocupan los escalones más bajos de la pirámide de ingresos, viven en los barrios más precarios (en general en favelas) y tienen los puestos de trabajo menos cualificados y precarios.

El colonialismo nunca terminó en Brasil. Más aún, se viene reforzando con el modelo económico de acumulación por desposesión/guerra contra los pueblos, ya que excluye a la mitad de la población que no tiene derechos, sólo son beneficiarios de programas sociales.

Tres, el pentecostalismo y el narcotráfico refuerzan las tendencias anteriores y, además, defienden un patriarcado fundamentalista, con la intención de retrotraer las relaciones sociales al siglo XIX.

Narcos y pentecostales atacan la cultura negra para disciplinar a los más pobres, que encuentran en las religiones de origen africano formas de relacionarse sin mediaciones, horizontales y con cierta autonomía en espacios propios, como los terreiros. En apenas cinco años las denuncias por intolerancia religiosacrecieron 4 mil 960 por ciento, de 15 en 2011 a 759 en 2016 (goo.gl/5B6xPZ).

La mayoría son ataques a terreiros umbandas y candomblé, siendo la Baixada Fluminense (13 municipios pobres del estado de Río de Janeiro) uno de sus objetivos. Los traficantes y los pentecostales se han convertido en la nueva inquisición. Los evangélicos figuran entre los que participan en mayor porcentaje en las agresiones.

La alianza entre pentecostales y narcos se está fraguando en las prisiones, algo casi invisible para los analistas académicos. La Iglesia Universal del Reino de Dios marcha a la cabeza, ya que firmó acuerdos para reformar o construir templos en 51 prisiones. Según sus datos, ella sola atiende a 80 por ciento de la población carcelaria del país (medio millón de personas, más sus familiares), ofreciendo cursos, realizando un trabajo de resocialización para los presos y las familias, en lo que no pocos denominan como tráfico evangelizado.

Además, la crisis económica, el consumismo y el ascenso de nuevas clases medias (que necesitan diferenciarse de los más pobres/más negros) crearon un coctel devastador en las relaciones sociales.

No alcanza con denunciar que alguien está planificando una alianza narco/evangélica/patriarcal para amarrar a los pobres con las cadenas de la dominación. Debemos preguntarnos: ¿Recuerdan cuando los militantes hacíamos trabajo en las cárceles, en las favelas, con los enfermos mentales y los consumidores?

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