La Marea
No,
no me estoy sumando a ningún tipo de teorías conspiranoicas sobre
farmacéuticas y Ébola, pese a lo que pueda parecer por el título. El
tema es, a primera vista, bastante menos alarmante que lo del Ébola,
pero seguramente mucho más grave si tenemos en cuenta todas las
consecuencias.
Empiezo por un aviso para que se pongan las
acusaciones que voy a verter en su contexto: la medicina, con todas sus
limitaciones, salva vidas, y evita sufrimientos innecesarios. Y lo
hace, en enorme medida, gracias a los fármacos. Dicho esto, también es
de justicia denunciar las muy malas prácticas de las compañías
farmacéuticas, que causan sufrimiento y muertes evitables. Son de sobra
conocidas las prácticas que rozan el soborno con las que las
farmacéuticas convencen a los médicos de que receten sus fármacos. Se
habla mucho estos días de las “enfermedades de los países pobres”, y
son infames las políticas de patentes que impiden la curación a
pacientes que no pueden permitirse pagar un medicamento, especialmente
en países pobres, vistiendo de producto de consumo capitalista lo que
es un derecho fundamental.
Quizá es menos conocido que la
industria farmacéutica gasta el doble en comercialización y publicidad
que en investigación y desarrollo, o que se han dado casos en los que
los voluntarios para las peligrosas primeras pruebas en humanos
eran reclutados en albergues, entre personas sin techo y con
alcoholismo, cuando no en países pobres que no se van a beneficiar del
fármaco que se está experimentando. Hay mucho y malo que decir de las
grandes compañías farmacéuticas, pero hoy me quiero centrar en lo que
podríamos llamar “ocultación de resultados de investigación con
resultado de muerte”.
Una de las características llamativas de
este problema es que apenas lo conoces pero te afecta a tí. Aunque
tengas un médico competente, que está al día de la investigación.
Aunque tengas un médico tan honrado que no se deje comprar ni
consciente ni inconscientemente por las farmacéuticas. Aunque
económicamente tú tengas acceso a todos los medicamentos que ofrece el
mercado, y aunque no estés en situación tan precaria como para aceptar
ser voluntario en condiciones que desafían a la ética, esta mala práctica en concreto te afecta.
Un
ejemplo grave pero no único: años de prescripciones inadecuadas de
fármacos antiarrítmicos a personas que habían sufrido ataques al
corazón causaron más de 100.000 muertes evitables. De haber sido
publicado, un estudio que sí había sido realizado habría evitado estas
muertes.[1]
Otro caso quizá todavía más duro, aunque menos
mortal: niños que tomaban en balde antidepresivos para adultos. Esos
antidepresivos se sabía -pero no se publicó- que no tenían efecto
terapéutico en niños, con lo que los niños fueron expuestos a los
efectos secundarios en vano, además de evitarse que tomaran medicación
efectiva.[2] Entre los efectos secundarios se contaba el aumento de
tendencias suicidas. Sí: es probable que algunos niños deprimidos se
suicidaran porque un un estudio que sí se había llevado a cabo no se
publicó.
El problema es complejo, y por eso Ben Goldacre le ha
dedicado un libro, que recomiendo, de casi 400 páginas, “Mala Farma”
(otras opiniones aquí).
El problema, como digo, no se puede ni explicar ni resolver en unos
pocos párrafos, pero me parece tan grave que sí he creído que valía la
pena escribir esta breve llamada de atención.
Voy a aprovechar
para hacer algo de autocrítica desde la comunidad investigadora
científica. En ciencia básica, aunque hay mucho menos dinero en juego,
también sufrimos presiones importantes, por ejemplo para publicar más
frecuentemente y en revistas de más impacto, y ser más citados. Como
resultado, frecuentemente producimos más pero peor ciencia. Y, como es
ciencia básica, no vemos los muertos de forma inmediata como ocurre en
farmacia, pero creo que lógicamente solo hay dos opciones:
(a)
la ciencia básica no tiene consecuencias prácticas, y entonces no
podemos hacer mal pero tampoco podemos hacer bien, estamos jugando, o
(b)
la ciencia básica sí es relevante, y entonces las malas prácticas de
hoy cuestan sufrimiento y/o muertes evitables dentro de décadas (o
siglos)
Los hechos me indican que la opción (b) es la correcta,
y que deberíamos tomarnos mucho más en serio nuestro trabajo, como si
hubiera vidas en juego, porque en realidad las hay, o las habrá.
Y
más autocrítica. Desde las ciencias “duras” nos reímos de las
investigaciones biomédicas por sus birriosas correlaciones: les cuesta
tanto obtener datos experimentales y se trata de sistemas tan complejos
que sacan conclusiones donde nosotros veríamos poco más que ruido. Pero
tras leer un poco sobre protocolos, metaestudios y dobles ciegos se da
uno cuenta de que los pocos datos experimentales que tienen sí que los
obtienen y tratan de la mejor forma posible, y que, si no fuera por los
intereses económicos de las farmacéuticas, seguramente en muchos casos
sus resultados serían bastante más fiables que los nuestros.
Notas:
[1]
Cowley A.J., Skene A., Stainer K. Hampton J. R., “The effect of
lorcainide on arrhytmias and survival in patients with acute myocardial
infarction: an example of publication bias”. International Journal of
Cardiology (1993), 40, 161.
[2] Kondro W., Sibbald B, “Drug
company experts advised staff to withhold data about SSRI use in
children”. Canadian Medical Association Journal (2004) 170, 783.
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