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miércoles, 29 de mayo de 2013

El transformismo en la izquierda

Julia Evelyn Martínez (*)
SAN SALVADOOR - El transformismo es un término acuñado por Antonio Gramsci, para interpretar los cambios aparentemente inexplicables que se dan en las ideas y prácticas políticas de intelectuales, partidos u organizaciones de izquierda, que se convierten en acérrimos defensores de la hegemonía capitalista. El transformismo es diferente al realismo político.
El realismo político en la izquierda es la capacidad de plantearse solamente aquellos objetivos que pueden ser alcanzados en un momento histórico determinado. Realismo no significa conformismo, pues al mismo tiempo que se actúa dentro de lo posible, se trabaja activamente en la construcción de las condiciones que en el futuro harán factible el proyecto histórico de liberación de las clases y sectores oprimidos por el capitalismo. El transformismo en cambio, es el abandono de los principios de la revolución y del socialismo, para adoptar una postura “moderada” que no incomode al Capital. El transformismo asume la labor de desmovilizar y/o de cooptar las posturas de clase de los movimientos populares organizados y/o de promover las medidas de política económica que obstaculizan en el mediano y largo plazo, la viabilidad de un programa revolucionario y socialista.
El transformismo en la izquierda es más evidente entre intelectuales, pero también ocurre en los partidos políticos, especialmente cuando llegan a poder. Comienza con un deseo casi compulsivo de ser reconocidos como partidos de unidad nacional y de cambio por todos los sectores económicos y sociales, especialmente por los sectores vinculados al gran capital nacional y transnacional. A continuación, comienzan a desvincularse de alianzas con organizaciones y movimientos con reivindicaciones de clase y/o con posturas anti-sistema, y las sustituyen por alianzas con sectores empresariales y con movimientos sociales moderados con reivindicaciones sociales o económicas de corto plazo. Finalmente, se transforman en partidos de electores, que se nutren de las filas de beneficiarios actuales y potenciales de programas gubernamentales. Palabras como socialismo, revolución, lucha de clases, imperialismo, opresores y oprimidos salen de su vocabulario, y son sustituidos por otros términos como competitividad, eficiencia, estabilidad, inclusión, cohesión y progreso.
Uno de los casos más sobresalientes de partidos transformistas en América Latina es el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT). La epifanía del transformismo de este partido se remonta al año 2002 con la publicación de la famosa Carta a los Brasileños, en la cual, el entonces candidato Lula, aclaraba a los empresarios y a los organismos internacionales su disposición a mantener la estabilidad y el rumbo económico del país, mediante la continuidad de las políticas neoliberales de los gobiernos anteriores. Más de una década después, su sucesora Dilma Rousseff continúa estas políticas. Su última y más controversial propuesta ha sido la promulgación de la Ley de Puertos, que obliga al Estado a la concesión inmediata de la administración y construcción de todos los puertos brasileños a empresas privadas.
El problema con los y las transformistas es que la mayoría de veces se trata de personas decentes, que en algún momento de su vida tuvieron verdaderos principios socialistas y revolucionarios, pero que, debido a falta de claridad política e ideológica, a compromisos con grupos hegemónicos y/o por necesidades económicas personales, terminaron optando por el transformismo. A muchos/as transformistas, estos principios se les adhieren a la conciencia como rémoras, que les incomodan o les atormentan a lo largo de sus vidas. En el último libro de Emir Sader (Editorial Bonatiempo, 2013) se incluye una entrevista con el expresidente Lula, que puede servir de advertencia o de consuelo para transformistas locales.
En sus declaraciones, Lula reconoce que su partido se dividió en dos vertientes: la vertiente de base con principios de izquierda y la vertiente electoral, que banalizó esos principios para ganar las elecciones. En sus palabras: “El PT cometió las mismas desviaciones que criticaba en los otros partidos políticos. Ese es el juego electoral que está en danza: si el político no tiene dinero, no puede ser candidato y no tiene cómo ser elegido. Si no tiene dinero para pagar la televisión, no hace campaña. El PT tiene que aprender que, cuanto más fuerte sea, debe tornarse más serio y riguroso. El PT necesita volver a creer en los valores en que creíamos y que fueron banalizados por la disputa electoral. (…) Uno puede jugar el juego político, puede hacer alianzas, puede hacer coaliciones, pero para hacer política no necesita establecer una relación promiscua con nadie”. Esperemos que la vertiente electoral del partido FMLN pueda mirarse en el espejo del PT de Brasil, para detener o revertir su proceso de transformación y re-encontrase con sus bases.
(*) Columnista del ContraPunto

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