Carolina Escobar Sarti
Caminar lleva implícito el sentido de horizonte, de trascendencia y de movimiento. Hay gente que camina, aun estando en silla de ruedas, y gente que se queda inmóvil a la mitad de su vida, aunque viva cien años en perfecta salud. Creo que entre quienes caminan y quienes se detienen, entre quienes deciden vivir y quienes deciden morir antes de tiempo, apenas si hay tres palabras de distancia: esperanza, pasión y compromiso. Por ello, no está demás traer aquí aquellas palabras de Galeano que dicen que “La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Que lo anterior sirva de pretexto para hablar de un hombre al que Guatemala le debe el inclaudicable caminar de una vida recta. Su nombre es Alfonso Bauer Paiz.
Poncho, como le llamamos muchos, inició a los 18 años la carrera de Derecho, cuando corrían los tiempos de la guerra civil española. Entró a la vida política durante la dictadura de Ubico, no con la intención de hacer carrera, sino de “cambiar las condiciones del país”, como dijera en una entrevista ofrecida en el 2005. En esa misma ocasión señaló que durante el régimen ubiquista solo se permitían los partidos de los extranjeros y por ello “los alemanes tenían su partido nazi, la colonia italiana su partido fascista y los españoles su falange. A ellos los dejaban circular y hacer actos públicos, pero a los guatemaltecos no”.
Para Poncho, esa fue una época dura, porque la dictadura ubiquista designaba hasta los decanos y conserjes en la Universidad Nacional de Guatemala, donde él estudiaba (ahora Universidad de San Carlos de Guatemala/Usac). Allí fue donde iniciaron las protestas estudiantiles. Sin embargo, cuenta que fue en un homenaje a Flavio Herrera, cuando Alfonso Orantes —durante su discurso— dijo la memorable frase: “Los intelectuales no tienen más destino que el encierro, el destierro o el entierro”, cuando decidieron salir a las calles y protestar en serio contra la dictadura.
De entonces a ahora, Poncho transitó impecablemente por la vida pública nacional como diputado, ministro y presidente de la banca nacional agraria. Su oposición, hace casi 40 años, a las concesiones de explotación de níquel fue clara, y por ello vio morir asesinados a dos compañeros muy queridos. Su vida de exilios en México, Chile, Nicaragua y Cuba cierra en los años 90, cuando se convierte en el abogado de los retornados y juega un papel determinante para el país.
Este hombre que nació entre encajes pero vive en absoluta sencillez tiene ahora 92 años y sigue tan lúcido y comprometido como siempre. Hasta hace pocos días trabajaba como investigador en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) de la Usac, cumpliendo diariamente con sus funciones mejor que muchos jóvenes de 18. Y no es que cumpliera con irse a sentar ocho horas de trabajo y ya; cabe preguntar quién dirigió el trabajo de las Revistas Conmemorativas de los 100 años de Arévalo y la del cincuentenario de Árbenz, ambas ediciones agotadas y constituidas ya en clásicos. Basta meterse a internet y buscar el nombre de Bauer Paiz para entender la dimensión de su compromiso.
Pero el decano de Ciencias Económicas que, por cierto, al igual que otros cuatro decanos está ilegalmente en su puesto, según la Ley Orgánica de la Usac, lo despidió. La edad no pudo ser un criterio acorde a las normas de esta casa de estudios, sobre todo cuando hablamos de un hombre tan lúcido como Poncho. Por ello, pareciera que quienes le juegan a la política partidaria desde la Usac y abrazan el oficialismo y otros males conexos se han sacado una espina del pie. En esta sociedad donde todo se desecha, y desechar a un hombre congruente no se pudo evitar, me sumo a quienes creen que Alfonso Bauer Paiz no solo debe ser reinstalado, sino reconocido como la columna ética de una institución en la cual muchos parecen desconocer el significado de palabras como decencia y rectitud.
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