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viernes, 4 de septiembre de 2020

La extrañeza


La epidemia del coronavirus no alcanzó a Lezama. Él murió en 1976, a los 66 años, pero su familia padeció la gripe española, que entre 1918 y 1920 mató a más personas que la Primera Guerra Mundial, entre ellas al padre del escritor. Quizá por eso supo armarse de una clave poética para distinguir lo raro de lo extraño, una diferencia que antes no comprendía y que ahora me resulta familiar.
He recordado a Lezama mientras atravesaba tres municipios de La Habana para llegar a casa. Las calles están silenciosas, hay poco tránsito y ni un alma en las escuelas, mientras en la isla inciaron las clases el primero de septiembre y los niños las reciben por televisión. Este intercambio de lo lleno por lo vacío, de lo ruidoso por lo silencioso, es pura extrañeza. Las paredes de mi edificio han dejado de retumbar, los borrachos ya no cantan a las cuatro de la mañana en el parque de enfrente y nadie interrumpe el sueño, pero es una pena que todo sea a causa de un rebrote que ha puesto a la capital de Cuba bajo medidas más restrictivas que al comienzo de la pandemia.
Es la primera vez que por razones desgraciadas podemos saber lo que significa el silencio, dice Luis Toledo Sande, mi vecino, mientras hablamos del rebrote de la pandemia en la capital, que comenzó el 24 de julio, pese al estricto control sanitario. Hubo días con cero casos, mucha playa y noticias felices, como la del inicio de los ensayos clínicos del primer candidato de vacuna cubana contra el Covid-19, de hermoso nombre, Soberana 01.
Con la euforia bajó la percepción de riesgo y claro, a mayor descuido, más contagio. Aumentaron los casos confirmados, la mayoría, en La Habana, esparcidos por todos los municipios de la ciudad. Esto obligó a reabrir salas hospitalarias y centros de aislamiento preventivo para portadores asintomáticos y sus contactos, y a la par, se decretaron más duras restricciones.
Han cerrado o se mantienen con el mínimo de trabajadores los centros que no son de producción continua. Está prohibida la movilidad de personas y de vehículos de las siete de la noche a las cinco de la mañana, y no se puede salir de la capital hacia otra provincia, salvo con un permiso especial. Las tiendas y mercados limitan sus horarios de venta sólo a residentes locales. El uso de cubrebocas sigue siendo obligatorio, como también guardar sana distancia entre las personas de al menos un metro. Quien incumpla las disposiciones oficiales recibirá multas severas.
Son medidas que buscan volver a aplanar la curva y que tienen la aprobación de la mayoría de los habitantes y de la comunidad médica, aunque en las plataformas de redes sociales y medios digitales controlados por la ultraderecha de Miami se ha desatado la especulación y el alarmismo como forma de ataque a las medidas preventivas del gobierno cubano. La pandemia es un pretexto para el autoritarismo y el toque de queda, afirman.
Los argumentos rozan el ridículo como el reclamo del derecho a salir a correr (esgrimiendo ejemplos como el de Bélgica, que por ello se convirtió en uno de los países con mayor cantidad de muertos por habitante), el derecho a circular y un coro de especialistas alertando sobre los riesgos de la cuarentena. El escandalito miamense tiene la cara cínica de los que se indignan por los 46 contagios que se detectaron en La Habana el miércoles pasado y, a la vez, ocultan que en Florida la cifra de enfermos ascendió ese día a 7 mil 569 casos. En el ínterin, claman por la relección de Donald Trump, el autoritario en jefe.
Tal mezquindad es lo raro y la extrañeza parece equiparable ala fabulosa resistencia de la familia cubana, diría José Lezama Lima. En una conferencia en la Universidad de La Habana en 1960, hablando de la simpatía de raíz estoica del isleño, de su espíritu travieso (jiribilla), el poeta nos dejó una oración para estos tiempos:
Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga a que suceda. Enseña una de tus alas, lee: realízate, cúmplete, sé anterior a la muerte. Repite: lo imposible al actuar sobre lo posible, engendra un posible en la infinidad. Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era poética entre nosotros. Ahora ya sabemos que la única certeza se engendra en lo que nos rebasa.

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