Marcos Roitman Rosenmann

En medio siglo de neoliberalismo, AL ha vivido distintas fases. El
ciclo progresista hizo pensar que la región encontraba respuesta al
neoliberalismo. Lula (Brasil), Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia),
Kirchner (Argentina), Zelaya (Honduras) o Lugo (Paraguay) se unen a
Chávez. Nuevas formas de organización regional (Unasur, Mercosur, ALBA,
Celac) supusieron un freno a las políticas imperialistas. Pero los
golpes de Estado retoman protagonismo. Políticas neoliberales
acompañadas de militarización del poder, se despliegan al amparo de la
estrategia de seguridad estadunidense. El país nodriza: Colombia. Más
bases militares, megaproyectos y resignificación de las fuerzas armadas
en la lucha contra el crimen organizado. En esta ocasión, México será
su plataforma. La muerte de Hugo Chávez en 2013 es un punto de
inflexión.
Al finalizar la primera década del siglo XXI, los gobiernos
progresistas hacen aguas. Sus políticas, sustentadas en la incorporación
de sectores populares, activando su consumo, favorecen la demanda y el
acceso al crédito, pero no alteran la estructura económica. La
plutocracia mantiene su poder real. Mientras, las trasnacionales imponen
sus megaproyectos. FMI, OCDE y OMC torpedean las políticas sociales
tildándolas de populistas. Mediante golpes de Estado blandos, fraudes
electorales o capitalizando el descontento social, una derecha
neofascista aparece en el escenario. La necropolítica, guerra contra los
pobres es la nueva fase neoliberal. Las migraciones que hoy sacuden la
región tienen en ello su explicación.
Las alzas a energéticos, el transporte, agua, privatización de la
salud, educación, deterioro de los servicios públicos, sueldos de
miseria, trabajo infantil, feminicidio, represión a los pueblos
originarios, junto con las políticas depredadoras de flora y fauna
indican el camino adoptado por esta derecha neofascista. Piñera (Chile),
Bolsonaro (Brasil), Macri (Argentina), Duque (Colombia), Moreno
(Ecuador), Benítez (Paraguay) o Giammattei (Guatemala). No hay grandes
diferencias. Criminalización de la protesta y represión.
El hartazgo en Chile, cuna del neoliberalismo militarizado, es seña
de su descomposición. Corrupción, sueldos de miseria, exclusión social
se dan la mano. El levantamiento popular, tras la subida del pasaje del
Metro, es la gota que rebasa el vaso. Piñera declara el estado de sitio;
mensaje claro: las fuerzas armadas son el baluarte del régimen
neoliberal y la Constitución de 1980. Ellos defienden el proyecto. Van
ocho muertos, cientos de heridos y miles de detenidos. El levantamiento
se extiende en ciudades donde no hay Metro. A pesar de anular la subida,
las protestas continúan, síntoma de un sistema que se agota. Los
cimientos del pinochetismo urdidos por los partidos que pactaron la
transición se tambalean. Esperemos que el desborde popular termine por
derribarlos. En Chile se lucha por la dignidad, la justicia social, la
vida y contra el régimen neoliberal de exclusión. Ni más ni menos.
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