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jueves, 1 de octubre de 2015

Las armas del imperio



Emir Sader
La Jornada
Las negociaciones de paz en Colombia han ingresado en un punto de no retorno, con las definiciones recientes sobre temas judiciales. El proceso entra en una fase final, con la desmovilización militar de las FARC y la firma de los acuerdos de paz definitivos en marzo de 2016. América del Sur confirma así su caracterización por Unasur como una región libre de guerras.
Mientras en otras regiones del mundo se multiplican los focos de guerra, sin que ningún proceso de negociación pacífica de los conflictos se desarrolle, al contrario, sólo se profundizan y se extienden los conflictos, con todas sus dramáticas consecuencias de muertos, heridos, refugiados, entre otros.
Sin embargo, en el exacto momento en que América Latina avanza en procesos de resoluciones pacíficas de sus conflictos –no sólo entre las FARC y el gobierno colombiano, sino también entre éste y el de Venezuela–, Estados Unidos aumenta su presencia militar en la región, con tropas en Paraguay y Perú.
Aislado políticamente en América Latina como nunca había estado en su historia, Estados Unidos tuvo que sufrir la expulsión de su base militar en Manta, Ecuador, cuando Rafael Correa fue elegido presidente, y ha tenido que buscar otros países del continente donde instalar sus bases militares en la región.
Ha escogido Colombia, cuando el presidente del país era su aliado cercano, Álvaro Uribe. Se preparaban para instalar ocho bases militares en el contexto de la Operación Colombia, que ha vuelto a ese país el segundo más grande destinatario de apoyo militar estadunidense en el mundo.
Pero el Poder Judicial colombiano atendió demandas de inconstitucionalidad respecto de la instalación de las bases y la rechazó. Concluido el mandato de Uribe, el nuevo presidente, Juan Manuel Santos, no renovó la demanda y frustró así ese intento estadunidense.
El golpe blanco en contra de Fernando Lugo no tardó en revelar sus intenciones, cuando el Congreso paraguayo autorizó la instalación de tropas estadunidenses en el país, con todas las condiciones que Estados Unidos requiere. La imposibilidad de hacerlo en otros países y la localización de Paraguay –inserto en el corazón del Cono Sur, en la triple frontera, con las inmensas reservas hídricas que tiene–, han hecho del país el centro de operaciones militares de Estados Unidos en América del Sur.
Los argumentos nunca son los reales: apoyo en caso de catástrofes naturales, apoyo a lucha en contra de grupo armado que actúa en el país, adiestramiento de tropas, etcétera, etcétera. Pero no hay duda de que el interés estadunidense es de carácter militar sobre la región, donde hay políticas propias de integración, incluido un Consejo de Seguridad propio, autónomo respecto de Estados Unidos.
El mismo interés ha demostrado Estados Unidos respecto de Perú, el otro país donde se han instalado bases y tropas estadunidenses en gran cantidad. Los argumentos son similares, pero el lugar económico estratégico que tiene el país para las empresas extranjeras, además de la localización geográfica del país y de gobiernos que han firmado Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, hicieran recaer sobre Perú la otra opción militar de Washington sobre la región.
Estados Unidos se ubica así en la contramano de la definición de América del Sur como región libre de conflictos bélicos, que no necesita la presencia de tropas extranjeras. Contradice la decisión de Unasur y las necesidades de políticas de paz y de cooperación, en la resolución pacífica de los conflictos, como América del Sur ha reafirmado recientemente.

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