Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

martes, 6 de octubre de 2015

Entre minas y balas




Otra vez, como en Conga, como en Pasco o Tintaya, como en la Oroya o Morococha, como en Toquepala o en Marcona; las balas se cruzaron en las minas dejando un doloroso saldo: 4 muertos y decenas de heridos. Las Bambas, yacimiento minero situado en la zona más deprimida de Apurímac, fue el escenario. 
¿Hay responsables de esto que bien puede considerarse una tragedia? Claro que los hay. Directos e indirectos. Materiales y políticos. Unos y otros debieran atenerse a la ley, dar cuenta rigurosa de sus actos y asumir un compromiso con la historia: nunca más balas y minas deben ser una dupla de sangre, como viene ocurriendo en nuestro país.
Como en otras ocasiones, este era un conflicto que se veía venir. Nos deja notables lecciones. Veamos algunas:
Se ha dicho siempre que el Perú “es un país minero”. Esa, es una verdad relativa. Si entendemos que serlo es poseer ingentes recursos mineros, entonces sí, es verdad. El Perú es un país minero. En nuestro subsuelo, y aún a tajo abierto, tenemos ingentes riquezas: oro, plata, cobre, hierro, bismuto, vanadio, petróleo; y muchísimos otros recursos que si fueran explotados en beneficio del país y de su población, nos permitirían gozar de un bienestar esplendoroso.
Pero eso requeriría explotar esos recursos con la idea de enfrentar retos sociales. Y eso es precisamente lo que no ocurre.
Seguramente sucedió así en los años del Imperio de los Incas cuando, el oro y la plata eran tomados como adorno destinado a embellecer los atuendos, o el rostro de las personas. Pero ahora no, porque el oro y los otros minerales, sirven como fuente inagotable de riqueza, moneda de intercambio, veta de acumulación, fuente de Poder. Y no sirven para mejorar la vida de los peruanos sino para abarrotar las arcas de archimillonarios que andan por el mundo a costa de nuestro patrimonio.
Como el mineral que se extrae en el Perú de las entrañas de la tierra, no sirve a los peruanos, no podemos decir que somos un País Minero, sino más bien un País Saqueado. Debiéramos ser un país minero, pero en otro sentido, y con otro contenido.
De esa formulación, fluye otra idea: la explotación minera es “fuente de progreso”, “la herramienta que nos llevará al desarrollo”; se dice. Y es mentira. Si la formulación fuera cierta, las regiones más prósperas en el Perú serían las mineras.
Huancavelica, Apurimac, Pasco, Cusco, Puno, Arequipa, Ancash o Cajamarca; serían un emporio inagotable, y habrían alcanzado los niveles más altos de bienestar y desarrollo. Y todos sabemos que eso resulta apoteósicamente rebatido por la realidad.
No hay zona más pobre en el Perú, que el “Trapecio Andino” que es, dialécticamente, la zona más rica del país por los inmensos recursos que registran sus suelos.
Es en el Trapecio Andino donde centenares de niños mueren cada año de hambre y de frío. Es allí donde se registran los mayores índices de desnutrición infantil, envenenamiento, contaminación, enfermedades infecto-contagiosas y broncopulmonares; analfabetismo crónico, hambre atraso y miseria social.
Es allí donde los niños en la escuela escriben sobre piedras, y donde las postas médicas son una ficción, o un lujo, y carecen desde medicinas hasta médicos.
Es allí donde los vehículos -viejos casi todos- se despeñan en carreteras empedradas, por fallas mecánicas, segando a vida de decenas de personas, casi de modo cotidiano.
Es allí donde la cultura de la muerte se abre paso cada día sembrando luto, desconsuelo y abandono.
Es verdad que una causa, es lo agreste del terreno. Pero también eso, es relativo. Porque también en esas regiones vivieron antes los peruanos en plácido ambiente. Y fueron felices.
Lo que ocurre es que hoy se impone la voracidad de los poderosos. La desmedida ansia de riqueza y el desenfreno absurdo de algunas empresas sedientas de oro y otros minerales. Para ellos, la vida humana carece de sentido. Y la naturaleza puede sacrificarse siempre, porque lo que importa es el lujo y el dinero.
El complejo minero de Las Bambas -se dice- es el más grande y vigoroso de América. Es posible que lo sea. Pero precisamente por eso debe ser manejado con extremo cuidado y con respeto escrupuloso a los derechos de las poblaciones que habitan en su entorno.
La consulta previa para el desarrollo de obras que horadan la tierra o destruyen plantaciones y bosques; debe ser rigurosa y sistemática. Y debe incluir todos los puntos del proyecto y del proceso. No pueden darse pasos decisivos en una explotación minera de esa magnitud, al margen y a la espalda de la información ciudadana.
SI hay seguridad que todo ello habrá de ocurrir, no hay razón para reemplazar el diálogo por la fuerza, ni las ideas por las balas.
Hoy los pobladores exigen respeto al estudio medio ambiental que pretende ser cambiado unilateralmente por la empresa, el retiro de dos plantas contaminantes de molibdeno y de filtrado, así como el almacén de concentrados. También la restitución de minero ductos para el retiro de los minerales, que la empresa quiere hacer por vía abierta, poniendo en riesgo el aire que respiran las poblaciones.
Es bueno que las autoridades comprendan que los pobladores de Chalhuahuacho no han perdido la razón, ni son instrumento inconsciente de un par de agitadores a sueldo. Quienes sostienen tamaño despropósito no sienten apego alguno por el pueblo, ni conocen las interioridades de la conciencia humana.
Hombres y mujeres son seres enteramente racionales, que comprenden perfectamente lo que se les explica. Lo que necesitan es que alguien asuma la tarea de mirarlos a los ojos y hablar con ellos con la verdad, y el corazón, en la mano. Con seguridad habrán de encontrar encomiable receptividad, absoluta comprensión y apoyo decidido.
Son las razones, y no las balas; las que generan la confianza entre gobernantes y gobernados. Y es la transparencia y la sinceridad la que persuade el alma de las gentes. Por lo demás, hay que tener la absoluta certeza que nada se puede hacer contra la voluntad de las personas. Ni siquiera liberarlas. En circunstancias como ésta, la sordera, es letal.
La “tregua” que ha surgido en la zona –algo así como el cuarto de hora para enterar a los muertos- debe dar paso a un entendimiento racional y sensato en el que las preocupaciones de los pueblos se complementen con las verdaderas necesidades del desarrollo nacional, y no con los intereses egoístas de los “inversionistas” foráneos.
El gobierno afirma que está “contra la violencia”. Podría ser facilista, demagógica y falsa esa postura. Pero más allá de ella, debiera admitir entonces que no es la violencia la herramienta que ha de usar para imponer el proyecto La Bambas.
O convence a la población por medos lícitos, o el proyecto quedará archivado para alegría de los pobladores, pero también para lloradera inconsolable de los alquilones de la “prensa grande”.


Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe

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