Fuentes: Rebelión
Poco
y poco claro se está hablando sobre la forma en que los países de
Latinoamérica están afrontando la pandemia del covid-19. Desde
toques de queda en unos países a la frivolidad irresponsable y
mesiánico-evangélica de Bolsonaro, en Brasil, a la aparentemente
desconcertante línea de López Obrador en México. Si en los países
europeos -los mejor provistos económica e industrialmente-, preocupa
la economía, para la generalidad de gobiernos latinoamericanos,
ideologías aparte, el tema es una pesadilla. Las razones son
evidentes para quien conozca mínimamente la región: su fragilidad
económica, las desigualdades extremas en el reparto de riqueza y,
como resultado de ambos hechos, que, de media, la mitad de población
vive del trabajo informal. Es decir, vive el día a día, de forma
que día sin trabajo es día sin ingreso.
Varios
países europeos han confinado a su población y parado prácticamente
todo su aparato productivo, salvo las industrias y trabajos
esenciales para que los países sigan funcionando. El gobierno
español ha movilizado 200.000 millones de euros; Alemania aprobó un
presupuesto adicional de 156.000 millones; Francia ha destinado
45.000 millones para trabajadores y empresas y el Banco Central
Europeo aprobó un plan de emergencia de 750.000 millones de euros
para enfrentar la crisis. La sola suma de esos fondos (hay más en
otros países europeos) triplica el PIB de Argentina y quintuplica el
de Perú, por no hablar del PIB de los países centroamericanos.
Ningún país de nuestra región puede hacer desembolsos de esa
magnitud, ninguno. El confinamiento de todas las gentes provocaría
el colapso económico de los sectores pobres y empobrecidos, que
representan el 50% de la población económicamente activa de los
países.
La
causa principal del problema es la desigualdad. Como reconfirmó el
PNUD, en un estudio de 2019, Latinoamérica es la región más
desigual del mundo. Aquí, el 10% de ricos concentra el 37% de la
riqueza, mientras el 40% más pobre tiene que repartirse un mísero
13%. Para tener una idea más clara, los seis mexicanos más ricos
acumulan más riqueza que 62 millones de personas, en un país de 130
millones de habitantes.
Uno
de los principales efectos de la pandemia del covid-19 es sacar a la
luz, como nunca antes, las atroces desigualdades en los países
(España tiene a un 30% de su población en la pobreza o la miseria),
algo que, en Latinoamérica, es sinónimo de muerte. Confinar a los
pobres es condenarlos a la miseria y al hambre. No confinarlos,
exponerlos a la pandemia. Cualquiera de las dos decisiones tiene
consecuencias fatales para los países y esto es lo que explica las
vacilaciones y dudas de los gobiernos. ¿Preservarlos de la pandemia
para matarlos de hambre? Y luego, ¿de dónde se sacará el dinero
para levantar unas economías ya de por sí precarias y altamente
endeudadas, en un mundo, además, al que la pandemia habrá metido en
recesión?
Tal
vez, quizás, ojalá esta tragedia haga abrir los ojos sobre las
consecuencias fatales de mantener tan oprobioso sistema económico y
social. De esta y otras barbaridades se ocupa mi último libro,
Malditos libertadores, pues de aquellos polvos vienen estos lodos. El
futuro depende de nosotros. A nosotros, por tanto, nos toca ponerle
fin al poder de quienes vienen sacrificando a sus pueblos desde que
tomaron el poder con las independencias.
Augusto Zamora R. es autor de Malditos libertadores, Siglo XXI Editores, enero de 2020
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