Rolando Cordera Campos
La irrupción del nuevo
coronavirus ha sido de tal magnitud que no ha quedado de otra que
recurrir a las metáforas más a la mano. Ahora sí viene la grande, “ the big one” como dirían en Wall Street o los comederos del New York Times.
Crisis mayor y tal vez definitiva, empezaron a recitar en Europa a la
vista no sólo de la saturación de sus servicios de salud sino de las
implicaciones inmediatas de la pandemia, ya bautizada así, por encima de
los ya dañados circuitos productivos y financieros. La
malditaausteridad no ha dejado de imprimir su nefasto legado de penuria, carencia y deterioro de lo más preciado que el humano había podido construir después de la destrucción masiva de la Segunda Guerra.
Apocalipsis han llegado a decir algunos cuando no derrumbe, más allá
de una recesión normal, el fin del capitalismo como lo hemos conocido y
se quería reconstruir después del susto mayúsculo de 2008-2009. Por lo
pronto, no es hipérbole de mal gusto decir que el mundo vive en peligro,
aunque de inmediato uno se sienta obligado a advertir de los ritmos
desiguales de la tragedia. Uno es el éxito de Corea del Sur o la
espectacular recuperación china de Wuhan; otra es la desolación y muerte
que recorren a España o Italia, países avanzados y orgullosos de sus
sistemas nacionales de salud.
¿Y nosotros? No pienso que este día pudiéramos decir, horas previas
al discurso del Presidente sobre la situación económica, que el
negacionismo que sitió las primeras manifestaciones de la pandemia haya
cedido el imprescindible lugar a una reflexión cuidadosa, racional,
sobre la coyuntura y su perspectiva, desde la salud pública y de la
economía. No hay signos de que el gobierno esté preparándose para, por
lo menos, esbozar un plan de acción inmediata que pretenda salir al paso
a los ominosos panoramas de desocupación y cierre de actividades que se
han delineado como una espectral continuación del estancamiento del año
pasado, ya trasladado al primer trimestre del actual, sin que la crisis
sanitaria haya desplegado su impronta.
En materia económica pues, reina una incertidumbre que el extraño
verbo apaciguador del Presidente ahonda y extiende. Descalificar las
proyecciones de la Secretaría de Hacienda, que anteceden los llamados
pre criterios de política económica para 2021, no contribuye en nada. Se
impone, desde ya, como urgente e indispensable una deliberación
profunda y detallada, no sólo sobre los impactos inmediatos que la
enfermedad del Covid-19 tiene sobre las cadenas humanas y productivas y,
en general, sobre las actividades productivas y comerciales, sino sobre
la perspectiva que esta caída inevitable nos impone desde hoy y cuyo
despliegue parece imparable para mañana, hasta cubrir el año próximo.
De no empezar a pensar e imaginar en código de planeación, no habrá
el necesario consenso de las fuerzas productivas y el gobierno y la
ciudadanía quedarían inermes ante todo tipo de especulaciones y aviesas
pretensiones de no pocos grupejos que, por encima y en contra de la
Constitución, quisieran adelantar la fecha de la sucesión presidencial.
Se trata, ni más ni menos, que del respeto de la Constitución. Respeto
que se traduce en su observancia y en su cotidiana vigencia real y
efectiva en y frente al espíritu público de los mexicanos.
Ciertamente es la hora de la unidady la concertación, pero es
preciso, urgente, identificar las pautas institucionales mínimas
necesarias para que esa unidad y ese consenso puedan traducirse en
estrategias y políticas concretas y eficaces. Nada de esto está
garantizado y el asunto se complicará a medida que el mundo descubra sus
falencias y ausencias institucionales ante el poderío inclemente de
esta triple crisis: global, sanitaria y económica, que encuentra con los
días nuevos veneros para nutrir sus pulsiones corrosivas del orden y de
la propia especie.
Hablar de desastres puede no ser lo más conducente para abundar en
esa construcción urgente de la política y las instituciones, pero por
desgracia es lo que más se acerca a los escenarios que nuestra pobre
acción como Estado ha prohijado y desde luego la crisis ha profundizado.
Los
otros datosno pueden dar lugar a
otrospronósticos porque estos, por equivocados o inexactos que puedan probarse mañana, están afianzados en la realidad presente que es el obligado punto de partida para proyectar, pronosticar y recetar. No hay de otra, salvo que el camino que se quiera seguir sea el cultivo, del todo inaceptable, de una irracionalidad vuelta práctica de Estado, de la mitomanía como sistema político.
Cuando esto ocurre, y ha ocurrido más de una vez en nuestros tiempos,
la cosa se pone grave, como creo que dijo Simone de Beauvoir.
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