El blog del Coscu
Durante las últimas
décadas, la precariedad laboral ha pasado de ser una patología de los
sistemas de relaciones laborales nacionales a un componente genético del
mercado de trabajo global.
Este cambio tiene mucho de ver con el
tránsito del capitalismo industrialista de base nacional a un
capitalismo financiero global. La razón no debe buscarse en el terreno
de la ética. El capitalismo en todas sus modalidades, como cualquier
forma de organización y dominación social, solo apuesta por la ética si
le sale más caro no hacerlo.
Las causas más bien debemos
buscarlas en el terreno del modelo productivo, la organización social
dominante y la ideología que los sustenta.
La precariedad laboral
actúa hoy como la más mutante de las bacterias . Responde con una gran
celeridad y eficacia y neutraliza todas las formas sociales, políticas y
legales que se usan para combatirla. De ahí su gran peligrosidad para
el Estado social y, de rebote, para el propio sistema democrático.
Tengo
para mí que aún no hemos analizado bien el cambio cualitativo que
supone el paso de la precariedad como patología a la precariedad como
elemento genético del mercado de trabajo global.
Aunque algunas
de las formas en que hoy se manifiesta la precariedad laboral (empresas
de servicios integrales) puedan recordarnos viejas conductas
(prestamistas laborales), esa identificación lo es, solo y en parte, en
los efectos que causa. Pero no en su naturaleza, y por ende en la
respuesta que necesitamos para neutralizarla.
El paradigma de
mercado de trabajo global tiene poco que ver con los modelos de
relaciones laborales construidos en Europa durante la segunda mitad del
siglo XX, acumulando las fuerzas de dos siglos de lucha. No solo en el
uso del lenguaje (mercado de trabajo versus relaciones laborales), sino también y fundamentalmente en su naturaleza, sus reglas de juego.
Los
modelos de relaciones laborales del Estado Social europeo consiguieron,
después de muchos años de lucha y conquista de derechos, una cierta
distribución de riesgos entre trabajadores y empresas frente a los
cambios e incertidumbres de la economía. La regulación de la
contratación y el despido causal es una de estas formas de distribuir
riesgos, a partir de la protección de la parte más débil de la relación
laboral –qué lejos que suena hoy esta música.
En cambio, el
modelo de mercado de trabajo global, como expresión de un modelo
productivo y social, está construido sobre el paradigma de la
externalización de riesgos y costes.
Esta externalización de
riesgos y costes a terceros por parte de los que ostentan el poder
económico –y en consecuencia, el político– se produce en todas las
esferas económicas y sociales. Baste ver cómo se comporta el capitalismo
concesional en relación al sector público, privatizando ganancias y
socializando pérdidas –los rescates de las autopistas, sin ir más
lejos–. O el eje sobre el que se articula la solución privada a los
conflictos entre Estados y empresas inversoras en los mal llamados
“tratados de libre comercio”. En estos tratados se parte de la idea de
que el bien superior a proteger es el de la seguridad de los inversores,
aunque sea a costa de transferir costes a la ciudadanía y de la pérdida
de soberanía política por parte de los Estados.
En el terreno
del trabajo es donde este proceso de externalización de riesgos está
siendo más intenso y con consecuencias más profundas. En el paradigma
del mercado de trabajo global encontramos, en la parte más alta de este
modelo productivo, las empresas, mayoritariamente transnacionales, que
controlan mercados y productos, internalizan beneficios y externalizan
riesgos y costes. En la parte más baja, aquellos que producen bienes y
servicios, asumiendo todos los riesgos porque no tienen a quien
externalizarlos. Un ejemplo tradicional es el autónomo dependiente,
cínicamente apodado como “autoemprendedor”, sin vínculo laboral con la
empresa para la que trabaja, pero con una gran dependencia económica. Y
un ejemplo más moderno es el de los “colaboradores” de la economía
depredadora, mal llamada “economía colaborativa”.
Entre la parte
más alta y la más baja de este modelo de mercado de trabajo nos
encontramos una diversidad de situaciones que tienen todas en común la
externalización de riesgos y costes. Empresas centrales versus periféricas, trabajadores asalariados con distintos niveles de protección versus
precarios o autónomos y “colaboradores” situados fuera de cualquier
círculo de protección del derecho y de las organizaciones sindicales y
sociales.
Es una opinión pacífica que esta estrategia de
externalización de riesgos viene favorecida por un sistema de producción
de bienes y servicios que utiliza lasposibilidades productivas y
organizativas que brindan los cambios tecnológicos y las innovaciones de
las últimas décadas. Como siempre, tampoco en esto nuestra época es
distinta a anteriores momentos históricos.
Por supuesto,
pretender combatir esta degradación social intentando parar la
globalización económica o los cambios tecnológicos que la sustentan
sería algo parecido a intentar evitar la ley de la gravedad, tal como en
su momento explicó de manera lúcida el presidente Lula. Pero, como
demuestra la historia, los cambios tecnológicos, la globalización
económica, no tienen una única manera de ser gobernados. Y en ese
intento estamos, aunque con grandes dificultades.
El carácter
genético de la precariedad del mercado de trabajo global, que le da una
gran capacidad de mutación, es lo que dificulta que las respuestas
sociales y políticas dadas hasta ahora sean útiles.
En España
tenemos diversos ejemplos de esa mutación de la precariedad como
estrategia dominante. Es el caso de la mutación de la precariedad que
llevan a cabo las empresas usuarias, dejando de utilizar las ETT para
hacer lo mismo con las llamadas “empresas multiservicios”. Al aumento de
la precariedad que supuso la legalización en 1994 de las ETT se le dio
una respuesta sindical y política, con la negociación colectiva y los
cambios legales, que propiciaron, entre otras cosas, la igualdad
salarial entre los trabajadores de la empresa cedente y la cesionaria
que realizaran igual trabajo o trabajo de igual valor. Pero poco tardó
la precariedad en contraatacar, mutando de las ETT a las empresas
multiservicios o empresas de servicios integrales.
No deberíamos
perder de vista que las ETT o las empresas de servicios integrales, o
más recientemente las plataformas digitales de la economía depredadora
–mal llamada “colaborativa”– no son la causa ni están en el origen de la
precariedad, son solo las autopistas por las que la bacteria mutante de
la precariedad circula a gran velocidad y coloniza el cuerpo económico y
social.
Ejemplos de esta mutación constante de la precariedad
los tenemos a miles. En apariencia son distintos, pero tienen en común
dos características: la huida de los espacios laborales protegidos legal
y sindicalmente y la búsqueda de nuevas formas de trabajo desprotegidas
que posibilitan la externalización de riesgos y costes.
Ello nos
debe llevar a una reflexión en profundidad sobre la respuesta a dar a
la precariedad genética del mercado de trabajo global. Sin renunciar a
las concretas actuaciones sociales y políticas para combatirlas, esta es
una batalla que solamente se puede ganar si actuamos sobre los hábitats
en que la precariedad genética nace, se reproduce y muta. Su hábitat
ideológico, su hábitat productivo, su hábitat social.
No creo que
hoy nadie tenga la fórmula mágica, ni en el sindicalismo ni en la
política . No en vano esta es una de las causas profundas de la crisis
de todas las formas de organización social y política que estamos
viviendo y de la pérdida de legitimidad del sistema democrático. La
debilidad de la sociedad frente al mercado y de la política frente a la
economía. Pero necesitamos encontrar nuevas formas de respuesta.
El
principal campo de batalla ha de ser el ideológico . No olvidemos que
la revolución conservadora y ultraliberal de los años 80 se fundamenta
en su gran triunfo ideológico.
Algunos apuntes de esta batalla
pasan por impugnar los valores dominantes. Y como siempre a lo largo de
la historia, se trata de recuperar el equilibrio de valores frente a la hibrys –desmesura- que nos domina.
De
la competitividad salvaje y destructiva a la cooperación creativa . Del
individuo a la persona –no es lo mismo una relación de trabajo
personalizada que individualizada–. Del beneficio individual como motor
de la economía al bien común como valor prioritario a proteger. Se trata
de valores que a lo largo de la historia siempre han estado en
conflicto y que en los períodos en que se han desequilibrado han
terminado provocando grandes sufrimientos sociales.
Sin dar y
ganar esta batalla ideológica no será posible construir un nuevo
equilibrio social . Por eso es una buena noticia que el sindicalismo
confederal haya apostado fuerte por abrirse y buscar todo tipo de
alianzas sociales y políticas. Como dijo Ignacio Fernández Toxo en su
última intervención como Secretario General de CCOO, el sindicalismo no
puede hacerlo todo y no lo puede hacer solo.
Otro aspecto clave
es el del ámbito territorial en el que dar la batalla. Pretender dar
respuesta a la precariedad genética del capitalismo global encerrados en
las paredes estrechas de los Estados nacionales es una ingenuidad que
nos está costando muy cara. Hay que terminar cuanto antes con el
espejismo de las respuestas políticas nacionales frente a estrategias
globales y armonizadas. Recuperar espacios de soberanía para la política
no es factible solamente en el terreno de los Estados nacionales –cada
frontera política es una oportunidad dedumping social y fiscal para los mercados globales.
En
este objetivo, el papel de la Unión Europea, con sus limitaciones y
déficits, debería ser clave . Hoy, la prioridad del sindicalismo y de
las opciones políticas de izquierda debiera ser reforzar el papel
político de la Unión Europea, ampliando su campo de actuación. Y por
supuesto, cambiando algunos de sus valores dominantes, por ejemplo el
que sitúa la libertad de establecimiento empresarial y de inversiones
como un valor superior a los del empleo, su calidad, los derechos
sindicales y de negociación colectiva. Es la única manera de evitar
sentencias como las del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que,
primando la libertad de establecimiento e inversión, dejan en papel
mojado los derechos colectivos de los trabajadores. O las del propio
Tribunal Constitucional español que, sin que se haya producido ninguna
reforma constitucional, ha efectuado un giro copernicano en la
interpretación de los valores y principios constitucionales, como se ha
comprobado en las sentencias sobre la Reforma Laboral de 2012.
Siendo
importante el papel de la Unión Europea, no es suficiente frente al
proceso de armonización legal impuesto vía mercados . Mientras algunos
luchábamos por ampliar las competencias de la Unión Europea en materia
laboral y social para favorecer la armonización vía política, la
armonización ha llegado vía mercados con la colaboración imprescindible
de los Estados nacionales. Mientras los poderes económicos se oponían y
oponen a la armonización democrática de las leyes, con la colaboración
de los Estados nacionales, que pretenden mantener el espejismo de la
soberanía estatal, el mercado global ha impuesto una armonización sin
ninguna legitimidad democrática.
Un ejemplo evidente son las
reformas laborales, todas cortadas por el mismo patrón , impuestas como
parte de las políticas de austeridad y reformas, especialmente a
aquellos Estados fiscalmente débiles, que han necesitado la financiación
por parte de los mercados, a elevados tipos de interés y sobre todo con
grandes contrapartidas sociales y pérdida de soberanía.
En el
terreno de la armonización de condiciones de trabajo, desde la izquierda
social y política, también deberíamos apostar por que el mercado juegue
su papel. Me explico para no ser malinterpretado. Una de las maneras de
dificultar la estrategia de precariedad de un capitalismo global que
utiliza su gran capacidad de movilidad para imponer condiciones de
trabajo sería acelerar los procesos de mejora de condiciones de trabajo
de los países con un menor grado de desarrollo. No hace tanto tiempo –en
términos históricos– las condiciones de trabajo de Corea se
identificaban como un factor de competitividad a la baja que incidía
negativamente en las condiciones de trabajo de los países con los que
las empresas coreanas competían. Eso ha dejado de ser así, y este papel
lo están jugando otras economías, siempre con estrategias de
externalización. Sería un error pensar que la externalización es un
fenómeno limitado a la relación entre empresas de países ricos y las de
países pobres. Baste ver las relaciones existentes entre China, Vietnam,
Bangladesh, en las cadenas de producción industrial.
Mejorar las
condiciones de trabajo de estos países es clave a medio plazo, y en eso
las políticas de proteccionismo comercial y liberalización financiera
tienen efectos perversos. Por eso es tan importante combatirlas. Otro
aspecto en el que la respuesta sindical y social debe cambiar es el de
las formas de organización social y sindical. La organización sindical,
si quiere ser útil a las personas que organiza, debe siempre atender a
las formas de organización de la producción. Lo sabían muy bien los
dirigentes de la CNT Salvador Seguí y Joan Peiró, que en menos de 20
años propiciaron dos cambios muy importantes en la organización
sindical, pasando primero del sindicato de oficio al sindicato único de
empresa y después a la creación de las Federaciones. Pero desde entonces
las formas de organización sindical no han evolucionado sindicalmente, a
pesar que la empresa a la que se referencian está cambiando de manera
constante. Y los pocos cambios realizados en las estructuras de las
organizaciones sindicales lo han sido no mirando hacia fuera –la
organización del trabajo o la organización productiva–, sino hacia
dentro –las relaciones internas.
Este es sin duda uno de los
grandes retos del sindicalismo, expresado magistralmente por Unai Sordo
en su primera intervención como Secretario General de CCOO con una frase
tan breve como densa de contenidos y objetivos:“Lo que la empresa
desintegra, intégrelo el sindicato”.
No será fácil conseguirlo
porque, como también nos recordó Unai, esto no va de tener buenas
propuestas escritas en los papeles de los Congresos, sino que va de
correlación de fuerzas. Y la actual no nos es favorable. Individualismo,
corporativismo, precariedad laboral genética, reducción del papel del
Estado, entre otros factores, dificultan mucho las respuestas, si se
quieren dar de manera autárquica.
Para modificar substancialmente
la correlación de fuerzas, la batalla en el terreno ideológico, el
cambio de escenario territorial en el que dar las batallas deviene
clave. Y también lo es recuperar el terreno en relación al papel del
Estado y reconsiderar las políticas propias del Estado social.
Si
se quiere modificar la correlación de fuerzas, el sindicalismo no puede
hacerlo en el marco de Estados nacionales débile s. Recuperar cierta
soberanía política pasa por fortalecer la musculatura fiscal de los
Estados, por avanzar en una estructura fiscal propia de la Unión Europea
que le permita hacer más política. Para que las sociedades no sean
rehenes de los mercados financieros, el papel de las políticas fiscales
es determinante. En una economía global no hay Estados plenamente
soberanos, pero lo son mucho más aquellos que disponen de musculatura
fiscal con la que poder hacer políticas públicas de cohesión sin tener
que depender exclusiva o principalmente de la financiación de los
mercados, de su poder político y de su capacidad de imponer políticas.
Para
contribuir a mejorar la vida de las personas y la correlación de
fuerzas, algunos cambios en la concepción y las políticas del Estado
social parecen necesarios.
Aunque con diferencias, la mayor parte
de los Estados europeos han construido sus políticas sociales sobre el
eje del trabajo asalariado . Muchas de las prestaciones son de
naturaleza contributiva –especialmente las que protegen ante el
desempleo o en la vejez e invalidez–. Eso mismo pasaba también hasta
hace poco y pasa aún en algunos países con el derecho a la salud.
Hacer
depender ingresos, prestaciones económicas y derechos única y
exclusivamente de un mercado de trabajo , que tiene una gran capacidad
de desagregación de intereses y en consecuencia de desagregación social,
dificulta e impide la construcción de respuestas solidarias y propicia
respuestas corporativas. Sobretodo en unos momentos en que la estrategia
de la precariedad mutante pasa por organizar el trabajo fuera de las
esferas protectoras del trabajo asalariado.
Creo que ha llegado
el momento de combinar la lucha por internalizar de nuevo los riesgos y
los costes a quienes los crean –este es un terreno que no podemos
abandonar– con un cambio en la configuración del Estado social. Y ello
pasa por construir políticas de ingresos mínimos no vinculadas
únicamente al factor trabajo, que no reproduzcan la segregación que
genera el mercado de trabajo.
Ese sería un buen objetivo a
compartir por toda la Unión Europea . En momentos como estos, además de
intentar intuir el horizonte, deviene imprescindible construir propuesta
sencillas que puedan ser compartidas por amplios sectores sociales y
nos permitan avanzar en la relegitimación social y democrática de
Europa, que no vendrá de la mano de grandes Libros Blancos, sino de la
reconexión emocional con la ciudadanía europea.
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