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jueves, 1 de junio de 2017

Trump gana tiempo e impone su política global

Hacia un nuevo orden geopolítico mundial en medio de la confusión y la tensión


“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”. 
M. A. Castillo (canción interpretada por Mercedes Sosa) 
Cuando el gobierno de los EE.UU. encabezado por Trump ordenó el ataque con misiles a la base militar de Siria, autorizó el lanzamiento de la “madre de todas las bombas” en Afganistán y amagó con re-dirigir la flota de guerra hacia las cercanías de la costa de Corea del Norte, la mayoría de analistas pensaron que la administración estadounidense había cedido totalmente a las presiones de los “globalistas [1] ” orientados por Clinton, que representan los intereses del complejo militar-industrial y de la burguesía financiera global. 
Trump –indudablemente– estaba en ese momento contra la pared. Sus enemigos internos lo obligaron a separar de su gobierno a importantes y cercanos colaboradores (Flynn, Bannon y otros), y explotando el tema de la supuesta intervención ilegal de Rusia en las elecciones pasadas consiguieron posicionar en la matriz de opinión pública la idea de que el presidente electo sabía de las filtraciones digitales que debilitaron electoralmente a Hilary Clinton. 
Sin embargo, la forma como se hicieron los ataques (calculados para causar los menores daños) y los anuncios bélicos de Trump (diseñados para producir el mayor impacto), dejó ver que eran verdaderos “fuegos artificiales” para despistar y ganar tiempo. El equipo estratégico del magnate gringo había definido desde un principio darle prioridad a los problemas internos que afectan a la economía. Están seguros que pueden recuperar la hegemonía norteamericana en el mundo para lo cual han decidido dar un giro estratégico a su política internacional. Ello no significa una reducción inmediata de los gastos militares pero si un viraje sustancial en la política medio-ambiental y una mengua en la ayuda a gobiernos aliados (http://bit.ly/2ne9lI5). 
Así lo ha confirmado en todos sus encuentros con gobernantes extranjeros. En su visita a Arabia Saudí lo hizo explícito: “Tomaremos decisiones basadas en los resultados del mundo real, no en una ideología inflexible, nos guiaremos por las lecciones de la experiencia, no por los confines del pensamiento rígido, y cuando sea posible, buscaremos reformas graduales, no una intervención repentina”. Ante 37 líderes de naciones árabes y musulmanas reafirmó su decisión de acabar con ISIS (Daesh) y dijo: “Las naciones del Medio Oriente no pueden esperar a que el poder estadounidense aplaste a este enemigo por ellos” (http://bit.ly/2rR4wXz). 
Esa línea de pensamiento y de acción estratégica pareciera abrirse camino en el mundo. En esa visita Trump marcó la prioridad de atacar y destruir a ISIS, lo que significa continuar con su política de superar por la vía consensuada con Rusia la situación de Siria y de Ucrania, lo que lo aleja del eje Inglaterra-Israel. Macron, el presidente francés, avanza por ese camino en su reunión con Putin cuando dice: “Nuestra prioridad absoluta es la lucha contra el terrorismo y la erradicación de grupos terroristas y en particular Daesh” (http://bit.ly/2rjOuEZ).
La pretensión de los gobiernos que están asumiendo esa conducta es desactivar el terrorismo islámico por la vía de reducirle apoyo político, quitarle financiación internacional y debilitar su influencia ideológica. Además, todos ellos, estadounidenses, europeos y rusos saben que China, al no involucrarse de lleno en las intervenciones armadas, avanza con consistencia en el terreno económico expandiendo sus relaciones e inversiones en todo el mundo. Europa se siente más sola que nunca y empieza a ser consciente de ello, como lo expresó hace poco Ángela Merckel (http://bit.ly/2sanMfY). 
El cambio de estrategia geopolítica que se empieza a imponer en los gobiernos de las grandes potencias no se hace por “voluntad pacifista” o por “consideraciones humanitarias” sino por necesidades urgentes y pragmatismo económico. No significa que dejen de ser imperialistas y que vayan a abandonar sus prácticas intervencionistas. La guerra mediática, la confrontación en el terreno monetario, las presiones económicas, la instrumentalización de la “paz” (como se hace en Colombia), son las herramientas apropiadas para este instante.
De acuerdo a lo previsto, lo que ocurre en Venezuela no tiene ninguna posibilidad de convertirse en una intervención militar por parte de EE.UU. o de la OTAN. Esa “guerra” es un ejercicio sistémico-complejo para desgastar y llevar al límite al gobierno de Maduro-Cabello para obtener más concesiones para sus empresas transnacionales tanto en el área del petróleo como en el Arco Minero y otros. Además, de paso desprestigian la “revolución bolivariana” mientras diseñan estrategias para recuperar el control en América Latina. 
Los grandes damnificados son los gobiernos y la inteligencia militar de Inglaterra e Israel que están quedando colgados de la brocha. Y también, los analistas geopolíticos que anunciaron el apocalipsis nuclear en cabeza del “diablo” Trump, o los que previeron su caída inmediata.
El mundo cambia…

[1] Los “globalistas del siglo XXI” son la vanguardia política de la burguesía financiera global. No piensan en términos nacionalistas pero utilizan los Estados nacionales para promover su política intervencionista y guerrerista; usan la inestabilidad y la tensión geopolítica para engañar a los pueblos y a los trabajadores de sus mismos países y para monopolizar el control de recursos naturales estratégicos. Es la “política de contención” de Kennan perfeccionada exponencialmente y llevada a su límite funcional. Trump también la aplica pero con pragmatismo y no la quiere convertir en ideología. (Nota del Autor).

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