David Brooks
La Jornada 
 
       
       
 Participantes, ayer, en la Marcha de la Igualdad para la Unidad y el 
Orgullo, que se celebró en Washington, que tuvo como finalidad resaltar 
la situación de la comunidad homosexual en el actual clima político con 
la llegada de Donald Trump a la Casa BlancaFoto Afp       
Con toda la atención en
 el espectáculo Trump, a veces no se logra ver que toda esta amenaza 
derechista histérica y patética es el último grito de las fuerzas más 
retrogradas de Estados Unidos ante un amanecer de otro país y, 
potencialmente, de una gran era progresista.
Vale recordar que para mediados de siglo los blancos dejarán de ser 
mayoría por primera vez desde la fundación del este país; la generación millennial es la más diversa por raza, etnia y origen geográfico en la historia del país: son el futuro. Las bases de Trump son el pasado.
Al mismo tiempo, la desigualdad económica ha llegado a su punto más 
alto desde poco antes de la Gran Depresión, y las políticas actuales de 
Trump están dedicadas a agudizar aún más esa disparidad. La consecuencia
 política de esto es la percepción popular de un sistema rehén de 
intereses de los más ricos y poderosos, y eso fue en gran parte lo que 
alimentó las insurgencias de la derecha con Trump, al igual que la 
progresista de Bernie Sanders en el ciclo electoral de 2016.
Ahora, el temor que está al centro de la vida política de este país a lo largo de su historia, la realidad de que el sueño americano
 ha quedado anulado y los cambios demográficos y sociales han generado 
tormentas perfectas para las fuerzas más reaccionarias, pero también 
para las progresistas. El duopolio partidista actual ya no representa a 
las mayorías del país. Mientras Trump es el presidente novato más 
reprobado de la historia (tiene sólo 39 por ciento de aprobación), eso 
no se ha traducido en un gran apoyo para los demócratas (sólo tienen 38 
por ciento de aprobación).
Aunque la derecha 
ganó, su rechazo popular manifestado en movilizaciones masivas en los primeros meses de este año –algunas sin precedente– muestra una sociedad que no puede ser, más bien que rehúsa ser, definida por Trump.
Las acciones masivas ya no son tan frecuentes, pero eso no 
necesariamente significa una reducción de esfuerzos de resistencia y en 
favor de un cambio progresista en medio de una de las épocas más oscuras
 de este país.
A la vez, se tiene que subrayar que ésta sigue como una sociedad 
generalmente desmovilizada, fragmentada, con una amnesia histórica 
deslumbrante, y con sus grandes organizaciones sociales en su momento 
más débil, sobre todo los sindicatos y las que nacieron de movimientos 
por los derechos civiles. Pero a pesar de ello, hay señales de vida de 
una nueva (y vieja) ola progresista por todas partes, hasta en lugares 
que no se pensaba que podría existir tal cosa.
Por un lado, ni Sanders ni los sanderistas han desaparecido. Este fin
 de semana más de 4 mil activistas ambientalistas, laborales, indígenas,
 de Black Lives Matter, junto con estrategas, intelectuales, artistas y 
sindicalistas se reunieron en Chicago en la Cumbre del Pueblo
 para nutrir e impulsar una ola de candidatos progresistas que están 
ingresando a elecciones locales, estatales y federales para continuar 
promoviendo la 
revolución políticabautizada por Sanders. Esa cumbre, entre otras iniciativas, fue convocada por organizaciones que nacieron de la campaña del
socialista democráticoel año pasado, incluyendo Our Revolution, People for Bernie , con aliados clave, como el sindicato de enfermeras National Nurses United.
El sábado, Sanders declaró ante esa cumbre que la dirección actual del Partido Demócrata es 
un fracaso absolutoy afirmó que ese partido
requiere de un cambio fundamental, lo que necesita es abrir sus puertas a gente trabajadora, a los jóvenes, a personas de la tercera edad y a los que están preparados para luchar por la justicia social y económica.
Lo que ocurrió en Gran Bretaña, con el sorprendente resultado para 
las fuerzas de Jeremy Corbyn, por supuesto alimentó el optimismo entre 
estas filas, ya que comparten el mismo prisma político.
La semana pasada se anunció la formación del Sanders Institute, como una especie de think tank, integrado,
 entre otros por los profesores Jeffrey Sachs, Robert Reich y Cornel 
West, figuras culturales como Harry Belafonte y Danny Glover.
Por otro lado, desde cada esquina del país, casi todos los días, se 
reportan expresiones de rebelión y desafío encabezadas por un mosaico 
extraordinario: inmigrantes (sobre todo los jóvenes dreamers), indígenas,
 ambientalistas, pacifistas, religiosos, estudiantes, artistas y 
defensores de derechos y libertades civiles, todos confrontando la 
ofensiva derechista de Trump mediante multitud de iniciativas locales, 
estatales y regionales.
También hay respuestas más institucionales, respaldadas por 
ciudadanos y la opinión publica. Cientos de ciudades, universidades y 
organizaciones ambientalistas no sólo denunciaron el retiro de 
Washington del Acuerdo de París sobre cambio climático, sino que están 
impulsando pactos autónomos con la Organización de las Naciones Unidas 
para cumplir el acuerdo. Los alcaldes de Pittsburgh y París escribieron 
un artículo conjunto en el New York Times
 en el cual se comprometieron a la cooperación ambiental después de que 
Trump comentó en un discurso que él había sido electo para representar a
 los ciudadanos de Pittsburgh, no de París.
Vale reiterar que tal vez la respuesta más potente es la que se 
expresa en el ámbito cultural, tanto en el sector comercial como en el 
independiente. En cines, teatros, música, televisión y más se ofrece un 
mosaico de denuncia, crítica, sátira e invitaciones a algo más noble. 
Esto se puede ver en cosas curiosas como que la película más exitosa del
 momento La Mujer Maravilla, amazona cuya misión es poner fin a las guerras al combatir los hombres macabros que las promueven, o que la canción más exitosa del momento, Despacito, es en español. Ese no es el Estados Unidos de Trump.
En la disputa entre el oscurecer y el amanecer de este país, también 
está en juego el futuro de este mundo. Por tanto, el futuro de este país
 no puede quedar sólo en manos de los estadunidenses.
 
 
 
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