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domingo, 2 de julio de 2017

La acumulación de desperdicios y el desperdicio de las riquezas

Una mirada desde los Derechos de la Naturaleza

Publicado en el libro: Ecología política de la basura. Pensando los residuos desde el Sur. María Fernanda Solíz (coordinadora); Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo – Abya-Yala Quito, 2017.



“Los dueños del mundo usan el mundo
como si fuera descartable:
una mercancía de vida efímera”
Eduardo Galeano
“ En este momento la cosa más desechable del mundo es el ser humano”
José Saramago, Premio Nobel de Literatura

El capitalismo, en tanto civilización de la desigualdad, es en esencia explotador y depredador. El sistema capitalista, como afirmó el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría , “ vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza” [1] .
Como sabemos, l a civilización del capital no solo que busca ganancias sin fin, sino que las necesita para subsistir . Acumula explotando la mano de obra y la Naturaleza. Acumula fomentandoun proceso sostenido cada vez más en el crecimiento económico permanente, en el consumo desbocado y en el masivo desperdicio. Atesora también especulando. Incluso a transformado recursos renovables en no renovables como resultado de tanto extractivismo y transtornos provocados. Y no tiene empacho alguno en obtener cuantiosos réditos destruyendo lo construido, a través de las guerras, por ejemplo; o del desarrollo de tecnologías riesgosas con capacidad de devastar territorios y ecosistemas.
Ese modelo dominante de crecimiento infinito, ha roto el equilibrio interno de la Naturaleza, en donde el “residuo” de una actividad productiva podría ser el recurso para otro uso provechoso para la vida. De esta manera no solo se acumulan desperdicios sino que se desperdician recursos. El parida de nacimiento de esta barbarie se plasmó cuando a la Naturaleza se le despojó de poder generador y regenerador, cuando paso a ser un conglomerado de materias primas mercantilizables, no simplemente subordinada al ser humano, sino a la voracidad del capital.
Hay que tener presente que a demás de la expansión material, el capitalismo necesita expandirse ideológica y culturalmente. Así se ha consolidado un discurso ideologizado en la necesidad de asegurar el consumo y el crecimiento económico como el camino indiscutible para alcanzar el bienestar.
Con la globalización de una sociedad atrapada en una realidad inventada desde el mundo de las mercancías, la producción y el consumo rompieron los ciclos metabólicos del planeta. Por una parte la extracción de materiales, que han tardado siglos en constituirse, se realiza a velocidades vertiginosas con una creciente pérdida de energía, rompiendo los ciclos naturales y acumulando montañas de desechos que no alcanzan a reintegrarse a los procesos metabólicos del planeta. A esto se suman las rupturas y las disfuncionalidades de la propia economía mercantilizada: la velocidad de acumulación productiva difiere del ritmo de acumulación sustentada en la especulación financiera. Recordemos que, en los últimos 200 años, las tasas de crecimiento económico, que nos darían cuenta del mundo de la producción, bordean el 2%, y que las tasas de interés, que reflejarían los niveles de la especulación financiera, habrían alcanzado el 4,5% promedio anual, según Thomas Pikkety [2] . Estos ritmos de una economía que ha roto sus raíces materiales, son infinitamente más altos que lo que podría ser la tasa de intercambio con la Naturaleza. Esto nos grafica una situación de tres velocidades insostenibles en el tiempo.
El capitalismo, originado en las condiciones de producción , acompañada de la especulación , su contracara inseparable, va imponiendo su lógica en muchas otras esferas de la realidad social hasta crear un imaginario que justifica visiones de dominación, exclusión y depredación y que rinde culto a lo efímero, a lo que está de moda y que, inclusive, por aquello de la obsolescencia programada, dura poco.
Sin embargo, el mismo capitalismo, como modo de producción enfocado a garantizar la reproducción continua del capital y sus ganancias, gesta su propia crisis, una crisis civilizatoria. Ese momento histórico se aproxima, si es que ya no ha empezado.Vivimos un punto crítico no solo con las desquiciadas estructuras socioeconómicas, con los superados límites ambientales, sino también con instituciones políticas incapaces de atender los retos planteados. Así, con la crisis civilizatoria del capitalismo se generan varias crisis específicas que ponen en peligro la libertad y la misma supervivencia de todos los seres vivos, incluyendo los humanos .
En respuesta, necesitamos plantearnos un cambio civilizatorio . El objetivo es pensar en un mundo diferente, en un planeta vivo, en donde todo tiene que ver con todo, que supere al capitalismo y a todas las visiones antropocéntricas que de él se alimentan.
El desperdicio entre el negocio y la crisis planetaria  
Como resultado de este proceso de crecimiento y acumulación del capital, es cada vez más impactante e inocultable el volumen de todo tipo de desechos y basura. Este desperdicio, en términos amplios, presente también en el gasto excesivo o en el subconsumo de mercancías constituye parte del motor del capitalismo. Y aunque puede resultar paradójico, los desechos y la basura son también objetos de acumulación del capital. Las posibilidades de negocio en los procesos de reutilización o reciclaje de materias primas o inclusive en “el minado” de la basura son enormes. Basta ver la multiplicidad de negocios en este ámbito, los que en su mayoría poco tienen que ver con el aprovechamiento sostenido de dichos desperdicios.Es más, con mucha frecuencia,estos negocios someten, directa o indirectamente, a seres humanos y a territorios a condiciones de precariedad extrema. Son negocios muchas veces ilegales que han construido una suerte de economía criminal tanto por las condiciones salud, como el uso de la violencia que la ilegalidad impone.
El pivotede este proceso -no lo olvidemos- es el crecimiento económico permanente azuzado por las demandas de acumulación sin fin del capital. Un ejemplo a una escala planetaria sobre cómo el desperdicio se convierte en negocio es el que tiene que ver con el procesamiento de combustibles fósiles. No se puede seguir consumiéndolos si no se quiere seguir carbonizando la atmósfera.Sin embargo, en lugar de reducciones en la producción y el consumo, ha surgido una nuevo negocio alrededor de ese desperdicio: “el mercado de carbono”.
Para poder continuar con esta reflexión preguntémonos sobre lo que significa el desperdicio en el mundo en que vivimos. Jürgen Schuldt, en un trabajo notable, aunque lamentablemente poco difundido, nos habla de “la civilización del desperdicio” [3] . El llama la atención sobre el derroche y el desperdicio de dinero y mercancías en los procesos de producción, consumo y comercio. Inclusive nos habla de “sus graves consecuencias económicas, psicológicas, sociopolíticas, culturales, medioambientales y éticas”. Y plantea reflexiones para entender sus causas y muchas propuestas urgentes para contribuir a su resolución, abarcando los niveles local, nacional y global. En su texto detalla una larga lista de posibilidades de acción, procurando “encontrar nuevas formas de convivencia humana y con la Naturaleza desde la perspectiva de la dinámica específica de la actual civilización, que no cubre las necesidades axiológicas y existenciales del ser humano, ni potencia sus capacidades y realizaciones, a la vez que irrespeta los Derechos de la Naturaleza, en un planeta cada vez más estrecho, sobreexplotado y contaminado”.
Un planeta que es visto como un reservorio de bienes materiales inagotable. Ese es uno de los mensajes que podemos extraer de las políticas de marketing y de publicidad masiva y alineante, analizadas por la piscoeconomía, que de manera desembozada alientan el consumismo y su contracara, el desperdicio. Parecería que no hemos entendido que el mundo tiene límites biofísicos que ya están siendo sobre pasados y que es imposible imaginarnos una sociedad mundial en la que todos sus miembros puedan consumir como las élites del planeta.
El autor en mención asume como que gran parte de esos gastos exagerados y los crecientes desperdicios puede ser evitable. Vinimos una situación indignante, nos dice, en que “en un mundo globalizado, coexisten la abundancia exagerada con la escasez extrema, la riqueza inconmensurable con la pobreza abyecta”. Un asunto aún mucho enojante si vemos como funciona la obsolescencia programada de muchos productos y la creciente inutilidad de algunos de ellos, como es el caso de los teléfonos “celulares inteligentes”: su vida útil está predeterminada de antemano para asegurar una creciente velocidad en la circulación de su mercantilización, demandando cada vez más materiales, mientras que las posibilidades de utilización plena de la tecnología disponible en esos aparatos de comunicación resulta una quimera.
El estilo de vida consumista y depredador -existente en las élites del Norte y del Sur, y que guía el accionar de miles de millones de personas- está poniendo en riesgo el equilibrio ecológico global y margina cada vez más masas de seres humanos de las ( supuestas) ventajas del ansiado progreso. Según la FAO, en un mundo donde la obesidad y el hambre conviven, al año se desperdician más de 1,3 mil millones de toneladas de alimentos perfectamente comestibles: 670 millones en el Norte global y 630 millones en Sur global, incluyendo los países más pobres del planeta. Un 70% de los cereales que se mercadean en el mundo están determinados por lógicas especulativas. Se produce alimentos para los autos y no para los seres humanos, llámeselos agro o biocombustibles.
Cada vez se destinan más y más extensiones de tierra para un agricultura fundamentada en los monocultivos, a través de los cuales se pierde aceleradamente la biodiversidad. Los organismos genéticamente modificados (OGM) y sus paquetes tecnológicos hacen también lo suyo. Toda esta combinación de acciones ha conducido, desde inicios del siglo XX, a la pérdida de un 75% de la diversidad genética de las plantas. En la actualidad, de conformidad con datos del Ministerio de Agricultura de Alemania, el 30% de las semillas están en peligro de extinción. Mientras el 75% de la alimentación del mundo se asegura con doce especies de plantas y cinco de animales, solo tres especies –arroz, maíz y trigo – contribuyen con cerca de 60% de las calorías y proteínas obtenidas por los humanos de las plantas. Apenas el 4% de las 250 mil o 300 mil especies de plantas conocidas son utilizadas por los seres humanos. Y en este escenario, cuando el hambre azota a unos mil millones de personas en el mundo, vemos cómo los grandes conglomerados transnacionales de la alimentación, como Monsanto, siguen concentrando su poder a través del control de las semillas.
El agua también es otro patrimonio en riesgo, a más de presentar niveles de una enorme desigualdad en su distribución y de un uso cada vez menos justificable. Jürgen Schuldt es categórico con el desperdicio del agua:
“el tristemente conocido uso exagerado del agua, en el que las tuberías o los caños no solo gotean por desperfectos, sino que son reflejo de la actitud de muchas personas que dejan correr el líquido en demasía para regar el jardín y para lavar ropa, utensilios o su propia persona. Es obvio que tiene que perderse necesariamente una cierta parte, aunque hay casos en que se puede volver a utilizar, como veremos en su momento. (…) Se estima que el 85% del agua de uso doméstico termina malgastado en el mundo. En el Perú, mientras el 30% no tiene acceso al agua, el desperdicio sería del 40% (con una norma «permisible» a nivel mundial del 20%), básicamente por falta de mantenimiento de las redes; en donde el colmo es que los que viven en zonas residenciales pagan 3,20 soles por metro cúbico, mientras que en los barrios marginales el costo es de 33 soles (sin garantía alguna de su «potabilidad»”.  
A lo anterior sumemos otros usos realmente insostenibles e intolerables. El sobre consumo y desperdicio de agua sobre todo en actividades industriales es gigantesco: A esto debe sumarse el desperdicio por los precarios sistemas de distribución de aguas. Las actividades extractivas -minería, petróleo, monocultivos-, a su vez, son grandes responsables de las formas más perversas de desperdicio sistemático, por la contaminación a gran escala de las aguas de superficie y subterráneas (A lo que cabría añadir la contaminación masiva del aire y de los suelos).
Lo que sucede con los alimentos y el agua acontece con las medicinas, la energía, la vestimenta, el papel, productos electrónicos, vehículos, construcciones de todo tipo, ollas… Toda esta composición de desperdicios es provocada por el sobregasto y por la “capacidad ociosa de consumo”, al decir de Jürgen Schuldt [4] .
Así las cosas, siguiendo a este mismo autor,
“para poder avizorar un panorama completo de la basura que se vierte en el mundo, puede ser útil tener una idea de los montos de que se trata. En el año 2007, según The Economist (2008a), se generaron 2.120 millones de toneladas de basura a escala mundial (Medina 2008). Gran parte de ella (alrededor del 26% en 2009) responde a tres países: Estados Unidos, China e India. De ese total de basura, generada en el año 2007, 566 millones corresponden a los países de altos ingresos, 986 millones a países de ingresos medios y 569 millones a los de bajos ingresos. En los países más desarrollados es donde más residuos sólidos por habitante se generan. En términos per cápita, tenemos que la basura que producen las personas de los países de altos ingresos equivale a 1,4 kilos por día; los de medianos ingresos, 800 gramos/día y los de bajos ingresos, 600 gramos/día.”  
Más allá de que la noción del desperdicio sea connatural al capitalismo, el concepto de la basura revela la ruptura de las relaciones entre las sociedades humanas y la Naturaleza y esta se vuelve un problema mayor con la industrialización y peor aún, en la actualidad, en la era de la cibernética. Ahora, por ejemplo, los aparatos electrónicos después de muy poco tiempo ya resultan obsoletos:
“la basura electrónica contiene metales pesados y sustancias químicas tóxicas persistentes que no se degradan con facilidad en el ambiente entre los cuales podemos identificar plomo, mercurio, berilio y cadmio. Como estos aparatos han sido diseñados utilizando tales sustancias, cuando son desechados, no pueden ser dispuestos o reciclados de un modo ambientalmente seguro”. Solo el año 2010, “terminaron en la basura unos 10 millones de celulares”. [5]
El problema radica en el imparable proceso de ruptura de los procesos metabólicos. Los combustibles fósiles y toda la organización socioeconómica-política-cultural a su alrededorjuegan un papel central por la creciente generación de desechos no biodegradables. La acumulación de basura está alterando no sólo la química del planeta sino también sus formas: montañas de basura, islas de basura, de hecho ahora ya se habla del “Octavo Continente” o “Basural del Pacífico Norte” [6] .
En la búsqueda de respuestas a esta ruptura de relaciones con la Naturaleza nos tropezamos con un patrón tecnocientífico que en lugar de construir comprensiones vitales del funcionamiento de la Naturaleza, su metabolismo y sus procesos vitales, irrumpe en ella para explotarla, dominarla y transformarla. Como recordó Vanda Shiva en los años noventa del siglo pasado,
“con el advenimiento del industrialismo y del colonialismo, sin embargo, se produjo un quiebre conceptual. Los 'recursos naturales' se transformaron en aquellas partes de la naturaleza, que eran requeridas como insumos para la producción industrial y el comercio colonial. (…) La Naturaleza, cuya naturaleza es surgir nuevamente, rebrotar, fue transformada por esta concepción del mundo originalmente occidental en materia muerta y manejable. Su capacidad para renovarse y crecer ha sido negada. Se ha convertido en dependiente de los seres humanos” [7] .
No olvidemos que en todo tipo de técnica hay inscrita una “forma social”, que implica una manera de relacionarnos unos con otros y de construirnos a nosotros mismos; basta mirar la sociedad que “produce” el automóvil y el tipo de energía que éste demanda. De la misma manera los dispositivos tecnológicos, como son los teléfonos celulares, por ejemplo, que en pocos años de vida se han convertido en un fenómeno global: hoy habría ya más teléfonos celulares que seres humanos, o los computadores que se reproducen y desechan año a año, lo que supone una inmensa cantidad de desechos.
Se trata de un patrón tecnológico que no solo altera los sistemas naturales generando grandes cantidades de desperdicios, sino que pretende enfrentar los problemas de esos desperdicios con las mismas soluciones ocultando elracismo e inclusive la inequidad social. Los basurales se ubican en los sitios más marginados, la basura más tóxica se exporta a países empobrecidos. Así la inequidad ecológica se superpone a las inequidades sociales, económicas e inclusive de género.
Del desperdicio de elementos vitales al reencantamiento del mundo
Este tema del desperdicio recobra nueva fuerza en la actualidad, con una sociedad mundial signada por sus enormes logros materiales y tecnológicos, que contrastan con sus crecientes desequilibrios en términos de ingresos y riqueza, oportunidades y libertades. Tenemos una sociedad dominada por profundos y contradictorios fenómenos de globalización económica, caracterizados, además, por una mundialización de una cultura consumista y productivista.
La crisis de la institucionalidad de los Estados-nación, surgidos en la modernidad, parece en la actualidad que les ha dejado una función meramente policial: asegurar a nivel local/nacional el correcto desempeño que demanda la economía mundial, en medio de una creciente financiarización que parece ser el sustrato de la actuales y desbocadas violencias estructurales, al tiempo que los extractivismos se expanden con redoblada fuerza a partir de lógicas de acumulación primario-exportadoras que comenzaron a surgir desde los orígenes de la colonia. Karl Marx fue muy claro cuando destacó que “ el descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la trasformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria ” (El Capital, tomo I, 1876). Y desde entonces la “misión civilizatoria” empezó un proceso global de transformación de la Naturaleza en recursos comercialmente utilizables y de las comunidades indígenas en individuos portadores de esa modernidad capitalista, emulando a sus conquistadores. Así, la subordinación de la Naturaleza al mercado vino acompañada de la represión de lo comunitario, con la consiguiente pérdida de los antiguos y tradicionales derechos de aquellos pueblos para asegurar su fuente de sustento en la Naturaleza. Debe quedar claro que no hay violencia sin colonialismo, ni capitalismo sin extractivismo, pues éste es un fenómeno estructural, históricamente vinculado y acotado a la modernidad capitalista [8] .
En este contexto se gesta -como algo inédito en la historia de la relación entre la Tierra y la Humanidad- una cada vez más compleja y profunda crisis ambiental provocada por la superación de los límites biofísicos como consecuencia del accionar de los seres humanos, organizados dentro de la lógica de la civilización capitalista, cabe agregar. Y es este proceso de sostenida destrucción de la Naturaleza -y también de la sociedad- el que está poniendo en peligro la vida misma sobre el planeta.
No nos olvidemos que a más de los problemas ambientales, el mundo enfrenta una creciente y nunca antes vista desigualdad social, en medio de masivos negocios especulativos y de destrucción, que se dan, por ejemplo, a través de la migración y la trata de personas, el narcotráfico, las guerras, la venta de armas y otras muchas formas de acumulación no productiva del capital. Así las cosas, inclusive la privatización y la creciente mercantilización del conocimiento están a la orden del día. Y, en consecuencia, la mercantilización de la Naturaleza continúa imparable, para muestra el enloquecido mercado de carbono.
Desde esa perspectiva múltiple, la superación de la civilización del desperdicio, es también la superación de la civilización de la desigualdad, de la explotación y de la destrucción. Por lo tanto hay muchas acciones que se deben emprender inmediata- y simultáneamente
Una síntesis de las acciones a seguir nos conduce a asumir concretamente mensajes que podemos desplegarlos desde la cotidianidad y que deben proyectarse desde abajo a los otros niveles de acción estratégicos: local, nacional, regional, internacional. Así los principales ejes de estas propuestas se sintetizan en reemplazar, rechazar, reutilizar, reducir, reparar, reciclar, reclamar, respetar. Avanzando en construcción de alternativas cabría destacar los lineamientos básicos de la lucha, que podríamos sintetizarlos en desurbanizar, destecnologizar, descomplejizar, despetrolizar. Y todo esto como parte de la construcción de otra economía para otra civilización.
Podemos partir de un punto donde cada vez hay mayor consenso, incluso entre quienes creen posible el “desarrollo”: el crecimiento económico no es sinónimo de “desarrollo”. El crecimiento implica un simple incremento de magnitudes económicas (como el PIB u otra magnitud utilizada de referencia), mientras que el “desarrollo” (a la larga siempre capitalista) no solo implica aspectos cuantitativos, sino incluso cualitativos (por ejemplo una industrialización contaminadora en esencia, mayor peso en el comercio internacional, poder y dominio de sociedades capitalistas fuertes sobre sociedades capitalistas débiles, etc.) [9] . Lo que falta aún entender es que el “desarrollo” (sin apellido), aunque cueste aceptarlo, no es más que un fantasma inalcanzable. Por eso, liberarnos de las ataduras del “desarrollo” podría potenciar las capacidades propias para encontrar otras formas de construir estilos de vida dignos para todos los habitantes del planeta, inspirados en las visiones y propuestas de cada sociedad, sin caer en la copia inviable y caricaturizada de otras realidades (caricatura que incluso ha sido exacerbada por los propios promotores del “desarrollo”).
Este cuestionamiento no implica sostener las actuales desigualdades e inequidades sociales que permitirían a los grupos opulentos de las sociedades en el Norte y en el Sur mantener sus privilegiados modos de vida. Eso de ninguna manera. Al contrario, especialmente en condiciones de decrecimiento (no confundirla con una reducción del producto interno bruto provocada por una crisis), la única forma de para disminuir la pobreza y mejorar las condiciones económicas de las grandes mayorías es con una transformación agresiva en los procesos distributivos [10] .
En términos económicos, el decrecimiento critica directamente a la lógica del capital pues si las economías decrecen en lugar de crecer, ya no es posible realizar una “reproducción ampliada” del capitalismo, implicando a su vez una no-acumulación de capital (e incluso una posible “des-acumulación”). Si se deja de acumular capital, se pone un alto a la concentración de poder en manos de las clases capitalistas, y el propio sistema entra en un proceso de desaparición debido a que, si no se crece, la única forma de reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida de las mayorías es por medio de drásticos cambios distributivos. Simultáneamente empezaría el derrumbe del capital financiero, el cual precisamente se sostiene de la “acumulación ficticia” de capital.
A esta dinámica se acopla perfectamente el post-extractivismo, pues si los principales centros capitalistas se contraen, aparte de contraer su demanda de productos primarios, hasta es posible que los mecanismos de intercambio desigual que generan la extracción de valor desde la periferia a los centros se vayan asfixiando (pues los centros ya no necesitarían seguir extrayendo valor para acumular). Al asfixiarse el intercambio desigual, la periferia capitalista posiblemente requerirá cada vez exportar menos recursos naturales para tratar de evitar los flujos negativos del comercio internacional capitalista. Si a esto se suma una contracción en la demanda internacional, entonces necesariamente el capitalismo dependiente (típicamente atado a modalidades de acumulación primario-exportadoras) no podría sostenerse y, a la larga, terminaría por desaparecer [11] . Y todo este proceso deberá venir de la mano con un reencuentro de los seres humanos con la Naturaleza.
Al endiosar la economía, en particular al mercado, se ab andonaron muchos instrumentos no económicos, indispensables para mejorar las condiciones de vida. Por ejemplo, creer que los problemas ambientales globales se resolverán con medidas de mercado es un error que puede costarnos muy caro; se ha demostrado que más efectivas han sido las normas y regulaciones (todavía insuficientes), que las “leyes” de la economía capitalista de la oferta y la demanda. Pero eso no es todo. No podemos seguir mercantilizando la Naturaleza, proceso que propicia su explotación desenfrenada; todo lo contrario, hay que desmercatilizarla; tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su capacidad de regeneración, basada en el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad [12] .
Un paso inevitableradica probablemente en empezar a pensar en los desechos con más respeto. Se considera basura o desperdicio a una gran cantidad de materiales cuyo uso ha sido desvinculado de los procesos naturales. Los desechos orgánicos, por ejemplo, son realmente una importante materia prima para devolver la fertilidad a los suelos. Esto nos lleva a recuperar la Naturaleza desde la perspectiva de la vida y no como depósito de materia inerte, privatizable, mercantilizable…
La clave está en pensar en la producción y el consumo con una visión que cierre los ciclos y evite las fugas de nutrientes o de energía, que erróneamente se los considera “basura”. La utilización de estos excedentes de nutrientes y energía servirán para apoyar el mayor número de ciclos de diferentes actividades manteniendo el equilibrio interno. De esta manera el “residuo” de una actividad de producción puede ser asumido como recursos para otra actividad productiva, así no solamente se maximiza la productividad sino que se evita la contaminación del ambiente. Un uso razonable de estos recursos exige también evitar usos dispendiosos, como los que se dan en el tema del empaque de muchos productos, por ejemplo.
El secreto está en pensar a laNaturaleza como un ser vivo. Un sujeto con derecho a mantener sus procesos vitales, que incluyen la circulación de los nutrientes y de la energía.“La Tierra –como sistema viviente- nos excede, nos precede y nos contiene absolutamente”, para recurrir a palabras de Horacio Machado Aráoz.
Aquí está implícito un gran paso revolucionario, realmente civilizatorio, que nos conmina a transitar de visiones antropocéntricas a visiones integradoras desde lo biocéntrico comunitario, queterminen por asumir las consiguientes consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales que supone. Cabe dar paso al “reencantamiento del mundo” [13] es decir
“a derribar barreras artificiales entre los seres humanos y la Naturaleza, a reconocer que ambas forman parte de un universo único enmarcado por la flecha del tiempo. El reencantamiento del mundo se propone liberar aún más el pensamiento humano. El problema fue que, en el intento de liberar el espíritu humano, el concepto del científico neutral (propuesto no por Weber sino por la ciencia social positivista) ofrecía una solución imposible al laudable objetivo de liberar a los estudios de cualquier ortodoxia arbitraria. Ningún científico puede ser separado de su contexto físico y social. Toda medición modifica la realidad en el intento de registrarla. Toda conceptualización se basa en compromisos filosóficos”, como recomienda Immanuel Wallerstein [14] .
Los derechos de la Naturaleza, como derecho a la existencia de la Humanidad
Desde una remozada aproximación a los retos de la Humanidad se convoca, entonces, a repensar colectivamente los caminos para superar el capitalismo y el antropocentrismo.
La liberación de la Naturaleza de su condición de simple objeto de propiedad, exigió y exige, entonces, un esfuerzo político que le reconozca como sujeto de derechos. Los Derechos de la Naturaleza, siempre vinculados a los Derechos Humanos, nos abren la puerta para empezar a transitar hacia otra civilización, en donde la reproducción de la vida y no la reproducción del capital sean su horizonte permanente [15] .
Este aspecto es fundamental si aceptamos que todos los seres vivos tienen el mismo valor ontológico, lo que no implica que todos sean idénticos. Eso sí, todas las especies vivas tienen la misma importancia y por lo tanto merecen ser. Esto conduce a romper con la visión instrumental del ambiente, en tanto se reconocen valores propios a la Naturaleza. No se habla de valores que son atribuidos por los seres humanos.
Dotar de Derechos a la Naturaleza significa, entonces, alentar políticamente su paso de objeto a sujeto, como parte de un proceso centenario de ampliación de los sujetos del derecho. Lo central de los Derechos de la Naturaleza, es rescatar el “derecho a la existencia” de los propios seres humanos. Responsabilidad, respeto y reciprocidad con la Naturaleza deben ser los tres pilares de este accionar.Aquí cabe la célebre frase de uno de los grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, el holandés Baruch de Spinoza (1632-1677), quien en contraposición con la actual posición teórica sobre la racionalidad, reclamaba que “cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda”.
Hay que entender que lo que hacemos por la Naturaleza lo hacemos por nosotros mismos. Este es un punto medular de los Derechos de la Naturaleza. Insistamos hasta el cansancio que el ser humano no puede vivir al margen de la Naturaleza y menos aún si la destruye. Por lo tanto, garantizar la sustentabilidad es indispensable para asegurar la vida del ser humano en el planeta. Esta lucha de liberación, en tanto esfuerzo político, empieza por reconocer que el sistema capitalista destruye sus propias condiciones biofísicas de existencia.
Este es el meollo del asunto. Lo potente en la actualidad es que contamos con valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas como el Buen Vivir o sumakkawsay o suma qamaña de las comunidades indígenas andinas y amazónicas. [16] A más de las visiones de Nuestra América hay otras muchas aproximaciones a pensamientos de alguna manera emparentados con la búsqueda de una vida armoniosa desde visiones filosóficas incluyentes en todos los continentes. El Buen Vivir, en tanto cultura de vida, con diversos nombres y variedades, es conocido y practicado en diferentes regiones de la Madre Tierra, como el Ubuntu en África o el Swaraj en la India [17] . Y hay muchas, muchísimas más experiencias a lo largo y ancho del planeta, que están inmersas en un maravilloso y complejo proceso de “reencantamiento del mundo”.
El Buen Vivir, sin olvidar y menos aún manipular sus orígenes ancestrales, puede ser una plataforma para discutir, concertar y aplicar respuestas frente a los devastadores efectos de los cambios climáticos a nivel planetario y las crecientes marginaciones y violencias sociales en el mundo. Incluso puede aportar para plantear un cambio de paradigma en medio de la crisis que golpea a los países otrora centrales. En ese sentido, la construcción del Buen Vivir, como parte de procesos profundamente democráticos, puede ser útil para encontrar incluso respuestas globales a los retos que tiene que enfrentar la Humanidad.
Nos toca, en definitiva, reencantar el mundo alrededor de la vida. Requerimos para ello abrir todos los caminos de diálogo y de reencuentro entre los seres humanos, en tanto individuos y comunidades, y de todos con la Naturaleza, entendiendo que todos los seres humanos formamos parte de la misma, que, en suma, somos Naturaleza.- 
Alberto Acosta, economista ecuatoriano. Investigador de la FLACSO-Ecuador. Exministro de Energía y Minas. Expresidente de la Asamblea Constituyente. Excandidato a la Presidencia de la República. Miembro del Tribunal Permanente de los Derechos de la Naturaleza.
Esperanza Martínez, bióloga ecuatoriana. Presidenta de Acción Ecológica (2016) y coordinadora de Oilwatch. Asesora del presidente de la Asamblea Constituyente. Miembro del Tribunal Permanente de los Derechos de la Naturaleza.  
NOTA: Los autores deja constancia del aporte del economista ecuatoriano John Cajas-Guijarro.

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