Mientras las noticias 
espectaculares sobre América Latina están centradas en las “pacíficas” 
protestas callejeras de los ricos en contra de los pobres en Venezuela, 
en la América Latina profunda los pueblos indígenas y campesinos 
soportan una sangrienta y recargada represión neoliberal permanente, sin
 que ello sea noticia.
El pasado 20 de mayo, los hermanos Miguel y 
Agustín Vázquez, defensores del pueblo indígena Wixárrika, fueron 
asesinados por hombres armados, en un hospital, en Jalisco, México. 
El
 22 de mayo, en Chiapas, México, fue asesinado el defensor indígena, 
Guadalupe Huet, del pueblo indígena tzotzil, y consejero de la 
Organización Nacional del Poder Popular. 
Según representante de 
la ONU en México, estos asesinatos están relacionados con la defensa de 
derechos que realizaban las víctimas.[1] 
El pasado sábado 27 de 
mayo, Carlos Maaz Coc, indígena maya q’echí, del gremial de pescadores, 
fue asesinado en El Estor, Izabal, Guatemala, en el desalojo violento 
que realizó la Policía Nacional Civil de una protesta contra la empresa 
minera (CGN) que contamina el lago donde pescan. El gobierno nacional, 
no sólo respondió con represión a las demandas legítimas de los 
defensores del lago, sino que negó que existiese persona fallecida en el
 desalojo. 
En Colombia, después de la firma de los Acuerdos de 
Paz, ya suman más de 30 defensores indígenas y campesinos asesinados 
violentamente. Todos por defender tierra y territorios. El último caso 
fue el asesinato del Gobernador del Cabildo Kite Kiwe, Gerson Acosta 
Salazar, en Timbío, Cauca, el pasado 19 de abril.[2] 
 Todos 
estos y otros asesinatos premeditados ocurren en pueblos indígenas que 
defienden sus territorios y medios de vida ante la violenta invasión de 
empresas hidromineras, sin licencia social. 
¿Qué dicen los gobiernos neoliberales y organismo internacionales? 
La
 honestidad intelectual y espiritual del entonces Canciller de 
Guatemala, Harold Caballero, en 2012, ante las denuncias públicas de la 
masacre de indígenas mayas en Totonicapán, por las fuerzas del orden, 
expresa el pensamiento compartido por los gobiernos neoliberales: El 
pastor evangélico y político que fungía como Canciller dijo: 
“Tampoco vamos alarmarnos con ocho muertes. Aquí tenemos todos los días el doble de ocho asesinatos”.[3] 
Si
 bien, organismos internacionales como la ONU emiten sus voces de 
“preocupación” al respecto. Otros, como la Relatoría de pueblos 
indígenas de la OEA son silentes cómplices. 
Sin embargo, hay 
organismo financieros internacionales como el Banco Mundial (que 
financian proyectos hidromineros por todas partes) que son elocuentes en
 su valoración sobre el delicado tema. 
En abril del 2016, en 
Nueva York, Jim Jong Kim, Presidente del Banco Mundial, al referirse al 
asesinato de la indígena lenca hondureña Berta Cáceres, justificó aquel 
acto delictivo en los siguientes términos: 
“No se puede hacer el tipo de trabajo que estamos tratando de hacer y no tener algunos de estos incidentes.”[4] 
Estas
 reacciones premeditadas de lo más “sublime” de la civilidad de las 
sociedades hegemónicas actuales evidencia lo medular de la filosofía 
occidental moderna respecto a los pueblos indígenas. En especial sobre 
defensores indígenas en resistencia ante avasallamiento de la mítica 
inversión privada en los territorios. 
Para ellos, los derechos 
humanos son privilegios privativos para los nichos sociales que ellos 
representan. Al igual que la dignidad y la condición humana. 
El o
 la indígena no tiene derechos. Sólo obligaciones. No es un ser humano, 
sino un complemento más de la tierra y de los bienes a saquear para 
generar divisas (para otros). El o la indígena tiene derechos sí, y sólo
 si es para defender la finca del patrón. 
El o la indígena en resistencia es un patógeno a erradica de las fincas 
Los
 “inversionistas” y gobiernos neoliberales protegen a los animales en 
extinción de la fauna silvestre, mientras aniquilan a mansalva a 
familias y pueblos indígenas enteros en busca del desarrollo criminal. 
Promueven
 y premian a indígenas exóticos académicos y obedientes, pero castigan 
mortalmente a indígenas insumisos y en resistencia porque temen que la 
obediencia cristianamente instalada en las fincas (como máxima virtud) 
sea provocada por la insolencia de atrevidos defensores indígenas de 
derechos. 
Estos neoliberales gobiernos democráticos y sus 
“inversionistas” del mal desarrollo, moral e intelectualmente, son más 
voraces que Colón, Cortés, Alvarado, Pizarro, Almagro, y otros, 
invasores de la primera generación. Éstos por lo menos no alardeaban 
discursos sobre derechos humanos universales, mucho menos presumían 
gobiernos democráticos, como sí lo hacen los actuales gobiernos de 
Guatemala, Honduras, México, Perú, Colombia,… países donde, acuerpados 
por organizaciones como la OEA, se masacran selectiva y silenciosamente a
 defensoras/es indígenas de manera impune, sistemático y permanente. 
Notas:
[1] https://www.servindi.org/

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