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martes, 2 de agosto de 2016

La visión americana



León Bendesky
La Jornada
En las dos recientes convenciones partidarias en Estados Unidos se escuchó el eco de una expresión utilizada por Ronald Reagan para manifestar su idea de la “grandeza americana”. Esto último, no olvidemos, se refiere a una particularidad de Estados Unidos, que toma ese nombre y nada tiene que ver con el de todo un continente, es decir, América. Este solo hecho es ya bastante significativo.
Lo que Reagan dijo en su discurso de despedida al dejar la presidencia en 1989 se refería la sentencia de Mateo (5: 14-16): “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse… Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes…” América, según Reagan, es esa ciudad resplandeciente cuyo faro proyecta una luz que guía a los pueblos amantes de la libertad en todas partes.
Precisó que durante toda su vida política había hablado de aquella ciudad resplandeciente, una ciudad orgullosa, construida sobre rocas, más fuerte que los océanos, bendecida por Dios y pululante con gente de todo tipo, viviendo en armonía y paz. Una ciudad con puertos libres y resonante por su comercio y creatividad. Y si esa ciudad debiera tener murallas, esas tendrían puertas abiertas para todos aquellos con la voluntad de entrar. Esta idea había sido ya planteada por John Winthrop, uno de los fundadores de la colonia de Massachusetts en 1630.
En la convención del Partido Republicano que postuló a Donald Trump como su candidato a la presidencia, este eco adoptó un tono nostálgico y negativo, pues, como bien se sabe, la postura de los republicanos, y que Trump ha llevado hasta el extremo, es que esa nación está en crisis, en decadencia, luego del gobierno encabezado por Obama, y que hay que restaurar aquella grandeza perdida y encender, otra vez, la luz del faro. Aunque esto con la miopía de aislacionismo y la instauración de la ley y el orden que solo el candidato puede lograr.
Entre los demócratas, reunidos en su propia convención una semana después, aquel eco se oyó de modo velado; después de todo, Reagan fue un muy popular presidente republicano y esa imagen se preserva aún y de modo acrítico. Buena parte del modelo neoliberal fue instituido bajo su presidencia.
Para los demócratas tal grandeza no se ha perdido, así lo dijo abiertamente Michelle Obama, y lo repitieron muchos de los oradores en Filadelfia. Aunque finalmente se admite que tal imagen está dañada, especialmente desde 2001 y el ataque a Nueva York, con la guerra en Irak y sus secuelas y, luego, con la crisis económica de 2008.
Para el partido que nominó a Hillary Clinton fue imposible no reconocer una y otra vez a Bernie Sanders y sus seguidores que propusieron durante meses una visión más radical de la situación social y política del país y las propuestas para enfrentarla. En su discurso de aceptación, Clinton tuvo que admitir las premisas del movimiento de Sanders y hacer suyas sus demandas en la plataforma del partido. Ese mismo reconocimiento lo había hecho explícito Obama en su propio discurso en la convención.
La “grandeza americana” de la que tanto se escuchó en las primarias y en las convenciones se remonta al papel de los Padres Fundadores, referencia y materia de interpretación continua en los debates políticos y legislativos de ese país, que consiguieron la independencia en 1776 y elaboraron la Constitución. En ella, cumplen un papel fundamental las 27 enmiendas que existen.
La manera en que se utiliza política e ideológicamente esta base de conformación del Estado es muy poderosa y, tal vez, lejana para otras latitudes del continente. Me parece que tiene incluso un sentido más profundo y pragmático que el lema revolucionario de Francia de 1789: Libertad, igualdad y fraternidad.
En el marco de ese poderoso esquema de legislación es que adquiere una enorme relevancia el quehacer de la Suprema Corte de Justicia y la personalidad y creencias, no solo legales, de sus miembros. El caso del juez Scalia es muy relevante, así como su sustitución, aún pendiente. Por ello es que esta elección presidencial tiene tanto significado para definir el carácter mismo del Estado durante muchos años.
Existe la doctrina de la “excepcionalidad americana”, que se refiere a la diferencia entre Estados Unidos y otras naciones. Esto se asocia con su evolución histórica, la especificidad de sus instituciones políticas y hasta con un credo nacional. El resultado es la existencia de la concepción de una superioridad categórica.
La ciudad resplandeciente que ilumina el resto del mundo es una muy poderosa imagen para la configuración de la política interna y externa de Estados Unidos. Está en la base de la concepción de su papel determinante del orden mundial, adquirido apenas de manera contundente luego de la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo, después de la Segunda.
Había antecedentes, sin duda, de la intervención política y militar y del expansionismo de ese país en México y a lo largo del continente: Cuba, Guatemala, Chile para señalar apenas unos casos.
Todo este asunto resuena de manera muy distinta en esta región y otras partes del mundo, y adquiere un sentido negativo asociado con una forma de nacionalismo aplicado como instrumento de poder y dominación y, según algunos, asociado con una cierta ignorancia interna de las consecuencias que tienen las acciones del gobierno.

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