Un estado de frustración contiene toda la energía necesaria para generar cambios
| El poder de las armas es una amenaza constante, no importa en manos de quiénes estén | 
 El iracundo reclamo de 
una niña por los asesinatos de 17 adolescentes en su establecimiento 
escolar ha sido el discurso más claro y rotundo contra la política 
clientelar de la Casa Blanca con respecto al control de armas. Fue Emma 
Gonzalez, estudiante del instituto de Parkland en donde Nikolas Cruz 
ingresó con un fusil semiautomático y comenzó a disparar a mansalva, 
dejando decenas de muertos y heridos, quien elevó la voz para 
preguntarle al presidente Trump cuánto recibe por proteger los intereses
 de la Asociación Nacional del Rifle.
El iracundo reclamo de 
una niña por los asesinatos de 17 adolescentes en su establecimiento 
escolar ha sido el discurso más claro y rotundo contra la política 
clientelar de la Casa Blanca con respecto al control de armas. Fue Emma 
Gonzalez, estudiante del instituto de Parkland en donde Nikolas Cruz 
ingresó con un fusil semiautomático y comenzó a disparar a mansalva, 
dejando decenas de muertos y heridos, quien elevó la voz para 
preguntarle al presidente Trump cuánto recibe por proteger los intereses
 de la Asociación Nacional del Rifle.
 El tema del control de armas, a
 pesar de esta tragedia reciente en el estado de Florida, no ha tenido 
eco en las altas esferas. El inmenso poder de este lobby se basa no solo
 en la segunda enmienda de la Constitución que permite la tenencia de 
armas como un derecho ciudadano, sino en una forma de cultura arraigada y
 alimentada por hábiles campañas en las cuales han transformado la 
afición por las armas en un ícono nacionalista. Es decir, en el 
“americanismo” per se.
 Sin embargo, esta industria no afecta 
solo a Estados Unidos. La exportación de armas hacia otros países es uno
 de los más prósperos negocios estadounidenses, a lo cual se suma la 
enorme influencia política y estratégica que le otorga el poder de 
premunir de armamento a ejércitos afines a sus intereses en cualquier 
lugar del mundo, dentro de los marcos legales o fuera de ellos.
 
Las víctimas de este sucio negocio, por lo tanto, no se limitan a sus 
ciudadanos sino a millones de seres humanos alrededor del planeta, 
quienes resultan “víctimas colaterales” de uno de los negocios más 
prósperos y letales. Guatemala no escapa a esa influencia y tiene la 
enorme desventaja adicional de carecer de un sistema preciso para 
conocer el número y destino de las armas legales e ilegales que circulan
 por el país. De acuerdo con estimaciones de las entidades responsables 
del control de armas (Digecam), en Guatemala existe un arma registrada 
cada 25 personas, pero este indicador cambia sustancialmente si se 
añaden las provenientes del contrabando.
 En un país como 
Guatemala, con uno de los índices de violencia más elevados del mundo, 
la “flexibilidad” institucional en este asunto de tanta importancia para
 la seguridad ciudadana constituye una amenaza constante para la vida y 
la integridad de su población. Poseer armas no debería ser considerado 
un derecho para la población civil, salvo casos excepcionales y 
estrictamente regulados. La alta incidencia de asesinatos cometidos por 
niños, adolescentes y adultos integrantes de organizaciones criminales 
tiene mucho que ver con la incapacidad de las entidades encargadas de 
velar por la seguridad de las personas.
 Así como lo expresó Emma
 Gonzalez durante una manifestación contra la actitud pasiva de la Casa 
Blanca frente a la tragedia del colegio Marjory Stoneman Douglas, existe
 una responsabilidad directa de las autoridades en cada asesinato 
cometido con un arma comprada en una tienda o en el mercado negro y no 
hay excusa que valga para justificarlo.
 Quizá la ira y la 
frustración creciente de nuestra sociedad incida en un cambio positivo 
de las leyes, reglamentos y actitudes frente a los instrumentos de 
muerte que son las armas en manos de seres agresivos y carentes de 
escrúpulos, incluidos en este amplio sector no solo los individuos que 
actúan al margen de la ley, sino también aquellos que lo hacen dentro de
 sus márgenes, haciendo abuso del poder para violar impunemente los 
derechos de los ciudadanos. Quizá sean la rabia y la impotencia los 
agentes de cambio, ya que no lo han sido los diálogos ni las 
manifestaciones pacíficas.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
 
 
 
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