En noviembre de 2015 
escribí desde Lima, Perú, un artículo al que titulé: Estados Unidos 
intenta hacer de la Patria Grande otra zona de guerra. Hoy ese 
persistente plan macabro de Washington constituye una amenaza real y un 
grave e inminente peligro para la paz en este hemisferio. 
La 
presencia en las últimas horas de representantes del Jefe del Comando 
Sur de EEUU, Kurt Tidd, en la localidad de Tumaco, ubicado en el 
departamento colombiano Norte de Santander, cercano a la frontera con 
Venezuela, hizo saltar las alarmas desde el sur del Río Bravo hasta la 
Patagonia, en momentos en que la patria de Hugo Chávez y la Revolución 
Bolivariana liderada por el presidente Nicolás Maduro viven asediadas 
por el Pentágono y la Casa Blanca. 
Washington no se ha 
escondido para verbalmente intimidar una y otra vez a los venezolanos 
con una eventual intervención castrense, al tiempo que militares 
estadounidenses llegan y se mueven como “perros por su casa” en 
Colombia, Argentina y Perú, con el beneplácito de los respectivos 
gobiernos neoliberales de esos países. 
“Casualmente” las 
capitales de esas naciones, Bogotá, Buenos Aires y Lima, fueron escalas 
de una reciente gira imperial que realizó por Latinoamérica y el Caribe,
 el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, y que incluyó 
además México y Jamaica. 
En ese periplo injerencista, Tillerson
 reiteró sin tapujo alguno las conocidas pretensiones del Pentágono y 
del mandatario de Washington, Donald Trump, de destronar de cualquier 
manera al ejecutivo legítimo de Maduro, incluido el uso de la fuerza, y 
no tuvo que hacer muchas presiones para recibir el respaldo de sus 
anfitriones. 
Tampoco ha disimulado el jefe del Comando Sur, 
quien envió a sus representantes a Tumaco para desde las numerosas bases
 militares de EEUU en Colombia continuar con la escalada belicosa contra
 los venezolanos, inmersos actualmente en la preparación de nuevas 
elecciones presidenciales, sin descuidar su defensa ante una eventual 
agresión. 
El complejo panorama que enfrenta hoy Nuestra América
 con el ascenso al poder de la derecha en varios países a través de 
fraudes y los mal llamados “golpes blandos”, que no han sido otra cosa 
que golpes de Estado reciclados, ha alimentado la furia de Washington 
por derrumbar la Revolución Bolivariana y los procesos populares que 
resisten en la región, para así hacerla otra vez su patio trasero. 
Tal escenario le ha permitido a la administración de Trump incrementar 
su presencia de soldados no solo en Colombia, Argentina y Perú, sino 
también en Brasil, Paraguay, Panamá y Honduras, además de realizar 
maniobras castrenses conjuntas, hechos que convierten a la Patria Grande
 en un polvorín. 
EEUU y los regímenes de turno que se han 
sometido a sus patrañas guerreristas lo han hecho en franca violación de
 la declaración de Zona de Paz de la región, suscrita por las 33 
naciones miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y 
Caribeños (CELAC) en su II Cumbre celebrada en La Habana, Cuba, en 2014. 
Esperemos que quienes ahora se prestan para cercar a Venezuela
 y hasta agredirla militarmente se llamen a la sensatez, cumplan los 
compromisos contraídos, y eviten a toda costa una peligrosa 
conflagración que dañará a toda Nuestra América. 
Una buena 
ocasión para que prevalezca la cordura, el diálogo y evitar 
confrontaciones debería ser la VIII Cumbre de las Américas prevista a 
realizarse en Lima en abril próximo, contrario a lo que, al parecer, 
algunos incitados y financiados por Washington pretenden: convertirla en
 una cita belicosa e injerencista.  
 

 
 
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