La presencia militar norteamericana en la nación centroamericana genera suspicacia
Página/12
| Las maniobras están en pleno desarrollo y se extenderán hasta junio con la presencia de 415 militares estadounidenses. Los efectivos portarán armas, pero sobre todo gozarán de inmunidad diplomática. De fondo, el rodeo a Venezuela. | 
 Según la Cancillería panameña, las tropas norteamericanas entrenarán a las fuerzas locales. 
En
 una región cada vez más militarizada, Panamá es un símbolo latente de 
la injerencia de Estados Unidos. Aunque Washington mira con mucha mayor 
atención a Venezuela, y pese a que este país no limita con el del canal,
 reverdecen historias de intervenciones planeadas desde la Casa Blanca. 
Siete veces invadió EE.UU a la pequeña nación centroamericana. La última
 fue en 1989. Por eso, cuando la principal potencia mundial pone un pie 
en su territorio, surgen de inmediato las respuestas negativas. Ahora 
son contra la llamada operación Nuevos Horizontes. Cuando se creó en 
1984 tenía otro nombre: Fuertes caminos. Se trata de maniobras que, 
depende de quién lo cuente, adquieren dos sentidos. Para el Comando Sur 
que las dirige se trata de “ejercicios de asistencia humanitaria”. Para 
la cancillería local “un programa de entrenamiento dirigido a los 
estamentos de seguridad nacionales”. 
 Si se colocan en contexto 
los hechos de Panamá, deben analizarse junto a lo que pasa en otras 
fronteras vecinas. Sobre todo, a los 2.219 kilómetros de límites que 
comparten Colombia y Venezuela. También, pero en menor medida, a los que
 separan a este último país de Brasil y Guyana. Todo tiene que ver con 
todo y la presencia militar de Estados Unidos lo señala desde las 
entrañas de su historia. Esta vez el objetivo es el derrocamiento del 
gobierno de Nicolás Maduro. Le están rodeando la manzana. La visita 
reciente que hizo por la zona el jefe del Comando Sur de EE.UU, el 
almirante Kurt Tidd, es más de lo mismo. Se reunió con el vicepresidente
 colombiano, el general retirado de la Policía, Oscar Naranjo. Pocos 
días antes, habían conversado en Bogotá el presidente Juan Manuel Santos
 y el secretario de Estado Rex Tillerson.
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 La ofensiva diplomática de Estados Unidos sobre Latinoamérica está a la
 vista. Sus resultados también. Desde México a la Argentina, los 
gobiernos amigos de Washington siguen como rebaño la política de 
aislamiento de Venezuela. Panamá es un engranaje más de ese movimiento 
de pinzas. En agosto pasado, cuando lo visitó el vicepresidente 
norteamericano Mike Pence, les recordó a sus autoridades que EE.UU había
 sido el primer país del mundo en reconocer su independencia. Y les 
manifestó su gratitud por cómo habían actuado contra Venezuela: “El 
presidente Trump y yo estamos sumamente agradecidos por el firme 
liderazgo del presidente Varela en el repudio al régimen de Maduro. 
Felicitamos a Panamá, en particular, por haberse sumado a los otros 11 
países que firmaron la Declaración de Lima”, dijo en su discurso desde 
el gran canal que une a los océanos Atlántico y Pacífico. 
 No 
llama la atención entonces que Nuevos Horizontes ya esté en pleno 
desarrollo. Se extenderá hasta junio con la presencia de 415 militares 
estadounidenses. Los “ejercicios de asistencia humanitaria” como los 
describió Ramón Malavé, coordinador del Comando Sur en Panamá, fueron 
redefinidos por el columnista del diario La Estrella de Panamá, Mario 
Gándasegui (h) como una “invasión silenciosa”. Los efectivos portarán 
armas, pero sobre todo gozarán de inmunidad diplomática. Una situación 
que en Panamá la oposición y los movimientos sociales movilizados en la 
calle la viven como una violación del Tratado de Neutralidad del Canal 
firmado por los presidentes Omar Torrijos y Jimmy Carter en 1977. El 
mismo que permitió la devolución del corredor clave a fines de 1999, 
aunque con prerrogativas determinantes a favor de EE.UU. Un ejemplo: 
poder intervenir sobre la vía interoceánica a partir del año 2000 si se 
producían peligros a su seguridad. 
 Argumentos parecidos había 
utilizado George Bush padre cuando decidió invadir Panamá el 20 de 
diciembre de 1989 con una fuerza de 26 mil hombres. El problema era el 
ex socio político y comercial de Estados Unidos, el narco-dictador 
Manuel Noriega. Había prestado servicios a la CIA hasta que se retobó. 
Lo depusieron a costa de miles de víctimas durante el ataque. Se 
calculan unas 4 mil, según la Asociación de Familiares de los Caídos. El
 militar fue encarcelado en Miami y condenado a 40 años de prisión por 
la Justicia de Estados Unidos. Cumplió poco más de la mitad, fue enviado
 a una cárcel en Francia que también lo reclamaba y finalmente devuelto a
 Panamá, donde murió el 30 de mayo del año pasado. En los tres países 
acumuló 25 años en prisión. En 2015, a diferencia de otros militares 
latinoamericanos formateados en la Escuela de las Américas por EE.UU, 
pidió perdón por televisión a los panameños y se autodefinió como “un 
hijo de Dios”. 
 A poco más de 28 años de la invasión condenada 
por la ONU, hoy es revisada críticamente por la llamada Comisión 20 de 
diciembre. Fue aprobada en julio de 2016 por el gobierno. Su mandato 
expira el 1 de abril de 2019. Su presidente, Juan Planells, es el rector
 de la Universidad Católica Santa María (USMA) y avanza en un trabajo 
dificultoso para precisar el número de muertos. En diciembre de 2017 
dijo que ya se estaban tomando muestras de ADN a los familiares. Pero 
los registros oficiales son solo parciales. En el estreno de la película
 Invasión de 2014, del cineasta panameño Abner Benaim, un trabajador de 
la morgue dijo que se habían contabilizado unos 800 asesinados hasta que
 se arrancaron las páginas del registro. La cuenta quedó inconclusa. El 
film ganó el premio de mejor documental en el festival de Biarritz, 
Francia, en 2015. 
 El recuerdo de la invasión y los bombardeos 
del 89 vuelve con fuerza cuando se concretan operaciones como Nuevos 
Horizontes. La Embajada de EE.UU le notificó al gobierno panameño sobre 
el ejercicio el 11 de diciembre de 2017. El gobierno lo aceptó casi un 
mes después, el 4 de enero de este año. Pero “las tropas norteamericanas
 entraron a Panamá el 2 de enero, dos días antes que la respuesta de la 
Cancillería”, escribió el periodista Eliécer Navarro en el diario local Crítica. Parece que estaban apuradas para realizar su tarea humanitaria en las provincias de Darién, Veraguas y Coclé. 
 

 
 
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