No faltan los 
ilusos que piensen que con la salida de John Bolton la belicista 
política exterior de Donald Trump daría paso a otra de carácter menos 
virulenta, tanto en sus gestos como en su contenido, y por lo tanto 
menos peligrosa para la paz y la seguridad internacionales. Grave error. 
Es cierto que había diferencias entre lo 
que proponía el ex Consejero de Seguridad Nacional y el presidente en 
varios temas clave. Mientras en las páginas editoriales del New York Times
 aquél aconsejaba bombardear Irán para evitar que este país accediera a 
la bomba atómica (que ya EE.UU. le concedió a Israel hace décadas), 
Trump albergaba dudas sobre la eficacia de esa política, más no de su 
inmoralidad.[1] 
Los
 expertos del Pentágono seguramente le advirtieron al ocupante de la 
Casa Blanca que al igual de lo que Jorge Luis Borges dijera una vez de 
los militares argentinos, Bolton tampoco “había oído en su vida silbar 
una sola bala” rasgando el aire sobre su cabeza y que sus bravatas eran 
el peligroso disparate de alguien que desconocía por completo el arte de
 la guerra. El halcón racista y xenófobo, hoy “involuntariamente 
desocupado” (como acotaría burlonamente J. M. Keynes) era tan estúpido 
que inclusive proponía bombardear también a Corea del Norte, sin 
percatarse que Seúl y Tokio, las dos principales ciudades de esos 
cruciales aliados de Estados Unidos en Asia: Corea del Sur y Japón, 
podrían ser reducidas a cenizas por la represalia norcoreana ni bien 
comenzara el ataque estadounidense. 
La 
tecnología moderna hace que cualquier ataque nuclear, por sorpresivo que
 sea, nunca será suficientemente destructivo como para evitar la 
retaliación del agredido. Esto fue lo que el bruto de Bolton nunca 
entendió y lo que los militares del Pentágono le dijeron a Trump. Aquél 
también era partidario de escalar la agresión en contra de la República 
Bolivariana de Venezuela, no descartando una intervención militar que, 
como se dice a cada rato, es "una opción que siempre está sobre la 
mesa". Esta amenaza no se materializó aunque en las últimas semanas la 
Casa Blanca ha movido a su rastrero peón en Bogotá ordenándole crear una
 situación muy tirante en la frontera colombo-venezolana. Si estos 
escarceos llegaran a culminar en un violento desenlace Estados Unidos 
podría invocar al TIAR -que por algo lo ha venido reactivando estos 
días- para reunir fuerzas con su peonada y acudir en ayuda de Colombia 
"agredida" por Venezuela. Poco probable que alguien le crea, pero las 
aviesas intenciones son innegables.
Dicho 
esto, hay que tener en cuenta que no son las personas (Trump, Bolton, 
Pompeo) ni los partidos quienes hacen la política de Estados Unidos, ni 
en lo doméstico ni en el ámbito internacional. El poder de decisión 
fundamental reposa en las manos del “complejo 
militar-industrial-financiero” o, como algunos lo denominan, "el Estado 
profundo". Este núcleo duro del poder que nadie ha elegido y que es 
responsable ante nadie es quien, desde finales de la Administración 
Eisenhower (1953.1961), elabora e impone las grandes directivas que 
luego, con un inevitable “toque personal”, llevan adelante los 
presidentes y los jerarcas de la administración de turno. Es obvio que 
los gobernantes le imprimen un sello personal que no debe ser desdeñado,
 pero no es allí donde hay que buscar los fundamentos de las políticas 
de estado que adopta el imperio. 
Al fin y 
al cabo no fue otro que el "progresista" Barack Obama quien “legalizó” 
la infame agresión a Venezuela con su execrable orden ejecutiva del 9 de
 marzo del 2015 en la cual “declaraba la emergencia nacional debido a la
 amenaza inusual y extraordinaria que la situación de Venezuela 
planteaba para la seguridad nacional y la política exterior de Estados 
Unidos.” Los ominosos términos de este decreto: "emergencia nacional", 
"amenaza inusual y extraordinaria" a la "seguridad nacional" de su país 
hunden al afroamericano en las ciénagas más malolientes de la política 
internacional. 
Por consiguiente Trump no 
hizo más que avanzar por el camino trazado por su predecesor, claro está
 que tiñéndolo con las estridencias de sus extravagancias personales y 
la grosería de sus modales de ricachón prepotente. ¿Ataques con drones? 
Obama hizo uso y abuso de ellos, y Trump siguió la curva ascendente de 
esas agresiones. ¿Operaciones de “cambio de régimen” contra Venezuela, 
Nicaragua, Irán y ahora Hong Kong? Salvo la última, las otras tres 
comenzaron con Obama. ¿Extraterritorialidad de las sanciones económicas 
norteamericanas? Una vieja política del imperio que cultivaron con 
empeño todos los presidentes de Estados Unidos desde Eisenhower en 
adelante. Sanciones económicas a diestra y siniestra aplicadas a 
gobiernos de países reputados como “enemigos”, a bancos y empresas que 
efectúen transacciones comerciales o financieras con ellos y a personas 
físicas o jurídicas involucradas en las mismas. 
No
 sólo eso: también bloqueos comerciales, de puertos (en la Nicaragua 
sandinista), sabotajes, ataques informáticos, linchamientos mediáticos, 
la sólo enumeración detallada sería interminable. Un ejemplo basta y 
sobra: en 2014 la Administración Obama impuso una escalofriante multa de
 8.834 millones de dólares al banco francés BNP Paribas por "desobedecer
 las sanciones económicas impuestas contra Sudán, Irán y Cuba." La ley 
norteamericana fue admitida sin chistar nada menos que por el gobierno 
"socialista" de Francia, convalidando de este modo una monstruosidad 
jurídica que corroe las bases legales del orden mundial, a saber: las 
leyes que apruebe el Congreso de EEUU son edictos imperiales que deben 
ser obedecidos en todo el mundo. Solícito con ese talante colonial 
Laurent Fabius, el canciller del presidente François Hollande se limitó a
 decir que esa sanción aplicada a un banco francés por operaciones 
realizadas no con Estados Unidos sino con terceros países era una 
"decisión injusta y unilateral y no razonable". Tomando en cuenta todos 
estos hechos es fácil concluir que Estados Unidos se ha convertido, con 
la complicidad de las potencias europeas, en el más peligroso y 
beligerante “estado canalla” del mundo, que viola la legalidad 
internacional con absoluta impunidad.
El 
recrudecimiento de las sanciones económicas contra Cuba y Venezuela fue 
sin duda potenciado por Bolton, pero comenzaron antes de que asumiera 
sus funciones como Consejero de Seguridad Nacional y sin duda 
continuarán después de su intempestivo despido. Habla con elocuencia de 
los límites con que tropiezan las iniciativas imperialistas el hecho que
 este siniestro personaje fue eyectado del gobierno sin poder anotarse 
un solo éxito en materia de política exterior. Mordió el polvo de la 
derrota en Siria, en Irán, en Afganistán, en Medio Oriente, en Corea del
 Norte, en China y corrió la misma suerte con Cuba, Nicaragua y 
Venezuela, cuyos “regímenes” pugnó por derrocar logrando tan sólo su 
fortalecimiento debido a la repulsa generalizada que el descarado 
intervencionismo norteamericano -que llegó a niveles insólitos en el 
caso de Venezuela con un "presidente encargado" bendecido por los tuits 
de Trump- suscitaba en poblaciones afectadas por el bloqueo dispuesto 
por Washington. Esto significaba, en términos prácticos, falta de 
insumos básicos para la vida cotidiana, desde comida a medicamentos e 
inclusive agua, además de apagones, ataques informáticos y atentados de 
todo tipo.
En el caso particular de la 
República Bolivariana de Venezuela el legado de Bolton es 
particularmente gravoso para Trump porque la Casa Blanca quedó 
empantanada en un callejón sin salida. Esto porque mientras el 
presidente Nicolás Maduro ha declarado insistentemente su predisposición
 a reunirse con Donald Trump -pese a la brutal guerra económica de que 
es objeto, las amenazas militares y la fantochada de Juan Guaidó- la 
Casa Blanca pasa a la defensiva y debe guardar un absurdo silencio ante 
la propuesta de Caracas. Producto de las políticas de Bolton a Trump le 
quedan sólo dos opciones: (a) continuar con una estrategia de “cambio 
violento de régimen” que ha fracasado en toda la línea y que ha enfriado
 las relaciones con algunos de sus aliados en la región, diluyendo aún 
más la ya de por si menguada eficacia del deshilachado Grupo de Lima; o,
 (b) abandonar el papel rector que la Casa Blanca ha jugado en la 
oposición venezolana moviendo a su antojo a figuras tan funestas como 
Leopoldo López, Julio Borges, María Corina Machado, Lilian Tintori, 
Antonio Ledezma, Henrique Capriles y otros de su ralea y admitir que una
 salida pacífica de la crisis sólo puede lograrse mediante un diálogo 
entre el gobierno y una oposición que no sea un conjunto de marionetas 
que responden dócilmente a la voluntad de la Casa Blanca. 
Los
 diálogos de Santo Domingo, conducidos a lo largo del 2017 por José Luis
 Rodríguez Zapatero, estuvieron a punto de sellar un acuerdo que hubiera
 posibilitado una gradual normalización política de Venezuela. Pero el 
18 de enero del 2018, cinco minutos antes de la firma según cuenta el ex
 presidente del gobierno español, llegó un mensaje desde Washington 
(retransmitido por el presidente de Colombia Iván Duque) ordenando a los
 negociadores de la oposición retirarse del recinto y no firmar el 
documento ya acordado. Obviamente que la Casa Blanca optó en ese momento
 por sabotear cualquier salida política y apostar a la violencia y a la 
asfixia económica y social como método para derrocar al gobierno de 
Maduro. Resultado: exasperación del bloqueo y aplicación de todas las 
técnicas de la "guerra de quinta generación" con un costo mínimo 
estimado por lo menos en 40.000 vidas humanas tronchadas según un 
informe del Centro de Investigación en Economía y Políticas (CEPR, por 
su sigla en inglés) de Washington.[2] O sea, un genocidio, un crimen de lesa humanidad.
Otro
 tanto está ocurriendo en relación a Cuba, en donde con Bolton o sin él 
parece difícil que por el momento Donald Trump dé marcha atrás con la 
suspensión del capítulo III de la Ley Helms-Burton, pieza legal decisiva
 que organiza el bloqueo a la isla rebelde. Respondiendo a los ya 
mencionados criterios de extraterritorialidad la ley establece duras 
sanciones para las empresas extranjeras que mantengan relaciones 
comerciales o financieras con Cuba y la suspensión del capítulo III de 
dicha ley abre la posibilidad de entablar demandas contra personas o 
compañías que utilicen bienes expropiados por la Revolución a personas o
 empresas estadounidenses. Esto podría traducirse en un aluvión de 
demandas por parte de ciudadanos de ese país contra quienes negocien con
 -u obtengan beneficios de- propiedades que fueron expropiadas por la 
revolución. 
No es un dato menor que esas demandas pueden 
dirigirse en contra del gobierno cubano, una empresa o un ciudadano de 
ese país. A lo anterior se agrega la enmienda en lo relativo a las 
remesas que familiares o amigos pueden enviar desde Estados Unidos, que 
no podrán los 1.000 dólares cada tres meses siempre y cuando el 
destinatario no sea un funcionario del gobierno cubano, un miembro del 
Partido Comunista o familiares cercanos a éste. La prohibición a las 
compañías navieras que organizan cruceros en el Caribe de incluir en sus
 itinerarios puertos cubanos agrega nuevas agresiones económicas a la 
Cuba revolucionaria. Y, por supuesto, nuevos padecimientos a su 
población en la vana esperanza que de este modo se producirá un 
estallido popular que acabará con el gobierno cubano y logrará el tan 
ansiado como postergado "cambio de régimen" en la isla.[3] 
Pero
 Estados Unidos no se detiene ante sus crímenes. Su historia como nación
 es una larguísima secuencia de horrores y agresiones en donde, como 
recordara recientemente el ex presidente Jimmy Carter, sólo durante 16 
de los 242 años de historia independiente su país se abstuvo de 
entrometerse en otras naciones y guerrear con ellas. [4]
 Por lo tanto, la beligerancia y el guerrerismo están en el adn del 
imperio y la salida de Bolton en nada modificará este dato constitutivo 
de una nación que se autoproclama como la elegida por Dios para sembrar 
la libertad y la justicia en todo el mundo. A cualquier precio.
Notas:
[1] Ver su nota en el Op-Ed de ese diario el 26 de marzo del 2015: "To Stop Iran’s Bomb, Bomb Iran", en
[2]
 Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs, "Economic Sanctions as Collective 
Punishment: The Case of Venezuela" (CEPR, Abril 2019). Puede leerse en: http://cepr.net/publications/
[3]
 No es un dato menor el hecho de que John Bolton presentara estas nuevas
 sanciones económicas contra Cuba en un hotel de Coral Gables, sur de la
 Florida y que en el presidium ondeara el estandarte de la criminal 
Brigada 2506. Este fue un grupo de exiliados cubanos anticastristas 
entrenado y equipado por la CIA y formado en 1960 para intentar derrocar
 al gobierno de la revolución. Fueron ellos los principales 
protagonistas de la invasión a Playa Girón en abril de 1961, sólo para 
ser derrotados por los patriotas cubanos. Pero el hecho de que casi 
sesenta años después esa organización presida, como se ve en la foto que
 acompaña esta nota, un anuncio del Consejero de Seguridad Nacional 
sobre nuevas sanciones a Cuba y Venezuela habla claramente de la 
naturaleza insanablemente criminal de la dominación imperialista. 
Ver http://www.
[4] Discurso en la Iglesia Bautista de Plains, Georgia, 15 Abril 2019, disponible en: http://www.presstv.com/
 

 
 
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