Gustavo Gordillo / IV y Último
Tres décadas de reformas  
 estructurales y cambios drásticos como la crisis económica de 2008 –y 
los barruntos que se preven hacia adelante–, en medio de desequilibrios 
en la gobernabilidad mundial, mas la ola antidemocrática en varios 
países.
Esta convergencia explosiva debiera recordarnos que las sociedades 
son construcciones humanas dinámicas. Los conflictos y las tensiones no 
son la excepción, sino la regla.
Justo en estas coyunturas es decisivo encontrar un vínculo fuerte 
entre instituciones, movilizaciones y organizaciones que generen 
interacciones para la solución de conflictos. Este puente puede 
garantizar la transformación de las protestas sociales en innovación, 
experimentos y soluciones institucionales. Denomino este proceso como 
movilización social medio de producción de instituciones.
No toda movilización social se transforma en innovación 
institucional; la movilización contiene en sí, casi por definición, un 
alto riesgo disruptivo. En países como México este riesgo está 
acicateado por poderosos factores cuya confluencia es peligrosa. La 
desigualdad social estructural heredada desde lejos. Procesos 
vertiginosos de cambio que erosionan la cohesión social e impactan las 
certidumbres culturales. Una situación geopolítica precaria llena de 
retos.
La alternativa parece descansar en la capacidad de procesar acuerdos 
básicos e intervenciones directas. Desde luego aquí hay dos factores 
cruciales: la claridad estratégica de las movilizaciones y la paciencia 
táctica de los gobernantes.
Criticar los poderes es una tarea ciudadana de primer orden. La 
actividad política por antonomasia. Aún la crítica despojada de 
elementos normativos es clave para la construcción democrática. Más aún 
si está acompañada de movilizaciones y argumentos.
No sólo en los partidos se produce política. El activismo 
ciudadano en sus diversas facetas es también una actividad política. 
Aunque los partidos son pieza clave en la democracia, sería un grave 
error subestimar la acción política generada por el activismo. Lo 
anterior conlleva menospreciar las aportaciones democráticas, de las 
asociaciones ciudadanas no partidistas.
Régis Debray caracterizó a los movimientos en los países árabes y luego en Europa en 2011, como una mezcla de fervor poético, intransigencia moral y moderación política. Esta frase responde bien a la pregunta clave del momento entonces y ahora: ¿Cómo convertir movilizaciones en instituciones?
Desde luego que no hay fórmulas mágicas, pero sí algunos principios básicos.
Primero hay que reconocer los límites de las movilizaciones. Aun las 
meramente clientelares lo tienen cuando conducen a la deslegitimación de
 sus propósitos.
Segundo, ninguna movilización desemboca en victorias totales. Por 
ello es conveniente registrar el inventario de triunfos parciales.
Tercero, es indispensable definir en la narrativa de las 
movilizaciones, el horizonte donde se insertan. Pasar de las 
movilizaciones a un movimiento orgánico mas estructurado y permanente, 
requiere de la democracia representativa. Sólo así pueden consolidarse 
las ganancias obtenidas en movilizaciones.
Teniendo en mente las experiencias pasadas habría que sopesar los 
avances ejemplares que han tenido los jóvenes en Hong Kong. Ni para 
activistas ni para gobernantes es inevitable la claudicación o la 
represión. Pero debe cesar la violencia indiscriminada de la policía, 
como denuncia Amnistía Internacional.
Alain Resnais filmó en 1959 una película que causó revuelo, Hiroshima mon amour,
 con un gran guion de Marguerite Duras. Trasmite la idea que puedes 
rendir homenaje en los momentos mas deleznables de la humanidad con un 
acto erótico de gran belleza. Las movilizaciones de Hong Kong no son –y 
hago votos para que no sean– episodios dolorosos, sino un acto colectivo
 de amor por su ciudad, trasmitido al mundo a través de sus paraguas.
Twitter:  gusto47
 
 
 
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