Giordana García Sojo*
En días recientes se ha hecho  
 evidente el carácter central de Venezuela en la agenda geopolítica 
mundial. Las trazas que ha tomado el conflicto en tanto fermento de 
bloques de apoyo o de ataque muestran un escenario de enfrentamiento de 
dimensiones hemisféricas. EU ya no está en la cumbre de la 
globalización; Rusia y China y las
potencias emergentesamplifican la posibilidad de multipolaridad.
Estratégicamente es la puerta caribeña de América del Sur, además de 
poseer grandes cantidades de agua, petróleo, oro y coltán. Hasta 1999 
sus gobiernos entraron por el carril de la 
democracia vitrina, inauguradora de los desaparecidos políticos (y del plan Cóndor), pero en el marco civil de lo políticamente correcto y
democrático.
Hugo Chávez se convirtió en un obstáculo radical. Desde que asumió la
 presidencia y planteó un proyecto autónomo y alternativo al 
neoliberalismo, la escalada de ataques trazó un hilo permanente de 
desestabilización.
Contra Venezuela se desató una guerra híbrida total. No han faltado 
los intentos de golpe de Estado, paros empresariales, formación de 
células paramilitares, ataques a la moneda y un bien financiado trabajo 
de creación de opinión pública y subjetividad: fake news, satanización de figuras del gobierno, continua mención negativa en programas mainstream y redes sociales, alusión en películas taquilleras, en suma, una deformación que recuerda a los tiempos de la guerra fría y la estigmatización del 
otro.
Con la muerte de Chávez se acrecentó la guerra contra el gobierno 
chavista, ahora dirigido por Nicolás Maduro. Desde el golpe de Estado de
 2002 quedó claro el talante proestadunidense de la dirigencia 
opositora. Pero en 2015 se formalizó el conflicto: Barack Obama declaró a
 Venezuela como una 
amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de EUy en 2018 Donald Trump afirmó su intención de intervenir militarmente para aportar
ayuda humanitaria.
La tragedia de la oposición venezolana no ha sido la ausencia de 
gente que la apoye dadas las circunstancias de la guerra (vivir una 
coyuntura permanente), los privilegios de clase como bandera y el 
desgaste natural de 20 años de gobierno. Su problema estructural es la 
falta de proyecto de país. Mientras el chavismo elaboró un sistema de 
propuestas, planes, alianzas y símbolos, la oposición se estancó en 
actitudes reactivas negadoras del chavismo. En esta lid, ha fluctuado 
entre la vía violenta y la política, pero siempre con un único objetivo:
 acabar con el chavismo, sacar a Maduro.
El triunfo opositor en las elecciones legislativas de 2015 fue 
despilfarrado a causa de disputas internas. En medio de la crisis 
económica del país, los partidos de la oposición se enfrascaron en la 
discusión de cómo sacar a Maduro: si por referendo, enmienda 
constitucional o renuncia. Al no lograr un acuerdo, declararon que 
aplicarían las tres estrategias a la vez.
La vía de las protestas violentas falló en 2014, pero volvieron a 
ella en 2017. Ocurrió entonces el terrible saldo de decesos en las 
llamadas guarimbas, donde el odio contra el chavismo fue el motor 
principal de la convocatoria (la quema de personas vivas por parecer 
chavistas significó un duro golpe a la convivencia nacional).
En 2018 se extinguió la fragil unidad opositora alentando la 
abstención en las elecciones presidenciales. Los partidos que decidieron
 participar en la contienda no lograron acercarse a los 6.190.612 de 
votos obtenidos por Nicolás Maduro. El Consejo Nacional Electoral 
ejerció las mismas funciones que en 2015, cuando la oposición ganó la 
Asamblea Nacional (AN). Esta vez los resultados no fueron aceptados por 
los líderes opositores.
Comenzó 2019 con fuertes amenazas por parte del Grupo de Lima de no 
reconocer a Maduro. El 23 de enero, Juan Guaidó, diputado por el partido
 Voluntad Popular de la AN se autoproclamó presidente interino, sin 
ningún acompañamiento formal de otros poderes ni de otros miembros de la
 AN que lo avalaran. No hizo falta, de inmediato la Casa Blanca emitió 
su aval vía Twitter.
Asistimos a una mutación del derecho internacional, la diplomacia 
devino en instrumento de la guerra híbrida contra Venezuela, en 
consonancia con la retórica transmedia aceitada para lograr el mismo 
objetivo: eliminar al chavismo, sacar a Maduro.
La impericia política y, sobre todo, moral de la dirigencia opositora
 venezolana los ha llevado al límite de resguardarse en un golpe de 
Estado ejecutado directamente por el gobierno de EU. La entrega del país
 y sus recursos pareciera ser el único proyecto detentado. A lo interno,
 tanto el chavismo como la oposición movilizan gente. Afuera, la 
pulseada geopolítica se agudiza.
¿Qué pasará si logran consumar el golpe de Estado?
 *Investigadora cultural, analista política y docente venezolana 
 
 
 
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