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| Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos* | 
 La violenta represión de las personas manifestantes que protestaban por
 las brutales políticas neoliberales y que provocó la muerte de más de 
300 personas a manos de las fuerzas del régimen desde abril de 2018 no 
es sino una de las razones por las que diferentes movimientos sociales 
de izquierda han condenado el régimen nicaragüense dirigido por el 
presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo. La 
izquierda tiene muchas otras razones para denunciar las políticas del 
régimen. Para entenderlo debemos remontarnos a 1979.
 La violenta represión de las personas manifestantes que protestaban por
 las brutales políticas neoliberales y que provocó la muerte de más de 
300 personas a manos de las fuerzas del régimen desde abril de 2018 no 
es sino una de las razones por las que diferentes movimientos sociales 
de izquierda han condenado el régimen nicaragüense dirigido por el 
presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo. La 
izquierda tiene muchas otras razones para denunciar las políticas del 
régimen. Para entenderlo debemos remontarnos a 1979. 
La Revolución Sandinista
En
 julio de 1979 triunfó una auténtica revolución que reunía un 
levantamiento popular, la autoorganización de las ciudades y de los 
barrios insurgentes, así como la acción del FSLN, una organización 
política cívico-militar de inspiración marxista-guevarista. La 
revolución acabó con los 42 años del gobierno autoritario de la dinastía
 de Somoza que se había apropiado del Estado (de sus fuerzas armadas, la
 administración y parte importante de sus bienes económicos) y 
establecido una firme alianza con Estados Unidos (la dictadura de Somoza
 demostró ser un baluarte eficaz contra las fuerzas políticas 
progresistas) cuyas multinacionales pudieron mantener e incrementar su 
saqueo de los recursos nacionales de Nicaragua a cambio de comisiones 
que se sumaban a la cada vez más importante riqueza de los Somoza.
El
 FSLN fue fundado en la década de 1960 como un grupo de izquierda que se
 oponía al gobierno sobre todo por medio de la guerra de guerrilla. 
Hasta que en diciembre de 1974 en una acción espectacular una de sus 
guerrillas tomó como rehenes a varios miembros destacados de la clase 
dirigente nicaragüense no se consideró una amenaza potencialmente grave 
para la dictadura somocista. A principios de aquel año algunas facciones
 liberales de la burguesía que se oponían a la concentración de riqueza y
 poder en manos de la camarilla gobernante somocista ya habían creado la
 Unión Democrática de Liberación (UDEL) liderada por Pedro Joaquín 
Chamorro Cardenal, director del periódico liberal La Prensa, para
 tratar de aglutinar fuerza política a favor de la liberalización del 
régimen. Tras la acción de la guerrilla sandinista el régimen declaró el
 estado de emergencia, aumentó la represión de la sociedad nicaragüense y
 persiguió al FSLN.
Ante las dificultades cada vez mayores el 
FSLN acabó dividiéndose en tres facciones. La facción de la “guerra 
popular prolongada” permaneció fiel a la estrategia de acumulación de 
fuerzas en zonas remotas hasta tener fuerza suficiente para liberar 
regiones enteras del país y emprender el ataque final contra el ejército
 de Somoza. La “tendencia proletaria” emergió para desafiar la 
estrategia de guerra popular prolongada, que no consideraban adecuada 
teniendo en cuenta la ausencia de un ejército permanente de ocupación 
(de ahí que las poblaciones rurales no fueran testigos directos de los 
intentos imperialistas y no se unieran masivamente a la guerrilla) y el 
desarrollo de un modo capitalista de producción en el país (el 
desarrollo económico de las décadas de 1959 y 1960 había generado un 
proletariado agrícola e industrial, que para el año 1978 constituía 
respectivamente el 40 % y el 10 % de la población activa). Por 
consiguiente, la “tendencia proletaria” se centró en estructurar 
organizaciones obreras de masas en las zonas urbanas y obtener el apoyo 
de los trabajadores industriales con la perspectiva de emprender una 
insurrección rápida cuando se reunieran las condiciones para ello. Por 
último, los “terceristas”, cuyas figuras más destacadas eran Daniel 
Ortega y su hermano Humberto, defendía también una estrategia 
insurreccional, pero estaba abiertos a alianzas tácticas con las 
facciones liberales de la burguesía opuesta a Somoza. Mientras que la 
“tendencia proletaria” insistía en la necesidad de un levantamiento de 
masas y de la autoorganización, los “terceristas” mostraban tendencias 
sustitutivas que implicaban que una insurrección armada dirigida por 
guerrillas organizadas, sin un levantamiento de masas simultáneo, sería 
suficiente para derrocar el régimen y tomar el poder.
Finalmente,
 el régimen levantó el estado de emergencia en 1977 pensando que la 
guerrilla estaba derrotada y que se reunían condiciones para iniciar 
negociaciones con la oposición liberal. Pero los grupos del FSLN se 
apresuraron a reanudar sus acciones armadas en las zonas urbanas. En 
enero de 1978 se grabó en vídeo el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro 
Cardenal a manos de soldados del régimen, lo que provocó la ira de tanto
 de la oposición liberal como de las masas trabajadoras. Se emprendió 
una huelga general apoyada por la burguesía liberal mientras que los 
grupos del FSLN emprendían acciones armadas contra la Guardia Nacional 
de Somoza. En agostó se convocó otra huelga general mientras la 
guerrilla sandinista emprendía un ataque contra el Palacio Nacional 
donde se celebraba una reunión conjunta de las dos cámaras del 
Parlamento y tomaba cientos de rehenes, lo que se resolvió con la 
liberación de varios presos políticos de las cárceles de Somoza. Más 
importante aún, se produjeron levantamientos espontáneos contra el 
régimen que dieron ventaja a la izquierda sobre la oposición liberal. 
Esto culminó en varios levantamientos urbanos en septiembre de 1978 
después de que el FSLN llamara a la insurrección. Aunque la Guardia 
Nacional acabó duramente con estos levantamientos, espantaron a la 
oposición liberal cuyos representantes deseaban iniciar negociaciones 
con el régimen con la mediación de la dominada por Estados Unidos 
Organización de Estados Americanos (OAS). Los “terceristas” lo 
denunciaron y se retiraron del Frente Amplio Opositor (FAO) que habían 
constituido junto con la oposición liberal, de modo que se abrió así el 
camino a la reunificación de las tres corrientes sandinistas.
En 
enero de 1979 Somoza rechazó las propuestas de la oposición liberal. Los
 sandinistas se vieron entonces fortalecidos. Dominaban el Frente 
Patriótico Nacional (FPN) creado en febrero de 1979 y en el que la 
oposición liberal estaba marginada. Después de su reunificación el FSLN 
convocó una huelga general para junio y preparó una amplia ofensiva 
militar para emprenderla al mismo tiempo.
La población acompañó 
eficazmente estas acciones por medio de levantamientos urbanos. A medida
 que la insurrección armada liberaba rápidamente una zona del país tras 
otra el ejército de Somoza se descomponía y cuando el 19 de julio de 
1979 se liberó finalmente su último bastión en la capital, a lo que 
quedaba de su ejército no le quedó más opción que huir al extranjero (en
 particular a la vecina Honduras). Una vez en el gobierno las fuerzas 
políticas revolucionarias, en las que el FSLN era dominante, prometieron
 instalar un régimen democrático, garantizar el no alineamiento de la 
política exterior de Nicaragua (con lo que se ponía fin a la alianza con
 Estados Unidos) y desarrollar una “economía mixta” en la que se 
fomentaría el desarrollo de cooperativas y empresas estatales sin 
amenazar la existencia del capital privado mientras fuera considerado 
“patriótico”, es decir, leal a la Revolución sandinista y no al 
derrocado régimen somocista o al imperialismo estadounidense.
Durante
 los dos años posteriores al triunfo de la revolución se produjeron 
importantes cambios radicales, diferentes de otras experiencias en que 
las izquierda había llegado al poder mediante elecciones, como en Chile 
en 1970, en Venezuela en 1998-1999, en Brasil en 2002-2003, en Bolivia 
en 2005-2006, en Ecuador en 2006-2007. Efectivamente, dada la 
destrucción del ejército somocista y la fuga del dictador, el FSLN no 
solo accedió al gobierno (lo que los otros hicieron mediante las urnas),
 sino que también sustituyó al ejército somocista por un nuevo ejército 
que puso al servicio del pueblo, tomó el control completo de los bancos y
 decretó el monopolio público del comercio exterior. Se distribuyeron 
armas entre la población para defenderse debido al peligro de una 
agresión exterior y de un intento de golpe de mano de la derecha. Son 
unos cambios fundamentales que no se produjeron en los países antes 
citados. En Cuba sí tuvieron lugar entre 1959 y 1961, para profundizarse
 después en la década de 1960.
En la década de 1980 se produjeron
 en Nicaragua importantes progresos sociales en los ámbitos de la salud,
 la educación, la mejora de las condiciones de las viviendas (aunque 
siguieran siendo rudimentarias), mejora del derecho de organización y 
protesta, acceso al crédito para los pequeños productores gracias a la 
nacionalización del sistema bancario, etc. Estos cambios supusieron un 
progreso innegable.
No obstante, a lo largo de la década de 1980 
el gobierno del FSLN tuvo que luchar una guerra de una década de 
duración contra las fuerzas contrarrevolucionarias conocidas como la 
Contra, fuertemente apoyada por Estados Unidos que nunca pudo cumplir su
 ambición de una intervención militar directa para derrocar a los 
sandinistas sino que se conformó con un conflicto “de baja intensidad” 
que iba a estrangular económicamente a Nicaragua y a aislar 
políticamente el FSLN. El imperialismo estadounidense y sus vasallos 
(como el régimen de Carlos Andrés Perez en Venezuela o las dictaduras 
como la de Honduras) consideraron necesario contener la difusión de este
 extraordinario experimento de liberación social y de recuperación de la
 dignidad nacional. De hecho, la revuelta social fue galopante en la 
región, en particular en El Salvador y Guatemala donde las fuerzas 
revolucionarias cercanas a los sandinistas habían estado activas durante
 décadas.
En 1990 el FSLN perdió las elecciones generales frente a
 la derecha y Violeta Chamorro, viuda de Pedro Joaquín Chamorro 
Cardenal, fue elegida presidenta. Bajo Chamorro Nicaragua iba a adoptar 
totalmente la austeridad neoliberal promovida por el “consenso de 
Washington”, a consecuencia de la cual para finales de la década 
Nicaragua se había convertido en el segundo país más pobre de las 
Américas después de Hait.
¿Cambiar la sociedad sin tomar el poder?
Debido
 a las esperanzas frustradas en los años 1990 algunas personas afirmaron
 que era necesario cambiar la sociedad sin tomar el poder. Un aspecto de
 su punto de vista era bastante pertinente: es absolutamente vital 
favorecer los procesos de cambio que tengan lugar en la base de la 
sociedad y que presupongan autoorganización de las y los ciudadanos, 
libertad de expresión, manifestación y organización. Pero no se 
justifica la idea de que no es necesario tomar el poder ya que es 
imposible cambiar realmente la sociedad si el pueblo no toma el poder 
del Estado. 
La cuestión es más bien cómo construir una auténtica
 democracia en el sentido original de la palabra, esto es, el poder 
ejercido directamente por el pueblo para su emancipación. En otras 
palabras, poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Creemos
 que era necesario derrocar la dictadura de Somoza por medio de la 
acción conjunta del levantamiento popular y de la intervención de una 
organización político-militar. Y en este sentido la victoria de julio de
 1979 sigue siendo un triunfo popular que merece celebrarse. Pero 
también debemos señalar que sin el ingenio y la tenacidad del pueblo 
durante la lucha el FSLN no habría logrado asestar el golpe definitivo a
 la dictadura de Somoza.
La dirección del FSLN no hizo lo suficiente para tomar medidas a favor del pueblo
Podemos
 plantearnos varias preguntas: ¿Quizás el FSLN no hizo todos los cambios
 que debería haber hecho en la sociedad? ¿Optó por una línea equivocada?
 ¿O acaso los decepcionantes acontecimientos posteriores son resultado 
de la agresión del imperialismo estadounidense y de sus aliados en 
Nicaragua y otros lugares de la región?
En este sentido, destacaremos los errores cometidos en dos ámbitos fundamentales.
En
 primer lugar, la dirección del FSLN no hizo lo suficiente para tomar 
medidas radicales a favor de los sectores de la población más explotados
 y más oprimidos (empezando por la población rural pobre y también las 
personas trabajadoras industriales, sanitarias y docentes que 
generalmente estaban mal pagadas). Hizo demasiadas concesiones a los 
capitalistas agrícolas y urbanos.
En segundo lugar, la dirección 
del FSLN con su consigna «Dirección: ordena» no apoyó lo suficiente la 
autoorganización y el control obrero. Fijó unos límites que fueron muy 
perjudiciales para el proceso revolucionario.
 Por supuesto, la 
responsabilidad del inicio de la guerra incumbe exclusivamente a los 
enemigos del gobierno sandinista, que no tuvo más opción que hacer 
frente a la agresión. No obstante, se cometieron errores en la manera de
 librar la guerra: Humberto Ortega, el jefe del ejército, formó un 
ejército regular equipado con tanques pesados y caros, que no eran 
adecuados para luchar contra los métodos de guerrilla de la Contra y la 
población no acogió bien el reclutamiento obligatorio de los jóvenes del
 país para reforzar el ejército. Todo ello unido a los errores cometidos
 en el ámbito de la reforma agraria tuvo unas consecuencias 
perjudiciales. En una entrevista reciente
 Henry Ruiz, uno de los nueve miembros de la dirección nacional en los 
años 1980, lo subraya en estos términos: “Los campesinos no fueron 
favorecidos[en la reforma agraria], en cambio fueron afectados por la 
guerra. La guerra [de la] Contra y la guerra nuestra”.
Errores cometidos por la dirección sandinista
¿Qué errores se cometieron? Ofrecemos una presentación sintética de una cuestión que merece una larga explicación.
La
 cuestión agraria no se abordó de forma correcta. La reforma agraria 
había sido muy insuficiente y la Contra supo aprovecharse de ello. 
Habría hecho falta distribuir entre las familias rurales muchas más 
tierras (con títulos de propiedad) puesto que había una enorme 
expectativa entre una gran parte de la población que las necesitaba y 
luchaba para que las tierras cultivables de los grandes terratenientes, 
como las del clan Somoza (pero no solo ellas), se repartieran a quienes 
quisieran trabajarlas. Sin embargo, la orientación que prevaleció en la 
dirección sandinista consistió en centrarse en las grandes propiedades 
de Somoza y dejar a salvo los intereses de los grandes grupos 
capitalistas y de las grandes familias, a quienes algunos dirigentes 
sandinistas querían transformar en aliados o compañeros de viaje.
Se
 cometió otro error: el FSLN quiso crear rápidamente un sector agrario 
estatal y cooperativista para reemplazar a las grandes propiedades 
somocistas. Pero eso no se correspondía con la postura y expectativas de
 la población rural. Se tendrían que haber priorizado las pequeñas (y 
medianas) explotaciones campesinas privadas distribuyendo títulos de 
propiedad y proporcionando ayuda material y técnica a las y los nuevos 
propietarios campesinos. También habría sido necesario apoyar 
prioritariamente la producción para el mercado interno (que ya era 
importante pero se podía haber mejorado y aumentado) y regional, y 
tratar, además, de utilizar al máximo los métodos de agricultura 
biológica.
En resumen, la dirección del FSLN combinó dos graves 
errores: por una parte, hizo demasiadas concesiones a la burguesía como 
aliados del cambio que se estaba produciendo y, por otra parte, se 
empeñó en una política demasiado estatista y de cooperativismo 
artificial.
El resultado no se hizo esperar: la Contra atrajo a una parte de la población decepcionada por las decisiones del gobierno sandinista.
 La Contra tuvo la inteligencia de adoptar un discurso dirigido a las y 
los campesinos decepcionados para convencerlos de que si ayudaban a 
derrocar al FSLN habría una verdadera distribución de tierras y se 
efectuaría una verdadera reforma agraria. Era propaganda engañosa, pero 
se difundió ampliamente.
Esto fue corroborado por una serie de 
estudios sobre el terreno (a los que Éric Toussaint, uno de los autores 
de este artículo, tuvo acceso a partir de 1986-1987 tras varias 
estancias en Nicaragua para llevar solidaridad internacional), 
especialmente estudios llevados a cabo en las zonas rurales donde la 
Contra había logrado apoyo popular. Determinadas entidades dentro del 
propio movimiento sandinista realizaron estudios muy rigurosos sobre el 
terreno y alertaron a la dirección sandinista sobre lo que estaba 
sucediendo. Entre esos estudios estaba el trabajo coordinado por Orlando Nuñez, cuya evolución política posterior le llevó a permanecer fiel a Ortega
 a pesar de su postura inicial dentro de la izquierda sandinista. Otros 
organismos independientes del gobierno y relacionados con los sectores 
de la Teología de la Liberación realizaron trabajos que llegaban a las 
mismas conclusiones. Varias asociaciones rurales ligadas al sandinismo 
(UNAG, ATC, etc.) también eran conscientes de estos problemas, pero se 
autocensuraron. Y también expertos internacionalistas especialistas en 
el mundo rural dieron la señal de alarma.
En cuanto a la 
autoorganización y al control obrero, el FSLN había heredado la 
tradición cubana que promovía la organización popular, pero dentro de un
 marco muy controlado y limitado. Cuba, que a principios de la década de
 1960 había experimentado un gran movimiento de autoorganización, había 
evolucionado progresivamente hacia un modelo mucho más controlado desde 
arriba, sobre todo a partir del aumento de la influencia soviética a 
finales de la década de 1960 y la de 1970. Una parte de los dirigentes 
del FSLN se formó en Cuba en esa época. Toda una generación de marxistas
 cubanos definió la década de 1970 como el “período gris”. En resumen, 
la dirección sandinista heredó una tradición fuertemente influenciada 
por la degeneración burocrática de la Unión Soviética y por su impacto 
destructivo en una gran parte de la izquierda internacional, incluso en 
Cuba.
Igualmente, otro error cometido por el gobierno sandinista fue la aplicación a partir de 1988 de un programa de ajuste estructural,
 que se parecía mucho a los programas dictados a otros países por el FMI
 y el Banco Mundial. Sobre esa cuestión varios militantes sandinistas presentaron una crítica
 muy clara de la línea seguida por la dirección. Expresaron su punto de 
vista tanto dentro de sus organizaciones como públicamente pero, por 
desgracia, esa crítica no llevó a corregir los errores. El gobierno 
profundizó una política que llevaba al proceso a un callejón sin salida y
 que iba a provocar el rechazo popular en las elecciones y la victoria 
de la derecha en las elecciones de febrero de 1990.
Lo que 
debilitó a la revolución sandinista no fue una orientación demasiado 
radical. Lo que le impidió avanzar lo suficiente con el apoyo de una 
mayoría de la población fue el no haber puesto al pueblo en el centro de
 la transición tras el derrocamiento de la dictadura de Somoza.
En
 pocas palabras, el gobierno mantuvo una orientación económica 
compatible con los intereses de la rica burguesía nicaragüense y de las 
grandes corporaciones privadas extranjeras, es decir, una economía 
orientada a la exportación y basada en bajos salarios para seguir siendo
 competitiva en el mercado mundial.
Esto no estaba abocado a 
suceder, se podían haber implementado políticas alternativas. El 
gobierno debería haber prestado más atención a las necesidades y 
aspiraciones del pueblo tanto en las zonas rurales como en las urbanas. 
Debería haber redistribuido la tierra a beneficio de las y los 
campesinos, desarrollando y/o fortaleciendo las pequeñas propiedades y, 
en la medida de lo posible, las formas de cooperativas voluntarias. El 
gobierno debería haber favorecido el aumento de los salarios de las 
personas trabajadoras tanto en el sector privado como en el público. 
Si
 las y los sandinistas realmente hubieran querido romper con el modelo 
extractivista orientado a la exportación que depende de la 
competitividad en el mercado internacional deberían haber ido en contra 
de los intereses de los capitalistas que todavía dominaban la industria 
extractivista orientada a la exportación. Deberían haber hecho más para 
implementar gradualmente políticas a favor de las y los pequeños y 
medianos productores que abastecían el mercado interno, como medidas 
proteccionistas para limitar las importaciones. Esto habría permitido a 
las y los campesinos y a las pequeñas y medianas empresas no tener que 
hacer sacrificios en aras de la competitividad en el mercado 
internacional.
En lugar de animar a las masas a seguir las 
órdenes de la dirección del FSLN, se debería haber promovido la 
autoorganización ciudadana a todos los niveles y se debería haber dado a
 las y los ciudadanos el control tanto de la administración pública como
 de las cuentas de las empresas privadas. Las instituciones políticas 
creadas por el FSLN no diferían fundamentalmente de las de una 
democracia parlamentaria con un fuerte papel presidencial, lo que iba a 
dificultar la capacidad de las masas para constituir un contrapoder 
cuando la derecha resultó elegida en 1990.
Se hicieron 
concesiones al gran capital local, el cual fue considerado erróneamente 
patriótico y un aliado del pueblo: los aumentos salariales fueron 
limitados y se concedieron incentivos fiscales a los patrones en forma 
de impuestos más bajos. Se debería haber rechazado cualquier alianza de 
este tipo.
En cada etapa importante hubo críticas en el seno del FSLN. Por ejemplo, en 1981 se fundó la revista Envío
 “como una publicación que ofrecía ‘apoyo crítico’ al proceso 
revolucionario de Nicaragua desde la perspectiva de la opción de la 
Teología de la Liberación para los pobres”. Pero en realidad estas 
críticas no fueron tenidas en cuenta por la dirección, que cada vez 
estaba más dominada por Daniel Ortega, su hermano Humberto y Víctor Díaz
 Tirado, los tres de la tendencia “tercerista” (que, como se explicó 
antes, no entendía bien la necesidad de la autoorganización y era 
partidaria de aliarse con la burguesía), a la que se sumaron Tomás Borge
 y Bayardo Arce, provenientes de la tendencia de la “guerra popular 
prolongada”. Además, los otros cuatro miembros de la dirección nacional 
no formaron un bloque para oponerse a que continuaran y se profundizaran
 los errores que se estaban cometiendo.
Es muy importante señalar
 que tanto en el seno del FSLN como fuera del mismo, grupos políticos 
que deseaban ahondar el proceso revolucionario en curso formularon 
propuestas de políticas alternativas.
Las voces críticas 
constructivas no esperaron al fracaso electoral de 1990 para proponer 
una nueva orientación, pero solamente consiguieron una escasa audiencia y
 permanecieron relativamente aisladas.
La deuda ilegítima y odiosa
La
 dirección del FSLN también debería haber cuestionado el pago de la 
deuda pública heredada del régimen de Somoza y debería haber roto con el
 Banco Mundial y el FMI. Como país dependiente y alineado con Estados 
Unidos la Nicaragua de Somoza había sido receptora de los préstamos 
externos, en auge en la década de 1970, por parte tanto de instituciones
 multilaterales como el Banco Mundial y el FMI como de bancos privados 
internacionales. Aunque oficialmente los préstamos estaban destinados al
 desarrollo beneficiaron el fortalecimiento de un régimen autoritario y 
el aumento de la riqueza de Somoza y su camarilla. Después de que este 
abandonara el país con la mayoría de sus bienes los nuevos gobernantes 
sandinistas de Nicaragua necesitaban urgentemente financiación para 
implementar las políticas progresistas y fomentar la industrialización 
del país. La deuda de Somoza pronto se convertiría en una carga e 
impediría la implementación de estas políticas. Cuando el FSLN llegó al 
poder la deuda externa ascendía a 1.500 millones de dólares y en 1981 su
 servicio representaba el 28 % de los ingresos por las exportaciones del
 país.
Los sandinistas deberían haber realizado una auditoría de 
la deuda con una amplia participación ciudadana. Es un punto 
fundamental. El hecho de que el gobierno sandinista aceptara seguir 
pagando la deuda estaba en consonancia con su defensa de los intereses 
de una parte de la burguesía nicaragüense que había invertido en la 
deuda contraída por Somoza y pedido prestado dinero a bancos 
estadounidenses. Para el gobierno sandinista era también una forma de 
evitar un enfrentamiento con el Banco Mundial y el FMI, a sabiendas de 
que habían financiado la dictadura. A pesar de los esfuerzos del 
gobierno por mantener la colaboración con esas dos instituciones, estas decidieron suspender las relaciones financieras con las nuevas autoridades nicaragüenses, lo que demuestra que es inútil hacerles concesiones. 
Hay
 que reconocer que no era fácil para el gobierno de un país como 
Nicaragua afrontar aislado a los acreedores, pero podría haber empezado 
por cuestionar la legitimidad de las deudas que le reclamaban el Banco 
Mundial, el FMI, los Estados y los bancos privados que habían financiado
 la dictadura. El gobierno podría haber emprendido una auditoría de 
estas deudas llamando a la participación ciudadana y podría haber 
obtenido el apoyo del amplio movimiento internacional de apoyo al pueblo
 nicaragüense a una demanda de abolición de esas deudas.
En vez 
de ello en 1988, después de que la deuda externa alcanzara los 7.000 
millones de dólares, el gobierno llegó incluso a implementar un plan de 
ajuste estructural que degradó las condiciones de las personas pobres 
sin afectar a las ricas, muy similar a las condiciones habituales 
impuestas por el FMI y el Banco Mundial, aunque estas instituciones aún 
no habían reanudado sus relaciones financieras con Nicaragua.
Nunca
 nos cansaremos de decir que negarse a un enfrentamiento con los 
acreedores cuando éstos reclaman el pago de una deuda ilegítima 
generalmente constituye el primer paso hacia el abandono de un programa 
de cambio. Si no se denuncian las cadenas de la deuda ilegítima, se 
condena al pueblo a cargar con ellas.
En 1979, dos meses después del derrocamiento de Somoza, Fidel Castro declaraba en un discurso
 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “La deuda de los 
países en vías de desarrollo alcanza ya los 335.000 millones de dólares.
 Se calcula que el monto total del servicio de su deuda externa se eleva
 a más de 40.000 millones de dólares por año, lo que representa más del 
20 % de sus exportaciones anuales. Por otro lado, el ingreso medio por 
habitante de los países desarrollados es ahora catorce veces superior al
 de los habitantes de los países subdesarrollados. Esta situación se ha 
vuelto insostenible”.
En el Diálogo Continental sobre la Deuda 
Externa celebrado en el Palacio de Congresos de La Habana el 3 de agosto
 de 1985 afirmó: “Las deudas de los países relativamente menos 
desarrollados y en una situación desventajosa son posiblemente 
insostenibles y sin salida. ¡Esas deudas deben ser anuladas!”.
En
 el marco de una gran campaña internacional por la abolición de las 
deudas ilegítimas, Castro avanzaba una serie de argumentos totalmente 
aplicables al caso de Nicaragua. Declaraba que a todas las razones 
morales, políticas y económicas que justificaban el rechazo a pagar la 
deuda “se podría agregar una serie de razones jurídicas: ¿Quiénes han 
firmado el contrato? ¿Quién gozaba de soberanía? ¿En virtud de qué 
principio se puede afirmar que el pueblo se había comprometido a pagar, 
que recibió o concertó esos créditos? La mayoría de esos créditos fueron
 concertados entre dictaduras militares, con regímenes represivos, sin 
jamás consultar a las clases populares. ¿Por qué las deudas contraídas 
por los opresores de los pueblos, los compromisos que toman, tendrían 
que ser pagados por los oprimidos? ¿Cuál es el fundamento filosófico, el
 fundamento moral de esta concepción, de esta idea? Los parlamentos no 
fueron consultados, el principio de soberanía fue violado, ¿qué 
parlamentos fueron consultados a la hora de contraer la deuda, o en todo
 caso, simplemente informados?”. 
Subrayamos la cuestión de la 
deuda ilegítima porque en caso de derrocamiento del régimen opresor de 
Daniel Ortega y Rosario Murillo, sería fundamental que un gobierno 
popular cuestionara el pago de la deuda nicaragüense. 
Después de la derrota electoral de febrero de 1990 Daniel Ortega profundizó una línea política de colaboración de clases.  
 En 1989 el gobierno del FSLN llegó a un acuerdo con la Contra que puso 
fin a los combates lo cual fue, por supuesto, un acontecimiento 
positivo. Se presentó como el resultado victorioso de la estrategia que 
se había adoptado, aunque fue una victoria pírrica. La dirección 
sandinista convocó elecciones generales en febrero de 1990 y estaba 
segura de ganarlas. Los resultados de las elecciones sumieron a la 
dirección sandinista en un estado de pánico: la derecha había ganado, en
 parte debido a la amenaza de que la lucha se iba reanudar si ganaba el 
FSLN. Muchas personas querían evitar que continuara el baño de sangre, 
así que votaron a regañadientes a la derecha con la esperanza de que la 
guerra acabara de una vez por todas. Algunas también estaban 
decepcionadas por las políticas del gobierno del FSLN en el campo (una 
reforma agraria deficiente) y en las ciudades (consecuencias negativas 
de las medidas de austeridad impuestas por el programa de ajuste 
estructural iniciado en 1988), aunque las organizaciones sandinistas 
todavía podían contar con un amplio apoyo tanto entre las personas 
jóvenes, trabajadoras y funcionarias, como entre una parte importante de
 las personas trabajadoras campesinas.
 La dirección sandinista 
esperaba obtener el 70 % de los votos en las elecciones, de modo que se 
quedó atónita puesto que no había percibido el creciente descontento de 
una parte importante de la población. Esto ilustra el abismo que había 
entre la mayoría del pueblo y una dirección que se había acostumbrado a 
dar órdenes.
Después de la derrota electoral de febrero de 1990 
Daniel Ortega adoptó una actitud que oscilaba entre el compromiso con el
 gobierno y la confrontación.
La dirección sandinista, con Daniel
 y Humberto Ortega a la cabeza, negoció la transición con el nuevo 
gobierno de Violeta Chamorro. Humberto seguía siendo General en Jefe de 
un ejército extremadamente reducido. Se había destituido a los miembros 
más de izquierda del ejército con el pretexto de que habían 
proporcionado misiles al Frente Farabundo Martí para la Liberación 
Nacional (FMLN), que todavía intentaba provocar un levantamiento general
 en El Salvador. En el contexto del acercamiento entre los presidentes 
Gorbachov y Bush las autoridades soviéticas habían denunciado el hecho 
de que unos misiles SAM-7 y SAM-14 suministrados por la URSS a los 
sandinistas se habían entregado al FMLN y utilizado para disparar contra
 helicópteros del ejército estadounidense que operaban en El Salvador. 
Cuatro oficiales sandinistas fueron encarcelados por orden de Humberto 
Ortega con la siguiente explicación: “Cegados por su pasión política y 
guiados por argumentos extremistas este pequeño grupo de oficiales se 
burló del honor militar y la lealtad a la Institución y al Comando 
Militar, que es lo mismo que burlarse de los intereses sagrados, 
patrióticos y revolucionarios de Nicaragua”.
 Esto provocó 
fuertes críticas del Frente Nacional de Trabajadores (que incluía a 
organizaciones sindicales sandinistas), de la Juventud Sandinista y 
también de varios activistas del FSLN. Por otra parte, un grupo de 
izquierda de antiguos miembros de la facción de la “guerra popular 
prolongada” que publicaba el boletín Nicaragua Desde Adentro no 
aprobó la decisión de Humberto Ortega de seguir siendo el jefe del 
ejército bajo una presidencia de derecha en vez de dejar este puesto a 
su segundo, que también era miembro del FSLN, de modo que Humberto 
Ortega pudiera seguir en la dirección del FSLN y unirse a la oposición 
política al nuevo régimen.
Pocos meses después de que Violeta 
Chamorro iniciara su mandato como presidenta se extendió un movimiento 
masivo por todo el país en julio de 1990 en protesta tanto por los 
despidos generalizados planificados en los servicios públicos como por 
otros problemas relacionados con la implementación de políticas 
económicas orientadas al mercado. Managua y otras ciudades se vieron 
ocupadas por barricadas sandinistas y los sindicatos emprendieron una 
huelga general, lo que tuvo como resultado un compromiso con el gobierno
 de Violeta Chamorro que se vio obligado a retirar algunas de las 
medidas, pero las bases sandinistas estaban descontentas porque la 
dirección del FSLN había detenido las acciones de protesta. 
Posteriormente la dirección del FSLN fue haciendo gradualmente 
concesiones a Chamorro al aceptar el desmantelamiento del sector 
bancario público, la reducción del sector público tanto en la 
agricultura como en la manufactura y el fin del monopolio estatal del 
comercio exterior. Chamorro también organizó la limpieza de las fuerzas 
de policía e incorporó en ella a antiguos miembros de la Contra.
Hay
 que señalar que tras la victoria de la derecha unos cuantos dirigentes 
sandinistas se apropiaron de una parte importante de las haciendas que 
se habían expropiado a los somocistas tras la victoria de 1979 y 
adoptaron el papel de capitalistas. Este proceso se denominó “piñata”. 
Quienes lo organizaron lo justificaron asegurando que se debía a la 
necesidad de asegurar bienes para el FSLN frente a la posibilidad de que
 el gobierno confiscara los bienes del partido.
A pesar de la 
radicalización de algunos integrantes del FSLN a lo largo de los años 
1990 y 1991, otros como el exministro sandinista Alejandro 
Martinez-Cuenca mencionaron abiertamente la necesidad de un 
“co-gobierno”, una especie de apoyo externo condicional al gobierno de 
Violeta Chamorro, y apoyaron la política aplicada por el FMI, que en 
cierto modo se podía considerar acorde con la política que siguió el 
gobierno sandinista desde 1988. Como participante en el III Foro de São 
Paulo Éric Toussaint fue testigo de primera mano de estas políticas de 
colaboración de clases defendidas por Daniel Ortega y otros dirigentes 
del FSLN en 1992.
En 1992 Éric Toussaint acompañó en Managua a 
Ernest Mandel, un dirigente de la Cuarta Internacional que había sido 
invitado a ofrecer la conferencia inaugural en el III Foro de São Paulo.
 Ese foro, creado en 1990 por el Partido de los Trabajadores (PT) cuyo 
líder era Lula, agrupó a un amplio abanico de la izquierda 
latinoamericana que iba desde el PC cubano al Frente Amplio de Uruguay, 
pasando por organizaciones guerrilleras como el FMLN de El Salvador.
Ernest Mandel tituló su conferencia “Hagamos renacer la esperanza”.
 Partiendo de una observación acerca de las muy difíciles condiciones a 
las que se enfrentaban las fuerzas de izquierda radical a nivel mundial,
 Mandel afirmó que había que dar prioridad a enfatizar las 
reivindicaciones cuyo objetivo era conquistar derechos humanos 
fundamentales, manteniendo al mismo tiempo la perspectiva en el 
socialismo. En su conclusión, subrayaba: “Este socialismo debe ser 
autogestionario, feminista, ecologista, radical-pacifista y pluralista; 
debe extender la democracia directa de forma cualitativa, y ser 
internacionalista y multipartidista. […] la liberación de los 
trabajadores será la obra de los propios trabajadores. No puede ser obra
 de los Estados, de los gobiernos, de los partidos o de dirigentes 
supuestamente infalibles, ni expertos de ninguna clase”.  
En
 ese Foro Víctor Tirado López, uno de los comandantes más próximos a 
Daniel Ortega en esa época, deseaba tener una reunión privada con Ernest
 Mandel, el cual pidió a Éric Toussaint que lo acompañara. Víctor Tirado
 López comenzó diciendo que sentía mucha admiración por la obra de 
Ernest Mandel y, en especial, por su  Tratado de economía marxista  
 ( Era, México, 1969 ) . Después el comandante expuso su análisis de la 
situación internacional: en su opinión, el sistema capitalista había 
llegado a la madurez y no iba a sufrir más crisis, y llevaría al 
socialismo sin que hubiera necesidad de nuevas revoluciones. Era 
totalmente absurdo y Ernest Mandel se lo dijo clara y enérgicamente. 
Cuando entonces Mandel le replicó que las crisis iban a seguir 
produciéndose y que en algunos lugares de América Latina, como el 
Noreste de Brasil, las condiciones de vida de los más explotados se 
estaban degradando claramente, Tirado López respondió que a esas 
regiones todavía no había llegado la civilización traída por Cristóbal 
Colón cinco siglos antes. Ernest Mandel y Éric Toussaint pusieron 
entonces fin bruscamente a esta delirante conversación.
Al día 
siguiente Daniel Ortega expresó su deseo de reunirse en privado con 
Mandel para presentar el programa alternativo que quería defender 
públicamente como FSLN frente al gobierno derechista de Violeta 
Chamorro. Después de leerlo nos dimos cuenta de que el programa no 
reunía las condiciones mínimas para ser una alternativa. En pocas 
palabras, el programa era compatible con las reformas emprendidas por el
 gobierno de derecha de Chamorro y no iba a permitir retomar la ofensiva
 contra la derecha. Mandel se lo dijo claramente a Daniel Ortega, al 
cual no le gustó en absoluto.
Estas dos discusiones muestran 
hasta dónde había llegado la deriva política de algunos dirigentes del 
FSLN. A principios de la década de 1990 ya se podía percibir claramente 
la evolución posterior de Daniel Ortega y de quienes le acompañaron en 
su vuelta al poder.
La consolidación del poder de Daniel Ortega en el FSLN
Una
 parte importante de la militancia sandinista del período revolucionario
 rechazó esta nueva línea política en los años siguientes. Pero tomó su 
tiempo y Daniel Ortega se aprovechó de esta lenta toma de conciencia del
 peligro para consolidar su influencia en el seno del FSLN y marginar o 
excluir a quienes defendían una línea diferente. Simultáneamente, Ortega
 consiguió mantener relaciones privilegiadas con varios dirigentes de 
organizaciones populares sandinistas que, a falta de algo mejor, lo 
consideraron el dirigente más apto para defender los logros de la década
 de 1980. Esto explica en parte por qué en 2018 el régimen de Daniel 
Ortega todavía conserva el apoyo de una parte de la población y del 
movimiento popular, a pesar de utilizar unos métodos represivos 
extremadamente brutales.
Quien mejor resume la consolidación del poder de Ortega dentro del FSLN en la década de 1990 es Mónica Baltodano,
 excomandante guerrillera, ex miembro de la dirección del FSLN y 
actualmente miembro de Movimiento por el Rescate del Sandinismo (MpRS):
 “La disputa que se dio al interior del Frente Sandinista entre 
1993-1995 [que culminó con la escisión de gran cantidad de personas 
profesionales, intelectuales y de otros ámbitos, muchas de las cuales 
fundaron el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), que es diferente 
del MpRS de Mónica Baltodano fundado posteriormente] persuadió a Ortega y
 a su círculo de hierro de la importancia de controlar el aparato 
partidario. Y eso se concretó más precisamente en el Congreso del Frente
 de 1998, en donde se comenzó a diluir totalmente lo que eran los restos
 de la Dirección Nacional, lo que eran la Asamblea Sandinista y el 
Congreso del Frente, sustituyéndolos por una asamblea en la que 
participaban principalmente los líderes de las organizaciones populares 
fieles a Ortega. Poco a poco, incluso esa asamblea dejó de reunirse. En 
aquel momento se dio una importante ruptura. Para entonces, ya era 
evidente que Ortega se alejaba cada vez más de las posiciones de 
izquierda y centraba su estrategia en cómo ampliar su poder. Su énfasis 
era el poder por el poder”.
 Mónica Baltodano continúa explicando
 la construcción de alianzas que en última instancia llevó a la vuelta 
de Daniel Ortega a la presidencia:
 “A partir de ahí, para 
aumentar su poder, comenzó procesos sucesivos de alianzas. La primera 
con el presidente Arnoldo Alemán produjo las reformas constitucionales 
de 1999-2000. La proposición central de la alianza con Alemán consistió 
en reducir al 35% el porcentaje necesario para ganar las elecciones, 
repartir entre los dos partidos los puestos de todas las instituciones 
del Estado [como el Consejo Electoral, el Tribunal de Cuentas y el 
Tribunal Supremo] y garantizar la seguridad de las propiedades y de las 
empresas personales de los dirigentes del FSLN [adquiridas durante la 
“piñata”]. A cambio, Ortega garantizó a Alemán la “gobernabilidad”: las 
huelgas y las luchas reivindicativas acabaron. El Frente Sandinista dejó
 de oponerse a las políticas neoliberales. Las organizaciones cuyos 
principales dirigentes se convirtieron en diputados en los años 
siguientes o se integraron en las estructuras del círculo de poder de 
Ortega dejaron de resistir y de luchar.
 En aquellos años también
 se dio el “amarre” -yo no le llamaría alianza- con el jefe de la 
jerarquía católica, el Cardenal Obando. Este amarre tenía como propósito
 principal el control del Poder Electoral, a través de la relación 
personal, íntima, que tiene Obando con quien presidía desde el año 2000 
el Poder Electoral, Roberto Rivas. Con este amarre Ortega consiguió 
también control e influencia en la jerarquía católica y también entre la
 feligresía católica”. 
Después de que Alemán fuera acusado de 
corrupción y condenado a 20 años de cárcel el acuerdo al que había 
llegado con Ortega demostró ser rentable: Ortega se aseguró de que los 
hombres que había colocado en el sistema judicial dictaminaran un trato 
preferencial para Alemán que le permitiera cumplir su condena en arresto
 domiciliaria. Más tarde, en 2009, dos años después de su elección como 
presidente de Nicaragua, Daniel Ortega dio su apoyo a la decisión del 
Tribunal Supremo de anular la condena de Alemán y ponerlo en libertad. 
Pocos días después Alemán devolvió el favor asegurando que el grupo 
parlamentario del Partido Liberal que él encabezaba votaba a favor de 
elegir a un sandinista a frente de la Asamblea Nacional.
Las 
reformas constitucionales de 1999-2000 redujeron el porcentaje necesario
 para ganar las elecciones presidenciales en la primera vuelta a un 35 %
 de los votos si el candidato aventajaba al menos por un 5 % al 
candidato que quedara en segundo lugar. Ortega fue elegido con el 38.07%
 de los votos en noviembre de 2006 y asumió la presidencia en enero de 
2007. Fue reelegido en noviembre de 2011 y en noviembre de 2016, tras lo
 cual Rosario Murillo, con la que se había casado en la iglesia en una 
ceremonia oficiada por el Cardenal Obando y que había sido la portavoz 
del gobierno desde 2007, se convirtió en vicepresidenta.
La Revolución traicionada
Desde 2007 las políticas que han implementado Ortega y Murillo
 han sido más similares a una continuación de las políticas que 
siguieron los tres gobiernos de derecha que se sucedieron entre 1990 y 
2007 que una continuación de la experiencia sandinista de 1979 a 1990. 
En este sentido, merece la lectura completa el artículo de Mónica Baltodano publicado en enero de 2014 y que hemos citado antes.
En
 los últimos once años el gobierno de Daniel Ortega no llevó a cabo 
ninguna reforma estructural: ninguna socialización de los bancos, 
ninguna nueva reforma agraria a pesar de la fuerte concentración de 
tierras en manos de grandes terratenientes, ninguna reforma urbana a 
favor de las clases trabajadoras, ninguna reforma fiscal a favor de una 
mayor justicia social. Se han ampliado los regímenes de las zonas de 
libre comercio. Se ha seguido contrayendo deuda interna y externa en las
 mismas condiciones que favorecen a los acreedores a través de los pagos
 de intereses que reciben y que les permiten imponer por medio del 
chantaje políticas que les son favorables.
En 2006 el grupo 
parlamentario sandinista votó junto con los diputados de derecha a favor
 de una ley que prohibía totalmente el aborto. Fue bajo la presidencia 
de Daniel Ortega, el cual se negó a cuestionar la medida, cuando se 
incluyó la prohibición en el nuevo Código Penal que entró en vigor en 
julio de 2008. No hay excepción alguna a la prohibición, ni siquiera en 
los casos de peligro para la salud o la vida de la madre gestante o de 
embarazo a consecuencia de una violación. Esta legislación retrógrada 
fue acompañada de graves ataques a organizaciones de defensa de los 
derechos de la mujer, que han sido de las más activas en la oposición al
 gobierno de Ortega. Otro hecho muy preocupante es que el régimen ha 
utilizado sistemáticamente las referencias a la religión católica. En 
especial lo ha hecho Rosario Murillo, que ha denunciado a las 
organizaciones de defensa de los derechos de la mujer y el apoyo que 
reciben del exterior en su defensa del derecho al aborto calificándolo 
de “obra del diablo”.
Nicaragua se puede caracterizar todavía por
 sus salarios muy bajos. ProNicaragua, el organismo oficial que promueve
 la inversión extranjera en el país, se jacta
 de que “el salario mínimo es el más competitivo a nivel regional, lo 
cual hace de Nicaragua un país ideal para establecer operaciones 
intensivas en mano de obra”. La inseguridad laboral ha aumentado 
drásticamente en los últimos años: la economía informal representaba el 
60 % del empleo total en 2009, una cifra que ascendió al 80 % en 2017. 
No se hicieron progresos para disminuir las desigualdades sociales y 
aumentó la cantidad de personas millonarias. El aumento de la riqueza 
producida no se distribuyó a las clases trabajadoras sino que benefició 
al gran capital nacional e internacional con la ayuda del gobierno de 
Daniel Ortega. Además, tanto él como su familia también se hicieron 
ricos.
El principal desencadenante de las protestas sociales que 
empezaron en abril de 2018 fue el anuncio por parte del gobierno de 
Ortega de que se iban a tomar una serie de medidas neoliberales 
concernientes a la seguridad social, en particular una reforma de las 
pensiones. El FMI, con el que Ortega había mantenido unas excelentes 
relaciones desde que asumió la presidencia en 2007, defendía estas 
medidas. En una declaración publicada en febrero de 2018 el FMI felicitó
 al gobierno por sus logros: “Los resultados económicos en 2017 
superaron las expectativas y las perspectivas para 2018 son favorables. 
[...] El personal [del FMI] recomienda que el plan de reforma del INSS 
[Instituto Nicaragüense de la Seguridad Social] asegure su viabilidad a 
largo plazo y corrija las injusticias dentro del sistema. El personal 
acoge con satisfacción los esfuerzos de las autoridades para paliar las 
necesidades de financiación del INSS”.
Las medidas más 
impopulares fueron una bajada de las pensiones un 5% con el fin de 
financiar los gastos médicos y una limitación de la indexación anual de 
estas pensiones sobre la tasa de inflación. Se pretendía basar las 
pensiones futuras de los cerca de un millón de trabajadores afiliados al
 sistema de pensiones en un cálculo menos favorable, lo que habría 
provocado unos recortes en las pensiones que podrían haber llegado hasta
 el 13%.
Estas medidas provocaron un movimiento de protesta 
masiva, al principio compuesto principalmente por estudiantes y jóvenes.
 El movimiento se unió rápidamente a otras protestas, en particular al 
movimiento en su mayoría campesino e indígena contra la construcción de 
un canal transoceánico concebido como una alternativa al Canal de Panamá
 que pondría en peligro una parte importante del medio ambiente y de 
medios de vida.
Finalmente, Ortega renunció a estas reformas, 
pero no fue antes de haber iniciado una espiral criminal de represión 
que provocó la muerte de más de 300 personas manifestantes a manos de 
las fuerzas de seguridad y de milicianos partidarios del régimen. Las 
protestas, a las que se sumaron partes de la población horrorizadas por 
la respuesta represiva del gobierno, se radicalizaron y acabaron 
pidiendo la caída del régimen.
El gobierno acusó a las personas 
manifestantes de ser “golpistas” y “terroristas” que trataban de hacer 
caer el régimen con el apoyo del imperialismo estadounidense. Sin 
embargo, el gobierno no pudo ofrecer ninguna prueba de esas acusaciones 
que no fuera inventada. De hecho, Estados Unidos, que tiene poco que 
decir acerca de las políticas económicas neoliberales de Ortega, adoptó unas sanciones bastante tímidas
 como reacción a la represión. Del mismo modo, los acontecimientos de la
 primavera de 2018 no hicieron que el Senado de Estados Unidos se 
apresurara a examinar la  Nicaraguan Investment Conditionality Act (NICA) de 2017 
 [Ley de condicionalidad de las inversiones nicaragüenses (NICA)], que 
se debe denunciar por ser una política imperialista que vulnera la 
soberanía nacional de Nicaragua. El Senado no la aprobó hasta noviembre 
de 2018 y el 20 de diciembre de 2018 se convirtió en ley. 
Además, Ortega y Murillo utilizaron aún más las referencias religiosas fundamentalistas y denunciaron
 que las personas manifestantes tenían rituales y prácticas “satánicas”,
 a diferencia del resto del pueblo nicaragüense, “¡porque el pueblo 
nicaragüense es el pueblo de Dios!”. El 19 de julio de 2018, durante el 
mitin organizado por el aniversario de la Revolución sandinista para 
tratar de fortalecer su legitimidad, Ortega repitió estas absurdas afirmaciones y pidió
 a los obispos católicos que exorcizaran a las personas manifestantes y 
expulsaran al diablo que supuestamente se había apoderado de ellos.
A
 mediados de julio la política de terror del gobierno le permitió 
recuperar el control de las calles. Desde entonces se han producido 
detenciones masivas y siguen encarceladas varios cientos de personas
 a las que el gobierno califica de “terroristas” . Se están celebrando 
varios juicios y las personas acusadas se enfrentan a penas 
extremadamente duras. En diciembre de 2018 Medardo Mairena, coordinador 
del Consejo Nacional en Defensa de la Tierra, el Lago y la Soberanía (el
 movimiento en contra del canal transoceánico ) fue condenado a 76 años 
de cárcel. 
A modo de conclusión
La revolución 
sandinista fue en sus inicios una experiencia extraordinaria de 
liberación social y recuperación de la dignidad nacional en un país 
dependiente cuya condición de patio trasero del imperialismo 
estadounidense había sido aceptada durante décadas por sus gobernantes 
autoritarios y dinásticos. Sin embargo, los logros del gobierno 
sandinista entre 1979 y 1990 no fueron lo suficientemente lejos. Aunque 
permitieron mejorar significativamente las condiciones de vida de la 
mayoría de las y los nicaragüenses, no rompieron con el modelo 
extractivista orientado a la exportación, el cual estaba dominado por el
 gran capital, ni fomentaron significativamente la participación activa 
de las masas en los procesos de toma de decisiones económicas y 
políticas. Las instituciones políticas y la organización interna del 
FSLN no se desarrollaron como herramientas que podían haber empoderado a
 las masas, un error que permitió que el FSLN degenerara durante el 
camino de regreso al poder de Ortega. 
Esta forma de entender la 
Revolución nicaragüense y su degeneración pone de relieve la necesidad 
tanto de que las personas revolucionarias y activistas socialistas 
fomenten una participación lo más amplia posible de las masas en la 
lucha por su emancipación, como de contribuir a garantizar su 
autoorganización. Un corolario de esta idea es la necesidad de que las 
personas revolucionarias luchen contra la burocratización de la 
dirección de sus organizaciones, lo cual empieza por la creación de 
organizaciones que respeten la democracia interna. El FSLN no le dio 
apenas importancia. Siguió siendo una organización político-militar tras
 tomar el poder y esperó hasta 1991 para organizar su primer congreso 
como organización política. Aunque la dirección sandinista tomó la 
decisión correcta cuando reconoció la victoria de la derecha en 1990, 
los siguientes pasos dados por la dirección del FSLN bajo Daniel Ortega 
tenían a todas luces el objetivo de su vuelta al poder debido a su apego
 a este. La izquierda del FSLN, que se organizó como corrientes críticas
 durante la década de 1990, fue demasiado tímida en su oposición a estos
 pasos.
Por último, la izquierda internacional debe hacer un 
análisis materialista de los procesos sociales y políticos, sin 
aferrarse a ideas fantasiosas de experiencias de socialismo realmente 
existente. La evolución del FSLN y las políticas que llevó a cabo en 
Nicaragua desde el 2007 se deberían analizar por lo que son y no en base
 a lo que supuestamente representaron Daniel Ortega y Rosario Murillo 
como activistas del FSLN durante las décadas de 1970 y 1980. En este 
sentido, la izquierda internacional debería denunciar tanto el hecho de 
que Ortega y Murillo profundizaran las políticas neoliberales de sus 
predecesores de derecha como su prohibición total del aborto. Además, la
 izquierda debe denunciar enérgicamente la actual represión criminal 
organizada por parte del régimen contra las personas manifestantes y 
exigir la liberación inmediata de todas y todos los presos políticos. Al
 adoptar esta postura, la izquierda no se debe comprometer en modo 
alguno apoyando a una oposición de derecha y proimperialista. Por el 
contrario, esta postura debe ir acompañada de un esfuerzo por vincularse
 y reforzar a las personas sandinistas críticas y a otras personas 
integrantes de la oposición progresista a Ortega y Murillo, en 
particular a la juventud que se movilizó muy activamente desde abril de 
2018, al movimiento feminista y al movimiento campesino e indígena que 
se opuso al proyecto del canal transoceánico y a otros proyectos 
destructivos vinculados al modelo capitalista orientado a la 
exportación.
Éric Toussaint visitó frecuentemente Nicaragua y el resto de América Central entre 1984 y 1992. 
 Participó en la organización de brigadas de trabajo voluntario de 
sindicalistas y otras personas militantes de la solidaridad 
internacional que acudieron desde Bélgica a Nicaragua entre los años 
1985 y 1989 . Fue uno de los activistas de la FGTB (Federación General del Trabajo de Bélgica) en temas relacionados con Nicaragua. D urante el período 1984-1992 s e reunió  con diferentes miembros de la dirección sandinista: Tomás Borge, Henry Ruiz, Luis Carrion, Víctor Tirado López.  Tuvo un estrecho contacto con  la ATC, la organización sandinista de trabajadores y trabajadoras agrícolas . 
 Estuvo invitado en el I Congreso del FSLN en julio de 1991 y en el III 
Foro de São Paulo celebrado en Managua en julio de 1992.  En la 
década de 1980 dio clase en el International Institute for Research and 
Education de Amsterdam sobre la estrategia revolucionaria del FSLN antes
 de su llegada al poder y sobre el período posterior a 1979.
Nathan Legrand  es un activista internacionalista y miembro del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas  (CADTM) en Bélgica.
*  N. de la t.: 
Para esta traducción hemos tomado partes de artículos anteriores traducidos por  Griselda Piñero  y  Alberto Nadal. 
Esta traducción se puede reproducir libremente a
 condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, a la 
traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
 
 
 
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