Muchos pueblos indígenas, como los sáparas, están por extinguirse
“En este momento la cosa más desechable del mundo es el ser humano”. 
 José Saramago, Premio Nobel de Literatura 
¿Qué sentirá aquel que sea el último de su especie ante la certeza de la extinción eterna?,  pregunta  Eduardo Gudynas 
 al concluir una reflexión clara y profunda, como le caracteriza. Sin 
duda una sombría inquietud que alude al último rinoceronte blanco, que 
se encuentra en un parque nacional en Kenia, y cuya reproducción está 
severamente amenazada. El mundo quedó impactado por la foto de “Sudán” 
(nombre del último e imponente ejemplar de esta especie) acompañado de 
guardia armada para protegerlo de los cazadores furtivos. 
 La 
foto de “Sudán” trae a la memoria otras imágenes, como los miles de 
tiburones capturados en el mar aledaño a las Islas Galápagos por parte 
de una  enorme flota pesquera china que está depredando los océanos 
 . Semejantes ferocidades del extractivismo, desde la búsqueda de aletas
 de tiburón a la de cuernos de rinoceronte, se debería -en palabras de 
Gudynas- a “la mezcla entre supersticiones y la destrucción ecológica
 (que) lleva a uno de los grandes mamíferos del planeta al borde de su 
desaparición  .”  
 Si esa barbarie nos sacude hasta 
las raíces, qué decir cuando la sombría duda de la muerte alude a seres 
humanos, que con toda seguridad y ansiedad sienten… que sus últimos 
pálpitos conllevan la desaparición de su cultura y quizás de su etnia. 
No me refiero a pueblos ya desaparecidos hace tiempo, ni a grupos como 
los tetetes y sansahuaris que sucumbieron en el siglo pasado por el 
hambre de la bestia extractivista petrolera en el nororiente de la 
Amazonía ecuatoriana. Tampoco planteo la cuestión vital de los  taromenane, tagaeri, oñamenani…, amenazados por la misma bestia extractivista en el Yasuní 
 , pues al ser pueblos no contactados es imposible entender directamente
 su sentir frente a la amenaza -cada vez mayor- a su existencia. 
 Hoy deseo alzar la voz por los sáparas, una nación declarada Patrimonio
 de la Humanidad por la UNESCO, cuya existencia es amenazada -de nuevo- 
por el extractivismo petrolero.  El 25 de julio pasado falleció Cesario Santi, uno de los cinco ancianos que dominaba la lengua sápara 
 . Quedan cuatro: Mukutsawa y Anamaria Santi; y Alberto y Malaco 
Ushigua, que tienen entre 70 y 95 años, según Manari Ushigua, presidente
 de la Nación Sápara del Ecuador. Esas cuatro personas son las únicas 
que conservarían el sonido original de su lengua, la cual es cada vez 
menos hablada por miembros de este grupo y, quienes lo hacen, tienen una
 mezcla que incluye kichwa y español. Ya solo quedan dos dialectos de 
los más de treinta que existieron. 
 Con la muerte de Cesario se 
agudiza la preocupación por la extinción de esa cultura y quizás de esa 
nacionalidad. Y de lo que sabemos no está prevista una protección 
especial para garantizar su existencia… todo lo contrario. 
 A lo largo de la historia, como narró en 2013 el Servindi -Servicios en Comunicación Intercultural-
 la población sápara sufrió el colonialismo enfrentando enfermedades 
desconocidas, efectos de la deforestación, trabajo forzado, 
desplazamiento obligado, maltrato de colonos y autoridades. A su vez, su
 territorio es amenazado por la permanente incursión y ampliación de los
 extractivismos, a través de la voracidad de petroleras, mineras, 
caucheras, madereras. Así este pueblo, como otros de Nuestra América y 
de todo el planeta, sucumben a la voracidad capitalista que sofoca la 
vida y todo entorno: Naturaleza y seres humanos. 
 El caso de los
 sáparas es emblemático. Según el SERVINDI, en 1680 la población sápara 
habría bordeado los 98.500 miembros. A principios del siglo XX la cifra 
se había reducido a 20.000. Y actualmente existirían unos 400 sáparas en
 Ecuador y 500 en Perú; aunque otras fuentes son más pesimistas, 
indicando que quedarían alrededor de 100 sáparas en Ecuador y 200 en 
Perú. Semejante reducción hace que la lengua sápara camine al olvido: un
 tema de mucho cuidado. 
 La esencia de la cultura sápara, como 
sucede en las poblaciones ancestrales, se concentra y expresa en el 
lenguaje. Así, la pérdida de ese lenguaje extinguiría su identidad, como
 primer paso para su extinción eterna. Su cultura oral profundiza y 
transmite su sabiduría sobre su entorno natural tanto en el 
aprovechamiento cotidiano de flora y fauna de la selva, así como en el 
uso de plantas medicinales. Aquí está presente la memoria e historia 
milenaria de esta nación, que está en un grave peligro de extinción. 
 Manari Ushigua cuenta que en sus territorios están los bloques 
petroleros 79 y 83, que afectarían el 74% de su hábitat. La empresa 
china Andes Petroleum -participe de la voraz expansión extractivista en 
el correísmo- tiene ya firmado un contrato desde 2016 para explorar y 
explotar esos bloques con una inversión inicial de 72 millones de 
dólares. La incursión de esta empresa ya ha dividido a las comunidades 
indígenas que allí habitan. Ushigua asevera que mientras los sáparas no 
quieren la explotación petrolera, los quichuas y achuar la han aceptado.
 El conflicto incluso ha dejado 2 muertos. Y esto continúa… el 
extractivismo se impone a sangre y fuego, como se ve con los mapuches en
 el sur del continente o los shuar en la provincia de Morona Santiago 
del mismo Ecuador o todas aquellas comunidades indígenas en el TIPNIS, 
en Bolivia, para mencionar apenas un par de casos. 
 Muchos 
pueblos indígenas, como los sáparas, están por extinguirse. Es dramático
 saber que estamos frente a los últimos miembros de esa cultura. Es como
 contemplar toda la decadencia de la modernidad concentrada en la 
extinción humana. Y más aún si tal vez nada podrá salvarlos, 
cumpliéndose la terrible advertencia del Premio Nobel José Saramago. 
Ante el desdén de la extinción solo nos queda la lucha. Debemos dar 
pasos fuertes y firmes para superar al capitalismo, en tanto 
civilización depredadora de la vida, sustentada en el antropocentrismo, 
el patriarcado, el racismo e incluso en la muerte. 
 

 
 
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