Marcos Roitman Rosenmann
Los hechos  significativos
 marcan el devenir de la historia chilena en el siglo XX. El triunfo de 
la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970 y el golpe de Estado el 11 
de septiembre de 1973. Fue el primer gobierno socialista salido de las 
urnas. En ambos acontecimientos la figura relevante fue Salvador 
Allende: médico nacido en 1908, fundador del Partido Socialista, 
declarado marxista, ministro de sanidad a los 30 años durante el 
gobierno del Frente Popular encabezado por Pedro Aguirre Cerda, en 1938.
 Diputado, senador, presidente del Senado; impulsor de numerosas leyes 
sanitarias, de seguridad social, protección de los trabajadores y 
viviendas sociales; declarado defensor de la revolución cubana 
antimperialista; infatigable luchador social y, por último, presidente 
de Chile entre 1970 y1973.
Dejó su vida en el palacio de gobierno defendiendo las libertades 
públicas y los derechos de los trabajadores, las mujeres, la juventud y 
los campesinos; en definitiva, del pueblo chileno. Llamó traidores y 
rastreros a los generales que se levantaron contra la patria, rompiendo 
la tradición constitucionalista. Inauguraban una larga noche. Fueron 
genocidas, torturadores, asesinos. Encabezados por el general Augusto 
Pinochet, secundado por los comandantes de la fuerza aérea Gustavo 
Leigh, de la armada José Toribio Merino y el general de carabineros 
César Mendoza. No fueron los únicos golpistas. El golpe de Estado fue la
 unión de civiles y militares más el apoyo internacional del gobierno de
 Estados Unidos y sus aliados en la región. Los acompañaba el entonces 
presidente del Senado Eduardo Frei Montalva, demócrata cristiano y ex 
presidente (1964-1970). Hoy se le llora como víctima de la dictadura. A 
su lado, Patricio Aylwin bloqueó y torpedeó cualquier acuerdo entre la 
democracia cristiana y el presidente Allende. Conspiró y brindó con 
champán la muerte de miles de chilenos. Hoy, plazas, calles y escuelas 
llevan su nombre. Lo recuerdan como el primer presidente postiranía.
Hace meses se hizo pública el acta de una reunión privada entre la 
dirección de los empresarios chilenos y Frei como presidente del Senado 
en agosto de 1973. Este fue su consejo: 
Vayan a las fuerzas armadas, pídanle su intervención. Para derrocar al gobierno marxista no hay diálogo: esto se resuelve con balas. Junto a la plana mayor del Partido Nacional, citaré sólo a Onofre Jarpa, más tarde ministro del Interior de la tiranía. Son venerados como próceres, estandartes de las luchas democráticas. Pocos, los ya ancianos, los relacionan con el genocidio y menos se les confieren responsabilidades.
Tal vez a los ya jubilados, chilenos o no, este recordatorio les 
resulte banal e injustificado. Sin embargo, vale la pena preguntarse 
cómo perciben esta etapa de la historia las nuevas generaciones. Y no me
 refiero a la militancia juvenil de los partidos políticos, sino a la 
juventud de la era digital, desenfadada, muchas veces desideologizada y,
 sobre todo, víctima de una educación de cuatro décadas, en la cual 
priman la manipulación, el olvido, la competitividad y la desafección 
por la memoria histórica. ¿Son conscientes de los crímenes de lesa 
humanidad de su pasado o siguen defendiendo, como hace el ex 
vicepresidente de Chile de la concertación y primer gobierno de Michelle
 Bachelet, Alejandro Foxley, que Pinochet cambió el destino de los 
chilenos para bien, convirtiéndole en el prohombre que puso al país en 
el umbral del progreso y en la Organización para la Cooperación y el 
Desarrollo Económicos?
Tal vez esto nos haga pensar. Muchos no quieren hacerlo. Es 
fatigoso y en ocasiones causa dolor. Saber la verdad de los hechos no 
les interesa y, lo que es peor, se sienten cómodos en su indolencia. Les
 basta una caricatura para identificar al gobierno de Salvador Allende y
 sus reformas: era un izquierdista cuyo proyecto era instaurar un Estado
 totalitario. Los chilenos se opusieron, lucharon y ganaron la batalla 
al comunismo y el marxismo-leninismo.
No resulta extraño que la hoy candidata a la presidencia de Chile por
 la nueva izquierda –el Frente Amplio–, Beatriz Sánchez, de 46 años, 
universitaria, periodista, ex conductora de programas de televisión, 
cara conocida en los medios de comunicación, autoproclamada de izquierda
 y feminista, apoyada por los diputados Giorgio Jackson y Gabriel Boric,
 fundadores de Revolución, Democracia e Izquierda Autónoma, se 
despachaba de la siguiente manera en la entrevista concedida a la 
revista del corazón Paula, el 30 de junio de este año. Pregunta: 
¿Te sientes cómoda con el modelo de Salvador Allende?Respuesta:
No es lo mismo, porque estamos en otro contexto. Yo prefiero un Estado que no sea totalitario, porque no creo en un Estado totalitario.
¿Era Allende un tirano, un dictador cualquiera? Eso parece insinuar 
su respuesta. Ante la repercusión de semejante metedura de pata se vio 
obligada a pedir perdón, eso sí, a petición de sus avales, los diputados
 Jackson y Boric. Lo peor no es lo dicho, sino que lo crea y no tenga 
pudor en decirlo. Además, es la opinión generalizada de las nuevas 
generaciones educadas en la desmemoria, el olvido y la mentira. Son 
pocos los interesados en romper la amnesia colectiva que encubre a 
canallas, traidores, golpistas y genocidas. Rescatar de la manipulación 
histórica al gobierno de la Unidad Popular y a su presidente, Salvador 
Allende, señalando que fue el momento más democrático y en el que la 
dignidad de un pueblo soberano brilló en el escenario internacional, 
sigue siendo la signatura pendiente. Mientras tanto, sus dirigentes –los
 mismos que fueron exiliados y sufrieron torturas– abandonan sus 
principios, olvidan y hoy participan de las acciones golpistas contra el
 gobierno de Venezuela. Hace 47 años estarían con Pinoc
het señalando que Allende quería instaurar un régimen totalitario y, por tanto, el golpe de Estado fue una liberación. La posverdad se impone. Salvador Allende fue dictador, marxista-leninista y comunista. El resto es irrelevante.
 

 
 
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