La crisis del gobierno 
de Jimmy Morales era previsible, ya que es resultado de una elección 
amañada y una salida a la crisis de 2015 que no resolvió las causas 
fundamentales que la generaron. También era previsible por el círculo de
 poder del presidente, integrado por grupos vinculados con violaciones 
de derechos humanos y hechos ilícitos, así como por las incapacidades y 
ejecuciones erróneas de aquel.
 No es extraño, pues, que el detonante
 de esta crisis sea el muy probable involucramiento delictivo del 
presidente en el financiamiento ilícito de su campaña cuando era 
secretario general del partido FCN-Nación. Este hecho tiene como 
antecedente las inconsistencias contables en 2014 y 2015, que provocaron
 la sanción del Tribunal Supremo Electoral a dicho partido en 2016. A 
esto se suman los intentos fallidos del Ejecutivo de lograr la 
sustitución del comisionado de la Cicig y su posterior expulsión del 
país luego de declararlo no grato. Esto hizo que el Gobierno quedara aún
 más en entredicho, principalmente porque el presidente es parte 
investigada en un contexto en el cual la Cicig y el MP cuentan con 
opinión pública favorable gracias a sus resultados. 
 Lo anterior
 constituyó un factor grave que ahondó el proceso de desgaste y de 
pérdida de legitimidad del gobierno de Morales, sobre el cual pesan 
ahora señalamientos por su acción oficiosa a favor de sectores oscuros 
que intentan mantenerse impunes. No obstante el revés al antejuicio 
vivido el 11 de septiembre, el riesgo de su relevo continúa. En este 
marco, es posible una sustitución presidencial al estilo de 2015, de la 
cual no está exento tampoco el vicepresidente Jafeth Cabrera, dados los 
indicios de que también él pudo haber aceptado financiamiento ilícito. 
 Quienes controlan los hilos de poder podrían proceder —ciertamente 
presionados— de la manera como lo hicieron con Pérez Molina y Baldetti, 
es decir, operando las instituciones para sacrificar figuras políticas 
prescindibles. De hecho, cuentan con los recursos y las capacidades de 
poder para decidirlo. Esto podría suceder, dado que las posibilidades de
 maniobra del gobernante pueden debilitarse fácilmente. Los apoyos 
públicos y tras bambalinas, incluso el de más de algún grupo corporativo
 empresarial, parecieran ser insuficientes para evitar un desenlace 
desfavorable para el gobierno. Además, crece la movilización ciudadana y
 la opinión de que el presidente sea investigado y procesado, posición 
que aparentemente es la misma de la Embajada de Estados Unidos. Por su 
parte, el Cacif, pese a que ha manifestado su acuerdo con la Cicig, 
presenta un ejercicio de poder dudoso y más pareciera apoyar a Morales 
por las implicaciones que el caso podría tener para varios empresarios 
grandes. 
 Ya que el Congreso improbó el antejuicio contra el 
presidente —a pesar de las evidencias irrefutables—, la crisis se amplía
 y profundiza. Con el desgaste que pesa sobre este organismo, es 
susceptible de convertirse en un objetivo de depuración por la 
ciudadanía y por poderes como la Embajada de Estados Unidos. Si la 
presión interna y externa se incrementa y se suman otros casos de 
relevancia investigados por la Cicig, como Odebrecht, la demanda de 
relevo presidencial y la depuración del Congreso podrían imponerse como 
una salida en un momento determinado. 
 Así las cosas, estamos 
ante un gobierno que presenta una fuerte ilegitimidad por desconfianza, 
descontento y desaprobación; que tiene dificultades para lograr 
resultados; que enfrenta renuncias en su equipo de gobierno que podrían 
ser iniciales; que experimenta el retiro del apoyo de actores de primer 
orden en los ámbitos nacional e internacional, y que motiva el 
surgimiento de nuevas voces pidiendo su renuncia, como Articulación por 
la Vida, contra la Corrupción y contra la Impunidad. Como resultado, 
estamos ante una crisis de gobierno. Pero no estamos ante una crisis de 
Estado, y menos ante una crisis del régimen. El modelo de acumulación 
dominante como razón de Estado tampoco está en riesgo. 
 En este 
contexto, una salida a la crisis podría resultar poco favorable a la 
articulación del Gobierno y al presidente Morales, pero manejable por 
quienes tienen el poder real en Guatemala y factible para estos. De 
hecho, la salida podría representar a) que se concrete un pacto entre 
élites de poder, se  resuelva  la crisis y todo siga igual, o b) 
que se profundice la depuración institucional, con las investigaciones 
de la Cicig en marcha y la presión ciudadana en aumento. 
 

 
 
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