Arturo Balderas Rodríguez
El año pasado el 
presidente Barack Obama emitió una orden ejecutiva conocida como DACA y 
DAPA, mediante la que suspendió los juicios de deportación de 5 millones
 de indocumentados. Unos días después, a solicitud del gobierno de 
Texas, fue revocada por un juez de distrito de ese estado. La Casa 
Blanca apeló esa decisión por considerarla improcedente. Después de 
varios meses, el litigio llegó al máximo tribunal de Estados Unidos. En 
la Suprema Corte cuatro magistrados liberales votaron en contra de la 
orden del juez texano y cuatro conservadores por sostenerla. Debido al 
empate, quedó en pie la revocación de la orden ejecutiva del presidente,
 que originalmente invocó el gobierno texano, y a la que más tarde se 
sumaron otros 24 estados.
El resultado es que la mayoría de esos indocumentados estarán a 
disposición de las autoridades migratorias para comenzar o continuar sus
 procesos de deportación. Aún no está claro cómo se efectuarán esos 
procesos y cuáles son sus etapas. De lo que no hay duda es la que suerte
 de 5 millones de personas penderá nuevamente de un hilo; en opinión de 
algunos especialistas los efectos de la decisión de la corte no se 
dejarán sentir de inmediato, al menos en términos prácticos.
La administración del presidente Obama ya estudia los recursos 
legales para atenuar o posponer la decisión de la corte. El momento es 
particularmente interesante, al tomar en consideración que Trump y 
Clinton han manifestado una opinión diametralmente diferente con 
respecto a la situación de los indocumentados.
Trump, como es sabido, ha declarado enfáticamente su oposición
 a ellos. Clinton ha dicho que es necesaria una profunda reforma 
migratoria que incluya una vía para la regularización migratoria de 
todos los indocumentados que viven en el país. Es un hecho que de llegar
 a la presidencia, el primero hará lo posible por echar abajo las 
órdenes ejecutivas de Obama, y la segunda por mantenerlas vigentes. 
También está claro que la decisión de la Suprema Corte ha provocado una 
avalancha de protestas entre quienes apoyan a los indocumentados. Más 
importante aún es que se volcarán en las urnas para votar no sólo en 
contra de Trump, sino también de un buen número de candidatos 
republicanos. Por lo menos cuatro senadores de ese partido y varios de 
sus compañeros en la Cámara de Representantes estarán en peligro de 
perder las elecciones.
Lo que es evidente es que el malestar por las rudezas innecesarias de
 Trump en contra no sólo de los indocumentados, sino del más elemental 
sentido del quehacer político, ha crecido tanto fuera del Partido 
Republicano como en su propio seno. Una muestra de ello es la 
declaración de los patriarcas de la familia Bush, quienes anunciaron su 
apoyo a los candidatos a senadores de su partido, pero no a Trump. En 
este complejo panorama, no es descabellado pensar que en la convención 
del Partido Republicano pudiera suceder algo imprevisto. La historia 
está por escribirse aún y es un hecho que una parte de ella la podrían 
redactar millones de votantes de origen latino y quienes simpatizan con 
ellos.
 

 
 
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