por F. William Engdahl
Los nuevos y sangrientos enfrentamientos de  los últimos días demuestran que la tensión está lejos de haber  disminuido en Kirguistán desde la revuelta de abril de 2010, y muchas  son las teorías y especulaciones en cuanto a quién o quiénes son los  iniciadores de tales incidentes. El escenario más probable parece ser el  de una revuelta espontánea dirigida desde el interior del país. Y es  que Kirguistán se encuentra en pleno centro de los conflictos de  intereses de varias potencias, tanto de la región y como de fuera de  esta. F. William Engdahl analiza las cartas que tienen en sus manos cada  uno de los tres actores que aspiran a prevalecer en Kirguistán y en la  región.
 
- Manifestantes prenden fuego a una pancarta del depuesto presidente Kurmanbek Bakiev.
Situado en un extremo del Asia Central, Kirguistán constituye lo que  el estratega británico Halford Mackinder no dudaría en llamar un eje  geopolítico, o sea un territorio que, dadas sus características  geográficas, ocupa una posición central en las rivalidades de las  grandes potencias.
Ese pequeño y lejano país se está viendo sacudido actualmente por lo  pudiera parecer una sublevación popular extremadamente bien organizada  con vistas a desestabilizar al presidente atlantista Kurmanbek Bakiev.  En sus primeras interpretaciones, algunos analistas emitieron la  hipótesis de que Moscú estaría interesado en otorgar su apoyo a un  cambio de régimen en Kirguistán.
Los hechos se atribuyen así a Moscú, que estaría aplicando su propia  versión en negativo de las «revoluciones de colores» anteriormente  instigadas por Washington, como la llamada revolución de las rosas  registrada en Georgia en 2003, la revolución naranja ucraniana de 2004 y  la revolución de los tulipanes de 2005, que puso en el poder al  presidente proestadounidense Bakiev en el propio Kirguistán. Sin  embargo, dado el contexto del cambio de poder que se está desarrollando  en Kirguistán, resulta bastante difícil entender quién está haciendo qué  y a favor de los intereses de quién.
Lo que sí se sabe, en todo caso, es que lo que está en juego tiene  enormes implicaciones para el control militar de toda la región del  continente euroasiático, desde China hasta Rusia y más allá. En efecto,  esta situación tiene repercusiones para la futura presencia de Estados  Unidos en Afganistán y, por ende, en toda Eurasia.
Un polvorín político
Revelaciones sobre sospechas de graves hechos de corrupción que  pesaban sobre el presidente Bakiev y sobre varios miembros de su familia  provocaron importantes protestas en marzo pasado. En 2009, Bakiev había  revisado un artículo de la Constitución que enumeraba las disposiciones  sobre la sucesión presidencial en caso de fallecimiento o de dimisión  inesperada. Aquella revisión, ampliamente interpretada como un intento  de instaurar un «sistema dinástico» de traspaso del poder, es uno de los  factores que originaron las recientes protestas a través de todo el  país. Bakiev puso a su hijo y a otros miembros de su familia en puestos  claves en los que podían amasar grandes sumas de dinero –los estimados  hablan de 80 millones de dólares al año– gracias a la autorización  otorgada a Estados Unidos para la instalación de una base aérea en Manas  y la firma de otros contratos [1].
Kirguistán es uno de los países más pobres del Asia central. Más del  40% de su población vive por debajo del llamado umbral de pobreza.  Bakiev puso a su hijo Maxim (quien además dispone de suficiente tiempo y  dinero como para ser uno de los propietarios de un club británico de  fútbol) a la cabeza de la Agencia Central de Desarrollo, Inversión e  Innovación, puesto que le permite controlar los recursos más  inmediatamente rentables del país, como la mina de oro de Kumtor [2].
A finales de 2009, Bakiev aumentó fuertemente los impuestos a las  empresas pequeñas y medianas y a principios de 2010 instauró nuevos  gravámenes sobre las telecomunicaciones. También privatizó la mayor  proveedora de electricidad del país y, en enero pasado, esa misma  empresa –ya privatizada y, según se dice, vendida a ciertos amigos de la  familia por menos del 3% de su valor estimado– duplicó el precio de la  electricidad. Mientras tanto, el precio del gas urbano aumentó en un 1  000%, y hay que precisar que el invierno en Kirguistán es extremadamente  inclemente.
La oposición acusaba a Bakiev de haber organizado una privatización  complaciente de la red nacional de telecomunicaciones, que fue cedida a  un amigo cuya empresa fuera de fronteras está domiciliada en Canarias.  En realidad, la cólera popular contra Bakiev y sus comparsas es  realmente justificada. Lo importante es quién está canalizando esa  cólera y con qué objetivo.
Las protestas estallaron en marzo pasado cuando el gobierno decidió  imponer un alza espectacular de la energía y las telecomunicaciones,  cuyos precios se cuadruplicaron e incluso más, en un país ya exhausto.  Durante las revueltas de principios de marzo, Rosa Otumbayeva fue  nombrada vocero del Frente Unido, conformado por todos los partidos de  oposición. La señora Otumbayeva exhortó entonces a Estados Unidos a  adoptar una posición más activa contra el régimen de Bakiev y a condenar  su poco respeto por las normas de la democracia, llamado que Washington  dejó sin respuesta [3].
Según fuentes rusas bien informadas, en aquel momento Rosa Otumbayeva  se entrevistó también con el primer ministro ruso Vladimir Putin sobre  el deterioro de la situación. Al formarse el gobierno provisional bajo  la dirección de Otumbayeva, Moscú fue el primero en reconocerlo y en  proponerle una ayuda inmediata para la estabilización por 300 millones  de dólares, transfiriéndole así parte del préstamo de 2 150 millones de  dólares ya concedido en 2009 al régimen de Bakiev para la construcción  de una hidroeléctrica en el río Naryn.
En principio, el préstamo ruso de 2 150 millones de dólares había  sido concedido justo después de la decisión de Bakiev de cerrar la base  estadounidense de Manas, decisión que los dólares estadounidenses  echaron por tierra varias semanas más tarde. Para Moscú, había un  vínculo entre la ayuda rusa y el anuncio del cierre de la base de Manas  por parte de Bakiev. La actual entrega de 300 millones de dólares, provenientes del préstamo  de 2 150 millones ya prometido anteriormente y reactivado después de la  expulsión de Bakiev, iría directamente a las cajas del Banco Nacional de  Kirguistán [4].
Según un despacho de la agencia de prensa moscovita RIA Novosti, el  primer ministro depuesto, Daniar Usenov, afirmó al embajador ruso en  Bishkek que los medios de prensa rusos, que gozan de gran presencia en  el Estado ex soviético, cuyo idioma oficial sigue siendo el ruso, habían  tomado partido contra el gobierno del dúo Bakiev-Usenov [5].
 
 
 
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