Entrevista a Jorge Zabalza
Hemisferio Izquierdo
Hemisferio    Izquierdo (HI): En el año `71 se crea el FA ¿qué lectura    hace en ese momento el MLN de esa creación?
Jorge    Zabalza (JZ):
 En los ‘70 la política no se hacía desde el    sillón parlamentario o 
el bureau institucional. El FA nació con    las calles ardiendo de lucha
 popular, con la represión ensañada,    castigando a obreros, 
estudiantes y vecinos organizados. Desde    Maroñas a La Teja y el Cerro
 se reprodujeron formas de lucha que    hoy parecen de otro planeta: 
liceos y hospitales populares,    movimiento para no pagar a UTE, 
campamentos de desocupados, los    ‘peludos’ marchando por todo el país,
 estudiantes acampando    en fábricas ocupadas, comisiones vecinales de 
apoyo a los obreros    en huelga. En la lucha se identificaba con 
claridad al enemigo:    las 500 familias dueñas del Uruguay, el capital 
transnacional,    las fuerzas armadas, el poder judicial, la policía que
 asesinaba    militantes, los rompehuelgas, los parapoliciales, la 
embajada de    los EEUU. Decenas de miles dejaron de ser espectadores 
pasivos y    se transformaron en protagonistas activos de la vida 
política.    Formaron el espacio político que rompió con el sistema 
imperante    y reconoció la necesidad de revolucionarlo, que se 
identificó    con la iconografía combativa de la revolución cubana y 
navegó    en la corriente revolucionaria latinoamericana. En ese terreno
 se    multiplicó un nuevo tipo de luchadores, ideológicamente    
inclinados a la acción directa de masas, que miraban con simpatía    la 
lucha guerrillera y la auto-organización armada. El movimiento    
guerrillero creció y se desarrolló requerido por esos núcleos    
convencidos de que su única opción era armarse para luchar. La    
revolución no era un horizonte sino una cercanía, una    posibilidad 
actual, ¡qué difícil hacerse entender hoy día con    los espíritus tan 
aplacados que se vuelve imposible hablar de    revolución! 
El
    fin de la pasividad del pueblo fue el fenómeno de carácter más    
revolucionario de todo el período 1968/73. En la lucha activa las    
bases sociales se fortalecieron, su espíritu se hizo tan fuerte    que 
logró resistir indemne el terrorismo de Estado y resurgió    
incontenible en 1983. Fueron esas multitudes insurrectas las que    
dieron origen al Frente. En realidad, los comités frenteamplistas    de 
1971 eran apenas una nueva forma de organización de las bases    ya 
movilizadas en los barrios y gremios. El ‘Frente-movimiento’    -con su 
subjetividad anti-sistema- nació casi espontáneamente,    bastante antes
 que el ‘Frente-coalición’. Su existencia debió    ser aceptada a 
regañadientes por algunos dirigentes que tenían    pavor a la auto 
organización y la autonomía, y luego fue    permanentemente ocultada o 
tergiversada en función de mezquinos y    ‘políticamente correctos’ 
intereses.
Se    leyeron en clave de asalto al poder las 
luchas populares, pero esa    lectura no se supo traducir a una forma 
masiva de hacer política    armada, no se encontraron formas 
guerrilleras que pudieran ser    adoptadas por el movimiento popular, 
paso previo y necesario a la    insurrección popular. Como la guerra de 
todo el pueblo en    Vietnam, como el pueblo en armas de José Artigas. 
Era el problema    esencial de la revolución en el Uruguay y el MLN (T) 
se lo    planteó desde fines de 1968. No logró resolverlo nunca y, en   
 consecuencia, fracasó en su proyecto político-militar.
No
    todos en el movimiento popular leían la coyuntura de la misma    
manera que el MLN (T). Había quienes pensaban que la táctica de    
radicalizar la lucha contra el sistema se salía de los carriles    
establecidos y se salteaba las etapas del esquema preceptuado por    el 
dogma estalinista. De esa visión tan estructurada surgió la    propuesta
 de avanzar en democracia hacia la democracia avanzada,    trabalenguas 
que resumía la tesis acerca de la posibilidad de    acceder al poder por
 la vía electoral y parlamentaria en acuerdo    con una burguesía 
presumida nacional. El asalto al poder se debía    posponer hasta que se
 dieran condiciones más favorables en el    campo internacional, tal vez
 hasta que la URSS derrotara al    imperialismo en la competencia 
económica. Los afiliados a esta    tesis se dedicaron a contener la 
masificación de las ideas    guerrilleras del ‘dos, tres...muchos 
Vietnam’, que    consideraban incompatibles con la coexistencia pacifica
 con los    EEUU. De todas maneras, pese a las tentativas de aplastarla a
    golpes de ‘unidad, unidad’, la batalla de ideas sobre las    formas y
 métodos de lucha creó un torbellino que atravesó las    organizaciones 
obreras, estudiantiles y vecinales . 
La    brutalidad de 
Pacheco Areco también provocó el cisma que separó    a las dos 
corrientes históricas del Partido Colorado: por un    lado, los 
herederos de Julio César Grauert se agruparon en torno    a Zelmar 
Michelini y el general Líber Seregni, rompieron con el    gobierno 
autoritario y terminaron creando el Frente del Pueblo y,    por el otro,
 los ‘colorados’ del mismo corte ideológico que    Fructuoso Rivera, la 
‘Defensa’ en la Guerra Grande, Venancio    Flores y Lorenzo Latorre, 
cerraron filas detrás de Pacheco Areco    y los grupos fascistas que lo 
rondaban. En el Partido Nacional se    dio un fenómeno de 
características similares que alineó la    derecha cavernícola alrededor
 del coronel Mario Aguerrondo    -creador de la Logia Tenientes de 
Artigas en el ejército- y de M.    Recaredo Etchegoyen, al tiempo que 
agrupó los sectores    progresistas tras el liderazgo político e 
ideológico de Wilson    Ferreira Aldunate. Engendrado por el pueblo que 
se movía y    luchaba, el Frente Amplio nació gracias al poder de 
convocatoria    de Zelmar y Seregni, cuyas influencias fueron decisivas 
para la    concreción del proyecto.
Durante    meses la 
política con armas había desplazado a la política    electoral del 
centro de la atención pública, pero la progresiva    militarización de 
las acciones guerrilleras y el apartarse del    entendimiento popular, 
se tradujo en un fuerte deseo de detener el    sacrificio y el 
derramamiento de sangre. En el imaginario popular    la apertura de un 
camino alternativo a la guerra civil se sintió    como un alivio a la 
tensión. ¿Cómo desconocer esas esperanzas?    Era imposible soslayar el 
fenómeno de indudable carácter    popular, que introducía un nuevo actor
 y determinaba una nueva    coyuntura. La oferta de recomponer el país 
de los amortiguadores    de modo que hiciera posible ‘el cambio 
revolucionario en paz’    canalizó la lucha popular hacia lo electoral y
 lo parlamentario,    viraje decisivo de la subjetividad popular que el 
MLN (T)    contempló al apoyar críticamente el nacimiento del Frente    
Amplio, pero que desconoció al persistir en la militarización de    su 
accionar político. El desarrollo de la coalición no se    detendría, 
independientemente de la voluntad del MLN (T). Raúl    Sendic fue el 
principal promotor del “apoyo crítico” al FA    con el propósito de 
evitar el aislamiento de la guerrilla    tupamara y la caída en posturas
 sectarias respecto a otras    fuerzas de izquierda. Por el contrario, 
dividir la izquierda y    obstaculizar la creación del FA sólo traería 
desánimo y    decepción en el movimiento popular, un clima muy poco 
propicio    para continuar haciendo política con armas.
El    MLN (T) entendió públicamente que (…) “no
 creemos,    honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la 
   revolución por las elecciones. No es válido trasladar las    
experiencias de otros países”. Pese a su congénita    desconfianza hacia lo electoral, entendió que era bienvenida “la
    unión de fuerzas populares tan importantes, aunque lamentamos que   
 esta unión se haya dado precisamente con motivo de las elecciones    y 
no antes. (...) Al apoyar al Frente Amplio, entonces, lo hacemos    en 
el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización    de 
las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas    no 
empieza ni termina con las elecciones (...) La lucha armada y    
clandestina de los tupamaros no se detiene”. El ‘Movimiento    de 
Independientes 26 de Marzo’ agrupó la consciencia    insurgente, que 
veía las elecciones de 1971 como un paso    inevitable camino a la 
insurrección popular. La lucha armada no    se detuvo, es cierto, pero 
la historia enseña que en adelante    predominaron las urnas y el 
palacio legislativo sobre las formas    de acción directa y se 
adormecieron las ideas de lucha    revolucionaria. 
HI:    ¿Cuáles son las razones que tiene el MLN a la salida de la    dictadura para ingresar al FA?
JZ:
     En 1985 las y los liberados buscaron reorganizar su    identidad 
tupamara, más por instinto de supervivencia que tras un    programa o 
proyecto político definido. Por el contrario, la    dispersión en las 
cárceles y el exilio produjo más de una    docena de proyectos 
diferentes, todos ellos aspirantes a    hegemonizar la reorganización. 
Además, el aquelarre aquél de    los primeros días fue tironeado por 
impulsos contradictorios, de    un lado el deseo de reincorporarse 
organizadamente a la vida    política, mientras que del otro, el 
escepticismo congénito de    los tupas hacia la democracia formal se 
resistía a aceptar    de buenas a primeras el régimen instalado luego 
del Club Naval.    Deseo y escepticismo fueron determinando oscilaciones
 en el    pensamiento y actitudes de cada liberado y cada liberada.
A
    medias empujados por el movimiento popular y con su impunidad    
asegurada por el Pacto del Club Naval, los milicos se replegaron    
ordenadamente a los cuarteles. Desde su atalaya vigilaban y    
controlaban las fuerzas populares que los habían rechazado en el    NO 
de 1980 y en el Río de Libertad de 1983. Conservaron intactas    sus 
fuerzas, su cadena de mando y su estructura ideológica,    sujetando a 
la tutela militar la ‘democracia a lo Sanguinetti’.    Por otra parte, 
la reconquista de algunas libertades sindicales y    populares creaban 
la sensación de que habría democracia para    rato... aunque fuera 
tutelada. El híbrido político que    bosquejamos en 1985, resultaba de 
la cruza entre el respeto hacia    el sentimiento popular de haber 
reconquistado la democracia y la    necesidad de defenderse de los 
tuteladores. El espanto que causaba    la serpiente enroscada en los 
cuarteles apresuró los acuerdos    entre los reorganizadores del MLN 
(T). La profecía del acto del    Franzini sobre la posibilidad cierta de
 malones cuarteleros no era    ninguna locura. Los ‘carapintadas’ se 
encargarían de    confirmarla.    
La    crítica al 
militarismo del pasado ayudó a concebir la    organización del futuro 
como instrumento para el desarrollo de un    movimiento de masas capaz 
de resistir los malones fascistas que    avistábamos en el horizonte. Ya
 no creíamos en un aparato    armado-ombligo del mundo, sino en una 
revolución que suponía el    florecimiento de las ideas de poder popular
 y que, en 1985, pasaba    por la transmisión del alerta a través de la 
militancia inserta    en sindicatos, cooperativas, gremios y 
organizaciones vecinales.    Las experiencias de movilización bajo 
dictadura y la concepción    de poder popular llevaban a confiar en la 
capacidad de iniciativa    y auto-organización de la gente. Raúl Sendic 
planteó que la    unidad debía re-surgir desde las bases sociales, 
porque “tal    vez lo que los dirigentes no consigan lo logremos 
trabajando desde    abajo, pacientemente, codo a codo con hombres y 
mujeres de    diferentes tendencias” (Acto del Franzini, 
19/12/1987).    Propuso un Frente Grande no para ganar elecciones sino 
para    movilizarse por el programa popular, para distribuir las tierras
 y    mejorar la vida de los trabajadores rurales, para terminar con la 
   banca extranjera y con la sangría de la deuda externa, para un    
aumento general del salario que traiga el ensanchamiento del    mercado 
interno. Un Frente Grande para unirnos sin exclusiones,    pero no para 
transar, ni para transar con el que transa. ¡Un    Frente Grande de 
imbancables!
También    fue cierto que, al abrirse las 
cárceles, zambullimos en el mar de    emociones y sentimientos 
frenteamplistas que sobrevivió el    estigma, las persecuciones y el 
terrorismo. El movimiento popular    sentía que las banderas de la 
reconquista y la esperanza eran    tricolores y que el Frente era el 
lugar hacia donde convergían en    masa tanto lo más progresista del 
país como parte de la     militancia que pretendía revoluciones. Además,
 de la    crítica del pasado, la mayoría de los tupamaros habíamos    
inferido que en el tercer mundo las revoluciones se organizarían    en 
forma de frentes. El Frente Grande contenía y generalizaba el    
proyecto de cambio popular que representaba electoralmente el    Frente 
Amplio. Estas consideraciones, muy diferentes a las de    1971, llevaron
 a pasar del apoyo crítico a pensar en la    incorporación lisa y llana a
 la coalición. Aún así, en el    debate interno no hubo unanimidades y 
una minoría del Comité    Central consideramos que se debía postergar el
 pedido de ingreso    hasta que el MLN (T) alcanzara el peso social 
suficiente para    hacerse escuchar con atención. En concreto, antes de 
ingresar se    debía consolidar la influencia de las agrupaciones 
ampliadas en    el movimiento social y el desarrollo del frente grande. 
También    era cierto que mucha gente vinculada a los tupamaros ya 
integraba    los comités de base antes de 1985, sin sentir que se 
opusieran su    militancia frenteamplista y la disciplina a ese MLN (T) 
que    ayudaban a reorganizar. Por aclamación se decidió pedir el    
ingreso el 11 de abril de 1986 en un Palacio Peñarol repleto de    
militancia tupamara. Fue mayoría la voluntad de ingresar al    Frente 
Amplio pese a ser sumamente críticos de su ya evidente    retroceso 
hacia las políticas conciliadoras.
Los    meses que 
transcurrieron entre la ley de impunidad (22/12/86) y el    plebiscito 
del Voto Verde (19/04/89) estuvieron signados por la    militancia de 
los núcleos más activos. Fueron tiempos de    agitación del ‘juicio y 
castigo a los culpables’, de la    recolección y de la defensa de las 
firmas contra la ley de    impunidad y, finalmente, de la campaña por el
 Voto Verde en los    primeros meses de 1989. También fue un período 
álgido de la    lucha sindical -Sanguinetti se vanaglorió de no haber 
perdido ni    un conflicto- y de las ocupaciones de tierras para vivir, 
algunas    organizadas, otras espontáneas. La lucha social creó un punto
 de    encuentro para la militancia radical, ya fuera organizada en    
partidos o actuando individualmente. La confluencia se cruzó con    la 
necesidad de crear un polo ideológico revolucionario para    
contrarrestar el retroceso general y, en consecuencia, como    expresión
 de lo más radical y combativo surgió el    Movimiento de Participación 
Popular. Quién diría que la    radicalidad combativa haya sido el origen
 de este MPP esclerosado,    aparato que respalda ciegamente las medidas
 más impopulares del    progresismo. El calendario electoral apresuró su
 lanzamiento    formal que tuvo lugar el 6 de abril de 1989 y con el 
Partido por    la Victoria del Pueblo (PVP), el Partido Socialista de 
los    Trabajadores (PST), el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO), 
   el Partido Comunista Revolucionario (PCR), el MLN (T) y muchos    
militantes independientes entre los que se destacaban Helios    Sarthou,
 Carlos M. Gutiérrez, Jorge Durán Mattos, Marcos    Abelenda, Daniel 
Olesker, Juan Chenlo.
Recién    entonces, luego de la 
demostración de fuerza que significó la    creación del MPP, se logró 
superar la oposición al ingreso del    MLN (T) al Frente Amplio, tanto 
la pública y transparente de los    demócratas cristianos como la opaca y
 solapada del estalinismo    criollo. La lucha contra la impunidad, 
donde la militancia de base    cobró una fundamental importancia, sirvió
 para disimular las    concesiones y retrocesos del Frente Amplio. La 
desconfianza de    Raúl Sendic hacia la conducción frenteamplista se 
transmitía en    forma de Frente Grande, mientras que en otras y otros 
tupas, esa    misma desconfianza tomó forma de polo ideológico 
revolucionario.    Un tercer agrupamiento dentro del MLN(T) ya estaba 
carburando la    idea de subirse al carro de la conciliación de clases y
 tomar sus    riendas, estrategia que se concretó en los años 
siguientes.
HI:    ¿Cuales son los motivos por los cuales abandonás el FA?
JZ:
    Intrincada madeja. No fue una decisión individual. Hubieron    
varias esquinas sin retorno que luego de dobladas fueron marcando    la 
línea recta del alejamiento. En realidad nos expulsaron del    MLN-MPP, 
cuando la mayoría se había incorporado al retroceso    ideológico, 
cuestión hoy muy evidente por cierto. Al igual que    en toda la 
historia, las diferencias de concepción surgieron en    la discusión 
concreta de los acontecimientos, donde las actitudes    de cada uno 
decían mucho más que su discurso. Los sermones    ‘izquierdosos’ se 
utilizaban -se utilizan- para encubrir    hechos que arrimaban los 
apóstatas a los dueños de todo y,    especialmente, a los militares 
defensores de la impunidad.
Conviene    empezar por el 
análisis la marejada de ocupaciones de terrenos de    1988/89, un hecho 
social definitorio. El encarecimiento del costo    de la tierra en las 
zonas urbanas con mejores servicios, obligó a    emigrar a quienes no 
podían pagar alquileres o las cuotas del    banco hipotecario. Muchos se
 fueron del país, pero otros    terminaron repoblando las periferias de 
las ciudades. Asimismo,    esa crisis en los bolsillos con ingresos 
fijos hizo crecer y    reproducirse la venta ambulante: la gente salió 
en masa a vender    lo que podía. Desde el gobierno se exigió que los 
damnificados    por la política económica resolvieran sus angustias en 
orden,    haciendo cola en los mostradores institucionales. En 1990 el  
  pueblo había concretado sus esperanzas logrando que ‘nuestro’    
Frente Amplio gobernara Montevideo y, naturalmente, quienes vivían    
irregularmente en los asentamientos y quienes vendían    irregularmente 
en las veredas, esperaban el inicio de una nueva    era, de ‘nuestra’ 
era. Más a la corta que a la larga pudieron    comprobar que la 
descentralización, la cartera municipal de    tierras y el banco de 
materiales no marchaban rumbo a la formación    de un pueblo en 
condiciones de gobernarse a sí mismo. Que la    regularización de la 
venta callejera era un instrumento de    control y recaudación. Que la 
descentralización no era el    traslado de poder a los vecinos sino la 
mera desconcentración del    pizarrón de quinielas. Por el contrario, 
con la llamada    ‘actualización ideológica’ se disfrazaba de izquierda 
la    aplicación del esquema ‘neoliberalismo con asistencialismo    
social’ que, en los hechos aunque no en las palabras,    significaba la 
institucionalización de un pensamiento    antipopular. La represión    
municipal a los vendedores ambulantes y a los vecinos que ocupaban    
terrenos fueron gestos para ganarse las simpatías de los    poderosos, 
las intendencias Tabaré-Arana prefiguraron y    anticiparon los 
gobiernos de Tabaré-Mujica-Astori.
El    Frente Amplio 
solamente permitía el debate en los organismos de    conducción que 
controlaban Tabaré-Astori; el autoritarismo en la    interna no 
soportaba que las disidencias internas se expresaran    muscularmente o 
votando aparte de la bancada en el parlamento    nacional o en el 
departamental. Estaba prohibido manifestar    descontento cuando Tabaré 
entregaba las llaves de la ciudad al    asesino George Bush (padre). Si 
bien en el MLN-MPP dominaban los    sentimientos de solidaridad, las 
exigencias prácticas alimentaron    la idea de jugar al achique: las 
olas disidentes debían ser    pocas, chicas y mansas para no perjudicar 
la campaña    electoral de Tabaré. Como les encantaba ‘estar’ donde se  
  corta el bacalao, la crítica y la lucha de ideas debía ser dada    con
 ‘lealtad’ hacia los socios coaligados, aunque ellos    implicara 
deslealtad hacia las expectativas y las luchas de los    trabajadores o 
de los vecinos organizados. Los sectores más    conservadores del Frente
 debían sentir seguros con el MLN-MPP,    precisaban garantías 
disciplinarias de antemano y, a cambio, le    permitirían algunas 
pataletas para mantener contenta la gilada.     Era la manera en que el 
Frente Amplio se convertiría    en otro partido del orden burgués, 
totalmente distanciado de los    sectores descartados por el 
capitalismo.
Puede    parecer aberrante pero, de hecho, el
 Frente se oponía en lo    nacional a las políticas privatizadoras que 
justificaba en la    intendencia montevideana. Fue larga y enconada la 
lucha para    mantener en la esfera estatal pública la propiedad del 
histórico    Hotel y Casino Carrasco. En 1997 provocó la renuncia de 
Tabaré    Vázquez a la presidencia del FA y la excomunión del presidente
    de la Junta Departamental por haber votado contra el proyecto    
presentado por Mariano Arana. De todas maneras las privatizaciones    se
 multiplicaron en el ámbito municipal y finalmente, durante el    
gobierno de Ricardo Erlich, el Carrasco pasó a manos privadas en    las 
cuales vegeta inútilmente. Ambos fenómenos, ocupaciones y    
privatizaciones municipales, despertaron demonios y fantasmas no    sólo
 en la derecha y, lenta y paulatinamente, amansaron los    leones 
desdentados, que se incorporaron sin escrúpulos a la línea    de la 
contrarreforma agraria y de la pleitesía frente al capital    
extranjero.
El    grupo de militantes encabezado 
notoriamente por Helios Sarthou    rechazamos el disciplinamiento de la 
expresión política.    Expresábamos la solidaridad compartiendo calle y 
palos con los    ambulantes y ocupando con los ocupantes, defendiéndolos
 en los    desalojos fuera quien fuera que los desalojaba. 
Recíprocamente    los descartados nos fueron transfiriendo su irritación
 e    intransigencia, fuimos endureciendo el discurso y la actitud que  
  ya venían endurecidas de la lucha por el Voto Verde. A los    
feligreses más crédulos les incomodaba el ojo crítico y la    
desobediencia indebida. Nos volvimos ‘asquerosos’. Las    
privatizaciones municipales sellaron la domesticación final del    
MLN-MPP que, en consecuencia, como demostración de buena fe, se    
sintió obligado a expulsar de sus filas la disidencia    indomesticable.
Personalmente
    sentí haber fracasado en dos aspectos sustanciales: en primer    
lugar, en los esfuerzos por crear una organización de    asentamientos 
al estilo FUCVAM y un movimiento que centralizara    los reclamos de la 
venta callejera. La tentativa ratificó que no    es posible organizar la
 lucha social desde las instituciones    estatales. En segundo lugar, 
fracasé en divulgar y convencer del    giro a la derecha del MLN-MPP, 
nadie creía que tamaña hipocresía    fuera posible en quienes habían 
sufrido calabozos por sus ideas    revolucionarias. Ambos hechos 
repercutieron con mucha contundencia    en mi ánimo y me hicieron poner 
en dudas mis capacidades para    contribuir a una acumulación de fuerzas
 con sentido    revolucionario. Me dediqué a ganarme la vida como 
carnicero.
Sin    embargo, la infidelidad que motivó el 
divorcio ideológico tuvo    lugar el martes 24 agosto de 1994. A 
consecuencia de las ideas    separadas llegaría más tarde el divorcio 
político-organizativo.    Esa mañana el PITCNT declaró paro general y 
convocó a    concentrarse alrededor del Hospital Filtro para manifestar 
   solidaridad con los vascos en huelga de hambre seca. Lacalle los    
extraditó al estado Español y la tortura. El transporte aéreo    ya 
había aterrizado en Carrasco. Los ‘radicales’ habíamos    mantenido una 
vigilia en la calle. FUCVAM se sumó al movimiento.    Difundieron CX 44 
Radio Panamericana y CX 36 Radio Centenario y la    concentración se 
volvió masiva. Ese mediodía la Mesa Política    del FA concurrió en 
pleno. A las cinco exactamente la Republicana    arremetió a caballo, 
apaleando mujeres con bebés, ancianos y    niños. La multitud se 
defendió de la brutalidad represiva. La    policía asesinó a Fernando 
Morroni. Hirió de cuatro balazos en    la espalda al enfermero Esteban 
Massa que asistía en el suelo al    lastimado Ruben Sassano. Carlos Font
 fue internado con pérdida de    masa encefálica y Mónica Ramírez con 
heridas de balas en el    vientre. Esa noche fue asesinado Roberto 
Facal. Quedaron heridos    más de 100 manifestantes en la operación 
represiva, 15 de ellos    a balazos. El miércoles 25 de agosto miles 
acompañaron a    Fernando hasta el Cementerio del Norte. Tres ministros 
del    interior progresistas después, no se ha hecho pública ninguna    
investigación. Los asesinos y los que comandaron la represión    
continúan impunes.
Estalló    la polémica. Sacaron los 
fantasmas de la buhardilla y    concentraron sus ataques en los 
tupamaros para asustar a los    pusilánimes. La derecha presionaba para 
que el progresismo    desmontara el agrupamiento radical. Rápidamente, 
el Frente Amplio    adjudicó su derrota electoral de 1994 a los 
insoportables núcleos    radicalizados. En el Comité Central del MLN(T) 
se esgrimió la    tesis de la ‘no violencia activa’ o acción 
no-violenta. Se    argumentó que al enfrentar organizadamente la 
represión en    Jacinto Vera, se había provocado la masacre y que, de 
alguna    manera, la responsabilidad de la muerte de los compañeros 
recaía    sobre nuestros hombros. Para no dar justificativos a la 
policía y    que no se repitieran sus asesinatos, había que renunciar a 
la    estrategia de crear una fuerza militante con espíritu combativo y 
   sustituirla por la de desobediencia civil o resistencia    
no-violenta. La conducción frenteamplista quedaría satisfecha de    esa 
manera. 
Dispersa    pero activa, la militancia radical 
había descubierto otros    lugares de encuentro: las Comisiones 
Barriales de lucha por Verdad    y Justicia, la columna Cerro-Teja de 
los primeros de mayo, la    batalla contra el artículo 23, el apoyo a 
las ocupaciones de    tierra y a los conflictos obreros del Espinillar, 
de la    construcción, de la bebida, la química y del transporte. Allí  
  fueron haciendo su propia y montaraz historia, conociéndose y    
descubriendo formas de coordinación horizontal. Los núcleos    activos 
fueron lo suficientemente hábiles para responder a los    ataques de la 
policía sin aislarse de la abigarrada multitud que    rodeó el Hospital 
Filtro. También logró con su militancia que    el 63% del electorado 
rechazara la “minirreforma” el 28    de ese mismo agosto de 1994. Los 
representaban un senador y los    ediles de Montevideo y Trinidad que 
denunciaban y actuaban con    espíritu extraparlamentario. Caminando 
hacia un horizonte    insurreccional, esa dispersa y poco ordenada 
fuerza militante    demostró ser capaz de actuar con efectividad y de 
golpear    coordinadamente. Su fuerza en blancos, colorados, dirigentes 
   frenteamplistas y ex-guerrilleros domesticados, la necesidad de    
cortar las uñas del gatito antes que se transformara en tigre. 
Muy
    influida por el gandhismo-tupamaro, para no provocar la    
represión, la juventud del MPP intentó suspender la marcha que,    en 
setiembre de 1994, varias organizaciones estaban coordinando al    
cumplirse un mes de la Masacre de Jacinto Vera. ‘Manos    desconocidas’ 
acercaron a la orgánica MLN-MPP una cassette    grabada en una 
cuchipanda realizada en la guardia republicana,    donde el ministro 
Ángel Gianola arengaba a sus oficiales para que    reprimieran a los 
grupos radicalizados. La cassete fue esgrimida    en la discusión como 
argumento disuasivo contundente. En la    interna del MLN (T) estaba en 
curso un debate sobre de las    relaciones con un grupo de oficiales de 
los servicios de    inteligencia militares. Más allá del testimonio 
personal    -participé en dos de las primeras reuniones, como ya he 
relatado-    resultaba evidente que el MLN(T) estaba siendo atacado por 
una    operación de inteligencia que buscaba neutralizar las    
perspectivas revolucionarias. Además de ‘establecer un teléfono    rojo 
para impedir que nos enfrenten a militares y tupamaros como    en el 
pasado’ no hubo otras explicaciones. De hecho, al    vincularse con el 
núcleo central del aparato represivo, el MLN(T)    estaba pasando por 
arriba del sentimiento de verdad y justicia    para los desaparecidos y 
asesinados por el terrorismo de Estado.    Se cruzaba el Rubicón de la 
ética y la moral. La actitud hizo    que muchas y muchos se sintieran 
empujados fuera del MLN, una    manera de expresar con los pies la 
discrepancia. Otros optaron por    quedarse, actitud que significaba 
convalidar con su presencia la    concepción conciliadora. 
HI:
    ¿Cuáles entendés que son las tareas políticas para la etapa y    
cuales entendés que son los principales desafíos para el futuro?
JZ:    En
 los ‘70 debieron    recurrir al terrorismo de Estado para aplastar las 
revoluciones y    suministrar la medicina neoliberal a los pueblos. Una 
vez    marchitas las dictaduras en los ‘80, en varias de las comarcas   
 latinoamericanas se alzaron los pueblos contra el consenso de    
Washington y la revuelta se tradujo en acceso de fuerzas    progresistas
 al gobierno, que llegaron con la promesa de hacer    temblar hasta las 
raíces de los árboles. Hoy día, en el 2017,    está claro que sus 
políticas asistencialistas no hicieron    temblar nada, apenas lograron 
que los pobres consumieran un poco    más que antes o, dicho de otra 
manera, incorporaron los sectores    descartados a la sociedad 
consumista. También incrementaron el    salario, aunque su monto no 
alcanza a cubrir las necesidades    materiales, educativas y culturales 
del asalariado. Está claro    que la política económica del progresismo 
también favoreció un    aumento en la concentración del capital y la 
propiedad de la    tierra, que se puede leer como una mayor degradación 
de la vida    democrática. Aumento de salario y asistencialismo social 
han sido    tan inútiles para resolver el fondo de la cuestión social 
como    los vademécums ortodoxos aplicados por los gobiernos anteriores.
    Protegida por el progresismo, la burguesía prosigue en su carrera   
 por aumentar la tasa de ganancia a costillas del trabajo y, por    
consiguiente, la lucha de los pueblos asalariados es un eterno    
recomenzar.
En    la medida que requiere redistribución 
del ingreso, el    asistencialismo se contrapone a la voracidad 
insaciable de las    élites dominantes. Sólo les sirve el neoliberalismo
 sin    fomentos. Tampoco la ‘agenda social’ del progresismo es    
compatible con sus estructurados modos de pensar y de sentir, en    
especial, les caen gruesas la legalización del aborto, la    
desproscripción de la marihuana, la defensa de la igualdad entre    los 
géneros y el matrimonio igualitario. Pese a los privilegios    para los 
inversores extranjeros, las zonas francas y las    exoneraciones varias,
 las élites sienten que las democracias,    mientras están administradas
 por el progresismo, han dejado de    ser instrumentos útiles a sus 
designios. En consecuencia,    decidieron suministrar sin intermediarios
 la pócima y el retorno    de los brujos parece ser el signo de los 
tiempos. El fenómeno    trajo a Donald Trump y sus cómplices de Wall 
Street y del    complejo de industrias armamentísticas, pero también al 
fascismo    a cielo abierto en Europa y acá, en América Latina, a lo más
    reaccionario de la derecha, por las buenas en algunos casos    
-Macri, Kuczynski-, por las malas en otros -Temer- y por las    peores 
también, como ocurrió en Haití y Honduras. Sienten el    progresismo 
como una enfermedad de las democracias formales, sea    en Europa, en 
EEUU o en América Latina.     
Los    pueblos defienden 
pacíficamente sus conquistas y manifiestan su    descontento con el 
cariz que van tomando las cosas: grupos de    estadounidenses protestan 
frente a los portones y las rejas de la    Casa Blanca; los mejicanos 
denuncian masivamente la política de    desapariciones y asesinatos del 
Estado fallido y narcotraficante;    los argentinos amagan con reeditar 
las jornadas de diciembre del    2001 y los chilenos hacen masivas 
demostraciones contra las    medidas neoliberales del progresismo de la 
Bachelet. Entonces,    para conformar lo más reaccionario, algunos de 
los gobiernos    empresariales emiten señales amenazantes y, en otros 
casos, como    el mejicano y el colombiano, pasan a dar palos sin más. 
Con su    apología de la tortura y de Guantánamo, Trump se convierte en 
   abanderado de las ideas fascistas. Lo sigue el gobierno de Méjico,   
 cómplice en las desapariciones de los 43 normalistas y del    asesinato
 de más de cien periodistas al año. También la    Bachelet, que ha 
dejado totalmente al descubierto su naturaleza    racista y autoritaria,
 aunque encabece una fuerza que pretende ser    socialista. Mauricio 
Macri se burla y ataca a los movimientos    sindicales, barriales y 
feministas. ¿De qué paz y democracia    hablan en Colombia y Honduras, 
donde los paramilitares asesinan    luchadores que defienden el medio 
ambiente y a campesinos de    origen maya?    
Una    vez 
más el estamento oligárquico latinoamericano suelta de la    correa a 
sus cancerberos y vuelve posible e inminente la extensión    del 
ejercicio de la violencia institucionalizada contra el    movimiento 
popular. Las organizaciones del pueblo están sabiendo    que en la 
defensa de lo conquistado corren el riesgo cierto de ser    ferozmente 
reprimidos por la policía… ¿De qué manera puede    responder el pueblo 
mapuche atacado sin piedad por la progresista    Bachelet luego de más 
de 500 años de sometimiento? ¿qué pueden    hacer los pueblos de origen 
maya en Chiapas, Guatemala y Honduras?    ¿en qué salida electoral y 
parlamentaria pueden creer los    trabajadores agrarios brasileros, 
perseguidos como en los tiempos    de Canudos? ¿cómo pueden enfrentar la
 matanza los mejicanos? Hoy    día, en América Latina, el análisis 
político está obligado a    tener en cuenta que la ofensiva violenta de 
la clase dominante    legitima las posibles respuestas contraviolentas 
que obtendrá.    Los movimientos de masas nunca se dejaron arrear a los 
ponchazos.        
Sin    embargo, nada permite augurar 
una pronta salida de la pasividad    del pueblo uruguayo. Acá la 
hegemonía burguesa funciona a las    mil maravillas. Fue así en el 
Uruguay Batllista y lo es hoy, en    el Uruguay Progresista, donde las 
formalidades democráticas    continúan contando con una ancha banda de 
consentimiento. Basta    con permitir consejos de salarios aunque los 
aumentos no recuperen    los triangulitos robados, conque ‘Juntos’ 
regale unos ranchos    mal construidos y Tabaré se deje sacar unas 
‘selfies’ en los    consejos ministeriales de ‘cercanía’, para cooptar a
 miles de    luchadores y transformarlos en revendedoras de espejitos y 
cuentas    de colores. La lentitud para sacudir la melena es 
consecuencia    directa de la acción de ese colchón de clientes 
políticos y de    sus efectos adormecedores sobre la conciencia social.
La
    historia reciente muestra que los sectores reaccionarios tampoco    
pudieron evitar los efectos de la amortiguación sobre las    conductas 
políticas. Tal vez por esa razón, años de    endurecimiento jurídico 
paulatino y de represión de baja    intensidad debieron preceder al ‘68 
del ejercicio abierto de la    violencia contra el pueblo. Tal vez para 
satisfacer esas    tradiciones amortiguadores, al dar su golpe de Estado
 el 9 de    febrero de 1973 y antes de pasar abiertamente al terrorismo,
 los    mandos militares recurrieron a la triquiñuela de sentar un 
títere    de cartón en el sillón presidencial y permitieron que el    
parlamento continuara siendo caja de resonancia de quienes    resistían 
el golpe de Estado. La aceptación de las formalidades    democráticas y 
de los mecanismos amortiguadores ha sido una    característica de la 
vida política a la uruguaya. A la hora de    caracterizar coyunturas y 
definir tareas, el desconocimiento del    fenómeno puede conducir al 
onanismo político.
Aunque    no todos fueran conscientes 
de las consecuencias de su actitud,    los delegados frenteamplistas que
 aplaudieron de pie las palabras    de Huidobro en la polémica con Hugo 
Cores del Congreso del 2003,    estaban ratificando de hecho la vigencia
 de la ley de caducidad.    Cierto, los feligreses habían sido inducidos
 por un demagogo de    gran calibre, pero las manos alzadas dejaron 
constancia de que    estaban dispuestos a tolerar que tiraran los 
principios por la    borda con tal de ganar unos votos más. Tras esa 
victoria    ideológica, los caudillos frenteamplistas no tuvieron más   
 obstáculos para lanzar por elevación, uno tras otro, la serie de    
misiles que indujeron el actual clima de impunidad. Se estaba    
ratificando, veinte años después, el acuerdo de impunidad que    
sobrevolaba o subyacía el Club Naval. El Frente Amplio se unió    ‘de 
facto’ al pacto de silencio de la mafia militar y    policial. Inmoral y
 solapada política simbolizada con la figura    de Fernández Huidobro, 
pero respaldada indudablemente por la    tríada Tabaré-Mujica-Astori. No
 son inocentes aunque los    absuelva la credulidad de sus fieles.
La
    primera señal del endurecimiento ocurrió el 10 de abril del    2007,
 día que el parlamento de mayoría progresista -que no quiso    anular la
 ley de caducidad- transformó en delito penal las    ocupaciones de 
tierras, fuera para vivir o para trabajar. Esta ley    pasó 
desapercibida en general, pero marcó la disposición de los    
parlamentarios progresistas para aceptar la mano dura que promovía    el
 poder ejecutivo. A diez años de aquel primer paso, Vázquez    firmó el 
decreto que permite, sin previa actuación judicial, la    intervención 
de otros organismos públicos -léase las fuerzas    armadas- para apoyar a
 la policía en la represión de los cortes    de ruta o de calles. Los 
ministros han salido sin mucho pudor a    defender con argumentos 
banales el permiso para el empleo de la    violencia institucionalizada 
contra la ciudadanía. El decreto    solamente cae simpático a los 
inversores extranjeros y a la rosca    empresarial criolla.
En
    este marco de endurecimiento paulatino, no hay inocencia en el    
fortalecimiento desmedido de la policía, que hoy día no tiene    nada 
que envidiar a las fuerzas armadas en equipamiento,    organización y 
entrenamiento. Como algunos pensaban del ejército    en los ‘70, una 
conducción política adecuada podría    transformar la policía en partido
 del desarrollo económico y    social. A medida que la policía es más 
fuerte, las formalidades    democráticas se hacen más débiles. En 
realidad el Frente Amplio    se ha transformado en otro partido político
 del orden, de un    orden ajeno y antipopular, cuyo centro ideológico 
está en    Washington D.C. y beneficia principalmente a las élites 
criollas.    No se hable más de agotamiento del progresismo, debe 
hablarse    lisa y llanamente de su incorporación al sistema de 
dominación    capitalista. Es una rendición incondicional.
Tras
    una ingente y porfiada lucha de ideas, los sectores más activos    
del movimiento popular logran, por momentos, que la gente se    libere 
de sus ligazones ideológicas y salga a protagonizar    inesperados picos
 de lucha social: las marchas del silencio y las    que defienden la 
tierra, el aire y el agua, la pueblada contra el    decreto de 
esencialidad, la enorme manifestación por la igualdad    entre los 
géneros. Sus reivindicaciones teñirán la lucha de    clases del futuro: 
verdad y justicia, medioambiente,    antiautoritarismo e igualdad. Se 
han conformado columnas masivas    de pueblo que marchan en comunicación
 muy estrecha con el    activismo de algunos grupos y que se escurren 
entre los dedos de    la amortiguación y la manipulación del 
progresismo. Tal vez en    esta práctica cotidiana se logre concebir 
formas de organización    revolucionaria distintas al partido único de 
cuadros    profesionales férreamente disciplinados.
Del   
 cruce entre el movimiento masivo y los sectores activos tal vez    
pueda nacer una fuerza libre de alienaciones y hegemonías, una    marea 
arrolladora que haga permanente lo episódico y supere lo    inmediato 
proponiéndose la transformación revolucionaria de la    sociedad. ¿Será 
posible que esta militancia auto-liberada, que    ha reconquistado la 
libertad de pensar críticamente y la    autonomía para organizarse, sea 
capaz de fundar el movimiento    revolucionario que necesita el pueblo 
uruguayo? ¿Qué se den maña    para mantener su fluida comunicación con 
las diversas    particularidades del mundo social? ¿Qué aprendan a 
sostener con    firmeza sus convicciones revolucionarias sin por ello 
creerse    diferentes o superiores? Tal vez el misterio de la masividad 
   radique precisamente en la forma que los núcleos activos respetan    
la igualdad de la multitud y se sienten identificados con ella. Lo    
cierto es que la convocatoria de estos movimientos sociales ha ido    
creciendo en la misma medida que ha decrecido notoriamente la de    los 
aparatos políticos.
En    la medida que el Uruguay no es 
ninguna excepción en América    Latina, en la mano dura que    agitan 
los partidos del orden se vislumbra su decisión de ejercer    el poder 
en todas sus formas, la violencia institucional    inclusive. Una manera
 de contribuir al ‘nunca más’ es    divulgar el alerta: asoman malones 
represivos, haya o no gobierno    progresista. ¿Es una exageración 
sectaria o son las perspectivas    que indican las señales que está 
dando el poder político? Al    endurecimiento de baja intensidad 
corresponde crear consciencia    sobre la necesidad de auto-defenderse 
de las agresiones. Claro    que, para hacerse comprender por el 
movimiento social masivo, se    debe respetar la idiosincrasia generada 
por la amortiguación y se    vuelve imprescindible encontrar en cada 
ocasión los métodos    y los medios adecuados. La    auto-defensa es un 
acto de justicia popular, aceptado o    protagonizado por el pueblo, que
 debe adecuarse a sus sentimientos    y emociones; es la respuesta justa
 y proporcional al grado y la    forma de violencia de la represión 
institucionalizada. No puede    ser tan desproporcionada ni tan avanzada
 que se desprenda de la    comprensión popular. La tarea central parece 
ser la formación de    ese necesario movimiento de masas y sectores 
activos capaz de    resistir y defenderse de las agresiones de las 
élites burguesas y    gobernantes. ¿Difícil? Por supuesto. Todo depende 
de tener la    sabiduría suficiente para tejer las necesarias telarañas.
Notas:
1-
 “Porqué    se nos exige que seamos pacíficos hasta la muerte? ¿por qué a
    nosotros? ¿por qué no podemos usar la violencia contra ellos?    Si 
tenemos al Pueblo Mapuche como ancestros, nuestros ancestros    nos son 
los cobardes españoles, son el Pueblo Mapuche que hizo    retroceder a 
los cobardes españoles.....a punta de lanza !!...”    Palabras de Luisa 
Toledo, madre de los hermanos Rafael y Eduardo    Vergara Toledo, 
jóvenes de 18 y 20 años asesinados por    Carabineros el 29 de Marzo de 
1985, fecha en que cada año el    pueblo mapuche conmemora el “día del 
joven combatiente”    (Tomado de ‘Resumen Latinoamericano’).
2-
 Disculpen    que me haya ido muy largo. Últimamente tengo la sensación 
de    estar escribiendo testamentos y hay cosas que no puedo dejar decir
    aunque parezcan obvias y reiteradas.
 

 
 
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