Emir Sader
 Estaba
 todo listo para que Hillary Clinton sembrara todo aquello por lo cual 
ella había trabajado tanto. Al final, había sido ella la principal 
responsable por la nueva forma de golpe de Estado en América Latina, con
 el derrocamiento del gobierno de Manuel Zelaya en Honduras, después de 
que el último intento de golpe militar clásico en Venezuela, en 2002, 
había fracasado. Ella y su gobierno apoyaron el golpe en contra de 
Fernando Lugo, que siguió el mismo guion, y luego Hillary y Obama 
callaron, de forma cómplice, frente al golpe en Brasil.
Estaba
 todo listo para que Hillary Clinton sembrara todo aquello por lo cual 
ella había trabajado tanto. Al final, había sido ella la principal 
responsable por la nueva forma de golpe de Estado en América Latina, con
 el derrocamiento del gobierno de Manuel Zelaya en Honduras, después de 
que el último intento de golpe militar clásico en Venezuela, en 2002, 
había fracasado. Ella y su gobierno apoyaron el golpe en contra de 
Fernando Lugo, que siguió el mismo guion, y luego Hillary y Obama 
callaron, de forma cómplice, frente al golpe en Brasil.
Obama ya 
había viajado a Argentina para congratularse con la victoria de Mauricio
 Macri y anunciar una nueva época en las relaciones entre los dos 
gobiernos, felicitando al presidente argentino por los primeros pasos 
dados en la dirección de reactivar el viejo modelo neoliberal. El 
Secretario de Estado de los EEUU, John Kerry, a su vez, vino a 
establecer relaciones cordiales con el presidente golpista Michel Temer.
Sumando
 al gobierno mexicano de Peña Nieto, tradicional adepto del 
neoliberalismo, el escenario parecía listo para que Hillary comandara la
 utilización del nuevo eje Brasil-Argentina, agregado al de México, para
 definir un campo pro-norteamericano en la región, que pudiera no solo 
empujar a esos países en la dirección del modelo siempre promovido por 
los EEUU, sino hacer de ese eje la base para atacar a Venezuela,  
Bolivia y  Ecuador. Controlando a las tres más grandes economías del 
continente, con modelos económicos similares – lo cual no ocurría desde 
2003 -, EEUU se preparaban para imponer de nuevo su política sin 
contrapesos en el continente.
El ministro de relaciones exteriores
 de Brasil, José Serra, siempre de forma desatinada, se había referido a
 la posibilidad de que Trum fuera elegido presidente de EEUU, como una 
pesadilla, con la cual esos gobiernos ahora tienen que convivir. La 
derrota de Hillary produjo desconcierto y hasta miedo en los gobiernos 
neoliberales, por la ausencia de Hillary y por los anuncios de política 
internacional de Trump, que apuntan hacia un escenario opuesto al que 
esos desastrosos gobernantes están conduciendo a sus países.
México
 es, desde luego, una víctima privilegiada de Trump, porque el tema de 
los inmigrantes sirvió de chivo expiatorio para los problemas del empleo
 en EEUU, así como el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, 
que el nuevo presidente norteamericano pretende revisar. Con un comercio
 exterior totalmente dependiente de EEUU – con el 80% de sus 
exportaciones hacia el vecino del norte – y dependiendo también de las 
remesas que los mexicanos en EEUU envían a sus familias en México, que 
serían obstaculizadas o por las cuales se cobrarían impuestos para 
construir el malhadado muro en la frontera, México entró en pánico con 
la elección de Trump y sus amenazas. De nada sirvió la grotesca 
invitación que hizo Peña Nieto a que lo visitara, con efectos negativos 
para la imagen ya desgastada del presidente mexicano.
Pero Macri y
 Temer tampoco salen de su estupefacción, no tienen idea de cómo 
reaccionar, más allá de los mensajes protocolares. En el momento en que 
se disponían a colocar a Argentina y a Brasil de nuevo en el rumbo de la
 globalización neoliberal, creyendo que iban a recibir entusiastas 
elogios del Imperio – que Obama ya había empezado a hacer -, se dan 
cuenta que los dos países que habían hasta aquí fungido como las dos 
cabezas del bloque imperialista – Gran Bretaña y EEUU -, se desvían del 
camino que ellos mismos habían apuntado como la vía única e inevitable 
para el mundo entero. En ese momento, cuando el fortalecimiento de los 
procesos de integración regional y un acercamiento más grande con los 
Brics es la vía alternativa, Macri y Temer llevan a sus países a la 
misma vía de México, de dependencia directa y absoluta de EEUU, a 
caminos superados por las mismas potencias centrales del sistema
¿Cómo
 avanzar con el Tratado de Libre Comercio del Mercosur con Europa, 
cuando EEUU cancelan definitivamente su Tratado con el viejo continente?
 ¿Cómo debilitar al Mercosur, a Unasur y a Celac, cuando el 
proteccionismo norteamericano requiere más y no menos comercio regional?
 ¿Cómo no aprovechar el Banco de Desarrollo de los Brics, cuando la 
economía occidental profundiza todavía más su recesión y las fórmulas 
del Banco Mundial y del FMI llevan a prolongar la crisis recesiva y el 
desempleo?
Macri, Temer, Peña Nieto hacen que Argentina, Brasil y 
México paguen el alto precio de las opciones equivocadas que ellos han 
tomado, de subordinar las economías de sus países a la de los EEUU, de 
obedecer a lo que Washington planteaba hasta aquí: el camino de libre 
comercio y de la apertura de los mercados nacionales a la globalización.
 No les queda otra opción a esos países claves en el continente que 
cambiar radicalmente sus orientaciones y adecuarse a los nuevos 
horizontes internacionales, con el agotamiento de la globalización y del
 mismo modelo neoliberal. Cuanto más esos gobiernos persistirán en esa 
vía equivocada y superada, más se debilitarán y prepararán las 
condiciones de sus derrotas y su sustitución por gobiernos 
posneoliberales.
- Emir Sader, sociólogo
 y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de 
Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
 

 
 
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