Truthout
| Traducido del inglés para Rebelión por Javier Sarquis | 
El 8 de noviembre de 
2016, Donald Trump logró la mayor sorpresa en la historia política de 
EE. UU. aprovechándose con éxito del enojo de los votantes blancos y 
recurriendo a las inclinaciones más bajas de la gente de una manera que 
probablemente hubiera impresionado al mismísimo propagandista nazi 
Joseph Goebbels.
 Pero ¿qué significa exactamente la victoria de 
Trump? ¿Qué podemos esperar de este megalómano cuando tome las riendas 
del poder el 20 de enero de 2017? ¿Cuál es —si es que acaso tuviera— la 
ideología política de Trump? ¿El «trumpismo» es un movimiento? ¿La 
política exterior del gobierno de Trump será diferente? 
 Años 
atrás el intelectual Noam Chomsky advirtió que el clima político en EE. 
UU. estaba propiciando el ascenso de una figura autoritaria. Ahora 
comparte sus reflexiones sobre las consecuencias de esta elección, el 
estado agónico del sistema político estadounidense y sobre por qué Trump
 constituye una amenaza real para el mundo y para el planeta en general.
 Años 
atrás el intelectual Noam Chomsky advirtió que el clima político en EE. 
UU. estaba propiciando el ascenso de una figura autoritaria. Ahora 
comparte sus reflexiones sobre las consecuencias de esta elección, el 
estado agónico del sistema político estadounidense y sobre por qué Trump
 constituye una amenaza real para el mundo y para el planeta en general.
 
 C.J. Polychroniou para Truthout: Noam, ha sucedido lo 
impensable. Desafiando todos los pronósticos, Donald Trump consiguió una
 victoria decisiva sobre Hillary Clinton y el hombre que Michael Moore 
describió como un «miserable, ignorante, peligroso payaso a tiempo 
parcial y sociópata a tiempo completo» será el próximo presidente de 
Estados Unidos. Según su mirada, ¿cuáles fueron los factores decisivos 
que llevaron a los votantes estadounidenses a causar la mayor sorpresa 
en la historia política del país? 
 Noam Chomsky : 
Antes de referirme a esta cuestión, creo que es importante dedicar un 
momento a pensar qué pasó el 8 de noviembre, una fecha que quizás se 
convierta en una de las más trascendentes de la historia humana, 
dependiendo de cuál sea nuestra reacción. 
 No es una exageración. 
 La noticia más importante del 8 de noviembre pasó casi inadvertida, un hecho en sí mismo significativo. 
 Ese día la Organización Meteorológica Mundial (OMM) presentó un informe
 en la conferencia internacional sobre cambio climático de Marruecos 
(COP22), que fue solicitado para hacer avanzar el acuerdo de París de la
 COP21. La OMM informó que los últimos cinco años fueron los más cálidos
 de los que se tenga registro. Detalló el aumento del nivel del mar, que
 pronto crecerá como consecuencia de la inesperada rapidez del 
derretimiento de la capa de hielo polar, principalmente de los enormes 
glaciares antárticos. Ya en estos momentos el hielo del océano Ártico de
 los últimos cinco años es un 28 % inferior al promedio de los 29 años 
anteriores, lo que no solo eleva el nivel del mar, sino que también 
reduce el efecto de enfriamiento que produce el reflejo en el casquete 
polar de los rayos solares, lo que acelera los efectos nefastos del 
calentamiento global. La OMM señaló además que las temperaturas se 
acercan peligrosamente a la meta establecida por la COP21, junto con 
otros informes y pronósticos alarmantes. 
 Otro suceso ocurrió el
 8 de noviembre, que también puede llegar a tener una inusitada 
importancia histórica por razones que, otra vez, pasaron casi 
inadvertidas. 
 El 8 de noviembre en el país más poderoso de la 
historia hubo una elección que dejará su marca en el futuro. El 
resultado otorgó el control total del gobierno —el Ejecutivo, el 
Congreso y la Corte Suprema— a manos del Partido Republicano, que se ha 
convertido en la organización más peligrosa de la historia mundial. 
 Dejando a un lado la última parte, el resto no está en discusión. Esa 
última parte puede resultar disparatada, hasta escandalosa. Pero ¿en 
verdad lo es? Los hechos sugieren lo contrario. El partido está dedicado
 a apresurar tan rápido como sea posible la destrucción de la vida 
humana organizada. No existen precedentes históricos para esa postura. 
 ¿Es una exageración? Tengamos en cuenta lo que hemos presenciado. 
 Durante las primarias republicanas todos los candidatos negaron que 
esté pasando lo que está pasando, con la excepción de sensatos moderados
 como Jeb Bush, que dijo que hay problemas, pero que no tenemos que 
hacer nada porque estamos produciendo más gas natural, gracias al fracking
 . O como John Kasich, que estuvo de acuerdo en que el calentamiento 
global es una realidad, pero agregó que «vamos a quemar carbón en Ohio y
 no vamos a pedir disculpas por ello». 
 El candidato ganador, 
ahora presidente electo, ha llamado a aumentar rápidamente el uso de 
combustibles fósiles, incluyendo el carbón; eliminar regulaciones, 
retirar la ayuda a países en desarrollo que busquen generar energías 
sostenibles y, en general, correr a toda prisa hacia el precipicio. 
 Trump ya ha tomado medidas para desmantelar la Agencia de Protección 
Ambiental (EPA) al poner a cargo de la transición a un conspicuo (y 
orgulloso) negacionista del cambio climático, Myron Ebell. El principal 
asesor de Trump en energía, el multimillonario ejecutivo del petróleo 
Harold Hamm, anunció sus predecibles expectativas: eliminación de 
regulaciones, recortes fiscales para la industria (y para los ricos y el
 sector empresario en general), mayor producción de hidrocarburos, 
levantamiento del veto temporario de Obama al oleoducto de Dakota 
Access. El mercado reaccionó con rapidez. Las acciones de las empresas 
de energía se dispararon, incluyendo a la minera carbonífera más grande 
del mundo, Peabody Energy, que se había declarado en quiebra, pero que 
después de la victoria de Trump registró un alza del 50 %. 
 Las 
consecuencias del negacionismo republicano ya se habían hecho sentir. 
Había esperanzas de que el acuerdo de París de la COP21 condujera a un 
tratado verificable, pero se abandonaron porque el Congreso republicano 
no aceptaría ningún compromiso vinculante, por lo que solo surgió un 
acuerdo voluntario, evidentemente mucho más débil. 
 Esas 
consecuencias podrían empezar a vivirse con mayor intensidad muy pronto.
 Solo en Bangladesh se espera que decenas de millones de personas se 
vean forzadas a escapar de las tierras bajas en los próximos años debido
 al ascenso del nivel del mar y a condiciones climáticas más graves, lo 
que generará una crisis migratoria que hará palidecer a la actual. Con 
bastante justicia el climatólogo más destacado de Bangladesh dice que 
«estos migrantes deberían tener el derecho de mudarse a los países de 
donde provienen las emisiones de gases de invernadero. Millones deberían
 poder ir a los Estados Unidos». Y hacia las otras naciones que 
aumentaron sus riquezas mientras originaban una nueva era geológica, el 
Antropoceno, caracterizada por una transformación radical del medio 
ambiente a manos del ser humano. Estas consecuencias catastróficas no 
harán más que aumentar, no solo en Bangladesh, sino también en todo el 
sur de Asia, a medida que las temperaturas, ya de por sí intolerables 
para los pobres, crezcan inexorablemente y se derritan los glaciares 
himalayos, lo que pondrá en peligro todas las reservas de agua. En estos
 momentos en India unos 300 millones de personas carecen de acceso al 
agua potable. Y las repercusiones tendrán un alcance mucho mayor. 
 Es difícil encontrar las palabras que den una dimensión exacta al hecho
 de que los humanos están enfrentando la pregunta más importante en su 
historia, que es si la vida humana organizada sobrevivirá como algo 
parecido a lo que conocemos, cuando la respuesta es acelerar la carrera 
al desastre. 
 Observaciones similares se pueden hacer de otros 
de los grandes temas concernientes a la supervivencia humana: la amenaza
 de la destrucción nuclear, que ha estado presente desde hace 70 años y 
que ahora está en aumento. 
 No es menos difícil encontrar 
palabras para explicar el hecho tan sorprendente de que en la enorme 
cobertura informativa del gran espectáculo electoral nada de esto 
recibió más que simples menciones. Al menos a mí me cuesta encontrar las
 palabras adecuadas. 
 Regresando a la pregunta formulada, para 
ser precisos al parecer Clinton obtuvo una leve mayoría de los votos. La
 evidente y categórica victoria se relaciona con aspectos curiosos de la
 política estadounidense: entre otros factores, el Colegio Electoral, un
 remanente de la fundación del país como alianza entre distintos 
estados; el sistema «todo para el ganador» en cada estado; la 
manipulación de los distritos electorales para dar mayor peso a los 
votos rurales (en elecciones anteriores y quizás también en esta, los 
demócratas habían logrado una ventaja cómoda en el voto popular para la 
Cámara de Representantes, pero una minoría de escaños); la tasa elevada 
de abstencionismo (por lo general cercana a la mitad en elecciones 
presidenciales, incluida esta). Tiene cierta importancia para el futuro 
que en el rango de 18 a 25 años Clinton ganó con facilidad y que Sanders
 tuvo incluso un nivel mayor de apoyo. De cuánto interese todo esto 
dependerá el futuro que la humanidad enfrente. 
 Según la 
información disponible, Trump batió todos los récords en apoyo recibido 
de votantes blancos, clase trabajadora y clase media baja, en particular
 en el rango de ingresos de 50.000 a 90.000 dólares, rural y suburbano, 
sobre todo de aquellos sin educación universitaria. Estos grupos 
comparten el enojo que circula en todo Occidente contra la clase 
dominante, como revela el voto imprevisto por el brexit y el 
colapso de los partidos de centro en la Europa continental. Muchos de 
los enojados y resentidos son víctimas de las políticas neoliberales de 
la anterior generación, políticas descritas en testimonio ante el 
Congreso por el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, o «San 
Alan», como lo llamaban con reverencia economistas y otros admiradores, 
hasta que la economía milagrosa que él supervisaba se estrelló en 
2007-2008 amenazando con derrumbar a la economía mundial con ella. Tal 
como explicara Greenspan durante sus días de gloria, el éxito en el 
manejo de la economía estaba basado esencialmente en la «inseguridad 
creciente de los trabajadores». Los trabajadores atemorizados no 
pedirían aumentos salariales, beneficios o seguridad, sino que estarían 
satisfechos con sueldos estancados y menores beneficios que son pautas 
necesarias para una economía sana de acuerdo a los estándares 
neoliberales. 
 Los trabajadores, sujetos de estos experimentos 
de teoría económica, no están demasiado contentos con el resultado. Por 
ejemplo, no están llenos de alegría por el hecho de que en 2007, en el 
mejor momento del milagro neoliberal, el salario real de los obreros era
 más bajo que en años anteriores o que el salario real de los 
trabajadores varones esté a niveles de 1960, mientras las ganancias 
espectaculares han ido a los bolsillos de unos pocos en la cima, una 
fracción del 1 %. No como resultado de las leyes del mercado, de logros o
 merecimientos, sino a raíz de decisiones políticas concretas, asunto 
estudiado en detalle por el economista Dean Baker en un  trabajo de reciente publicación  . 
 La suerte del salario mínimo pone de manifiesto lo que ha estado 
pasando. Durante el período de crecimiento alto e igualitario de los 
años cincuenta y sesenta, el salario mínimo —que establece un piso para 
los demás salarios— acompañó a la productividad. Eso terminó con la 
llegada de la doctrina neoliberal. Desde entonces, el salario mínimo se 
ha estancado (en valores reales). Si hubiera continuado como antes, 
ahora estaría cerca de unos 20 dólares la hora. Hoy se considera una 
revolución política que se eleve a 15 dólares. 
 Con todo lo que 
se habla sobre el casi pleno empleo actual, la participación de la 
fuerza laboral se encuentra por debajo de lo que era la norma. Y para 
los trabajadores existe una gran diferencia entre un trabajo estable en 
la industria con salarios fijados por sindicato más beneficios, como era
 en años anteriores, y un trabajo temporario con escasa seguridad 
laboral en el sector de servicios. Además de los salarios, beneficios y 
seguridad hay una pérdida de dignidad, de esperanza en el futuro, de un 
sentido de pertenencia al mundo y en el que uno desempeña un rol 
valioso. 
 El impacto está bien capturado  en el trabajo de Arlie Hochshild 
 , un retrato sensible y esclarecedor de un reducto de Trump en 
Luisiana, donde vivió y trabajó durante muchos años. Ella utiliza la 
imagen de una fila en la que las personas están paradas, esperando 
avanzar a paso firme mientras trabajan con empeño y se atienen a todos 
los valores tradicionales. Pero su posición en la fila se ha detenido. 
Adelante de ellos ven que hay gente que avanza, pero eso no los aflige 
demasiado porque ese es el modo en que el «estilo estadounidense» 
recompensa el (supuesto) mérito. Lo que les causa una angustia verdadera
 es lo que sucede detrás de ellos. Creen que la «gente indigna» que no 
«cumple las reglas» se adelanta a ellos gracias a los programas del 
gobierno federal que equivocadamente ven diseñados para beneficiar a los
 afroamericanos, inmigrantes y otros que rechazan con desprecio. Todo 
esto se ve exacerbado por las ficciones racistas de Reagan sobre las 
«aprovechadoras de la asistencia social» que le roban a la gente blanca 
el dinero que tanto les costó conseguir y otras fantasías. 
 A 
veces la falta de explicaciones, una forma de desprecio en sí misma, 
juega un papel en fomentar el odio al gobierno. Una vez conocí a un 
pintor de casas en Boston, que se había vuelto un opositor feroz del 
«diabólico» gobierno después de que un burócrata de Washington que no 
sabía nada sobre pintura organizara una reunión de pintores contratistas
 para informarles que no podrían usar más pintura con plomo —«la única 
que funciona»— como ellos lo hacían, pero el tipo de traje no lo 
entendió. Eso destruyó su pequeña empresa, forzándolo a pintar casas por
 su cuenta con elementos de mala calidad que le impusieron las élites 
gubernamentales. 
 En ocasiones existen algunas razones reales 
para estas actitudes contra las burocracias estatales. Hochschild 
describe a un hombre cuya familia y amigos sufren amargamente los 
efectos letales de la contaminación química pero que desprecia al 
gobierno y a las «élites liberales» porque para él la EPA es un tipo 
ignorante que le dice que no puede pescar, pero no hace nada contra las 
plantas químicas. 
 Estas son solo muestras de las vidas reales 
de los seguidores de Trump, a quienes les hicieron creer que Trump hará 
algo para remediar su difícil situación, aunque una simple mirada a sus 
propuestas fiscales y de otro tipo demuestran lo contrario y plantean 
una tarea para aquellos activistas que aspiran a rechazar lo peor y a 
avanzar hacia cambios que se necesitan con desesperación. Encuestas a 
pie de urna revelan que el apoyo apasionado a Trump estaba inspirado 
ante todo en la creencia de que él representaba el cambio, mientras que 
Clinton era percibida como la candidata que perpetuaría su desamparo. El
 «cambio» que Trump probablemente traiga será perjudicial o peor, pero 
es comprensible que las consecuencias no estén claras para personas 
aisladas en una sociedad atomizada que carece del tipo de asociaciones 
(como los sindicatos) que puedan educarla y organizarla. Esa es una 
diferencia crucial entre la desesperación actual y las actitudes en 
general optimistas de muchos trabajadores ante penurias económicas mucho
 peores durante la Gran Depresión de los años treinta. 
 Existen 
otras razones para el éxito de Trump. Estudios comparativos muestran que
 la doctrina de la supremacía blanca ha calado más hondo en la cultura 
estadounidense que en la sudafricana y no es ningún secreto que la 
población blanca está en declive. En una o dos décadas se proyecta que 
los blancos serán minoría dentro de la fuerza laboral y no mucho más 
tarde una minoría de la población. La cultura conservadora tradicional 
es también percibida bajo ataque a causa del triunfo de las políticas 
identitarias, considerada algo secundario por élites que solo sienten 
desprecio por los «estadounidenses trabajadores, patriotas, religiosos y
 con verdaderos valores familiares» que ven como el país que conocen se 
desvanece frente a sus ojos. 
 Una de las dificultades de 
aumentar la sensibilidad pública ante las amenazas graves del 
calentamiento global es que el 40 % de la población en EE. UU. no 
entiende que eso sea un problema, ya que Jesucristo regresará dentro de 
unas pocas décadas. Un porcentaje similar cree que el mundo se creó hace
 unos miles de años. Si la ciencia entra en conflicto con la Biblia, 
tanto peor para la ciencia. Sería difícil encontrar algo comparable en 
otras sociedades. 
 El Partido Demócrata abandonó cualquier 
preocupación real por los trabajadores en los años setenta y, por lo 
tanto, fueron arrastrados a las filas de sus más acérrimos enemigos de 
clase, que al menos simulan hablar su mismo idioma: el estilo campechano
 de Reagan haciendo bromas y comiendo dulces; la imagen cuidadosamente 
cultivada de George W. Bush como un tipo común que uno se puede cruzar 
en un bar, al que le encantaba cortar la maleza de su rancho con 40° de 
calor y sus más que probables fingidos errores de pronunciación (es 
inverosímil que haya hablado así en Yale); y ahora Trump, que hace de 
portavoz de gente con quejas legítimas, que no solo perdieron sus 
trabajos, sino también un sentido de autoestima personal, y que 
denuncian a un gobierno que perciben ha socavado sus vidas (no sin 
razón). 
 Uno de los grandes logros del discurso hegemónico ha 
sido desviar el enojo desde la clase empresarial hacia el gobierno que 
implementa los programas que los empresarios planifican, como los 
acuerdos de protección de los derechos de inversores y empresas que de 
manera constante y errónea son llamados «acuerdos de libre comercio» por
 los medios y comentaristas. Con todas sus fallas, el gobierno está en 
cierta medida bajo el control e influencia del pueblo, a diferencia del 
sector empresarial. Es muy ventajoso para el mundo de los negocios 
fomentar el odio hacia los burócratas pedantes del gobierno y quitar de 
la mente de la gente la idea subversiva de que el gobierno podría 
convertirse en un instrumento de la voluntad popular, un gobierno de, 
por y para el pueblo. 
 ¿Trump es el representante de un nuevo
 movimiento en la política estadounidense o esta elección fue el 
resultado del rechazo hacia Hillary Clinton de unos votantes que odian a
 los Clinton y está hartos de la «política de siempre»? 
 De 
ninguna manera es algo nuevo. Ambos partidos políticos se corrieron a la
 derecha durante el período neoliberal. Los Nuevos Demócratas de hoy son
 bastante parecidos a lo que solía llamarse «republicanos moderados». La
 «revolución política» que exigió con justa razón Bernie Sanders no 
hubiese sorprendido demasiado a Dwight Eisenhower. Los republicanos se 
han dedicado tanto a los ricos y al sector empresarial que no pueden 
esperar conseguir votos basados en su programa verdadero, y han optado 
por movilizar sectores de la población que siempre estuvieron ahí 
presentes, pero no como fuerzas políticas organizadas: evangelistas, 
nacionalistas, racistas y las víctimas de las formas de globalización 
diseñadas para hacer competir a los trabajadores en todo el mundo entre 
sí, al mismo tiempo que protegen a los privilegiados y debilitan las 
medidas legales y de otro tipo que brindaban a los trabajadores algún 
tipo de protección, y con los medios para influir en la toma de 
decisiones en los sectores públicos y privados de estrecha relación, 
especialmente en relación a unos sindicatos de trabajadores eficaces. 
 Las consecuencias fueron evidentes en las recientes primarias 
republicanas. Cada candidatura surgida de las bases —como [Michele] 
Bachmann, [Herman] Cain o [Rick] Santorum— había sido tan extremista que
 el establishment republicano tuvo que utilizar sus vastos recursos para derrotarlos. La diferencia en 2016 es que el establishment falló, muy a su pesar, como hemos visto. 
 Merecidamente o no Clinton representaba unas políticas temidas y 
odiadas, mientras que Trump era visto como el símbolo del «cambio», 
aunque la naturaleza de ese cambio requiere un estudio cuidadoso de sus 
propuestas reales, algo que en gran parte faltó en lo que llegó al 
público. La campaña en sí misma fue notable en cómo esquivó ciertos 
temas y los medios fueron condescendientes ateniéndose al concepto de 
que la verdadera «objetividad» significa informar fielmente lo que 
sucede dentro de «los círculos de poder», pero sin ir más allá. 
 Trump
 dijo después de la elección que él «representará a todos los 
estadounidenses». ¿Cómo lo hará cuando el país está tan dividido y 
habiendo ya expresado un odio profundo por tantos grupos de los Estados 
Unidos, incluyendo mujeres y minorías? ¿Observa algún paralelo entre el  brexit  y la victoria de Donald Trump? 
 Existen similitudes claras con el brexit y también con el ascenso de partidos ultranacionalistas de extrema derecha en Europa,  cuyos líderes se apresuraron en felicitar a Trump por su victoria 
 considerándolo uno de los suyos. [Nigel] Farage, [Marine] Le Pen, 
[Viktor] Orban y otros como ellos. Y estos acontecimientos resultan muy 
aterradores. Una mirada a las encuestas en Austria y Alemania — Austria y Alemania
 — no hace sino traer a la memoria recuerdos desagradables para quienes 
conocen lo que pasó en los años treinta, mucho más para quienes lo 
vivieron, como yo de niño. Todavía tengo el recuerdo de escuchar los 
discursos de Hitler, sin entender las palabras, aunque su tono y la 
respuesta de su público daban bastante miedo. El primer artículo que 
recuerdo haber escrito fue en febrero de 1939, luego de la caída de 
Barcelona, y la aparentemente inexorable propagación de la plaga 
fascista. Y por una extraña coincidencia fue desde Barcelona donde mi 
esposa y yo vimos transcurrir los resultados de la elección presidencial
 en EE. UU. de 2016. 
 Sobre cómo Trump manejará lo que ha 
promovido —no creado, sino promovido— no podemos opinar. Quizás su 
característica más notable sea su imprevisibilidad. Mucho dependerá de 
las reacciones de aquellos horrorizados por su actuación y de las 
visiones a futuro que ha proyectado, sean como fueren. 
 Trump
 no cuenta con una ideología política reconocible que guíe sus 
posiciones en asuntos económicos, sociales y políticos, aunque hay 
tendencias autoritarias claras en su comportamiento. Por lo tanto, ¿cree
 que tiene alguna validez la pretensión de que Trump podría representar 
el surgimiento de un «fascismo de rostro amigable» en los Estados 
Unidos? 
 Durante muchos años escribí y hablé sobre el 
peligro del ascenso de un ideólogo carismático y honesto en los Estados 
Unidos, alguien que pudiera aprovechar el miedo y el enojo que por mucho
 tiempo ha estado anidándose en gran parte de la sociedad, y que podría 
alejarla desde los verdaderos causantes de ese malestar hacia 
destinatarios vulnerables. Eso, en efecto, podría llevar a lo que el 
sociólogo Bertram Gross denominó «fascismo amistoso» en un análisis 
revelador hace 35 años. Pero eso requiere un ideólogo sincero, del tipo 
Hitler, no alguien cuya única ideología perceptible es Yo. El peligro, 
sin embargo, ha sido auténtico durante muchos años, quizás aún más ahora
 a la luz de las fuerzas que Trump ha desatado. 
 Con los 
republicanos en la Casa Blanca, pero también controlando ambas Cámaras y
 la configuración futura de la Corte Suprema, ¿cómo será EE. UU. en los 
próximos (como mínimo) cuatro años? 
 Mucho depende de sus 
nombramientos y de su círculo de asesores. Los primeros indicios son 
poco atractivos, por no decir algo peor. 
 La Corte Suprema 
estará en manos de reaccionarios por muchos años, con consecuencias 
predecibles. Si Trump cumple con su programa fiscal al estilo Paul Ryan,
 habrá beneficios enormes para los más ricos, calculados por el Tax 
Policy Center (Centro de Política Fiscal) en una reducción de impuestos 
de cerca del 14 % para el 0,1 % más rico, y una reducción sustancial 
generalizada para el extremo superior de la escala de ingresos, pero con
 casi ningún alivio impositivo para los demás, quienes además deberán 
soportar nuevos y mayores gravámenes. El respetado corresponsal 
económico del Financial Times , Martin Wolf, escribe que: «Las 
propuestas impositivas harían derramar enormes beneficios para los ya de
 por sí ricos estadounidenses como el Sr. Trump», mientras que dejaría a
 los demás en aprietos, incluyendo, por supuesto, a sus electores. La 
reacción inmediata del mundo empresario revela que las grandes 
farmacéuticas, Wall Street, la industria militar, las industrias de la 
energía y otras instituciones maravillosas de ese tipo esperan un futuro
 muy brillante. 
 Un avance positivo podría ser el programa de 
infraestructura que Trump ha prometido, aunque (junto con muchos 
informes y comentarios) esconde el hecho de que se trata en lo esencial 
del programa de estímulo de Obama, que hubiera traído grandes beneficios
 a la economía y a la sociedad en general, pero que fuera eliminado por 
el Congreso republicano con el pretexto de que haría estallar el 
déficit. Si bien esa acusación era falsa en ese momento, dadas las tasas
 de interés muy bajas, se aplica en gran medida para el programa de 
Trump, ahora acompañado por reducciones impositivas extremas para los 
ricos y el sector empresario, y el crecimiento del gasto en el 
Pentágono. 
 Sin embargo, existe una salida, proporcionada por 
Dick Cheney cuando le explicó a Paul O’Neill, Secretario del Tesoro de 
Bush, que «Reagan demostró que el déficit no importa», refiriéndose al 
déficit que los republicanos generan para conseguir apoyo popular, 
dejándole a los demás, preferentemente a los demócratas, el trabajo de 
arreglar el desastre. Esa técnica podría funcionar, al menos por un 
tiempo. 
 Hay también muchas preguntas sobre las consecuencias en la política exterior, la mayoría sin contestar. 
 Existe
 admiración mutua entre Trump y Putin. Por consiguiente, ¿qué 
probabilidad hay de que podamos presenciar una nueva era en las 
relaciones entre EE. UU. y Rusia? 
 Una
 perspectiva esperanzadora es que podría haber una reducción en la 
peligrosa tensión en la frontera rusa: digo bien «la frontera rusa», no 
la frontera mexicana. Allí hay una historia en la que no nos podemos 
extender ahora. Es posible también que Europa pueda distanciarse de los 
Estados Unidos de Trump, como ya diera a entender la cancillera alemana 
Merkel y otros líderes europeos, y por la voz británica del poder 
estadounidense, después del brexit . Eso podría llevar 
posiblemente a una iniciativa europea para mitigar las tensiones y 
quizás incluso a algo parecido a la visión de Mijaíl Gorbachov de un 
sistema integrado de seguridad en Eurasia sin alianzas militares, 
rechazada por EE. UU. en favor de la OTAN, una visión revivida hace poco
 por Putin, aunque no sabemos si de manera seria o no, dado que se 
desestimó el gesto. 
 ¿Es probable que la política exterior 
del gobierno de Trump sea más o menos belicista que la que vimos en el 
gobierno de Obama o incluso en el de George W. Bush? 
 No 
creo que se pueda contestar con seguridad. Trump es muy impredecible. 
Hay demasiadas preguntas abiertas. Lo que sí podemos decir es que el 
activismo y la movilización popular, bien organizados y dirigidos, 
pueden ser muy importantes. 
 Y deberíamos tener en mente que es mucho lo que está en juego. 
 C.J. Polychroniou es un economista político y politólogo que ha 
enseñado y trabajado en universidades y centros de investigación en 
Europa y Estados Unidos. Sus principales líneas de investigación son la 
integración económica europea, la globalización, la política económica 
de Estados Unidos y la deconstrucción del proyecto político-económico 
del neoliberalismo. Es asiduo colaborador de Truthout y miembro de 
Truthout's Public Intellectual Project. Ha publicado varios libros y sus
 artículos aparecieron en una variedad de revistas, diarios y sitios de 
noticias. Muchas de sus publicaciones se tradujeron a diversos idiomas, 
incluyendo el croata, francés, griego, italiano, portugués, español y 
turco. 
 Esta entrevista es parte del libro de próxima aparición: Noam Chomsky y C.J. Polychroniou, Optimism Over Despair: On Capitalism, Empire, and Social Change, Haymarket Books,  https://www.haymarketbooks.org/books/997-optimism-over-despair  
Copyright 2016 Noam Chomsky y C.J. Polychroniou, y Truthout  Traducido con su permiso.
 Enlace al artículo original:   http://www.truth-out.org/opinion/item/38360-trump-in-the-white-house-an-interview-with-noam-chomsky
 
 
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario