Realizar el sueño de Martí anunciando que venía “una revolución nueva” fue un decir y hacer del Manifiesto del Moncada y del proceso revolucionario cubano. Desde entonces las expresiones personales o colectivas de Fidel y sus compañeros del 26 de Julio, y, después, del nuevo Partido Comunista Cubano, lograron una identidad entre la palabra y el acto que es necesario entender, pues si no, no se entiende nada.
La realidad 
es más rica que la palabra, y ya enriquecida, ésta vuelve a enriquecerse
 con lo nuevo que deja ver el pensarla y hacerla. Así, en la expresión 
del párrafo anterior se trae a la memoria un sueño, el de José Martí, 
quien será realmente considerado como “autor intelectual de la 
revolución cubana”.
Es un sueño del pasado, pero es un sueño que 
anunció una revolución nueva en la que, con otros héroes e intelectuales
 cubanos, tendrían también fuerte presencia Marx y Lenin, y en que al 
socialismo de estado, encabezado entonces por la URSS, la República 
Popular China y múltiples movimientos de liberación nacional, Fidel y la
 Revolución Cubana añadirían objetivos y valores fundamentales 
–martianos-, en los que no sólo destaca la moral como reflexión ética 
sino como moral de lucha, como arma contra la corrupción, como meta para
 la cooperación, la solidaridad, y la mente. Esos sueños, renovados una y
 otra vez, buscaron y buscan superar, en todo lo que se puede, el 
“individualismo”, el “consumismo”, el “sectarismo” y la “codicia”, 
enemigos jurados de los oprimidos y explotados de la Tierra.
En 
algo no menos importante se diferenció la Revolución Cubana, y es que en
 su paso por el socialismo de estado, siempre se empeñó en lograr que 
sucediera a la insurrección y a la guerra de todo el pueblo un 
socialismo de estado de todo el pueblo. Ese objetivo planteó varios 
problemas ineludibles, entre ellos, la necesidad de combinar las 
organizaciones jerárquicas centralizadas y las descentralizadas, con las
 autónomas y horizontales, en que las comunidades del pueblo ejercieran 
una democracia directa y otra indirecta nombrando a candidatos que sin 
propaganda alguna merecieran la confianza de quienes los conocían.
Allí
 no quedó el empeño. Como reto para realizarlo se planteó, ante la 
opresión y la enajenación, la necesidad de animar los sentimientos, la 
voluntad y la mente de los insumisos, para que hicieran suyo el nuevo 
arte de luchar y gobernar. Al mismo tiempo las propias vanguardias 
buscaron liberarse de los conceptos dogmáticos que sujetaban al 
pensamiento crítico y creador.
Al desechar el “modelo de la 
democracia de dos o más partidos entre los que elegir”, un “modelo” que 
originalmente sirvió a aristocracias y burguesías, para compartir el 
poder, el Partido Comunista Cubano tampoco siguió los modelos de la URSS
 y China. A impulsos del Movimiento del 26 de Julio, que a raíz de su 
triunfo decidió disolverse, al Partido Comunista Cubano le fue asignado 
el objetivo de asegurar y defender la Revolución de todo el pueblo, con 
la participación y organización de sus trabajadores, campesinos, 
técnicos, profesionales, estudiantes y en general con la juventud 
rebelde.
La lógica de organizar el poder del pueblo estuvo muy 
vinculada con la de hacer fracasar cualquier intento de golpe de estado,
 invasión o asedio, lo que se probaría a lo largo de más de medio siglo,
 frente a las reiteradas incursiones del imperialismo y frente al 
criminal bloqueo que habría hecho caer a cualquier gobierno que no 
contara con la inmensa mayoría del pueblo organizado.
Si en la 
invasión de Playa Girón y a lo largo de su desarrollo Cuba contó con el 
apoyo de la URSS y del campo socialista, ni la estabilidad de su 
gobierno ni las reformas y políticas revolucionarias que logró emprender
 se habrían realizado si el gobierno de todo el pueblo hubiera sido 
suplantado por un régimen autoritario, burocrático o populista. El 
gobierno del pueblo cubano no sólo mostró ser una realidad militar 
defensiva, sino particularmente eficaz en el impulso a la producción, a 
los servicios –que en medio de grandes trabas y errores 
inocultables—logró grandes éxitos, muchos de ellos reconocidos como 
superiores a los de países “altamente desarrollados”.
A las 
garantías internas y externas de la democracia de todo el pueblo, de su 
coordinación y unidad necesarias, se añadió el carácter profundamente 
pedagógico y dialogal del discurso político, y todo un programa nacional
 de educación, que iba desde la alfabetización integral –literal, moral,
 política, militar, cultural, social, económica y empresarial- hasta la 
educación superior y el “impetuoso desarrollo de la investigación 
científica”.
Es cierto que en todos esos ámbitos, el movimiento 
revolucionario enfrentó problemas que no siempre pudo resolver, o 
resolver bien; pero en medio de los más de 50 años de criminal bloqueo y
 de incontables asedios por parte del poderoso vecino del Norte, de las 
corporaciones imperialistas y su complejo militar-empresarial, político y
 mediático, y tras la restauración del capitalismo en el inmenso campo 
socialista, Cuba fue y es el único país que mantiene su proyecto 
socialista de un “mundo moral”, o de “otro mundo posible” como se 
acostumbra decir, o de “otra organización del trabajo y la vida en el 
mundo” como dijo el clásico.
Entre las nuevas y viejas 
contradicciones, Cuba sigue hasta hoy poniendo en alto un socialismo 
que, con Martí presente, es respetuoso de todos los humanismos laicos y 
religiosos. Es más, Cuba sigue haciendo suya la lucha contra el poder de
 los dictadores y contra la opresión y explotación de los trabajadores, 
sin que por ello haya olvidado la doble lucha, que sus avanzadas 
propusieron desde el l959: “una rebelión contra las oligarquías y 
también contra los dogmas revolucionarios”.
Si en tan notables 
batallas hay contradicciones innegables, no por eso han dejado de oírse,
 y en parte de atenderse, enérgicas reconvenciones que con frecuencia 
han hecho Fidel y numerosos dirigentes históricos de la Revolución 
contra corrupciones, incumplimientos, abusos, que con la economía 
informal y el mercado negro, han sido y son –hoy más que nunca- el 
peligro estructural e ideológico más agresivo, que renueva y amplía la 
cultura de la tranza, del individualismo y el clientelismo, de la 
corrupción, la cooptación y la colusión.
No es cosa de referirse 
aquí a todo lo que frente a las incontables ofensivas, nos enseñan Fidel
 y la Revolución Cubana para la emancipación de los seres humanos y para
 la organización del trabajo y de la vida en la tierra. Ni es cosa aquí 
de profundizar en las lecciones que nos da un líder como Fidel que se 
negó a que se hablara de “castrismo”, y que logró frenar todo culto a la
 personalidad. Pero si hasta para sus enemigos a menudo resulta 
imposible acallar el respeto que se ven obligados a tenerle, no son de 
olvidar tantos y tantos actos de su vida que se inscriben en un 
reconocimiento necesario.
Este enunciado de algunas lecciones de 
Fidel que aparecen en sus discursos y no sólo en sus numerosas 
contribuciones a la Revolución Cubana, quiere ser más bien un ejercicio 
de pedagogía por el ejemplo, un llamado que preste atención a aquéllos 
modos de pensar, actuar, construir, luchar y expresarse, que permiten 
comprender por qué, tras la restauración del capitalismo en el “campo 
socialista”, con la firmeza de Fidel y del pueblo cubano, sólo la 
pequeña Isla de Cuba ha logrado mantener la verdadera lucha socialista, 
que incluye la democracia como gobierno de todo el pueblo, y como 
reorganización de la vida y el trabajo por una inmensa parte de 
trabajadores y ciudadanos organizados. Y en esa lucha, que va a las 
raíces de la condición humana, se cultiva y defiende el respeto a los 
distintos modos de pensar y creer de laicos y religiosos, con búsqueda 
permanente de la unidad en medio de la diversidad de insumisos y 
rebeldes y con una clara postura martiana y marxista.
Precisar 
–con otros muchos-- los pensamientos compartidos por Fidel y por las 
masas revolucionarias del pueblo cubano, es adentrarse en una historia 
particularmente rica de un pueblo en lucha por la emancipación. Fidel, 
el “Movimiento 26 de Julio” y el pueblo cubano son sucesores de 
vigorosas proezas rebeldes en las que destaca, la de Maceo, héroe 
primero de la larga lucha por la independencia y por la libertad, a la 
que siguió, como gran revolucionario, muerto en batalla, uno de los 
pensadores más profundos y precisos de la historia universal, como fue 
José Martí, expresión máxima del liberalismo radical, pues no sólo fue 
uno de los primeros en descubrir el imperialismo como una combinación 
del colonialismo y el capital monopólico, sino en descubrir los lazos de
 los movimientos independentistas de su tiempo con las luchas de los 
pobres y los proletarios, posición que lo hizo sumarse a los homenajes 
póstumos a Carlos Marx por haber sido éste, como dijo “un hombre que se 
puso del lado de los pobres”.
Fidel, y el Movimiento 26 de Julio 
vienen de esa cepa. En su pensar y luchar los acompaña incluso la 
inteligencia de aquellos teólogos que destacaron en la Habana de fines 
del siglo XVIII y principios del XIX, y que son un antecedente de la 
teología de la liberación… En las conversaciones de Fidel con Frei Betto
 y en numerosos actos en que el problema religioso se planteó, Fidel dio
 amplias muestras de un gran respeto al humanismo que se expresa en la 
religión cristiana y en otras religiones. Ese respeto es hoy más 
necesario que nunca, pues corresponde a una de las viejas y nuevas 
formas de la liberación humana, en lucha por el derecho a lo diferente, 
por la igualdad en la diversidad, ya sea de religiones o de posiciones 
laicas, o de variaciones de razas y de sexos o de afinidades sexuales, o
 de edades y nacionalidades. Bien lo dijo Fidel muchas veces: “No somos 
antiamericanos. Somos antiimperialistas”
Orientarse en las 
lecciones de Fidel para entender y actuar en la emancipación humana, 
contribuye a desentrañar lo que sus palabras tienen de ejemplar y de 
actos para pensar y actuar en circunstancias similares, captando lo 
parecido y lo distinto, e incluso el quehacer del “hombre concreto que 
se es y que se descubre a sí mismo”, como dijo Armando Hart.
Con 
ese objetivo de comprensión y acción, cabe señalar --a manera de 
profundizar en el hilo del pensamiento--, lo que las lecciones de Fidel 
tienen de metas y valores: 1º para la organización, 2º para la 
estrategia y la táctica, y 3º para el juicio favorable o contrario a la 
emancipación en que se defienden y renuevan concretamente las verdaderas
 metas de la lucha.
El discurso político de Fidel ha sido 
–insistimos y precisamos otra gran tarea-- para que pueblo y 
trabajadores puedan defender y participar cada vez más, en la 
organización y marcha de un estado de todo el pueblo. El objetivo de 
organización se mantuvo y mantiene en más de medio siglo de bloqueo del 
imperialismo, y se inscribe en una cultura de la confrontación y de una 
concertación, que sin aferrarse a la lucha abierta, y sin ceder en los 
principios en “la lucha suave”, parece caracterizar a los procesos 
revolucionarios de nuestro tiempo. Tanto la práctica de la confrontación
 como la de la concertación implican medidas de organización de la 
moral, de la conciencia y de la voluntad colectivas. Suponen también un 
claro planteamiento de que la concertación puede darse en medio de 
conflictos y en medio de una lucha de clases que sigue incluso cuando 
parecen predominar los consensos. La experiencia de Cuba a ese respecto 
es inmensa, y no sólo en defensa de su propia revolución y por los 
variados enfrentamientos y acuerdos con Estados Unidos, sino por haber 
participado en la guerra de Angola contra el ejército del antiguo país 
colonialista y racista de África del Sur, --el más Poderoso del 
Continente-, y tras haber ayudado a su derrota, y haber logrado que se 
sentara en la mesa de negociaciones hasta llegar a un compromiso de paz.
 Si la historia de la guerra y de la paz en África, con un inmenso 
destacamento de fuerzas cubanas dirigidas por Fidel desde La Habana, es 
una de esas formas de la realidad que superan la imaginación, también es
 otra experiencia, que junto con la resistencia inconcebible a un 
bloqueo de más de cincuenta años confirma la capacidad de Cuba para 
actuar en una historia en que como la de Colombia, también combina un 
proceso revolucionario que alterna confrontaciones y concertaciones. Si 
semejante posibilidad está y estará llena de incógnitas, nada impide 
explorar los nuevos terrenos de la guerra y la paz en un mundo cuyo 
sistema de dominación y acumulación se encuentra en crisis terminal.
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Las
 lecciones Fidel en el juicio de las conductas seguidas son también 
particularmente creadoras y fecundas en la crítica de aciertos y 
desaciertos, y no sólo de conductas políticas o morales --con llamados 
de atención, dictámenes favorables o desfavorables, aprobaciones y 
reprobaciones, elogios y estímulos, sino, con sus reflexiones sobre las 
mejores formas de actuar para alcanzar las metas emancipadoras.
En
 cualquier caso es indispensable tener presente que las lecciones de 
Fidel, incluso cuando a primera vista suenen a veces como meras formas 
de hablar, obvias o elementales, encierran a menudo formas de incesante 
conducta real antes desacostumbrada, antes desentendida y desoída como 
guía de la acción que se vive, y que sólo aparece con la vinculación de 
la palabra y el acto. Con esa amalgama se hace la historia.
En 
aquél discurso que Fidel pronunció la noche del 8 de enero de 1959, a su
 llegada a la Habana, dijo entre sus primeras palabras: “…la tiranía ha 
sido derrocada. La alegría es inmensa…Y sin embargo queda mucho por 
hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será 
fácil: quizás en lo adelante todo sea más difícil…” Y a esa afirmación 
que podía frenar el ilimitado entusiasmo reinante añadió, más como 
explicación que como excusa: “Decir la verdad es el primer deber de todo
 revolucionario…” Aclaró lo que entraña no engañar ni engañase. “¿Cómo 
ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la 
guerra la tiranía? Engañando a los soldados.” El mensaje era la primera 
lección del arte revolucionario de gobernar para ganar. No engañar al 
pueblo ni dejar que el pueblo se engañe con los triunfos. Y tras narrar,
 como ejemplo, en qué forma, decir la verdad, había servido para el 
triunfo del ejército rebelde, concluyó: “Y por eso yo quiero empezar –o 
mejor dicho, seguir—con el mismo sistema, el de decirle al pueblo 
siempre la verdad.”.
La práctica de la verdad y la práctica de la 
moral serían los valores y los medios de una lucha revolucionaria, que 
además organizaría su legítima defensa, frente a las tradicionales 
ofensivas de “la zanahoria y el garrote”, de la corrupción y la 
represión permanentemente renovadas y armadas por la oligarquía y el 
imperio. Tanto la verdad como la moral practicadas serían constitutivas 
de un proceso que necesariamente tendría que armarse para defenderse.
En
 aquel discurso en la Plaza de la Revolución en que Fidel empezó a 
definir cómo sería la democracia en Cuba, y en aquella plaza donde había
 un inmenso “lleno” de guajiros y de trabajadores de la caña, de las 
fábricas y de los servicios, Fidel le preguntó al pueblo: “En caso de 
tener que escoger, ¿qué preferirían? ¿Un voto o un rifle?” Y se oyó un 
grito gigantesco: “¡Un rifle!” El clamor vehemente y el gozo inmenso de 
la multitud, determinó la meta y la organización de un ejército y un 
estado del pueblo y de los trabajadores. De paso expresó la temible 
dificultad que para los imperialistas presentaría invadir a Cuba…Fue esa
 una de las primeras clases para aprender a tomar decisiones. Planteó, 
además, uno de los más difíciles problemas a resolver: el de la lucha 
política y armada de todo el pueblo, y el de la construcción de un 
estado de todo el pueblo, con mediaciones que de por sí eran distintas a
 las mediaciones de los estados de corporaciones y complejos, pero que 
requerían combinar a la vez los conocimientos especializados que se 
trasmiten en institutos y universidades con el saber de los pueblos. 
Lograr una decisión acorde con el proyecto del estado del pueblo, y 
lograrla con el saber del pueblo y con el uso óptimo de los 
conocimientos técnicos y científicos más avanzados sería a lo largo de 
toda la historia cubana, una de las principales tareas de toda la 
población militante y trabajadora con sus distintas especialidades y 
conocimientos. En ella el aprender a aprender fue y es una experiencia 
muy rica para cada uno y todos los participantes. En ella también 
destaca la organización de un estado y un sistema político que para ser 
de todo el pueblo y para ser a la vez eficaz en la defensa, en la 
producción, en la distribución, en el intercambio, en los servicios 
tiene que plantearse constantemente el problema de la libertad y la 
disciplina sin que una avasalle a la otra ni disminuya su respectivo 
peso en las argumentaciones y las decisiones. A ese objetivo –que 
necesariamente debe vencer muchas contradicciones-- se añaden 
combinaciones de estructuras y comportamientos que tradicionalmente se 
plantearon como opuestos. Para funcionar en el interior de la Isla y en 
sus relaciones internacionales, el estado del pueblo revela una 
necesidad ineludible el combinar las organizaciones coordinadas con las 
jerárquicas centralizadas y descentralizadas; el combinar la democracia 
directa con la democracia representativa, de donde deriva el problema 
del Estado de todo el pueblo y del Partido Comunista de la Revolución 
Nueva, Martiana y Marxista, con militantes cuyos méritos comprobados 
puedan ser confirmados una y otra vez y cuya misión consiste en lograr 
el mejor funcionamiento y coordinación de las fuerzas y empresas 
estatales, y en la defensa e impulso de una revolución democrática y 
socialista, de veras nueva por sus prácticas y principios, por su moral 
comprobada en la conducta, y por “su hablar a la conciencia del hombre, 
al honor del hombre, a la vergüenza del hombre…”
Las 
contradicciones que en el proceso necesariamente aparecen corresponden 
por un lado a las de una “clase subordinada” –como diría Gramsci-; pero 
subordinada al Poder del Pueblo y no al de las corporaciones, y en que 
al motor moral e ideológico de exigencias ejemplares en sus miembros, se
 añaden los oídos y los ojos del propio pueblo, organizado desde las 
asambleas locales hasta la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Si
 en todo este proceso, la moral de lucha y cooperación es fundamental, 
precisamente lo es porque se trata de hacer una “revolución nueva” como 
dijo el Manifiesto del Moncada, cuyo propósito vital consiste en 
“realizar el sueño irrealizado de Martí”, y en la que “…lo decente y lo 
moral es raíz fuerte y poderosa de lo revolucionario recordando que la 
base de la moral está en la verdad” como también señaló Fidel en su 
lección sobre la vanguardia. “La vanguardia – sostuvo—trasmite con su 
acción y su pensamiento, la teoría, la ideología revolucionaria que 
viene de un marxismo no sólo aprendido de los libros sino de las 
experiencias propias en la vida”. Y en relación al conocimiento, desde 
los inicios de la Revolución, Fidel precisó que como parte esencial, el 
método del saber y el hacer se apoya en el saber anterior del pueblo y 
en el que adquiere en el curso de la lucha, como había dicho el “Ché”.
Es
 cierto que al destacar palabras y actos a los que ninguna revolución 
había dado semejante peso ni en sus teorías, ni en sus ideologías, ni en
 su práctica, es necesario añadir dos comentarios más que de ellas 
derivan: uno es que representan no sólo a la nueva revolución que se 
inicia en Cuba, sino a la que debe plantearse en el mundo entero –con el
 pensar y el hacer de la inmensa variedad de pueblos, naciones y 
condiciones en la lucha de clases.
Dominar totalmente la actual 
desesperanza que deriva del fracaso de reformas y revoluciones que 
dieron al traste con la moral como filosofía vital y como práctica 
colectiva e individual, es sin duda el camino que habrá de seguir la 
Humanidad para salir de esa terrible desesperanza que señaló 
recientemente Noam Chomsky en palabras precisas.
Superar la 
desesperanza es la nueva batalla y en ella Fidel con Cuba tienen otra 
gran experiencia que ofrecer a la Humanidad. A partir de movimientos 
como el de Cuba, y tomando en cuenta el estado actual de las luchas, de 
las organizaciones y de la conciencia rebelde, como en el llamado del 
Moncada, se ha vuelto necesario plantear en el mundo entero una 
Revolución realmente nueva. Y si en Cuba encontramos logros increíbles 
alcanzados en la lucha por una independencia, un socialismo, una 
democracia y una libertad de veras, y vemos que en ella hay aún serias 
limitaciones a superar, en ella encontramos también lo más avanzado que 
en la organización del trabajo y la vida ha alcanzado la Humanidad. 
Cualquier intento por salir de la desesperanza necesitará más pronto de 
lo que nos imaginamos tomar en cuenta las aportaciones de Cuba para la 
organización de otro mundo posible Y al hacerlo encontrará confirmada la
 aportación de Cuba a una nueva revolución democrática y socialista, 
leyendo la sentencia que se dictó contra los intentos conspirativos de 
un grupo que bajo los auspicios de la URSS pretendió organizar un Estado
 y un Partido como los que –en su largo ocaso—la URSS implantó en los 
países satélites y en su propia tierra.
Abordar el problema en 
relación al debate que se da sobre la democracia directa y la 
representativa, y de la Revolución social en que los pueblos se 
organicen en formas puramente horizontales, es fundamental para advertir
 el sentido que Fidel ha dado a una y otra posición en el curso de sus 
palabras y sus juicios.
Entre los problemas que plantea la 
alternativa uno es el que se refiere a las limitaciones y 
contradicciones internas de los propios partidos y organizaciones 
comunistas, socialistas, populares y de liberación nacional o regional. 
Es cierto que el control de los gobiernos por los pueblos es la solución
 fundamental pero que su organización debe hacerse, a sabiendas –entre 
otras fuentes—de lo que le dijo Fidel en Chile a una inmensa multitud, 
cada vez más presionada por los agentes provocadores de la CIA, por los 
“maoístas”, ya infiltrados de arriba abajo, y por organizaciones 
supuestamente más radicales que la Unidad Popular encabezada por el 
Presidente Allende. Cuando Fidel, tras un emocionante discurso en la 
Plaza Municipal de Santiago, ya tenía ganada a la multitud y levantando 
la mano y la voz le preguntó animoso: “¿Ustedes creen que el pueblo se 
equivoca?” y el pueblo le contestó con un clamoroso ¡NOOOOOO! Fidel le 
contestó a toda voz, como si estuviera conversando: “Pues fíjense que 
sí”. A lo que sucedió una inmensa risa solidaria contra los provocadores
 del golpe, y en apoyo a Fidel y la Unidad Popular.
Tiene razón 
Marta Harnecker cuando en su América Latina y el socialismo del siglo 
XXI a diferencia de lo ocurrido en el XX afirma que “debe ser la propia 
gente la que defina y fije las prioridades”, la que controle eficiencia y
 honestidad de un trabajo “no alienado” y de cualquier vicio 
burocrático, administrativista, centralista y autoritario. Ella misma 
hace ver que no estamos contra la democracia representativa sino contra 
la que no es representativa de los trabajadores y las comunidades. Marta
 Harnecker recuerda que Marx plantea que hay que descentralizar todo lo 
que se pueda descentralizar, y sostiene con razón que el estado que 
tiene fines sociales lejos de debilitarse se fortalece con la 
descentralización. Hoy, en México, el zapatismo por su lado ha realizado
 el máximo empeño para que los pueblos y comunidades aprendan a gobernar
 y para que el estado del pueblo se integre de tal modo al pueblo que ya
 no se pueda hablar del estado sin referirse al pueblo, y a las 
comunidades, no sólo organizadas en formas coordinadas y jerárquicas, 
sino en redes de resistencia, cooperación y “compartición”, que dominen 
las artes y las ciencias así como el saber popular, y que a la cultura 
general del aprender a aprender y a informarse añadan conocimientos 
especializados, que puedan cambiar si lo quieren a lo largo de la vida. 
Por su parte ese gran pensador que fue el comandante bolivariano Hugo 
Chávez hizo particular énfasis en que “sin la participación de fuerzas 
locales, sin una organización de las fuerzas desde abajo, de los 
campesinos y los trabajadores por ellos mismos, es imposible el 
construir una nueva vida”. La Venezuela del Presidente Nicolás Maduro 
hizo realidad ese objetivo, al organizar sus fuerzas desde abajo, 
dispuestas a dar la vida para defender su independencia, su libertad y 
su proyecto socialista…Por eso precisamente la oligarquía y el 
Pentágono, no pudieron realizar el “golpe blando” que tanto prepararon 
en todos los terrenos contra el pequeño pueblo del Caribe, rico en 
petróleo…
En el párrafo citado, Chávez recuerda que el proyecto 
del control del poder por las comunidades, fue el de los soviets con que
 Lenin quiso estructurar el estado de los trabajadores y las comunidades
 de la Unión Soviética, y añadió con razón que con el tiempo, la URSS 
“se convirtió en una república soviética sólo de nombre” y, ahora, hasta
 el nombre se ha quitado.
Si tras esta exploración del cuerpo 
político y revolucionario del siglo XXI volvemos a las lecciones de 
Fidel, recordamos aquélla, entre muchas, más con que queremos dar 
término a este breve recuento. En el juicio a Escalante y a propósito de
 las intromisiones de la Unión Soviética -que en tantos otros casos 
apoyó a Cuba, pero que no por su solidaridad tenía derecho alguno de 
patrono-, el pensamiento de Fidel, del Fiscal, del Partido, y de Cuba 
Revolucionaria precisó claramente lo que la Revolución en esa Isla es 
dentro de la historia universal y por lo que puede contribuir tanto 
--con sus experiencias—a la historia universal.
Con el juicio a 
Escalante y su grupo se derrotó deliberadamente la intención de hacer de
 Cuba un satélite de la URSS. La sentencia del Fiscal expresó todas las 
lecciones de Fidel al rechazar las falsas acusaciones de Escalante y su 
“grupo de conspiradores” que se habían vuelto agentes de la Gran 
Potencia. El Fiscal, en su sentencia, negó terminantemente la falsa 
acusación de los conjurados contra el gobierno cubano de que estaba 
persiguiendo a los miembros del antiguo Partido Comunista, antes llamado
 Partido Socialista Popular, y afirmó que no sólo gozaban éstos de todo 
respeto sino que se les consideraba como miembros activos de la 
Revolución. El Fiscal denunció calumnias miserables, como que había un 
frente antisoviético y tachó de serviles a quienes lanzaban tales 
infundios. Y lo más importante, se expresó en un párrafo en que se 
advierte que las lecciones de Fidel ya se habían vuelto lecciones de 
colectividades, Ese párrafo decía “Lo que no nos perdonan estos enanos 
es ser capaces de pensar y actuar independientemente, al apartarnos de 
los clisés de los manuales, lo que no nos perdonan es la fe en la 
capacidad de nuestro pueblo para seguir su camino, la decisión de dar 
nuestro aporte a la causa revolucionaria.” Y añadía: “Nadie puede 
endilgarnos el calificativo de satélites y por eso se nos respeta en el 
mundo. Y ésta nuestra práctica revolucionaria, es una actuación conforme
 al marxismo—leninismo, a la esencia del marxismo-leninismo”, una 
esencia que concretamente deriva de la acción y la reflexión del pensar y
 el hacer revolucionario en el acá y el ahora y no en el antes y el 
allá.
Si la situación crítica del mundo y de sus alternativas ha 
sembrado la desesperanza, hay grandes experiencias para la organización 
de la libertad, de la vida y el trabajo en otro mundo posible y 
necesario. Entre ellas destaca la Cuba marxista y martiana.
Podríamos
 detenernos en muchas otras lecciones fundacionales, precisarlas y 
ampliarlas, pero en la imposibilidad de incluir su inmenso número y de 
analizar con detalle las formas de actuar a que las lecciones conducen, 
voy a destacar algunas más, relacionadas con las motivaciones y acciones
 conducentes al logro de las metas revolucionarias.
Fidel –en sus 
reflexiones y acciones- plantea una lucha, una construcción y, una 
guerra integral que incluye los problemas empresariales, militares, 
políticos, ideológicos y culturales, así como los de la comunicación y 
la información. Aquí las lecciones adquieren un carácter de tal modo 
colectivo que sólo se pueden expresar como obra de la Revolución y de 
las crecientes avanzadas de un pueblo que venía del “Estado del Mercado 
Colonial” y del “Complejo empresarial-militar-político y mediático” y 
que así como lo dejaron, con la cultura que lo dejaron, con la moral que
 en a muchos de sus miembros enajenados dejaron --a muchos de sus 
miembros enajenados--, con el analfabetismo integral que a tantos de 
ellos la opresión les impuso, y, eso sí y también con numerosísimos 
contingentes de admirable resistencia moral, intelectual y colectiva, 
que entre todas esas desigualdades, frenos y también virtudes 
innegables, inició la marcha de la emancipación y aprendió, con las 
juventudes revolucionarias, a aprender mucho de lo que su memoria y 
saber ignoraban, y que él y las juventudes fueron haciendo suyo.
La
 construcción del nuevo poder se inició al mismo tiempo en el estado, en
 el sistema político, en la sociedad, en la defensa integral, en la 
cultura y la economía, en la información y la comunicación, el arte y la
 fiesta. Adentrarse en ella puede empezar por la construcción y la 
transición a un estado del poder del pueblo. En ese terreno Ricardo 
Alarcón de Quesada ha escrito –con toda experiencia- un libro sobre Cuba
 y su lucha por la democracia. En ese y muchos otros escritos puede 
verse que al objetivo de la democracia como poder (Kratia) del pueblo 
(Demos) en un Estado-Nación corresponde necesariamente a una variante 
historia de la lucha de clases y por la independencia. Entre las 
variaciones más profundas de esa historia se encuentra el “Período 
Especial” tras la disolución del bloque socialista, y el que hoy vive 
Cuba con el paulatino cese del Bloqueo a que la sometió Estados Unidos.
Hoy,
 más que nunca, la principal defensa del proceso revolucionario cubano 
consistirá en la atención creciente a la democracia integral, y en ella a
 la organización permanente del diálogo y la interacción entre sus 
miembros, como tarea prioritaria. Nuevamente, la democracia de todo el 
pueblo será el arma más poderosa con que cuente Cuba. ¡Vencerá! 
¡Venceremos!
- Pablo González Casanova es Ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
 

 
 
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